Bonsoir
Hoy empezamos con un escrito de Nicolas para Memnoch. Una verdad para él, pero no sabemos si hacia el demonio será lo mismo.
Lestat de Lioncourt
Sentado frente al fuego, con la mirada
perdida, ruego a los infiernos que se abran frente a mí. Cientos de
notas son pastos de las llamas que consumen el papel con un apetito
voraz. Así me hallaba. Con el alma abandonada en alguna esquina
recóndita de mis recuerdos, con las lágrimas empañando mi mirada y
cierto dolor en mis heridas.
Él estaba allí. Estaba a mis espaldas
contemplándome sin piedad. Parecía un cuadro que había tomado
vida. Tal vez era sólo eso. Quizás ni siquiera estaba vivo o tal
vez nunca estuve muerto. Podía ser todo aquello un sueño largo y
angustioso, el cual desaparecería y me haría regresar a París
yaciendo al lado de mi amante. Deseaba creerlo porque quizás, y sólo
quizás, podría llegar a ser feliz. Pero sé que la realidad es
distinta y que el dolor yace en lo profundo de mi corazón.
—Cantaré para ti en medio de la
agonía. Caminaré por los mundos de la desilusión. Beberé el cáliz
de la melancolía. Y bailaré mientras me arrancas el corazón. Seré
el monstruo perfecto y el imperfecto amante. Besaré tus labios
permitiendo que me tortures una vez más. Seré todo lo que quieras.
Porque cantaré, caminaré, beberé y bailaré para que tú te
diviertas—dije sin apartar la vista del fuego—. He perdido la
batalla.
Se aproximó a mí arrodillándose como
un ángel misericordioso. Me tomó de los hombros como si me
compadeciera y rió bajo besando mis mejillas. Sabía que me haría
el amor a su modo. Pues su mayor amor es hundirte de lleno en el
dolor y la agonía.
—Eres un estúpido—llegué a
escuchar de sus labios—. Una vez amé tanto como tú y entonces me
di cuenta que nada ni nadie en este mundo me haría feliz. Sólo me
sé complacer yo mismo.
—Yo soy feliz creyendo que me
amarás—me giré para mirarlo a los ojos y sonreí con tristeza—.
Soy feliz a sabiendas que sólo quieres destruirme poco a poco. Sólo
soy un nuevo incubo en tu corte—dije con ganas de llorar, pero me
calmé únicamente para no ofrecerle la magia del dolor cubriendo mi
rostro y enturbiando mi mirada.
—No te comprendo—dijo moviendo
negativamente su cabeza.
—Soy feliz con tu presencia aunque
sólo me detestes—se apartó de mí como si le quemara mi tacto y
me miró ensombrecido—. Si quieres matarme no vuelvas. Así es
únicamente como me podrás torturar, pero también sé que te infla
el ego verme temblar bajo tus caricias.
Guardó silencio hasta que decidió
marcharse dejándome allí nuevamente mirando el fuego. Sabía que
regresaría pero en ocasiones le hartaba o quizás maldecía que
tuviese razón. No lo sabía ni lo sé. La única verdad que mantengo
es la que siento. Él no ama, pero le apasiona ver como le adoran
todos aquellos que caen en sus manos.
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