Bonsoir
Los reyes magos han venido al Jardín Salvaje y les han dejado este fanfic de Memnoch, el demonio, y Nicolas de Lenfent, el violinista del diablo.
¡Disfruten!
Huyendo de ti
Había decidido huir de New Orleans y
buscar entre los viejos recuerdos de las postales típicas parisinas.
París, el lugar del libertinaje y los pensamientos bohemios, se
había transformado en escaparate de la moda más absurda y plástica,
escapadas románticas llenas de empalagosas poesías cargadas de
connotaciones sexuales y cierto aire a nouvelle cuisine. Los turistas
se quedaban asombrados por los adornos navideños que aún se
mantenían, los carteles de neón que se dedicaban a publicitar
nuevos espectáculos, o productos ya a la venta, eran parte del
encanto al igual que la Torre Eifel. La luna se alzaba llena,
espectacular y peculiarmente hermosa. Era como un foco gigantesco que
te hacía suspirar.
Caminaba por uno de los callejones más
estrechos de la ciudad con un Stradivarus en una hermosa caja de
terciopelo negro, la cual llevaba entre mis brazos como si fuera un
niño pequeño. Había robado la valiosa pieza de coleccionista a un
ingrato que ni siquiera sabía mantenerlo como debía. Codiciaba,
como cualquier violinista, ese tipo de obras de arte que fueron sin
duda bendecidas con un prodigio sobrehumano. Pura artesanía,
historia y belleza.
Mis botas eran pesadas de corte
militar, mis pantalones eran los típicos de cualquier muchacho pues
tenían algunas cadenas metálicas que acompañaban musicalidad a mis
pasos y el tres cuartos de cuero ocultaban el jersey de cuello de
pico azul marino así como la camiseta blanca que iba bajo este. La
bufanda gris plomizo, como mis pantalones, estaban bien atada a mi
cuello para evitar sentir el frío contra mi boca y cuello. Tenía el
cabello completamente largo, hasta los hombros, y revuelto. Parecía
un viejo bohemio trasladado de época, perdido y en dirección hacia
su propia destrucción sin él siquiera percatarse.
Eran aproximadamente las doce de la
noche. En los barrios más turísticos aún había vida, pero en las
pequeñas callejuelas a penas pasaba algún alma salvaje carente de
precaución. Saqué mi teléfono móvil del bolsillo notando como
iluminaba parcialmente el callejón oscuro, tan oscuro que incluso un
gato tendría dificultades para caminar por allí. Pero yo no era un
gato, sino un demonio. Miré la hora comprobando que no estaba
equivocado y me eché a reír producto de la ebriedad. Había
ingerido más de tres botellas de vino y una de champán después de
un banquete opíparo digno de un rey.
Entonces, al final del callejón bajo
un pequeño farolillo, lo contemplé. Su figura surgía
espantosamente sensual y provocadora. Se veía masculino, rígido
debido a la ira y con deseos de escupirme a la cara el motivo de mi
huida sin dejar nota sobre mi paradero. Sin embargo, él era el
demonio y sabría encontrarme si así lo pretendía. Abrió sus alas,
tan negras como tupidas, mientras sus cabellos se movían suavemente
por una ligera brisa que corría por entre los muros de aquel pequeño
rincón de París.
-Si juegas con fuego te quemas-dijo con
su voz ronca y áspera con un tono erótico exacerbado en aquel
timbre de voz masculino y oscuro.
-No soy yo quien está jugando-respondí
con una boba sonrisa mientras le miraba con cierto desafío en mi
mirada-Tú eres quien juega con mis sentimientos. Me haces creer que
soy el sol, la luna y las estrellas para luego demostrarme que ni
siquiera soy la mierda de perro de tu suela- mi voz temblaba y mis
palabras surgían con dificultad.
-¿Qué pretendes marchándote de New
Orleans?-preguntó con los ojos furiosos. Se había movido y ya no
estaba apoyado en el muro, sino que caminaba hacia mí con su típica
elegancia brusca.
-Cambio de aires-sonreí sin dar un
paso más-Busco la libertad que ni siquiera como fantasma tuve. He
venido a la ciudad del amor para dejarme naufragar por el alcohol, el
sexo y la música de ciertos locales. Quiero disfrutar de todo lo que
hay en esta vida y hundirme en su exquisita belleza. Hay algo más en
este mundo que la venganza y que tus manos, Memnoch-susurré lo
último sintiendo un escalofrío que me recorrió toda la columna
vertebral estimulando mi cerebro.
-¿Crees que puedes escapar de mí?-no
había alzado la voz, pero sonaba aún más molesto.
-No, pero es interesante que vengas a
buscarme sin intentar hacerme regresar a la fuerza primero-mi sonrisa
era socarrona y divertida. Sabía que podía quemarme, pues era
Memnoche el diablo, pero sabía que como mucho se desquitaría
arrancándome cualquier tonta esperanza. Aunque yo ya no tenía
esperanzas.
-Cállate-me cruzó el rostro con un
poderoso bofetón que provocó que girara mi rostro por completo,
sintiendo hormigueo en mi lado derecho y una rabia rugir en mi
interior.
Estiré mi brazo derecho hacia él
acercando mis dedos hacia su cuello, acariciando su nuca. Tenía un
hermoso rostro masculino con ciertos rasgos femeninos que me
provocaban. Mi aspecto aún era algo aniñado debido a mi temprana
edad al ser transformado en un engendro, la misma en la cual terminé
con mi vida inmortal en medio del fuego y que finalmente poseí como
fantasma hasta ser un demonio. Memnoch me había traído al mundo
como si fuera mi madre y mi padre. Él me gestó con ira y crueldad,
aunque esta ya estaba presente en mí. Tenía una devoción hacia él
insana, pero el dolor me estaba agotando llevándome al límite. Por
ese motivo me eché a llorar mientras me apoyaba aferrado a su
cuello, aproximando mi rostro al suyo para besar sus labios. Me
sentía hundido en un mar de brea del cual jamás saldría.
-Mátame-rogué sintiendo las cálidas
y cristalinas lágrimas acariciando mis mejillas, bajando hasta mi
cuello y provocando que jadeara porque la respiración empezó a
fallar.
-Sería sencillo-dijo con una sonrisa
que me provocó escalofríos y también un dolor agudo en mi pecho.
-Me torturas sin motivo-apoyé mi
frente en su torso mientras me pegaba a él sintiendo los infiernos
bajo las gruesas suelas de mis botas-El amor que te profeso lo usas
en mi contra.
No dijo nada. El silencio se hizo
presente apuñalando mi alma. Me sentía frustrado y estúpido.
Jugando me enamoré de Lestat. Dejé que él creyera que estaba
chiflado por sus argumentos estúpidos, pero lentamente se convirtió
en la luz de mi mundo. Cuando él se retiró mi mundo quedó en
tinieblas y la locura se agudizó. Quise morir y finalmente encontré
el final más horrible. Memnoch se convirtió en mi pasión desde el
primer momento. Él siempre me fascinó por su poder, pero cuando
pude percibir los estragos que dejaban sus caricias fue tarde para
huir. Ni la muerte me libraría del dolor que siento ante sus
desprecios y juegos con terceros. Nada salda esa deuda de angustia y
celos.
Alcé mi rostro con mis ojos bañados
en lágrimas gruesas, las mismas que llevaba regalándole hacía un
rato, y busqué su boca para besarlo uniendo suavemente mis labios
con los suyos. Temblaba, pero cuando él me tomó por las caderas
dejé de hacerlo. El violín quedó entre ambos como única distancia
posible. Mi alma se rompía en mil pedazos y notaba el fuego
consumiéndolos. Su lengua se hizo paso en mi boca y el beso se
volvió apasionado.
-¿Puedo sufrir eternamente?-pregunté
cerca de su boca. Sus ojos eran intensos y parecían dos puertas
abiertas invitando al tormento del infierno- Ya no hay escapatoria ni
salvación ¿cierto?-sus labios tenían una mueca de triunfo y yo
caía ciego por el amor.
-Jesús se parece a mí pues ambos
salvamos almas-aquello era puro sarcasmo, aunque tenía cierta
coherencia. Sin no existiera la gente no temería y por lo tanto no
habría motivo para ser bondadoso.
El frío nocturno se evaporó y pude
notar como ambos nos hallábamos en otra realidad distinta. Habíamos
cruzado un mundo paralelo. Las paredes de papel pintado negro y losas
oscuras contrastaban con las sábanas rojas, como la sangre y la
pasión derramada en cada pecado capital, de la enorme cama que se
hallaba en el centro de la habitación prácticamente presidiéndola.
Era una habitación llena de alegorías al sexo y se encontraba
cubierta por un halo de misterio, erotismo y deseo.
Rápidamente me aparté de él dejando
el violín sobre una de las pequeñas mesillas, donde se hallaba una
cubitera con una botella de vino tinto joven, el cual se dejaba
enfriar esperando que alguien lo descorchara. También existía un
hermoso jarrón de cristal de bohemia repleto de flores silvestres en
distintos tonos rojizos. El pétalo de una ros cayó sobre la funda
cuando la abandoné y me giré suavemente hacia él.
Me saqué el abrigo dejándolo caer al
suelo mientras quedaba frente a él. Mis manos acariciaron sus anchos
hombros mientras mis ojos café se dejaban seducir por su hermosa y
dura mirada. La punta de mis dedos acariciaron el borde de su camisa
negra. Él vestía con un tres cuartos negro de paño, traje con
chaleco y camisa también del mismo color y los zapatos eran unos
elegantes mocasines de piel. Sus cabellos estaban perfectamente
peinados y su rostro parecía recién rasurado. Tenía una colonia
que me seducía y deseé que me jurara amor eterno en ese mismo
instante, pero aquello era imposible y por mucho que él dijera
amarme jamás le creería.
Pasé mis manos por su torso dejando un
camino de caricias opacas debido a la ropa que aún llevaba. Me
arrodillé frente a él deshaciéndome de la correa al abrir la
hebilla, hacerlo deslizar contra la cintura y finalmente tirarlo a un
lado. Hundí mi rostro en su entrepierna dejando besos suaves
mientras bajaba la cremallera, mordía sobre la tela y me deshacía
del botón que cerraba el pantalón. Con cuidado, y ayudado por mi
mano derecha, saqué su miembro. Besé la punta de su pene mientras
le miraba a los ojos. Aún parecía molesto y deseoso de aplastarme
el cráneo, sin embargo comencé a succionarlo con deseo logrando que
entrecerrara sus ojos y jadeara llevando sus manos a mis hombros.
Siempre me había sentido terriblemente
excitado cuando tenía su miembro en mi boca creciendo,
endureciéndose y penetrando con cierto vaivén producto de su
pelvis. Mi lengua se enroscaba en su sexo tirando de su piel, rozando
su glande y humedeciendo toda su extensión. Él podía sentir mi
nariz chocar con su vientre y el cálido aliento que movía el vello
público rubio y rizado que poseía. Su sabor era una droga para mí.
Jamás deseaba dejar de tener ese sabor en mi boca. Succionaba y
lamía con una pasión ardiente. Mis manos se aferraban a sus caderas
mientras él se movía sutilmente, pero al llevar sus manos a mi
cabeza y tirar del pelo comenzó a ser violento. Mis ojos se abrieron
hasta prácticamente salir de sus cuencas, sentí como mi pene se
sentía aprisionado y mi cuerpo vibró por completo.
Mi frente comenzaba a bañarse en sudor
notando como mi flequillo se pegaba. También tenía la camisa algo
pegada y notaba como mis axilas se humedecían. Estaba entrando en
combustión por el deseo. Pronto estaría completamente perlado en
sudor. La ropa era una atadura y hacían que me sintiera agobiado.
Quería desnudarme, pero él no lo permitía. Mis piernas temblaban y
mis manos finalmente empezaron a arrugar su chaqueta. Llevaba un
ritmo de penetradas tan fuertes en mi boca que me desplazaba algunos
milímetros en cada arremetida. Un pequeño hilo cristalino apareció
en la una de las comisuras de mi boca justo cuando la apartó
permitiendo que boqueara. Apartó su miembro, pero no para besarme o
ayudarme a incorporarme; él tenía otros deseos y no era más que
golpearme con rudeza. Me abofeteó llamándome puta y me escupió
para, inmediatamente después, penetrarme con mayor violencia. Sentí
náuseas y cierta asfixia, pero él sabía que aquello no me rompería
y por lo tanto no tenía límites.
Sus manos me agarraban de ambos lados
de la cabeza como si quisiera romperme el cráneo. Sus manos no eran
manos en realidad, sino pequeñas garras siniestras de uñas duras y
puntiagudas que se clavaban y enredaban entre mi pelo. A penas podía
mirarlo, pues el placer me tenía encadenado y a penas prestaba
atención a algo que no fuera su grueso, largo y duro miembro
perforándome. Podía notar en cada penetrada como el glande rozaba
violentamente el paladar y se hundía más allá de la campanilla.
Sus testículos chocaban de forma rítmica contra mi barbilla.
Volvió a separarme golpeándome,
arrancándome la ropa hasta lograr arañarme y tirando de mis
pantalones hacia abajo. Me levantó del suelo, donde quedé tirado
debido a la violencia de sus actos, por mis cabellos para empujarme
contra una de las paredes. En estas había algunos cuadros sugerentes
que terminaron temblando debido al golpe de mi cuerpo contra el muro.
De haber querido huir me hubiese caído pues llevaba los pantalones
por los tobillos, ya que sólo me los había bajado pero no quitado.
Rápidamente sentí la cabeza de su pene rozando mi entrada, cosa que
me hizo morder mi labio inferior y cerrar con fuerza mis ojos. Él
entró en mí de una sola y brava estocada. No grité, pero el dolor
me paralizó el cuerpo. Sin embargo, Memnoch sabía que el dolor me
complacía y pronto empecé a gemir peor que una puta.
-¿Esto te gusta puta? Dime puta ¿te
gusta?-mi única respuesta era gemir más y más alto llegando al
orgasmo y manchando el papel pintado.
No pude controlarme y eyaculé
liberando mi esperma. Pero no sólo dejé ir mi semen contra la
pared, sino que también dejé atrás la desesperación porque él me
estaba tocando. Deseaba besar sus labios otra vez y hundir mi nariz
en su cuello. Su deliciosa colonia me perturba desde el primer día
en el cual me hizo suyo.
Él salió completamente erecto, con su
miembro cubierto de venas y sus testículos a rebosar. Tiró de mí
con fuerza y me colocó frente a él. Palpó mis labios rojos y
gruesos, hundió dos dedos acariciando mi lengua y mientras se seguía
masturbando con la mano diestra. Podía ver como su glande pedía ser
lamido y mordido, pero él me estaba inspeccionando con deseo. Sus
ojos estaban cargados de violencia, pero también de una lujuria
intensa. Cuando apartó los dedos introdujo sólo la punta para
inmediatamente ofrecerme su cálidos fluidos.
Tragué saboreándolos, pues era mi
recompensa. No obstante eso sólo era el inicio de un recorrido por
una tortura deliciosa a la par que brutal. Se apartó para
contemplarme y hundió de nuevo sus dedos, abriendo bien mi boca para
cerciorarse que había tomado hasta la última gota.
Él me había hecho suyo aún con la
ropa puesta, pero aquellos segundos de libertad mientras se deshacía
de cualquier resto de tela fue para que yo hiciera lo mismo. Una vez
ambos desnudos me tomó del brazo derecho y me guió hacia la puerta,
la cual accedía a otra sala mucho más interesante. En ella el
blanco destacaba tanto en suelo como paredes, pero el negro era parte
de las máquinas de tortura y placer que allí aguardaban.
Había varios potros BDSM, unos más
cómodos y excitantes que otros, varias argollas que caían del techo
con gruesas cadenas y poleas, cuerdas gruesas y látigos dispuestos
en una mesa junto a distintos tipos de juguetes sexuales. Mis ojos
recorriendo cada uno de los artilugios mientras él sonreía dichoso.
Cerró la puerta con diversos
mecanismos que sonaron grotescos, prácticamente como gritos
provenientes de las torturas realizadas en el infierno, y caminó
hacia la mesa eligiendo un juguete en particular. Era una especie de
bozal en miniatura con una serie de correas. Este juguete lo colocó
en mi pene, el cual quedaba en aquella especie de jaula. Sentí un
escalofrío que recorrió toda mi columna vertebral. Mi pene no
estaba erecto, pero cuando quisiera estar en su completa extensión
presionaría la diminuta jaula. Sabía que me dolería e incluso, la
correa que lo acompañaba y rodeaban mis testículos, no podría
eyacular.
-Verás puta-dijo acariciando
suavemente el lado izquierdo de mi cadera, deslizándose suavemente
por el glúteo para luego acariciar mi entrada algo adolorida.
Introdujo dos dedos y sonrió- Odio que me repliquen. Tal vez es hora
que aprendas a comportarte- sus labios rozaban el lóbulo derecho y
podía notar como sus cabellos rozaban mi torso mientras mis manos no
se atrevían a rodearlo. Sabía que era una trampa. Si lo tocaba lo
pagaría caro. Pero acabé tocándolo buscando sus labios. Su boca
era deliciosa y cálida, igual de cálida que las lágrimas que
comencé a derramar- No puedes dejar de amarme, pero yo sólo me amo
a mí mismo-aseguró haciéndome romper en un llanto más amargo.
Después se separó por completo sacando sus dedos y marchó hacia la
mesa para tomar una correa.
No tardé en estar listo con mi correa,
tirando de mí hacia uno de los potros donde subí mansamente.
Rápidamente dejó encerradas mis manos con grilletes pesados, abrió
mis piernas y colocó otros en mis tobillos. Sus manos se deslizaron
por mis piernas suavemente ofreciéndome escalofríos. Sus uñas
dejaron de darme cosquillas a clavarse de forma monstruosa y cruel en
mis nalgas. No obstante, después de hacerme derramar algunas gotas
de sangre, se introdujeron tres dedos en mi interior.
Aquellos dedos me hacían gritar que lo
amaba mientras lloraba. Él no me amaba, pero me tocaba de una forma
sensual e indecente. El demonio no ama y era una verdad que intentaba
negar. Enamorarme no estaba en mi misión en este mundo absurdo y
grotesco, sin embargo lo había hecho con fervor. Cada gesto que
hacía era una prueba de amor incondicional. Deseaba que terminara
amándome como yo lo hacía.
-Te amo...-dije sintiendo un inmenso
dolor en mis partes bajas. Aquella jaula aprisionaba mi miembro
prácticamente estrangulándolo.
Quería llorar, gritar, arañar las
paredes pero sólo gemí al notar un cuarto dedo. Sus ojos se
clavaban en mí con un deseo cruel, el cual posiblemente era verme
llorar por su amor y ofrecerle mi cuerpo ya que mi alma era suya. Mi
mente por unos segundos se trasladó a la nieve de Auvernia, el frío
que calaba hondamente hasta los huesos y me hacía temblar. Un hombre
caminaba entre los caminos nevados mientras yo tocaba el violín. Ese
hombre era él y yo un simple mortal. Aquel día besé la boca de un
hombre que no era Lestat y me dejé tocar de forma indecente en medio
de aquella explanada. Supongo que mi alma quedó marcada con el trato
que habíamos realizado, el cual se cobró siglos después.
-Te amo...-repetí al notar el puño
que me hizo salir de aquel dulce recuerdo.
Movía su extremidad de forma grotesca
y yo gritaba de placer, dolor y desesperación. Pude comprobar
entonces, al mirarlo de soslayo con la mirada algo nublada por el
llanto, que su miembro estaba prácticamente erecto. En ese mismo
instante sacó su mano, la cual había cabido hasta poco más de la
muñeca, y me quitó los grilletes para llevarme a otra de los
muebles.
Me recordaba a las viejas maderas que
se usaban para controlar a los reos antes de la guillotina. Era una
madera con tres huecos, un pesado candado a un lado y dos hierros lo
sostenía con un adaptador de altura. Él me encerró en aquel cepo
para humanos, sintiéndome un conejo atrapado, se marchó hacia la
mesa y apareció con un látigo que hizo sonar antes de presentármelo
con grandes golpes. Uno tras otro, golpe tras golpe, me hizo gritar
su nombre. Memnoch era un demonio cruel, pero sobre todo su crueldad
estaba basada en su retorcida forma de mostrarse tu dueño.
Cuando dejó los azotes sentí frío en
mi recto, pues había introducido un vibrador de gran tamaño que me
hizo gemir, pero no fue lo único. Entró él con violencia
provocando que mis hombros golpearan la madera. Mis piernas empezaron
a sentirse afectadas desde el primer momento. Mi pelo estaba
enmarañado en mi cara, sofocándome aún más, y mi garganta se
desgarraba. Me dolía el miembro y mis testículos, pero el placer
era superior a cualquier dolor.
Pasados unos minutos sintiendo aquel
dolor liberó mi miembro, pues me retiró aquella jaula que me
presionaba, y al fin pude llegar de nuevo mientras él me seguía
penetrando. Mi espalda se arqueaba con los lomos de un gato molesto.
Mis labios estaban rojos y húmedos, los cuales pronto pudo sentirlos
porque se apartó de mi trasero para penetrarme eyaculando nuevamente
en mi boca. De inmediato me liberó de aquel mueble, pero me llevó a
una jaula en la cual aún estoy.
Cuando quedé dentro a penas podía
mantener mi cabeza erguida. Escuché sus carcajadas cuando le miré
completamente agotado. Su figura se inclinó y acabó de cuclillas
frente a mí, con los brazos apoyados en las rodillas, para verme
bien al rostro enmarañado y con restos de esperma.
-Te quedarás aquí todo el tiempo que
necesites para que reflexiones sobre tu lealtad. Mañana vendré y
deseo escuchar unas disculpas que me agraden-dijo antes de erguirse,
apagar la luz de la habitación y abandonarme a mi suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario