Les traemos un regalo nocturno. Armand ha decidido dejar este relato aquí antes de marcharse. ¡Disfruten!
Lestat de Lioncourt
La casa parecía hundirse sobre mí
aquella noche. El cielo estaba plagado de nubes que anunciaban que
pronto caería un diluvio sobre la lejana ciudad. El pantano cercano
parecía en calma, sus aguas turbias y oscuras parecían brea y el
gigantesco jardín tenía aún sus árboles desnudos agitándose
suavemente con el viento. Benji había acompañado aquella noche a
Sybelle. Ambos necesitaban alimentarse y yo un rato a solas con mis
pensamientos.
Me situé frente al piano paseando mis
dedos como si fuera una puta parisina por las calles de la ciudad del
amor, la opulencia y la moda. Notaba que mi alma no se hallaba entre
aquellas cuatro paredes, sino en un lugar distinto intentando
soportar el calvario al cual estaba destinado. Tenía en la garganta
un nudo terrible que me oprimía y me hacía desear echarme a llorar.
Entonces sentí su presencia y escuché
sus pisadas caminando por las estancias como si fueran las suyas
propias, olvidando que aquel lugar era mío y no suyo, pero no dije
ni hice nada. Santino era bienvenido a mi hogar cuando quisiese.
Tenía una pequeña cabaña no muy lejos de aquí, la había
alquilado por algunos meses porque yo se lo rogué encarecidamente.
Las ruinas y alcantarillas de esta ciudad no eran seguras, como ya no
lo eran en ningún rincón de este mundo.
Sabía que estaba ahí, como he dicho,
y ni siquiera me giré para saludarlo. Mi espalda se encontraba
arqueada y mis hombros bajados. Miraba la partitura que jamás seguía
Sybelle, pero que aún así dejaba delante de ella por si en algún
momento deseaba deleitarse con el pentagrama.
Había decidido no salir esa noche, no
me encontraba con ánimos y no deseaba visitas. Si bien sentía que
sería correr riesgos innecesarios mostrándome huraño o retraído
con Santino. No quería comenzar una disputa que pudiese alterar la
paz de mi hogar. Me hallaba decaído, con los pies desnudos y la ropa
del día anterior mal colocada. Un jersey azul marino y unos jeans
deslavados. Tenía el primer botón del pantalón abierto y el jesey
tenía el cuello de pico, muy pronunciado, y quedar extremadamente
amplio, pues no era mi talla, dejaba mi hombro derecho al aire de
forma provocadora.
—Ya no saludas a tu maestro—sus
palabras provocaron que me girara hacia él levantando suavemente mi
vista para clavarla en sus ojos oscuros, desconcertantes y hermosos.
Siempre había poseído una belleza
enigmática. Sin embargo desde su regreso de los infiernos, donde
había yacido al fin con la criatura que tanto amaba, poseía un
brillo especial que abrasaba. Sus largos cabellos ondulados se
encontraban completamente revueltos y su atuendo era tan sólo una
túnica negra. Como siempre aparecía rodeado de varias ratas que
parecían adorarlo como si fuera un dios. Sí, sin duda era el Rey o
el Dios de aquel enjambre de roedores.
Él nunca me había pedido disculpas
por sus errores y monstruosos actos, pero yo lo había perdonado del
mismo modo que aceptaba que él estuviera en mi vida, se paseara por
mis aposentos y en ocasiones me exigiera que fuese su compañía.
—No me hallo con fuerzas suficientes
para mantener una conversación, Santino—dije acomodándome en
aquel pequeño banco pegado al piano—. Si lo deseas puedes aguardar
aquí la salida del sol. Sabes bien que tengo varias habitaciones que
están a tu disposición y por supuesto, si así lo deseas,
conversaré gustosamente contigo la próxima noche.
—¿Te crees preparado para rechazar
mi visita? ¿Cómo te atreves a ofenderme?—su tono de voz se elevó
y sus ratas bajaron de sus hombros y regazo, deslizándose por su
túnica y marchándose a otro rincón de la vivienda. Su aspecto se
volvió temible al fruncir sus cejas negras mientras caminaba hacia
mí para tomarme del brazo con fuerza desmedida—. ¡Sufres por ese
miserable! ¡Puedo verlo!
—¡Olvídate de él ahora! ¡No
estamos hablando de Marius!—sus ojos se agrandaron, sus cejas se
alzaron y su frente se arrugó aún más para luego torcer el rostro
mientras me levantaba del piano.
—¡Él me mató!—su voz reverberó
hacia los altos techos de aquella mansión campestre. Era un lugar
donde el mármol y el lujo del siglo XVIII había quedado concentrado
en sus elegantes lámparas de lágrimas, sus molduras de elegantes
flores y hojas, gigantescas columnas y perfecto suelo de mármol
blanco.
La presencia oscura de Santino era como
la de un hermoso ángel caído que venía a destrozar mi
tranquilidad, hundirme en viejos recuerdos y sinsabores, para luego
apartarse nuevamente, huir a su refugio, y permitir que mis lágrimas
no cesaran durante noches.
—¡Lo hizo Thorne y quedó
ciego!—respondí intentando defender lo indefendible. Marius era
culpable y yo lo sabía. Había estado presente cuando aquello
sucedió, allí junto a Pandora guardando silencio ante sus restos.
—¡No me interesa!—vociferó
tomándome con violencia del brazo—. ¡Tus pensamientos son hacia
ese incrédulo!—me retorcía el miembro mientras tiraba de mí
hacia él. Quería que me doblegara, pero de mí no iba a tener ese
privilegio.
—¡Me estás haciendo daño!—respondí
apretando los dientes para hacer contrapeso y evitar que me arrancara
de mi asiento.
—¡Sólo eres una vulgar ramera!—dijo
levantando su brazo izquierdo para luego golpearme con el dorso de su
mano.
Mi mejilla de inmediato se coloreó. Su
fuerza era terrible como su mirada cruel y déspota. Temía que
quisiese aleccionarme por seguir amando a Marius, pues era uno de los
motivos fundamentales por los cuales discutíamos.
—¡Suéltame!—grité notando como
finalmente mi cuerpo cedía a su fuerza y quedaba a escasos
centímetros de su rostro—¡Ya no soy un neonato al que puedas
dominar como si fuera un cachorro!—intentaba revelarme, si bien a
duras penas era capaz de repeler sus garras y ataques.
—¡Sólo eres la puta del
pueblo!—gritó ofreciéndome otro golpe que no pude ver bien desde
donde provenía—. ¡La puta que desea abrirse de piernas para ese
bastardo!—me escupió arrojándome al suelo mientras me arrancaba
la ropa y propinaba tantos golpes como podía. Había colocado mis
manos contra su torax, pero él era mucho más imponente en tamaño y
fuerza. Santino se había convertido ante mí en un coloso—. ¡No
has aprendido nada! ¡No aprendes! ¡No sabes siquiera contener tus
impúdicos impulsos!
—¡Tú también los posees!—supe de
inmediato que debí callarme, pero era tal la rabia que poseía que
era imposible.
—¡Basta! ¡No vuelvas a levantarme
la voz!—sus ojos estallaban en furia ciega. El odio parecía cubrir
su rostro con una película de poder oscuro y desafiante. Tenía la
mandíbula apretada y levemente desencajada, el ceño completamente
fruncido y el cabello caía hacia delante dándole un aspecto más
salvaje.
Deseé que no fuera tan hermoso. Pues
aún así, lleno de crueldad hacia mí, me parecía un ser perfecto y
atractivo que me envolvía con su violencia, desesperación y
tinieblas. Era como si tuviese un extraño imán hacia mi persona,
hundiéndome en aguas profundas como las del pantano y provocando que
ardiera en unos infiernos insoportables. Por eso mismo agaché la
mirada y giré el rostro. Deseaba alejarlo lo antes posible y hacerle
recordar que estaba en mi vivienda.
—¡Es mi casa! ¡Estás bajo mi
techo!—dije cerrando mis manos en puño y empujando aún más mis
manos contra él, provocando que la distancia aumentara tan sólo
unos centímetros, mientras rogaba al Señor que me apartara de
aquella bestia.
—¿Eso quieres?—siseó como si
fuera una serpiente—. ¡Provocarme!— me tomó de los brazos y con
ambas manos, las cuales eran garras amenazadoras, y me estampó
contra el suelo de mármol que se quebró ligeramente—. ¡Evitar
que te muestre el verdadero camino!—dijo agarrándome de mis
cabellos con la mano izquierda para pegarme con la diestra sin
contemplaciones.
—¡Suéltame! ¡Suéltame!—decía
estirando mis manos hacia la suya para intentar librarme de él.
—¡Yo te mostraré el camino hacia la
salvación!—gritó fulminándome con una mirada terrible que hacía
siglos que no veía.
Comencé a llorar en silencio mientras
me quitaba la última prenda que quedaba intacta, la cual era
simplemente mi calzoncillo. Él se levantó mirándome severo desde
su magnífica posición, debido a su estatura y a la mía propia
tirado en el suelo, para levantarse la túnica y acomodarme, como si
fuera una furcia barata, para comenzar a penetrarme sin cuidado
alguno.
La intromisión de su sexo fue brusca y
dolorosa. No me había preparado en absoluto. Sus manos seguían
torturándome con arañazos, terribles pellizcos en mis pezones y una
masturbación ruda en un miembro que aún dormía. Mis cabellos
cayeron sobre el mármol manchado con mi sangre, debido a mis heridas
y mis lágrimas, mientras mis piernas se abrían del mismo modo que
una mujer.
—¡Mírame!—gritó furioso tirando
de varios mechones para que girara el rostro hacia él—. Eres igual
que esos bastardos que predican en las iglesias sobre la verdad, la
fe y el amor pero eres incapaz de seguir tus propios consejos
adentrándote en la mezquindad. Tú no eres un ángel Armand. Tú
siempre serás la puta de todos y en especial la zorra de Marius.
Debí lanzarte al fuego aquel día, pero eras demasiado hermoso y
valioso en esos momentos—aquello me llenó de pánico de forma
súbita—. ¿Qué tal si te echo al fuego de tu propia chimenea?
—No...—dije ronco—. Seré tuyo
esta noche. Te complaceré—susurré palpando su rostro como si lo
deseara y mis ojos, enterrados en lágrimas, intentaron mirarle de
forma seductora—. Seré de nuevo un buen profeta de sus palabras.
—Calla y gime—me escupió mientras
su estocadas empezaban a ser más duras y precisas.
Me concentré en un recuerdo cerrando
mi mente a Santino. Volé hacia él hundiéndome en la fragancia de
las especias, el olor de los canales y el bullicio de aquellos que
una vez me amaron. Me vi vestido con mis mejores prendas acompañado
de Marius. Aún era un niño inocente del mal que sobrevolaba
nuevamente sobre mi cabeza. Él sonreía de forma radiante iluminando
mi vida.
Era la primera noche que pasaba conmigo
lejos del palazzo. Había decidido llevarme a una fiesta en la cual
conversaríamos sobre arte y política. El traje celeste que me había
obsequiado tenía bordados dorados y una elegante capa en azul marino
que hacía juego con el sombrero que llevaba. Marius vestía con
prendas similares pero rojizas y un aspecto de príncipe veneciano
arrollador, pero con esa mirada de artista concentrado en la belleza,
la ternura y lo imposible. Regio, masculino y atractivo a mi lado me
excitaba y provocaba que estuviera besándolo en cada oscuro rincón.
Sus labios eran mucho más deliciosos
que los que podía encontrar en los burdeles y tabernas. Eran mucho
más exquisitos que los rebosantes senos que me ofrecían las
muchachas que visitaba, o los labios expertos de los chicos
condenados a complacer cualquier capricho. Sí, sin duda lo eran.
Pero Santino aumentó el ritmo y me
abofeteó provocando que el dolor relampagueara haciendo vibrar mi
cuerpo. Abrí mis ojos y lo vi. Él estaba encima mía maldiciéndome
aún, lamiéndome los labios ensangrentados por su culpa y mirándome
como si fuera tan sólo un objeto al cual manipular. Mi miembro
reaccionaba a las sensaciones, pero sobre todo al recuerdo que Marius
me había dejado en aquella pequeña ensoñación de nuestra antigua
vida.
—¡Gime!—me ordenó provocando que
lo hiciera.
Quería gritar con fuerza el nombre de
mi verdadero maestro y amor eterno. Necesitaba decirle a todos que
amaba a Marius por encima de mí mismo y que eso me perturbaba. Por
mucho que me alejara él me hacía caer estrepitosamente contra el
suelo, arrancándome las alas y dejando que mi alma se enturbiara con
la necesidad más terrible.
Santino llegó a los límites del
placer y descargó dentro de mí toda su esencia. Al salir de mi
interior sus fluidos cayeron por mis nalgas manchando mis muslos y el
suelo. Su lengua se coló en mi boca mientras me incorporaba, a pesar
que prácticamente no podía sostenerme por mí mismo, para hacerme
arrodillar y lamer su miembro.
Aquel miembro aún duro con aquella
mata de pelo desordenada, espesa, negra y rizada además de manchada
por sus fluidos, era excitante. Me concentré en su sabor amargo y
algo salado mientras notaba como el mío liberaba mi esperma. Mis
párpados estaban cerrados mientras mi lengua recorría cada
milímetro de su sexo. Sin embargo no disfruté aquel momento por
mucho tiempo. Él me apartó bajando su túnica, dejando que esta
cayera hasta sus pies y rozara mis suelos de mármol, para después
marcharse hacia la misma puerta por la cual había llegado.
—Me marcho por un tiempo. A mi
regreso quiero cambios significativos en ti y en tu
comportamiento—dijo justo antes de propinar un portazo terrible.
A penas podía moverme tras aquel acto
tan bárbaro y desconsiderado. Benji apareció minutos después
provocando que corriera hacia mí llorando. No dudé en
tranquilizarlo explicándole que estaba bien. Sybele me tomó entre
sus brazos y acarició mis cabellos mientras sollozaba. De nuevo me
quedaba solo por completo con aquellos dos ángeles que por siempre
me custodiarían. Pues tal vez yo no era un bendito, pero estaba
rodeado por criaturas que sí merecían ascender al cielo y conseguir
sus propias alas.
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