Nunca me planteé que sería de mí en
un futuro, pues siempre he vivido el hoy. El mañana es demasiado
lejano y puede que no pueda alcanzar a verlo, porque incluso yo puedo
terminar pereciendo de algún modo aunque ya es casi imposible.
Cuando era sólo un niño lo único que
me importaba eran mis perros, cuidar de los caballos en la cuadra y
soportar a mis hermanos una noche más hasta que pudiera acomodarme
en mi enorme cama, meterme dentro de las cobijas y escuchar el ruido
de las ramas de los árboles meciéndose en medio de la oscuridad.
Sin embargo, cuando llegué a los años de mi juventud, esos años
tan inquietos, la calma de un buen sueño era una meta nimia. Quería
algo más importante y correr aventuras. No sabía que tipo de
aventuras deseaba correr, pero al menos deseaba sentir esa
adrenalina.
El día que maté a los lobos, cuando
regresé al hogar, decidí tomar otros nuevos perros y los subí a mi
habitación, me metí en la cama y descansé durante algunos días.
Al despertar mi madre me hablaba de como algunos habían venido a
buscarme. No recuerdo las conversaciones que tuve durante aquellas
horas, ni siquiera si hablé poco o mucho. Durante algunos días
meditaba esa poderosa sensación de haber matado con mis propias
manos. Había logrado sobrevivir y aún me preguntaba que quería
decirme el destino con ello, aunque sabía que yo mismo lo había
elegido. Pude rendirme, pero eso no estaba en mis genes.
En estos momentos plantearme el futuro
teniendo tantos siglos a mis espaldas y comprendiendo que puedo vivir
tanto, pero tanto, con tantas aventuras que pueden surgir siento que
es imposible y estúpido. Lo único que me importa en estos momentos
es disfrutar esta noche como ninguna otra.
Lestat de Lioncourt
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