Bienvenidos una vez más a una noche junto a nosotros, sus inmortales favoritos, Avicus abre la noche de Reyes con un texto dedicado a Zenobia. No sabemos donde está, pero el gigante bonachón de nuestro amigo sigue buscándola y amándola con ternura.
Lestat de Lioncourt
Aún recuerdo tu cabello danzando en
medio de la noche, confundiéndose con la propia oscuridad, mientras
tus ojos acechaban con esperanza tatuada en tus pupilas. Me buscabas.
Querías que te rodeara con delicadeza y me arrodillara a tus pies
para besarlos delicadamente. Eras tan hermosa, tan condenadamente
bella, que incluso la propia naturaleza parecía sentirse impactada y
envidiosa.
Me arrodillé frente a ti. Un gigante
frente a un pequeño ángel de proporciones delicadas, ojos enormes y
labios sensuales. Eras una niña mujer, pues todo paró en la
adolescencia y tu inocencia aún permanecía como mácula pero tu
perspicacia femenina brotaba de tus pequeños pechos. Eras
sencillamente hermosa. Quise colocar en tus delicadas hebras
nocturnas hermosas flores silvestres, como si fueras una de las hadas
del bosque que danza entre los arroyos y matorrales.
Te convertiste en la figura a la cual
rogaba cada noche caricias sobre mi rostro y tus manos colocadas
sobre mis cabellos. Te veías tan frágil, hermosa y diferente que
creía en ocasiones que eras parte de la fantasía de un hombre
desesperado por encontrar una señal en este mundo. Tus pestañas
eran mariposas que se abatían dulcemente sobre tus mejillas de
hermosos campos de amapola sutilmente nevados, como si fueras una
muñeca perfecta que permanece estática en su vitrina enamorando a
todos. Te transformaste en mi pequeña muñeca a la cual proteger de
la intemperie y de los bruscos juegos del destino. Quise amarte
eternamente y besar tu pequeña boca con tiernos besos infantiles,
recorrer con mis manos las tuyas y sollozar aferrado al borde de tu
vestido.
Una adolescente eterna junto a un
guerrero que perdió su espada. Tus manos eran frías, como mi
cuerpo, pero parecían esculpidas en un mármol delicado. Cuando
sentía tu cuerpo junto al mío, tus manos sobre mi ancha espalda,
olvidaba las muertes en los campos de batalla y la soledad de la
jaula de madera en la cual yací preso durante siglos sin primavera.
Vuelve a mí pequeña criatura. Por
favor vuelve a los brazos de este inmortal que solloza por tu vacío
y siente su corazón temblar junto al viento del oeste. Tú mi ángel,
mi dulce doncella, la niña perdida en la ciudad de Constantinopla y
el vampiro más dulce que he contemplado... eras muerte dulce y
veneno en la piel.
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