Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 12 de febrero de 2014

Solo en tu oscuridad

Bonsoir

Les traemos un regalo nocturno. Armand ha decidido dejar este relato aquí antes de marcharse. ¡Disfruten!


Lestat de Lioncourt


La casa parecía hundirse sobre mí aquella noche. El cielo estaba plagado de nubes que anunciaban que pronto caería un diluvio sobre la lejana ciudad. El pantano cercano parecía en calma, sus aguas turbias y oscuras parecían brea y el gigantesco jardín tenía aún sus árboles desnudos agitándose suavemente con el viento. Benji había acompañado aquella noche a Sybelle. Ambos necesitaban alimentarse y yo un rato a solas con mis pensamientos.

Me situé frente al piano paseando mis dedos como si fuera una puta parisina por las calles de la ciudad del amor, la opulencia y la moda. Notaba que mi alma no se hallaba entre aquellas cuatro paredes, sino en un lugar distinto intentando soportar el calvario al cual estaba destinado. Tenía en la garganta un nudo terrible que me oprimía y me hacía desear echarme a llorar.

Entonces sentí su presencia y escuché sus pisadas caminando por las estancias como si fueran las suyas propias, olvidando que aquel lugar era mío y no suyo, pero no dije ni hice nada. Santino era bienvenido a mi hogar cuando quisiese. Tenía una pequeña cabaña no muy lejos de aquí, la había alquilado por algunos meses porque yo se lo rogué encarecidamente. Las ruinas y alcantarillas de esta ciudad no eran seguras, como ya no lo eran en ningún rincón de este mundo.

Sabía que estaba ahí, como he dicho, y ni siquiera me giré para saludarlo. Mi espalda se encontraba arqueada y mis hombros bajados. Miraba la partitura que jamás seguía Sybelle, pero que aún así dejaba delante de ella por si en algún momento deseaba deleitarse con el pentagrama.

Había decidido no salir esa noche, no me encontraba con ánimos y no deseaba visitas. Si bien sentía que sería correr riesgos innecesarios mostrándome huraño o retraído con Santino. No quería comenzar una disputa que pudiese alterar la paz de mi hogar. Me hallaba decaído, con los pies desnudos y la ropa del día anterior mal colocada. Un jersey azul marino y unos jeans deslavados. Tenía el primer botón del pantalón abierto y el jesey tenía el cuello de pico, muy pronunciado, y quedar extremadamente amplio, pues no era mi talla, dejaba mi hombro derecho al aire de forma provocadora.

—Ya no saludas a tu maestro—sus palabras provocaron que me girara hacia él levantando suavemente mi vista para clavarla en sus ojos oscuros, desconcertantes y hermosos.

Siempre había poseído una belleza enigmática. Sin embargo desde su regreso de los infiernos, donde había yacido al fin con la criatura que tanto amaba, poseía un brillo especial que abrasaba. Sus largos cabellos ondulados se encontraban completamente revueltos y su atuendo era tan sólo una túnica negra. Como siempre aparecía rodeado de varias ratas que parecían adorarlo como si fuera un dios. Sí, sin duda era el Rey o el Dios de aquel enjambre de roedores.

Él nunca me había pedido disculpas por sus errores y monstruosos actos, pero yo lo había perdonado del mismo modo que aceptaba que él estuviera en mi vida, se paseara por mis aposentos y en ocasiones me exigiera que fuese su compañía.

—No me hallo con fuerzas suficientes para mantener una conversación, Santino—dije acomodándome en aquel pequeño banco pegado al piano—. Si lo deseas puedes aguardar aquí la salida del sol. Sabes bien que tengo varias habitaciones que están a tu disposición y por supuesto, si así lo deseas, conversaré gustosamente contigo la próxima noche.

—¿Te crees preparado para rechazar mi visita? ¿Cómo te atreves a ofenderme?—su tono de voz se elevó y sus ratas bajaron de sus hombros y regazo, deslizándose por su túnica y marchándose a otro rincón de la vivienda. Su aspecto se volvió temible al fruncir sus cejas negras mientras caminaba hacia mí para tomarme del brazo con fuerza desmedida—. ¡Sufres por ese miserable! ¡Puedo verlo!

—¡Olvídate de él ahora! ¡No estamos hablando de Marius!—sus ojos se agrandaron, sus cejas se alzaron y su frente se arrugó aún más para luego torcer el rostro mientras me levantaba del piano.

—¡Él me mató!—su voz reverberó hacia los altos techos de aquella mansión campestre. Era un lugar donde el mármol y el lujo del siglo XVIII había quedado concentrado en sus elegantes lámparas de lágrimas, sus molduras de elegantes flores y hojas, gigantescas columnas y perfecto suelo de mármol blanco.

La presencia oscura de Santino era como la de un hermoso ángel caído que venía a destrozar mi tranquilidad, hundirme en viejos recuerdos y sinsabores, para luego apartarse nuevamente, huir a su refugio, y permitir que mis lágrimas no cesaran durante noches.

—¡Lo hizo Thorne y quedó ciego!—respondí intentando defender lo indefendible. Marius era culpable y yo lo sabía. Había estado presente cuando aquello sucedió, allí junto a Pandora guardando silencio ante sus restos.

—¡No me interesa!—vociferó tomándome con violencia del brazo—. ¡Tus pensamientos son hacia ese incrédulo!—me retorcía el miembro mientras tiraba de mí hacia él. Quería que me doblegara, pero de mí no iba a tener ese privilegio.

—¡Me estás haciendo daño!—respondí apretando los dientes para hacer contrapeso y evitar que me arrancara de mi asiento.

—¡Sólo eres una vulgar ramera!—dijo levantando su brazo izquierdo para luego golpearme con el dorso de su mano.

Mi mejilla de inmediato se coloreó. Su fuerza era terrible como su mirada cruel y déspota. Temía que quisiese aleccionarme por seguir amando a Marius, pues era uno de los motivos fundamentales por los cuales discutíamos.

—¡Suéltame!—grité notando como finalmente mi cuerpo cedía a su fuerza y quedaba a escasos centímetros de su rostro—¡Ya no soy un neonato al que puedas dominar como si fuera un cachorro!—intentaba revelarme, si bien a duras penas era capaz de repeler sus garras y ataques.

—¡Sólo eres la puta del pueblo!—gritó ofreciéndome otro golpe que no pude ver bien desde donde provenía—. ¡La puta que desea abrirse de piernas para ese bastardo!—me escupió arrojándome al suelo mientras me arrancaba la ropa y propinaba tantos golpes como podía. Había colocado mis manos contra su torax, pero él era mucho más imponente en tamaño y fuerza. Santino se había convertido ante mí en un coloso—. ¡No has aprendido nada! ¡No aprendes! ¡No sabes siquiera contener tus impúdicos impulsos!

—¡Tú también los posees!—supe de inmediato que debí callarme, pero era tal la rabia que poseía que era imposible.

—¡Basta! ¡No vuelvas a levantarme la voz!—sus ojos estallaban en furia ciega. El odio parecía cubrir su rostro con una película de poder oscuro y desafiante. Tenía la mandíbula apretada y levemente desencajada, el ceño completamente fruncido y el cabello caía hacia delante dándole un aspecto más salvaje.

Deseé que no fuera tan hermoso. Pues aún así, lleno de crueldad hacia mí, me parecía un ser perfecto y atractivo que me envolvía con su violencia, desesperación y tinieblas. Era como si tuviese un extraño imán hacia mi persona, hundiéndome en aguas profundas como las del pantano y provocando que ardiera en unos infiernos insoportables. Por eso mismo agaché la mirada y giré el rostro. Deseaba alejarlo lo antes posible y hacerle recordar que estaba en mi vivienda.

—¡Es mi casa! ¡Estás bajo mi techo!—dije cerrando mis manos en puño y empujando aún más mis manos contra él, provocando que la distancia aumentara tan sólo unos centímetros, mientras rogaba al Señor que me apartara de aquella bestia.

—¿Eso quieres?—siseó como si fuera una serpiente—. ¡Provocarme!— me tomó de los brazos y con ambas manos, las cuales eran garras amenazadoras, y me estampó contra el suelo de mármol que se quebró ligeramente—. ¡Evitar que te muestre el verdadero camino!—dijo agarrándome de mis cabellos con la mano izquierda para pegarme con la diestra sin contemplaciones.

—¡Suéltame! ¡Suéltame!—decía estirando mis manos hacia la suya para intentar librarme de él.

—¡Yo te mostraré el camino hacia la salvación!—gritó fulminándome con una mirada terrible que hacía siglos que no veía.

Comencé a llorar en silencio mientras me quitaba la última prenda que quedaba intacta, la cual era simplemente mi calzoncillo. Él se levantó mirándome severo desde su magnífica posición, debido a su estatura y a la mía propia tirado en el suelo, para levantarse la túnica y acomodarme, como si fuera una furcia barata, para comenzar a penetrarme sin cuidado alguno.

La intromisión de su sexo fue brusca y dolorosa. No me había preparado en absoluto. Sus manos seguían torturándome con arañazos, terribles pellizcos en mis pezones y una masturbación ruda en un miembro que aún dormía. Mis cabellos cayeron sobre el mármol manchado con mi sangre, debido a mis heridas y mis lágrimas, mientras mis piernas se abrían del mismo modo que una mujer.

—¡Mírame!—gritó furioso tirando de varios mechones para que girara el rostro hacia él—. Eres igual que esos bastardos que predican en las iglesias sobre la verdad, la fe y el amor pero eres incapaz de seguir tus propios consejos adentrándote en la mezquindad. Tú no eres un ángel Armand. Tú siempre serás la puta de todos y en especial la zorra de Marius. Debí lanzarte al fuego aquel día, pero eras demasiado hermoso y valioso en esos momentos—aquello me llenó de pánico de forma súbita—. ¿Qué tal si te echo al fuego de tu propia chimenea?

—No...—dije ronco—. Seré tuyo esta noche. Te complaceré—susurré palpando su rostro como si lo deseara y mis ojos, enterrados en lágrimas, intentaron mirarle de forma seductora—. Seré de nuevo un buen profeta de sus palabras.

—Calla y gime—me escupió mientras su estocadas empezaban a ser más duras y precisas.

Me concentré en un recuerdo cerrando mi mente a Santino. Volé hacia él hundiéndome en la fragancia de las especias, el olor de los canales y el bullicio de aquellos que una vez me amaron. Me vi vestido con mis mejores prendas acompañado de Marius. Aún era un niño inocente del mal que sobrevolaba nuevamente sobre mi cabeza. Él sonreía de forma radiante iluminando mi vida.

Era la primera noche que pasaba conmigo lejos del palazzo. Había decidido llevarme a una fiesta en la cual conversaríamos sobre arte y política. El traje celeste que me había obsequiado tenía bordados dorados y una elegante capa en azul marino que hacía juego con el sombrero que llevaba. Marius vestía con prendas similares pero rojizas y un aspecto de príncipe veneciano arrollador, pero con esa mirada de artista concentrado en la belleza, la ternura y lo imposible. Regio, masculino y atractivo a mi lado me excitaba y provocaba que estuviera besándolo en cada oscuro rincón.

Sus labios eran mucho más deliciosos que los que podía encontrar en los burdeles y tabernas. Eran mucho más exquisitos que los rebosantes senos que me ofrecían las muchachas que visitaba, o los labios expertos de los chicos condenados a complacer cualquier capricho. Sí, sin duda lo eran.

Pero Santino aumentó el ritmo y me abofeteó provocando que el dolor relampagueara haciendo vibrar mi cuerpo. Abrí mis ojos y lo vi. Él estaba encima mía maldiciéndome aún, lamiéndome los labios ensangrentados por su culpa y mirándome como si fuera tan sólo un objeto al cual manipular. Mi miembro reaccionaba a las sensaciones, pero sobre todo al recuerdo que Marius me había dejado en aquella pequeña ensoñación de nuestra antigua vida.

—¡Gime!—me ordenó provocando que lo hiciera.

Quería gritar con fuerza el nombre de mi verdadero maestro y amor eterno. Necesitaba decirle a todos que amaba a Marius por encima de mí mismo y que eso me perturbaba. Por mucho que me alejara él me hacía caer estrepitosamente contra el suelo, arrancándome las alas y dejando que mi alma se enturbiara con la necesidad más terrible.

Santino llegó a los límites del placer y descargó dentro de mí toda su esencia. Al salir de mi interior sus fluidos cayeron por mis nalgas manchando mis muslos y el suelo. Su lengua se coló en mi boca mientras me incorporaba, a pesar que prácticamente no podía sostenerme por mí mismo, para hacerme arrodillar y lamer su miembro.

Aquel miembro aún duro con aquella mata de pelo desordenada, espesa, negra y rizada además de manchada por sus fluidos, era excitante. Me concentré en su sabor amargo y algo salado mientras notaba como el mío liberaba mi esperma. Mis párpados estaban cerrados mientras mi lengua recorría cada milímetro de su sexo. Sin embargo no disfruté aquel momento por mucho tiempo. Él me apartó bajando su túnica, dejando que esta cayera hasta sus pies y rozara mis suelos de mármol, para después marcharse hacia la misma puerta por la cual había llegado.

—Me marcho por un tiempo. A mi regreso quiero cambios significativos en ti y en tu comportamiento—dijo justo antes de propinar un portazo terrible.

A penas podía moverme tras aquel acto tan bárbaro y desconsiderado. Benji apareció minutos después provocando que corriera hacia mí llorando. No dudé en tranquilizarlo explicándole que estaba bien. Sybele me tomó entre sus brazos y acarició mis cabellos mientras sollozaba. De nuevo me quedaba solo por completo con aquellos dos ángeles que por siempre me custodiarían. Pues tal vez yo no era un bendito, pero estaba rodeado por criaturas que sí merecían ascender al cielo y conseguir sus propias alas.




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Lestat de Lioncourt