Avicus vuelve a recordar a la mujer que estuvo con él durante siglos, la misma que le hizo quedarse en Constantinopla y abandonar a Mael y despedirse de Marius.
Lestat de Lioncourt
Te buscaré por siempre.
Deslumbrante en mis sueños, como si
fueras un espectro de otro tiempo y lugar. Te apareces ante mí con
una tierna sonrisa y estiras tus brazos hacia mi ser. Siento tu piel
de porcelana, tan fría como la nieve, deshaciéndose contra la mía
algo más cálida. Y entonces tus labios se cierran entorno a los
tuyos, siento tu gélido aliento y me corrompo con pensamientos
perversos.
Recuerdo amor mío la primera vez que
pude acariciar tus cabellos con la punta de mis dedos, dejar que
estos se deslizaran entre tus mechones y sonreír por tu mirada
tierna. Caí en un sueño que se prolongó siglos y un día tuve que
despertar para encontrarte de nuevo en ellos, una fantasía más
feroz y dolorosa. Dejé de sentir tus caricias, me abandonó el
perfume de tu cuerpo y finalmente sentí el estéril frío de la
distancia.
No importa donde te encuentres pues sé
que algún día llegarán mis palabras. Nos encontraremos porque sé
que nos merecemos un último abrazo y un beso de despedida. Jamás
dejaré de amarte y no lograré olvidarte pues sólo pretendo
esconderte en mis mejores noches, en esas donde no pueda con el peso
de tu nombre en mis labios.
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