Lestat de Lioncourt
Era extraño que nevera en New Orleans,
pero el tiempo había tenido un agradable regalo que duró escasos
días. Sin embargo, la sensación de ver parte de los pantanos
nevados provocaba en todos cierta fascinación. En el Santuario se
hallaba Petronia leyendo pausadamente a la luz de algunas velas, pues
la luz eléctrica hacía horas que no llegaba debido a un corte en el
servicio. Había problemas eléctricos en toda la ciudad y en aquella
zona apartada no iba a ser menos. Arion contemplaba el exterior con
el rostro serio, el ceño fruncido, las manos a su espalda y la
mirada perdida. Manfred había ido con ellos por primera vez, siendo
vigilado por ambos para que no se aproximara a la mansión donde
Quinn y sus compañeros mortales e inmortales decoraban todo con
cierto entusiasmo. Pronto la propiedad se llenaría de canciones
navideñas, delicioso olor a pasteles recién horneados y galletas de
jengibre.
-Ese inútil aún no llega-dijo
rompiendo el silencio con su voz ambigua pero fuerte, tan fuerte y
contundente como los golpes que solía propinar cuando se enfurecía.
-Posiblemente esté terminando de
colocar los adornos en el árbol-comentó Manfred secándose las
lágrimas-¡Cuántos recuerdos! Aún recuerdo los gritos de Rebeca en
aquel gancho en la parte superior de éste lugar.
-¡Guarda silencio viejo
inútil!-espetó.
-Siento la presencia de varios vampiros
fuertes-susurró Arion sin mover siquiera un músculo-Lestat, es uno
de ellos.
Entonces, entre las aguas, comenzó a
moverse una pequeña barca con un diminuto motor que prácticamente
agonizaba. No era Tarquin, pero sí eran dos vampiros que estaban
siendo esperados desde hacía varias horas. Tommy y Nash, las dos
últimas creaciones de aquella familia extraña de vampiros que se
habían sumado en circunstancias violentas para ambos.
Tommy, el tío de Quinn de escasos
veintidós años e hijo del desaparecido Pops, tenía el semblante
serio y los ojos llenos de una nostalgia que le envenenaba. Había
visto a sus hermanos, algunos de ellos eran aún inocentes niños que
tenían la misma edad que él cuando conoció a tía Queen, Nash y
Quinn.
Observar como habían crecido algunos
centímetros, como su hermana lo abrazó contra sí con aquellos
pechos redondos como todas sus curvas contemplándose más
provocativa y hermosa que nunca mientras hablaba de su novio, el más
pequeño de todos que dibujaba en una carta navideña con gran
talento y su madre cansada, vestida algo informal y con un cigarrillo
en sus labios pintados de rojo, un rojo muy llamativo igual que el de
sus uñas y vestido, le provocó nostalgia. Todos habían crecido.
Sus hermanos eran chicos fuertes y alegres, su madre había tenido
finalmente una vida tranquila lejos de cualquier hombre que la
maltratase a cambio de algo de dinero para mantenerlos y su hermana
tan llena de esperanza que le arrancó cualquier dolor que pudiese
tener en ese momento.
Después había visitado a Jerome, el
cual ya era un adolescente que practicaba ejercicio en el viejo
granero. Tenía un aspecto muy atractivo con aquella tez oscura, esos
ojos azules intensos y esa sonrisa tan parecida a la de su padre que
le hizo abrazarlo. Todos eran hermosos bajo sus nuevos poderes, podía
ver en ellos matices que antes desconocía y sus verdaderos
sentimientos. Jerome lo veía como un hermano mayor y eso le
enterneció, lo cual le hizo pensar que Quinn así lo vio una vez.
Quiso proteger todo lo que tenía del Don Oscuro, pero la sangre
siempre era más espesa que el agua y desconocía si terminaría
impulsado por ella.
Tommy tenía ese aspecto cansado,
meditabundo pero ciertamente había una llama de felicidad. Llevaba
un abrigo negro que cubría su jersey gris de cuello tortuga, unos
pantalones de vestir algo gruesos perfectos para el frío y de color
negro y unas botas confortables, muy cómodas y con suelas
antideslizantes.
Nash tardó en tocar con sus pies el
embarcadero, pero cuando lo hizo sonrió fascinado al contemplar el
pequeño punto de luz del interior del Santuario. Había estado antes
allí y los recuerdos eran amargos y otros muy dulces, pero dependía
del matiz como vieras la vida, pues así eran los sentimientos de
cada quien.
Él había visitado su ciudad natal,
Londres, y había caminado por sus calles contemplando la belleza de
la nieve, el frío congelándole los huesos y templando a sus viejos
colegas en una cafetería compartiendo café y chocolate antes de
marcharse a sus hogares cálidos y llenos de decoración navideña.
Por su parte ya sus poderes no le lastimaban, pero sí el ver a Tommy
convertido en uno de ellos y el aspecto anciano que tenía que
soportar al verse en sus ojos. El joven se había convertido en su
confidente y él en su amante.
Había visto hacía unas horas a Quinn
y había estado con él hasta hacía escasa media hora. Su presencia
ya no le resultaba tan deliciosa, pues no podía dejar de pensar que
habían quedado divididos por la carga de culpa de su discípulo y él
mismo. Meses atrás, hacía casi un año, Quinn prácticamente lo
mató y Petronia le devolvió la vida. Fue un acto estúpido por
parte del joven Blackwood, el cual quería hacer suyo a Nash debido a
un arrebato. Sin embargo, siempre sería consejero de Quinn y le
daría su apoyo moral. Amaba a ese muchacho a su modo, pues en esos
momentos también amaba a Tommy de una forma mucho más intensa.
Al llegar al Santuario la puerta se
abrió, saludaron a los que allí se hallaban y tomaron asiento en
uno de los sofá que se habían comprado recientemente para poder
albergar a invitados en caso de reunión. Eran sofá tapizados en
cuero, muy elegantes y cómodos, que por supuesto habían sido
elegidos por Petronia puesto que ese lugar siempre sería suyo.
-¿Cuál es el otro vampiro que
siento?-preguntó Arion girándose hacia ellos.
-David Talbot. El señor Talbot era
amigo íntimo de Merrick Mayfair, la vampiro que liberó a Quinn de
Goblin-contestó Nash con su tono educado y tranquilo-Lestat y él
han aparecido para felicitar las fiestas, aunque David no ha abierto
la boca y se siente una extraña tensión entre éste y Quinn.
-Es porque David está enamorado de
Mona-indicó Tommy-Y también lo estuvo de Merrick. Merrick murió
para ayudar a Quinn y Mona ha vuelto con su noble Abelardo. En
definitiva, es un odio silencioso que deben enterrar cuando Lestat
está entre ellos intentando unir a dos de los compañeros que más
aprecia.
Tommy era observador y podía leer
entre líneas, también era bueno escuchando conversaciones ajenas y
murmullos que posiblemente otro ni tomaría en cuenta. Arion asintió
suavemente y regresó a su posición mientras Petronia seguía
leyendo intentando no golpear a Manfred, pues éste había vuelto a
llorar una vez más.
Manfred había estado décadas alejado
de aquel lugar. Contemplaba el cielo de New Orleans en ocasiones,
pero jamás podía llegar a pasear por la zona donde residían todos
sus recuerdos. Era la primera vez que Petronia le permitía estar
allí y las emociones le hacían sollozar.
Entonces, en medio del silencio de las
aguas tranquilas aunque infectadas de caimanes, se escuchó otra
lancha mucho más rápida y como varios seres se aproximaban. Lestat
y Quinn, ambos podían haber llegado volando pero prefirieron la
discreción, estaban llegando.
Quinn tenía el rostro lleno de
lágrimas debido a la emoción de haber escuchado nuevamente el
villancico Noche de Paz de labios de su hijo, el cual lo abrazó y
dejó entre sus brazos un regalo. Sabía que no podría volver, no
durante mucho tiempo más. Él seguía con la apariencia de un joven
de veintidós años y Lestat como un muchacho de veintiuno aún a
pesar de los más de doce años transcurridos.
Lestat había sido el símbolo que todo
vampiro quiere ser y que en parte teme. Petronia advirtió que Lestat
podía ser temible, pero finalmente fue un compañero embelesado por
la belleza que poseía su creado. ¿Quién no podía enamorarse de
aquel muchacho de ojos azules con aire triste, boca perfecta, tez
ligeramente blanquecina y espesos rizos negros? Un muchacho alto,
esbelto, de manos delicadas y loables modales. Nash había obrado en
Quinn un milagro con sus modales y su cultura, así como tía Queen
con aquel viaje. Amarlo era normal. Tal vez fue ternura y amor lo que
sintió Lestat al contemplarlo tan torpe y desesperado, pero en ese
momento lo único que tenía en mente era cierta pena y preocupación
por las reacciones de su amigo.
-Deja de llorar. Sabes que es imposible
que te quedes aquí para siempre-dijo dejando su mano derecha en el
hombro izquierdo de su amigo, su hermanito como solía
llamarlo-Jerome crece rápido, Jasmine envejece y la Gran Ramona
tarde o temprano terminará muriendo y lo sabes. Ya no queda mucho de
aquello que amaste y lo que queda está siendo una carga. No debes
volver después de ésto ¿comprendes? Es lo mejor.
-Jerome es mi único hijo-susurró
echándose a llorar de nuevo.
-Algún día podrás visitarlo y
contarle la verdad. Sin embargo, toma la propiedad del Santuario como
un mirador a lo que tanto has amado-dijo justo cuando el bote chocaba
con el embarcadero y podían dejarlo atado junto al de Tommy y Nash.
Al entrar todos los miraron fijamente
mientras Lestat se acomodaba sus gafas violetas sobre sus cabellos
dorados. Tenía los ojos azules, pero aquella noche poseía cierto
tono violáceo. El traje blanco que había elegido contrastaba con la
bufanda negra y el abrigo grueso que ocultaba su aspecto delgado,
aunque no tan extremo como el de su buen amigo. Sonrió fascinado al
contemplar a los milenarios y después tomó asiento sin decir nada
más que un tímido “Bonsoir”. Quinn se aproximó a Manfred
dejándole un beso en la mejilla para hacer lo mismo con Nash y
Tommy, pero hacia Arion sólo tuvo una mirada de reproche y hacia su
creadora otra similar.
-Se nota el amor que os tenéis-dijo
Lestat con una sonrisa burlona-Vamos Quinn estás reprochando a
Petronia algo que tú deseaste hacer con Mona y luego con Nash, lo
mismo que hizo Arion pero ésta vez para salvar lo poco que quedaba
de Tommy. Se buen chico y haz las paces. Yo de momento me
marcho-comentó incorporándose-Tengo una mujer y una hija que
atender-dicho aquello se dirigió a la puerta y acabó girándose
para echarse a reír una vez más- Feliz Navidad-dijo antes de cerrar
la puerta tras de sí.
No hubo sonido de lancha alguno, sino
el de sus pies correteando por la hierba antes de levantar sus brazos
y elevarse por el aire. Tarquin pensó que debía hacer un esfuerzo
porque sin duda eran fechas de reconciliación y comenzó a conversar
con ellos como si nada hubiese ocurrido. Aquella noche podía
escucharse el murmullo de los villancicos en la mansión de los
Blackwood y como dos de ellos lloraban emocionados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario