Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 6 de enero de 2014

Huyendo de ti

Bonsoir

Los reyes magos han venido al Jardín Salvaje y les han dejado este fanfic de Memnoch, el demonio, y Nicolas de Lenfent, el violinista del diablo. 

¡Disfruten!


Huyendo de ti


Había decidido huir de New Orleans y buscar entre los viejos recuerdos de las postales típicas parisinas. París, el lugar del libertinaje y los pensamientos bohemios, se había transformado en escaparate de la moda más absurda y plástica, escapadas románticas llenas de empalagosas poesías cargadas de connotaciones sexuales y cierto aire a nouvelle cuisine. Los turistas se quedaban asombrados por los adornos navideños que aún se mantenían, los carteles de neón que se dedicaban a publicitar nuevos espectáculos, o productos ya a la venta, eran parte del encanto al igual que la Torre Eifel. La luna se alzaba llena, espectacular y peculiarmente hermosa. Era como un foco gigantesco que te hacía suspirar.

Caminaba por uno de los callejones más estrechos de la ciudad con un Stradivarus en una hermosa caja de terciopelo negro, la cual llevaba entre mis brazos como si fuera un niño pequeño. Había robado la valiosa pieza de coleccionista a un ingrato que ni siquiera sabía mantenerlo como debía. Codiciaba, como cualquier violinista, ese tipo de obras de arte que fueron sin duda bendecidas con un prodigio sobrehumano. Pura artesanía, historia y belleza.

Mis botas eran pesadas de corte militar, mis pantalones eran los típicos de cualquier muchacho pues tenían algunas cadenas metálicas que acompañaban musicalidad a mis pasos y el tres cuartos de cuero ocultaban el jersey de cuello de pico azul marino así como la camiseta blanca que iba bajo este. La bufanda gris plomizo, como mis pantalones, estaban bien atada a mi cuello para evitar sentir el frío contra mi boca y cuello. Tenía el cabello completamente largo, hasta los hombros, y revuelto. Parecía un viejo bohemio trasladado de época, perdido y en dirección hacia su propia destrucción sin él siquiera percatarse.

Eran aproximadamente las doce de la noche. En los barrios más turísticos aún había vida, pero en las pequeñas callejuelas a penas pasaba algún alma salvaje carente de precaución. Saqué mi teléfono móvil del bolsillo notando como iluminaba parcialmente el callejón oscuro, tan oscuro que incluso un gato tendría dificultades para caminar por allí. Pero yo no era un gato, sino un demonio. Miré la hora comprobando que no estaba equivocado y me eché a reír producto de la ebriedad. Había ingerido más de tres botellas de vino y una de champán después de un banquete opíparo digno de un rey.

Entonces, al final del callejón bajo un pequeño farolillo, lo contemplé. Su figura surgía espantosamente sensual y provocadora. Se veía masculino, rígido debido a la ira y con deseos de escupirme a la cara el motivo de mi huida sin dejar nota sobre mi paradero. Sin embargo, él era el demonio y sabría encontrarme si así lo pretendía. Abrió sus alas, tan negras como tupidas, mientras sus cabellos se movían suavemente por una ligera brisa que corría por entre los muros de aquel pequeño rincón de París.

-Si juegas con fuego te quemas-dijo con su voz ronca y áspera con un tono erótico exacerbado en aquel timbre de voz masculino y oscuro.

-No soy yo quien está jugando-respondí con una boba sonrisa mientras le miraba con cierto desafío en mi mirada-Tú eres quien juega con mis sentimientos. Me haces creer que soy el sol, la luna y las estrellas para luego demostrarme que ni siquiera soy la mierda de perro de tu suela- mi voz temblaba y mis palabras surgían con dificultad.

-¿Qué pretendes marchándote de New Orleans?-preguntó con los ojos furiosos. Se había movido y ya no estaba apoyado en el muro, sino que caminaba hacia mí con su típica elegancia brusca.

-Cambio de aires-sonreí sin dar un paso más-Busco la libertad que ni siquiera como fantasma tuve. He venido a la ciudad del amor para dejarme naufragar por el alcohol, el sexo y la música de ciertos locales. Quiero disfrutar de todo lo que hay en esta vida y hundirme en su exquisita belleza. Hay algo más en este mundo que la venganza y que tus manos, Memnoch-susurré lo último sintiendo un escalofrío que me recorrió toda la columna vertebral estimulando mi cerebro.

-¿Crees que puedes escapar de mí?-no había alzado la voz, pero sonaba aún más molesto.

-No, pero es interesante que vengas a buscarme sin intentar hacerme regresar a la fuerza primero-mi sonrisa era socarrona y divertida. Sabía que podía quemarme, pues era Memnoche el diablo, pero sabía que como mucho se desquitaría arrancándome cualquier tonta esperanza. Aunque yo ya no tenía esperanzas.

-Cállate-me cruzó el rostro con un poderoso bofetón que provocó que girara mi rostro por completo, sintiendo hormigueo en mi lado derecho y una rabia rugir en mi interior.

Estiré mi brazo derecho hacia él acercando mis dedos hacia su cuello, acariciando su nuca. Tenía un hermoso rostro masculino con ciertos rasgos femeninos que me provocaban. Mi aspecto aún era algo aniñado debido a mi temprana edad al ser transformado en un engendro, la misma en la cual terminé con mi vida inmortal en medio del fuego y que finalmente poseí como fantasma hasta ser un demonio. Memnoch me había traído al mundo como si fuera mi madre y mi padre. Él me gestó con ira y crueldad, aunque esta ya estaba presente en mí. Tenía una devoción hacia él insana, pero el dolor me estaba agotando llevándome al límite. Por ese motivo me eché a llorar mientras me apoyaba aferrado a su cuello, aproximando mi rostro al suyo para besar sus labios. Me sentía hundido en un mar de brea del cual jamás saldría.

-Mátame-rogué sintiendo las cálidas y cristalinas lágrimas acariciando mis mejillas, bajando hasta mi cuello y provocando que jadeara porque la respiración empezó a fallar.

-Sería sencillo-dijo con una sonrisa que me provocó escalofríos y también un dolor agudo en mi pecho.

-Me torturas sin motivo-apoyé mi frente en su torso mientras me pegaba a él sintiendo los infiernos bajo las gruesas suelas de mis botas-El amor que te profeso lo usas en mi contra.

No dijo nada. El silencio se hizo presente apuñalando mi alma. Me sentía frustrado y estúpido. Jugando me enamoré de Lestat. Dejé que él creyera que estaba chiflado por sus argumentos estúpidos, pero lentamente se convirtió en la luz de mi mundo. Cuando él se retiró mi mundo quedó en tinieblas y la locura se agudizó. Quise morir y finalmente encontré el final más horrible. Memnoch se convirtió en mi pasión desde el primer momento. Él siempre me fascinó por su poder, pero cuando pude percibir los estragos que dejaban sus caricias fue tarde para huir. Ni la muerte me libraría del dolor que siento ante sus desprecios y juegos con terceros. Nada salda esa deuda de angustia y celos.

Alcé mi rostro con mis ojos bañados en lágrimas gruesas, las mismas que llevaba regalándole hacía un rato, y busqué su boca para besarlo uniendo suavemente mis labios con los suyos. Temblaba, pero cuando él me tomó por las caderas dejé de hacerlo. El violín quedó entre ambos como única distancia posible. Mi alma se rompía en mil pedazos y notaba el fuego consumiéndolos. Su lengua se hizo paso en mi boca y el beso se volvió apasionado.

-¿Puedo sufrir eternamente?-pregunté cerca de su boca. Sus ojos eran intensos y parecían dos puertas abiertas invitando al tormento del infierno- Ya no hay escapatoria ni salvación ¿cierto?-sus labios tenían una mueca de triunfo y yo caía ciego por el amor.

-Jesús se parece a mí pues ambos salvamos almas-aquello era puro sarcasmo, aunque tenía cierta coherencia. Sin no existiera la gente no temería y por lo tanto no habría motivo para ser bondadoso.

El frío nocturno se evaporó y pude notar como ambos nos hallábamos en otra realidad distinta. Habíamos cruzado un mundo paralelo. Las paredes de papel pintado negro y losas oscuras contrastaban con las sábanas rojas, como la sangre y la pasión derramada en cada pecado capital, de la enorme cama que se hallaba en el centro de la habitación prácticamente presidiéndola. Era una habitación llena de alegorías al sexo y se encontraba cubierta por un halo de misterio, erotismo y deseo.

Rápidamente me aparté de él dejando el violín sobre una de las pequeñas mesillas, donde se hallaba una cubitera con una botella de vino tinto joven, el cual se dejaba enfriar esperando que alguien lo descorchara. También existía un hermoso jarrón de cristal de bohemia repleto de flores silvestres en distintos tonos rojizos. El pétalo de una ros cayó sobre la funda cuando la abandoné y me giré suavemente hacia él.

Me saqué el abrigo dejándolo caer al suelo mientras quedaba frente a él. Mis manos acariciaron sus anchos hombros mientras mis ojos café se dejaban seducir por su hermosa y dura mirada. La punta de mis dedos acariciaron el borde de su camisa negra. Él vestía con un tres cuartos negro de paño, traje con chaleco y camisa también del mismo color y los zapatos eran unos elegantes mocasines de piel. Sus cabellos estaban perfectamente peinados y su rostro parecía recién rasurado. Tenía una colonia que me seducía y deseé que me jurara amor eterno en ese mismo instante, pero aquello era imposible y por mucho que él dijera amarme jamás le creería.

Pasé mis manos por su torso dejando un camino de caricias opacas debido a la ropa que aún llevaba. Me arrodillé frente a él deshaciéndome de la correa al abrir la hebilla, hacerlo deslizar contra la cintura y finalmente tirarlo a un lado. Hundí mi rostro en su entrepierna dejando besos suaves mientras bajaba la cremallera, mordía sobre la tela y me deshacía del botón que cerraba el pantalón. Con cuidado, y ayudado por mi mano derecha, saqué su miembro. Besé la punta de su pene mientras le miraba a los ojos. Aún parecía molesto y deseoso de aplastarme el cráneo, sin embargo comencé a succionarlo con deseo logrando que entrecerrara sus ojos y jadeara llevando sus manos a mis hombros.

Siempre me había sentido terriblemente excitado cuando tenía su miembro en mi boca creciendo, endureciéndose y penetrando con cierto vaivén producto de su pelvis. Mi lengua se enroscaba en su sexo tirando de su piel, rozando su glande y humedeciendo toda su extensión. Él podía sentir mi nariz chocar con su vientre y el cálido aliento que movía el vello público rubio y rizado que poseía. Su sabor era una droga para mí. Jamás deseaba dejar de tener ese sabor en mi boca. Succionaba y lamía con una pasión ardiente. Mis manos se aferraban a sus caderas mientras él se movía sutilmente, pero al llevar sus manos a mi cabeza y tirar del pelo comenzó a ser violento. Mis ojos se abrieron hasta prácticamente salir de sus cuencas, sentí como mi pene se sentía aprisionado y mi cuerpo vibró por completo.

Mi frente comenzaba a bañarse en sudor notando como mi flequillo se pegaba. También tenía la camisa algo pegada y notaba como mis axilas se humedecían. Estaba entrando en combustión por el deseo. Pronto estaría completamente perlado en sudor. La ropa era una atadura y hacían que me sintiera agobiado. Quería desnudarme, pero él no lo permitía. Mis piernas temblaban y mis manos finalmente empezaron a arrugar su chaqueta. Llevaba un ritmo de penetradas tan fuertes en mi boca que me desplazaba algunos milímetros en cada arremetida. Un pequeño hilo cristalino apareció en la una de las comisuras de mi boca justo cuando la apartó permitiendo que boqueara. Apartó su miembro, pero no para besarme o ayudarme a incorporarme; él tenía otros deseos y no era más que golpearme con rudeza. Me abofeteó llamándome puta y me escupió para, inmediatamente después, penetrarme con mayor violencia. Sentí náuseas y cierta asfixia, pero él sabía que aquello no me rompería y por lo tanto no tenía límites.

Sus manos me agarraban de ambos lados de la cabeza como si quisiera romperme el cráneo. Sus manos no eran manos en realidad, sino pequeñas garras siniestras de uñas duras y puntiagudas que se clavaban y enredaban entre mi pelo. A penas podía mirarlo, pues el placer me tenía encadenado y a penas prestaba atención a algo que no fuera su grueso, largo y duro miembro perforándome. Podía notar en cada penetrada como el glande rozaba violentamente el paladar y se hundía más allá de la campanilla. Sus testículos chocaban de forma rítmica contra mi barbilla.

Volvió a separarme golpeándome, arrancándome la ropa hasta lograr arañarme y tirando de mis pantalones hacia abajo. Me levantó del suelo, donde quedé tirado debido a la violencia de sus actos, por mis cabellos para empujarme contra una de las paredes. En estas había algunos cuadros sugerentes que terminaron temblando debido al golpe de mi cuerpo contra el muro. De haber querido huir me hubiese caído pues llevaba los pantalones por los tobillos, ya que sólo me los había bajado pero no quitado. Rápidamente sentí la cabeza de su pene rozando mi entrada, cosa que me hizo morder mi labio inferior y cerrar con fuerza mis ojos. Él entró en mí de una sola y brava estocada. No grité, pero el dolor me paralizó el cuerpo. Sin embargo, Memnoch sabía que el dolor me complacía y pronto empecé a gemir peor que una puta.

-¿Esto te gusta puta? Dime puta ¿te gusta?-mi única respuesta era gemir más y más alto llegando al orgasmo y manchando el papel pintado.

No pude controlarme y eyaculé liberando mi esperma. Pero no sólo dejé ir mi semen contra la pared, sino que también dejé atrás la desesperación porque él me estaba tocando. Deseaba besar sus labios otra vez y hundir mi nariz en su cuello. Su deliciosa colonia me perturba desde el primer día en el cual me hizo suyo.

Él salió completamente erecto, con su miembro cubierto de venas y sus testículos a rebosar. Tiró de mí con fuerza y me colocó frente a él. Palpó mis labios rojos y gruesos, hundió dos dedos acariciando mi lengua y mientras se seguía masturbando con la mano diestra. Podía ver como su glande pedía ser lamido y mordido, pero él me estaba inspeccionando con deseo. Sus ojos estaban cargados de violencia, pero también de una lujuria intensa. Cuando apartó los dedos introdujo sólo la punta para inmediatamente ofrecerme su cálidos fluidos.

Tragué saboreándolos, pues era mi recompensa. No obstante eso sólo era el inicio de un recorrido por una tortura deliciosa a la par que brutal. Se apartó para contemplarme y hundió de nuevo sus dedos, abriendo bien mi boca para cerciorarse que había tomado hasta la última gota.

Él me había hecho suyo aún con la ropa puesta, pero aquellos segundos de libertad mientras se deshacía de cualquier resto de tela fue para que yo hiciera lo mismo. Una vez ambos desnudos me tomó del brazo derecho y me guió hacia la puerta, la cual accedía a otra sala mucho más interesante. En ella el blanco destacaba tanto en suelo como paredes, pero el negro era parte de las máquinas de tortura y placer que allí aguardaban.

Había varios potros BDSM, unos más cómodos y excitantes que otros, varias argollas que caían del techo con gruesas cadenas y poleas, cuerdas gruesas y látigos dispuestos en una mesa junto a distintos tipos de juguetes sexuales. Mis ojos recorriendo cada uno de los artilugios mientras él sonreía dichoso.

Cerró la puerta con diversos mecanismos que sonaron grotescos, prácticamente como gritos provenientes de las torturas realizadas en el infierno, y caminó hacia la mesa eligiendo un juguete en particular. Era una especie de bozal en miniatura con una serie de correas. Este juguete lo colocó en mi pene, el cual quedaba en aquella especie de jaula. Sentí un escalofrío que recorrió toda mi columna vertebral. Mi pene no estaba erecto, pero cuando quisiera estar en su completa extensión presionaría la diminuta jaula. Sabía que me dolería e incluso, la correa que lo acompañaba y rodeaban mis testículos, no podría eyacular.

-Verás puta-dijo acariciando suavemente el lado izquierdo de mi cadera, deslizándose suavemente por el glúteo para luego acariciar mi entrada algo adolorida. Introdujo dos dedos y sonrió- Odio que me repliquen. Tal vez es hora que aprendas a comportarte- sus labios rozaban el lóbulo derecho y podía notar como sus cabellos rozaban mi torso mientras mis manos no se atrevían a rodearlo. Sabía que era una trampa. Si lo tocaba lo pagaría caro. Pero acabé tocándolo buscando sus labios. Su boca era deliciosa y cálida, igual de cálida que las lágrimas que comencé a derramar- No puedes dejar de amarme, pero yo sólo me amo a mí mismo-aseguró haciéndome romper en un llanto más amargo. Después se separó por completo sacando sus dedos y marchó hacia la mesa para tomar una correa.

No tardé en estar listo con mi correa, tirando de mí hacia uno de los potros donde subí mansamente. Rápidamente dejó encerradas mis manos con grilletes pesados, abrió mis piernas y colocó otros en mis tobillos. Sus manos se deslizaron por mis piernas suavemente ofreciéndome escalofríos. Sus uñas dejaron de darme cosquillas a clavarse de forma monstruosa y cruel en mis nalgas. No obstante, después de hacerme derramar algunas gotas de sangre, se introdujeron tres dedos en mi interior.

Aquellos dedos me hacían gritar que lo amaba mientras lloraba. Él no me amaba, pero me tocaba de una forma sensual e indecente. El demonio no ama y era una verdad que intentaba negar. Enamorarme no estaba en mi misión en este mundo absurdo y grotesco, sin embargo lo había hecho con fervor. Cada gesto que hacía era una prueba de amor incondicional. Deseaba que terminara amándome como yo lo hacía.

-Te amo...-dije sintiendo un inmenso dolor en mis partes bajas. Aquella jaula aprisionaba mi miembro prácticamente estrangulándolo.

Quería llorar, gritar, arañar las paredes pero sólo gemí al notar un cuarto dedo. Sus ojos se clavaban en mí con un deseo cruel, el cual posiblemente era verme llorar por su amor y ofrecerle mi cuerpo ya que mi alma era suya. Mi mente por unos segundos se trasladó a la nieve de Auvernia, el frío que calaba hondamente hasta los huesos y me hacía temblar. Un hombre caminaba entre los caminos nevados mientras yo tocaba el violín. Ese hombre era él y yo un simple mortal. Aquel día besé la boca de un hombre que no era Lestat y me dejé tocar de forma indecente en medio de aquella explanada. Supongo que mi alma quedó marcada con el trato que habíamos realizado, el cual se cobró siglos después.

-Te amo...-repetí al notar el puño que me hizo salir de aquel dulce recuerdo.

Movía su extremidad de forma grotesca y yo gritaba de placer, dolor y desesperación. Pude comprobar entonces, al mirarlo de soslayo con la mirada algo nublada por el llanto, que su miembro estaba prácticamente erecto. En ese mismo instante sacó su mano, la cual había cabido hasta poco más de la muñeca, y me quitó los grilletes para llevarme a otra de los muebles.

Me recordaba a las viejas maderas que se usaban para controlar a los reos antes de la guillotina. Era una madera con tres huecos, un pesado candado a un lado y dos hierros lo sostenía con un adaptador de altura. Él me encerró en aquel cepo para humanos, sintiéndome un conejo atrapado, se marchó hacia la mesa y apareció con un látigo que hizo sonar antes de presentármelo con grandes golpes. Uno tras otro, golpe tras golpe, me hizo gritar su nombre. Memnoch era un demonio cruel, pero sobre todo su crueldad estaba basada en su retorcida forma de mostrarse tu dueño.

Cuando dejó los azotes sentí frío en mi recto, pues había introducido un vibrador de gran tamaño que me hizo gemir, pero no fue lo único. Entró él con violencia provocando que mis hombros golpearan la madera. Mis piernas empezaron a sentirse afectadas desde el primer momento. Mi pelo estaba enmarañado en mi cara, sofocándome aún más, y mi garganta se desgarraba. Me dolía el miembro y mis testículos, pero el placer era superior a cualquier dolor.

Pasados unos minutos sintiendo aquel dolor liberó mi miembro, pues me retiró aquella jaula que me presionaba, y al fin pude llegar de nuevo mientras él me seguía penetrando. Mi espalda se arqueaba con los lomos de un gato molesto. Mis labios estaban rojos y húmedos, los cuales pronto pudo sentirlos porque se apartó de mi trasero para penetrarme eyaculando nuevamente en mi boca. De inmediato me liberó de aquel mueble, pero me llevó a una jaula en la cual aún estoy.

Cuando quedé dentro a penas podía mantener mi cabeza erguida. Escuché sus carcajadas cuando le miré completamente agotado. Su figura se inclinó y acabó de cuclillas frente a mí, con los brazos apoyados en las rodillas, para verme bien al rostro enmarañado y con restos de esperma.

-Te quedarás aquí todo el tiempo que necesites para que reflexiones sobre tu lealtad. Mañana vendré y deseo escuchar unas disculpas que me agraden-dijo antes de erguirse, apagar la luz de la habitación y abandonarme a mi suerte.



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Lestat de Lioncourt