Se hallaban sentados al fin frente a
frente en aquella coqueta cafetería. Algunas losas del suelo estaban
movidas y tenían el clásico juego de color blanco en las pares y en
los impares un color chocolate casi negro. Las paredes estaban
revestidas de un papel similar al tono oscuro del suelo, el cual
también estaba en los asientos pero no así en las mesas metálicas
de corte sencillo. Existían varios cuadros de helados cargados con
vivos colores que mostraban en arte más pop, el cual regresaba como
moda pasajera, con un realismo que ensimismaría incluso al poderoso
Marius. El mostrador poseía ciertas delicias esponjosas, azucaradas
y rellenas con cremas tentadoras para cualquier goloso. Al fondo se
hallaban la máquina de café y su molinillo, el calentador de leche
y agua, varias bandejas con botes de té dispuestos a usarse en
cualquier momento y un recipiente con azucarillos. Las puertas
chirriaban con cada nuevo cliente y la música de fondo era alegre,
algo similar al country pero con unas letras que mostraba una letanía
más elaborada. Y ellos dos, sentados uno frente a otro cerca de una
de las escasas ventana que servían como escaparate.
Tarquin vestía un elegante traje de
dos piezas con chaleco color caqui, una camisa blanca de algodón
cien por cien, y unos mocasines tan limpios que centelleaban. Los
cabellos del joven heredero Blackwood caían elegantemente sobre su
frente y perfiladas cejas, sus pestañas pobladas se batían
suavemente sintiendo cierto sopor mientras en sus labios había una
sonrisa sutil, elegante y ensimismada en sus pensamientos.
Lestat sin embargo había decidido usar
una de sus levitas con numerosos botones de camafeo, hermosos encajes
florales en los puños, camisa de chorrera blanco con un broche de
oro, pantalones de cuero y botas que únicamente una estrella del
rock usaría. Sus cabellos se hallaban revueltos y en la punta de su
nariz estaban las gafas violetas que tanto le gustaba. Tenía los
auriculares entorno a su cuello, fuera de sus orejas, y se escuchaba
como bandas de rock sonaban de forma estruendosa aunque a ratos se
podía escuchar delicias como las de Chopin, Vivaldi o Mozart con
Óperas como Carmen o Las Bodas de Fígaro. Era Lestat y Lestat
seguía siendo un rebelde con buen gusto.
Ambos tenían las manos sobre la mesa,
cruzadas una sobre la otra, y se miraban con aprecio. No habían
dicho nada desde que habían llegado cada cual por su lado. Tarquin
tenía grandes cosas que contar, o más bien confesar, y había
decidido que un lugar concurrido sería lo mejor para obligar a
Lestat que se sosegara.
-Hace días que no me visita
Julien-dijo en tono quedo-No sé donde está, pero a veces le
extraño. Sinceramente, puede llegar a ser irritante y no niego que
incluso hiriente, si bien...-hizo un movimiento teatral con su mano
derecha alzándola casi hasta su rostro para luego llevarla a sus
labios, acariciándolos un segundo para echarse a reír- Ese cabrón
tiene su encanto. Es un maldito hijo de puta con estilo.
-Precisamente...-el joven vampiro rodó
sus ojos hacia el servilletero que poseía en su cara lateral, hacia
el pasillo por el cual caminaban las ajetreadas camareras, el número
seis.
-¿Precisamente qué? Vamos habla-se
inclinó hacia delante y mostró su sonrisa más estúpida- ¿Te ha
estado molestando a ti? ¿Es eso?
-No, no es eso-negó suavemente con su
cabeza y suspiró-¿Y si te dijera que vuelve a estar entre los
vivos?
-Es un fantasma y por lo tanto está
entre los vivos-se encogió de hombros echándose hacia atrás,
recostándose en el asiento y dejando que sus largas piernas chocaran
con las de su compañero y amigo, su hermanito.
-No me entendiste-suspiró
profundamente sintiéndose incapaz de sacar a Lestat de su nube, pero
tenía que hacerlo- Ha resucitado.
-¡Qué!-gritó levantándose de pie
agitando el aire con sus puños, como si golpeara a un enemigo
invisible-¡Ese maldito hijo de puta! ¡Ese cabrón sin conciencia!
¡Ese desgraciado! ¡Hermanito debiste decírmelo!
-Cálmate Lestat, cálmate-dijo
incorporándose para tomarlo de ambas manos e intentando que le
viera. Algunas personas los miraban con cierta curiosidad y eso no
era precisamente bueno- Te contaré que ha pasado.
-A mí no me cuentes una mierda porque
ya imagino que ha ocurrido-se soltó de las manos de Tarquin y se
sentó nuevamente mirándolo algo furioso- Memnoch tiene algo que
ver. Ese desgraciado...
-No tiene remedio que te enfurezcas,
pues es ilógico- intentó calmarlo pero sólo provocó que Lestat lo
mirara achicando los ojos. El joven sintió que le atravesaba el
alma.
-Ilógico es llorar con un villancico,
Quinn-dijo como reproche.
-Eso fue un golpe bajo- musitó mirando
hacia sus manos, las cuales ya estaban de nuevo en la posición
inicial mientras Lestat se movía como un animal en una jaula.
Tarquin sabía moderarse, pero Lestat era una bomba de relojería.
-Oui- contestó con una sonrisa
burlona.
-Madura por favor. No creo que Julien
desee venganza o al menos eso creo-aquellas palabras sonaban
sinceras, no obstante no tenía fundamento para ellas. Cualquier cosa
podía pasar siendo una serie de imprevistos.
-Ingenuo-claudicó.
-No soy ingenuo- negó nuevamente con
la cabeza mientras apoyaba las palmas de ambas manos en la mesa y se
incorporaba hacia delante para verle a los ojos, unos ojos con
tonalidades azuladas y violetas pero que en sus orígenes fueron
grises. Los suyos eran azules, de un azul profundo e intenso. La
mirada de Tarquin era como la de un gato curioso bañada de belleza y
peligro.
-Como digas-dijo cruzándose de brazos
para mirar hacia la calle.
Entonces, sin pensarlo dos veces echó
a caminar hacia fuera. Allí, en las calles de New Orleans cerca de
la Calle Amelia, se hallaba su moto esperando que él la montara y la
hiciera rugir.
-¿Dónde vas?-prácticamente gritó
Tarquin precipitándose hacia la calle para verlo desde la puerta,
sintiendo enormes deseos entonces de agarrarlo y no soltarlo.
-Con Rowan. Ella debe saber que ha
ocurrido- musitó antes de encender el motor y provocar que aquella
joya rugiera.
-¡Lestat!-gritó en vano pues ya se
marchaba a gran velocidad y aunque podía usar sus poderes no los
usó, tal vez porque no deseaba obligar a Lestat a escuchar algo que
no podía creer.
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