Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 16 de febrero de 2014

Ella

Bonsoir

Ella es un texto que ha realizado David Talbot y dedicado a Merrick. Él me permite subirlo aquí ya que ha accedido a ello. ¡Disfruten!

Lestat de Lioncourt


Los recuerdos a veces se agolpan uno tras otro, amontonándose como si fueran viejas fotografías en una caja de zapatos, y desfilan con elegancia medida dejándote un sabor amargo en los labios y un profundo dolor en el pecho. Sientes como si te arrancaran el corazón atrapándolo entre unos dedos fríos, largos y huesudos. Tal vez es la propia vida quien te dice que debes recordarlos en ciertos momentos. Es posible que sea parte de un juego que se llama crecer y endurecerse.

Desde que ella murió me he convertido en una persona más firme. La carga por mis malas jugadas y el sabor amargo de la derrota, esa maldita derrota ante el amor, me han hecho crear un muro gigantesco de color gris plomizo. Ese muro tan sólo ha sido tras pasado una vez, como si empezara a agrietarse, cuando conocí a otra Mayfair. Siempre ellas. Es como una maldición terrible.

Cualquier hombre se enamoraría de una chica como Mona. Una cascada de cabello ondulado de un color tan rojo como el carmín. Sus labios trémulos, seductores en forma de corazón, provoca que evoques sueños de pasión y lujuria. Sí, ella provoca una lujuria insospechada en quien posa sus ojos en sus pequeños hombros, cintura estrecha y bonitas caderas. Es como una muñeca que deseas tener para protegerla y a la vez destrozarla con caricias, mordiscos y besos tan profundos como la soledad que cargo.

Sin embargo, si hablo del gran amor de mi vida debo hablar de Merrick. Ella fue el gran amor que desató la locura en mí. Recuerdo como otros compañeros de la orden habían desfilado por mi cama. Tuve múltiples amantes, jamás seguí las reglas habituales en el amor y derroché mis minutos de diversión con alcohol, tabaco y sexo. Aún si cierro los ojos puedo sentir las diversas manos que han recorrido mi rostro como si quisieran retenerlo entre sus dedos, añadir a sus pensamientos cada una de mis arrugas y llevárselas consigo.

Ella era tan sólo una niña con un vestido florido y los pies descalzos. Tenía una mirada intensa aunque parecía tranquila, decidida a soportar cualquier método estricto que la hiciera aún más fuerte y aprender con la ansiedad de un moribundo que quiere conocer que ocurrirá con su alma. Se entregaba de una forma tan apasionada que yo mismo sentí rejuvenecer a su lado. Sus labios tenían una sensualidad impropia en una chiquilla y sus manos eran hábiles. Juro que deseé contenerme, pero cuando tenía tan sólo dieciocho años la hice mía. Hice mío su cuerpo y creo que también parte de su alma.

Cuando nuestras vidas se fueron dividiendo, alejándonos uno del otro, quise creer que era cosa del destino y no de mi estupidez. Ella se sintió sola como nunca antes se había sentido. Una mujer que ya no poseía la misma esperanza que en su juventud, la misma que yo secuestré por el deseo que me contagiaba, cuando me aparecí ante ella con otro rostro, distintas caricias y una petición insólita.

No puedo olvidar ese taxi hasta el hotel. Sus manos acariciaban sin sutileza mi cuerpo y mi boca se fundía en la suya. Ese sabor a ron en aquellos labios tan dulces y cálidos, muy entregados a la causa, me hicieron temblar como un chiquillo y sudar como jamás lo había hecho. Ella robó ese sudor para sus rituales. Me hizo ver lo fuerte que era y me atormentó. Pero su venganza aún fue más terrible. Y sin embargo, pese a todo, me encuentro llorando su muerte sin percatarme.

Observo el fuego de la chimenea y me pregunto que provocó que hiciera aquello. Las llamas la consumieron por completo. No debí dejarla sola y menos acompañar a Lestat a ese encuentro con un fantasma adicto a la sangre. No debí. Me culpo por ello todos los días. Yo era el encargado de cuidarla mientras iba de aquí para allá con mis misterios, un trabajo que jamás he dejado y que ha sido asombro de muchos. Supongo que cuando uno nace con ciertos dones y aprende a usarlos jamás puede dejar de utilizarlos.


He estado tentado a invocar su espíritu en más de una ocasión. Me he encontrado meditabundo frente a un altar que ni siquiera sé como he construido, con los ojos llenos de lágrimas y los puños cerrados. No obstante no lo he hecho. No he podido cometer ese delito contra sus deseos. Ella deseaba irse y yo debo aceptar que esos recuerdos me acompañarán siempre, que debo sonreír al recordar su mirada verde clavada en mí y por supuesto aceptar que el mundo sigue y yo debo seguir con él.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt