Bonsoir mes amis.
En esta fría y lluviosa noche les dejamos este escrito donde Nicolas despedaza su alma ante Memnoch. No olviden que resucitó gracias a la intervención del diablo.
Lestat de Lioncourt
Fuego en los infiernos
Enterrado en los infiernos camino a la
perdición, con paso ligero y cabeza erguida, siento como mi corazón
palpita y se llena de celos que arrancan latidos malditos en mi
pecho. El mundo yace a oscuras, cayendo a pedazos como si fueran
plumas de un ave funesto. Será quizás el cuervo que aún se
encuentra posado en mi falsa tumba, oteando el horizonte, y que busca
picotear las cuencas de mis ojos tristes. El fatal presagio de mi
nacimiento me llevó al fuego de lo eterno, el sendero recorrido es
tan intrincado como hermoso y cruel, y puedo sentir aún las llamas
sobre mi piel carbonizando las esperanzas dispuestas sobre mi
espalda. Mírame, soy el ángel sin refugio ni espada. He venido a
enterrar mis dedos en las pantanosas arenas del ayer y al fin expiar
mis pecados saldando la deuda con doloroso castigo.
Sin embargo, mi alma es retorcida con
los olivos donde Jesús rogaba por sus últimos días mientras bebía
el cáliz de su propia tragedia. Tan retorcida es que aún así,
derrotado y con pus en mis llagas, aún tengo ánimos para pensar en
mi remota venganza. Estoy condenado, nadie salvará a este pecador, y
a la vez sé que encontraré como alzar mis huesudas alas hasta el
amanecer libertario. Quizás soy el mismo cuervo que grazna
sentencia, tal vez soy mi mismo juez y la llave que abre mi celda.
Pero sé que no es así, porque eres tú quien me agita y me
envenena. Tú eres el culpable de este calvario, la cruz que llevo a
cuestas son versos que he susurrado en tu lecho entre orgasmos y
mentiras derramando proféticas lágrimas y mis labios resecos son
mis caprichos y sueños.
El mundo tiembla cuando un demonio ama
a otro. Ambos unidos en la llama del pecado y la estupidez,
arruinando el cuento de hadas y empeorando el destino. Mírame
agitado mientras ruego por caricias que no tendré y por un amor que
nunca me darás. Me arrastro por el suelo, rezo por mi pecado y lloro
incansablemente mientras te muestro mi lado más frívolo. Tal vez el
vino que estoy bebiendo es cicuta y acabará conmigo como con
cualquier inconsciente mortal.
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