Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 19 de febrero de 2014

Un nuevo hombre

Bonsoir mes amis les dejo este encantador fic de Armand y Benji. Espero que sepan apreciarlo.

Lestat de Lioncourt

Desde hacía algunas semanas había decidido realizar ciertos experimentos basándome en libros que había adquirido recientemente. Internet me aportaba una base increíble de información y en ocasiones también era un buen lugar para comprar productos. Decidí hacer algunas compras con la tarjeta, hundirme en el consumismo que rodea la sociedad moderna y adquirir varios libros sobre experimentos fáciles que podría realizar. Uno de los libros era en realidad un regalo para Benji. Pensé que podría promover en él ese deseo de comprender el mundo a través de las letras y los experimentos caseros.

El libro llegó una noche de lluvia. Esas noches en las cuales uno desea permanecer en casa, escuchar el sonido del aguacero y sentir la calefacción envolviéndote mientras la televisión te atonta el cerebro. Sin embargo el mensajero había llegado casi al borde de las ocho de la tarde. La noche ya era cerrada al ser invierno y también por la tormenta.

—Dybbuk ha llegado un paquete para ti—dijo con una ancha sonrisa entrando en el salón.

—¿Has firmado por mí?—pregunté rogando porque así hubiese sido. El libro ya estaba pagado con tarjeta y sólo tendría que pagar el recibo de su llegada. No quería moverme del salón porque estaba demasiado cómodo bajo las mantas.

Sybelle se hallaba sentada ante el piano tocando con excelente precisión y pasión aquella pieza. Sus dedos se movían rápidos y su mirada relampagueaban. Tanto Benji como yo la habíamos vestido. Tenía un hermoso vestido de gasa blanco que caía lánguidamente sobre su cuerpo, realzaba su busto y dejaba ocultas sus piernas. Era como ver tocar a un ángel. De fondo estaba la televisión prendida en un canal de documentales sobre el canto de las distintas aves. Ella a veces era para mí un ave exótica que tenía su propio canto en silencio.

Si no me había movido hacia la puerta al sonar el timbre es porque pensé que algunos de mis criados, personas con años de servicio bajo mi techo y protección, iría. Pero fue él. Su curiosidad siempre le incitaba a moverse con cierta desenvoltura. Sus enormes ojos oscuros y sus labios en forma de corazón le ofrecía a su rostro algo redondeado, de finos rasgos árabes, una belleza cautivadora. Sus mechones negros algo ondulados, de un cabello tan negro y espeso, eran una maravilla. Y aunque vestía ropas simples se veía que la educación que yo le había dado, y que esperaba que nunca se perdiera en su memoria, hacía efecto en él.

—Sí—respondió asintiendo suavemente con su cabeza mientras se acercaba abriendo el sobre—. ¿Qué es?

—Un libro de ciencia para niños. He pensado que sería adecuado que comenzaras a mostrar interés desplegando tu curiosidad en algo más allá que el hurto. Además podríamos hacer cosas juntos— su mirada no me gustó. No parecía molesto pero sí algo entristecido—. Ven aquí mi amor— dije abriendo los brazos esperando que se aproximara un poco más—. Dime que sucede.

El papel había caído a sus pies, los cuales estaban descalzos y sólo ocultos tras unos calcetines algo gruesos que yo le había comprado. La ropa, el calzado y cualquier cosa que necesitase terminaba siendo adquirida por mí ya fuera por medio de webs de ropa infantil o compradas en grandes almacenes. Me sabía su talla de memoria y me gustaba observarlo con mis obsequios. Sin embargo poco a poco dejaba ver sus gustos hacia ropa más sobria. Parecía haber crecido ante mis ojos sin percatarme. Aún así ese libro era para niños y poseía instrucciones para hacer jabón, pequeños filtros de agua o volcanes que escupieran lava que no era más que un compuesto químico.

—Es para niños—susurró intentando acomodar una sonrisa en sus labios, pero se vio tan entristecida y falsa que mi corazón sufrió un vuelco.

Se aproximó a mí quedándose sobre mis piernas, apoyando su cabeza en mi pecho, mientras el libro caía al suelo. Mis manos rápidamente fueron a dejar suaves caricias en sus mejillas, pasando mis dedos por sus cabellos, mientras dejaba tiernos besos en su frente despejada. Sabía que ese momento podía llegar. En ocasiones me preguntaba como sería yo si hubiese crecido unos años más, tan sólo unos años, convirtiéndome en un hombre de verdad con barba y la voz varonil. Él debía estar en esa etapa. Actualmente tendría algo más de treinta años, un aspecto mucho más masculino y una estatura envidiable. No obstante él lo deseó. En un principio no parecía dolido ni molesto por su decisión. Pero son niños y los niños a veces son inconscientes.

—Es meramente introductorio. Son cosas divertidas que podemos hacer. No creo que quieras diseccionar cuerpos y torturar a otros vampiros por el mero hecho que yo lo hago—susurré rodeándolo con mis brazos como haría un padre o una madre—. Amor mío... cariño mío...—no sabía que decirle o como enmendar mi error.

—Si...—musitó mirándome con esos enormes ojos que me torturaban con cierta tristeza—. Si fuera un hombre, más allá de mis sentimientos y los años que han pasado, podría tal vez ser parte de tus amantes ¿podría?—aquello me hizo quedar atónito.

Sybelle debió escucharlo pero ella no dejaba de tocar. Estaba embelesada con la melodía hasta un punto de no retorno. Él se aferró a mí y yo lo estreché firmemente conteniendo el aliento y las palabras. Era un comentario anómalo en él. Sin embargo había visto claras muestras de su deseo por ser un hombre, comportarse como tal y tener los privilegios de uno. Quería entrar en locales que estaban vetados para muchachos y por supuesto no podía hacer todo lo que un hombre quisiera. Su escaso tamaño le traía grandes ventajas a la hora de cazar, pero también dificultades para ser del todo feliz.

—Amor mío—susurré agachando mi rostro para apoyar frente con frente. Sonreí con cierto dolor por mis siguientes palabras, pues sabía que harían mella en él—. Tú siempre serás un hombre y un niño. Niño en apariencia y hombre por tu comportamiento. Te has mostrado tierno y dulce, pero eres listo y sincero. La sinceridad la pierden los adultos al igual que la ternura y la dulzura que a veces me ofreces. Tu mente es rápida, más que la de cualquier otro que he conocido, y eso te hace ser alguien muy especial para mí. Pero sobre todo no dudes jamás que eres uno de mis grandes amores. Tú has hecho que deje de pensar que el mundo está lleno de oscuridad— deposité un beso en cada una de sus mejillas y lo tomé del rostro presionando con mis pulgares sus rasgos, dejando caricias suaves similares a las de una madre—. ¿Crees que amo a otros más que a ti? Eso es una infamia.

—¡Con ellos gozas en la cama y gimes como fulana! ¡Para mí sólo hay migajas!—dijo incorporándose molesto—. Ya no quiero ser un niño. Estoy harto de ser un niño a tus ojos. Ni siquiera soy un niño a ojos de Sybelle o Marius. Tú sigues viéndome como un niño. Te burlabas de Louis y Lestat por ver a Claudia como su pequeña damita, su muñeca... ¿y yo que soy? Me vistes como tú quieres y me ofreces regalos para niños. ¡Soy un adulto!—jamás se había portado de ese modo y eso me asustó—. Has permitido que tu viejo verdugo volviese de los infiernos, se quedase a tu lado y te maltratara. Caes ante cualquier varón que pueda hacerte gozar en la cama, pero a mí no me permites siquiera que vea otros pechos que no sean los de Sybelle. ¡Quiero ser adulto aunque tenga este cuerpo!

Sybelle paró de tocar mirándonos a ambos. Tenía cierto aire de preocupación en su mirada y sus labios se habían abierto suavemente. Estaba sorprendida por ese cambio de actitud. Sin embargo él agachó el rostro y apretó los puños quedando frente a mí. No se movió para huir a su habitación, sino que quedó ahí esperando quizás que lo abrazara.

—Cariño mío—dije con una leve sonrisa intentando mitigar los golpes de sus palabras. Era cierto que me entregaba a hombres que me dañaban, entre ellos estaba Marius y el otro era Santino, y por ello él estaba de ese modo. Verme tirado en el suelo como si fuera un vulgar objeto de deseo le había dañado—. Escúchame pequeño.

—No quiero más mentiras o cuentos—susurró con la voz entrecortada.

De inmediato me arrodillé ante él tomándolo de las manos. Las mantas cayeron mostrando mi pijama. A penas me había cambiado debido al deseo de estar cómodo con ellos, con los dos grandes amores de mi vida. Besé sus dedos y las llevé a mi cuello, rozando así el borde de la camisa de pijama, para luego levantarme con él entre mis brazos.

—Sybelle permite que calme a Benji—mi voz se escuchó firme aunque temblaba.

Él no me apartó, pero sentí que no deseaba estar entre mis brazos. Era como si me apuñalaran el corazón mil veces. Sentía una impotencia que entumecía mis brazos y hacía flaquear mis piernas. Sus cabellos rozaban mi nariz mientras me desplazaba con él cargado entre mis brazos, aferrado a mí como si fuera el santo grial que fuese a salvar al mundo. Él no era una reliquia, pero salvaba mi vida y era más importante que cualquier objeto material, por caro o único que fuese.

Entramos en mi dormitorio, donde ocasionalmente dormía Sybelle junto a mí y también el pequeño que tenía entre mis brazos. Para mí era un niño aunque con la inteligencia de un adulto. Su cara redondeada y sus travesuras me alejaban de la verdad. Él era un hombre, con necesidades y derechos. Estaba rompiendo sus privilegios como tal impidiéndole crecer frente a mí.

Acomodé su cuerpo junto al mío en aquel lecho de sábanas revueltas. Las hermosas esculturas que decoraban la esquinas de la habitación tenían un aspecto amenazador, debido a la tormenta y la luz que penetraba por la ventana, pero aún así eran hermosas. Estaba rodeado de electrodomésticos y tecnología avanzada, así como de muebles sacados del mejor anticuario pero con un toque moderno, muy sutil pero notable para mí. Benji en aquella cama, rodeado de aquel lujo y confort, parecía un niño perdido en una isla desierta.

—Deseas ser un hombre frente a mí—dije apartando algunos mechones de su flequillo—. Deseas serlo antes que sientas una cólera inmensa y quieras destruirme. Porque fue mi amor por ti el motivo por el cual decidiste hacer esto—giró su rostro hacia la ventana intentando evitar mis ojos puestos en él.

Me había sentado en el borde de la cama y tocaba su rostro, cabellos y cuello con delicadeza. Tenía una piel sedosa, igual que su cabello, y un cuerpo duro debido a la sangre de Marius. A pesar de haber parado de crecer era esbelto y tenía cierta musculatura. Era un adolescente que encerraba a un hombre con una belleza arrolladora, pues su alma era tan hermosa que a veces ganaba la batalla y me perdía en el deseo de estrecharlo entre mis brazos y amarlo. Quería amarlo como él me amaba en ese instante. Deseaba darle mi amor como hacía ocasionalmente con Sybelle y aún hoy hago con Marius pese a todo.

—Está bien—susurré levantándome para quitarme la parte superior del pijama.

Él me miró desabrochar cada botón con seguridad y algo de violencia, aunque intentaba no romperlos ya que era un regalo suyo. Aquel pijama cómodo y caliente lo había conseguido él para mí. No pregunté su procedencia porque temí la respuesta. Benji era como una pequeña urraca que todo lo que veía hermoso, o de valor, terminaba en sus manos.

—¿Qué estás haciendo?—dijo frunciendo suavemente su ceño.

—Entregarme a un hombre—susurré deshaciéndome de la parte de arriba para tirarla al suelo, a un rincón, y hacer lo mismo con los pantalones y la ropa interior.

Mi cuerpo desnudo no era un misterio para él. Me había visto cientos de veces desnudo en la bañera, a su lado, permitiendo que me enjabonara y acariciara la espalda dibujando líneas sobre mis omóplatos. Del mismo modo que el suyo no era en absoluto un misterio.

—¿No te importa que físicamente siga siendo un niño?—murmuró mientras me sentaba de nuevo a su lado.

—Adolescente del mismo modo que yo lo soy—respondí recostándome mientras deslizaba mi mano por su camiseta.

Aproximé con calma mi rostro al suyo y besé suavemente sus labios. Él abrió su boca y permitió que mi lengua se colara acariciando la suya. Eran besos suaves y mesurados. Jamás había besado a alguien con tanta ternura y sosiego. Me sentía perdido en un mundo de miles de dudas, pero sus manos tomaron mi rostro acariciándome con aquel cariño que nunca me demostraban. Sybelle me daba su amor, pero era un amor femenino. Su pasión era desmesurada y en ocasiones completamente inesperada. El tierno amor que él sentía hacia mí, como yo hacia él, era firme e intenso pero se mostraba de momento menos sensual y eso me confundía.

Lentamente fui quitando su ropa, aunque él colaboró porque parecía haber tomado la decisión de dejarse llevar como yo lo hacía, y ambos comenzamos a besarnos dejando caricias por nuestros torsos, piernas, brazos y espalda. Mis dedos jugaron por su nuca provocando que tuviese algunos escalofríos. Aquellos cabellos cortos que tenía, tan suaves y algo rizados, me encantaban. Mis labios se posaron en su pecho y rozaron sus pezones.

Tenía un pequeño torso que aún se estaba formando en el momento en el cual se paró su crecimiento. Las costillas se marcaban, como sus clavículas, y poseía unos escasos mechones alborotados bajo su ombligo. No era el cuerpo de un niño y tampoco el de un adulto. Poseía unos pezones color canela, algo más oscuros que su piel, y estaban endureciéndose debido a mis juegos. La punta de mi lengua dibujaba el círculo de la areola que poseía cada uno, para luego posar mis labios con tímidos besos y mordiscos más arriesgados. Él suspiraba abriendo sus piernas para enredarlas con las mías.

No dudó en buscar mi boca en más de una ocasión, como si mis besos insuflaran un poco de valor para lo que estábamos dispuestos a cometer. Las caricias eran suaves, lentas, llenas de respeto y sobre todo sorprendentemente agradables. Mis dedos se deshacían en caminos sinuosos por sus caderas hasta sus muslos y él cerraba sus ojos, abría suavemente sus labios y jadeaba.

—Te mostraré todos los tipos de placer que existen—dije apoyando mi mentón en la cruz de su pecho.

Él me miró con los ojos entrecerrados y las mejillas coloreadas. Tenía los labios algo rojos por los besos que nos habíamos regalado y sus manos se perdían por mis mechones. Sabía que amaba mi cabello por el color tan extraño que poseía, así como jugar con sus dedos por mis mejillas y tomarme de las manos para que bailara a su ritmo. Conocía bien su amor y la ternura que él rezumaba, esa misma que era posible que yo le arrancara para siempre y que por ello temía todo lo que estábamos haciendo.

Hundí entonces mi cabeza entre sus piernas y tomé su sexo con mis labios. Primero besé su glande y dejé una pequeña lamida. Él suspiró incorporándose con aquellos ojos llenos de curiosidad, los mismos que pronto me mirarían con deseo. Cuando sintió que me llevaba todo su miembro a la boca, presionándolo y humedeciéndolo, se dejó caer en la cama y empezó a gemir.

—Quiero estar dentro de ti—dijo sorprendiéndome—. Quiero hacerte mío.

Me aparté para verle a los ojos mientras me sentaba en la cama. Su rostro estaba perlado de gotas sanguinolentas, las cuales caían como pequeñas lágrimas hacia al almohada y cuello. Tenía también zonas algo coloreadas en sus hombros o caderas. Estaba emanando un calor delicioso y dándole un aspecto vulnerable. Él quería ser quien me conquistara y por lo tanto tomar el lugar de Marius, o cualquier otro, para quizás hacerme olvidar que ellos existían.

Sonreí aproximándome a sus labios, cayendo sobre su cuerpo y buscando como sentarme en sus caderas. Él me miró confuso tomándome de las manos y yo me eché a reír. Liberé la mano derecha para acariciar sus cabellos, echando a un lado varios mechones, y empezar entonces a penetrarme. Hice que entrara en mí arrancando de sus labios un fuerte gemido, muy similar al que yo le ofrecí, mientras mis manos se alojaban en su pecho y caminaban hacia sus frágiles hombros.

—¡Benji!—gemí sintiendo su mirada enfocada en mí, sin perder detalle de mi rostro completamente enrojecido y mi cuerpo encendido—. Así, mi amor... así... así cariño.

Sentí como sus caderas se movían suavemente mientras le iba guiando. Por instinto me había tomado de la cintura, pero su ritmo era suave y estaba nervioso como cualquier hombre en su primera vez.

—Te amo Armand—mi nombre entre sus labios sonó extremadamente erótico. Su tono era sensual y aquellos largos gemidos eran como los de un hombre adulto. Sus manos acariciaban mis caderas y las apretaban con deseo, viajando estas hasta mis nalgas para apretarlas y poder sentir aún más estrecho—. Te amo.

—Y yo—balbuceé—. Te amo Benji. Te amo—mis ojos se habían llenado de lágrimas por el placer y la emoción que sentía.

Amaba a Benji desde que él me abrazó por primera vez, pues su ternura me había conquistado desmoronándose por completo mi insensible máscara. La rudeza con la cual me había tratado la vida se vio recompensada por su sonrisa, el calor de sus manos contra mi rostro y sus pequeños labios apretándose en mi mejilla. Amaba a ese pequeño diablo que corría descalzo por la casa, me perseguía a cualquier fiesta y a veces dormitaba aferrado a uno de los libros que yo le compraba.

Sybelle y Marius también estaban en mi corazón, pero el amor que sentía por él era más dulce y menos contaminado por la crueldad humana. Sybelle había vivido episodios de terrible dolor y Marius contenía una ira tremebunda que incluso explotaba contra mí. Él parecía ser el bálsamo de mis heridas.

—Benji... —dije temblando sobre él cuando su pequeño miembro tocó aquel delicado punto—. Ahí, ahí...

Comencé a moverme rápido y desesperado. Gemíamos al unísono mientras nuestras manos se buscaban, entrelazándose. Mis dedos se fundían con su manos y los suyos en las mías. Botaba sobre él y me movía en círculos mientras él agitaba su pelvis. Tenía la cabeza echada hacia atrás, mi cabello caía en cascada rojiza sobre mis hombros y contra mi columna vertebral. Estaba completamente empapado en sudor y sentía ciertos calambres en mi vientre. Ese suave cosquilleo me decía que eyacularía pronto.

—Más... más... —dije ahogado saliendo de él para bajar al suelo y gatear hacia la alfombra.

Allí, acariciando aquella obra de arte con cientos de flores bordadas, abrí mis piernas y alcé mis nalgas. Mi torso quedó pegado al suelo, mis rodillas clavadas y mis brazos desde la muñeca hasta el codo también apoyados contra la alfombra.

—Dame como todo un hombre. Párteme en dos—susurré de forma lasciva mirándole por encima de mi hombro derecho, ya que había girado suavemente mi rostro. Mis cabellos estaban algo enmarañados pero se veían mis ojos café centelleando—. Benji...—jadeé mordiéndome el labio inferior para soltar aquel erótico gemido.

Él se levantó algo aturdido, pero listo para tomarme y hacerme suyo como le rogaba. De inmediato se puso en mi espalda tomándome de las caderas y mirándome como lo haría un hombre. Sus ojos no eran los de un niño, sino los de un adulto que me recorría con gula y satisfacción. Me penetró provocando que temblara y empecé a moverme igual que una casquivana. Era su puta en esos momentos y lo era con una satisfacción brutal.

—Dime cosas sucias amor mío. Dime lo más sucio que conozcas—dije pegando mi rostro al suelo, pues mis hombros rozaban justo el borde de la tela—. Dime lo puta que soy.

—No puedo—murmuró temblando mientras me clavaba las uñas en las caderas.

—Sí puedes y debes—respondí con la vista nublada.

—Eres una zorra y voy a domesticarte—balbuceó mientras yo reía entre gemidos.

Ni siquiera podía evitar tener un tono dulce en medio de ese tormento de palabras llenas del pecado de la carne. Él era lujurioso, pero su voz aniñada y su respeto hacia mí le impedían parecer sincero con aquella simple oración.

—Algo más fuerte mi amor—dije antes de notar como me daba un fuerte azote que me hizo gemir igual que si lo hubiese hecho Marius.

—No eres más que una puta—gruñó—. Gime fuerte para tu hombre. Soy tu hombre y quiero escuchar tus gemidos de zorra.

Esa frase era de Marius, pero en ese momento no me percaté. Sin embargo, reflexionando más tarde razoné que él nos escuchaba, y posiblemente observaba, cuando venía a buscar un poco de calor entre mis piernas. Un calor que pocas veces le ofrecía Pandora y que yo siempre estaba dispuesto a regalarle.

Entonces, mientras gemía gozando de sus palabras, él llegó derramándose por completo en mi interior. Yo aún no había llegado, pero nada más sentir aquel cálido torrente me dejé llevar. Caí arrastrado por una fuerte corriente de placer que me hizo caer de bruces por completo. Al incorporarme hice que él me se apartara y me mirara. Sus ojos eran seductores y tiernos. Tenía el rostro completamente rojo por la sangre y el esfuerzo.

—¿Me deseas?—pregunté girándome para abrirme de piernas para él—. Benjamín ¿me deseas?—él miró el espeso líquido, el cual salía de mi entrada y que no era más que su semen, completamente absorto.

Decidí que merecía algo más que una sola vez, así que me arrodillé y empecé a lamer su miembro manchado por aquel salada y espesa leche que él tuvo para mí. Mis ojos se fijaron en los suyos mientras sus pequeñas manos se apoyaron en mi cabeza. Él podía notar como mi lengua se enroscaba por todo su sexo, así como mis labios llegaban a la base acariciando su escroto. También tuve tiempo para sus testículos, acariciándolos con mis manos y sintiendo su pecho. Me llevé primero uno a la boca y después los dos, succionándolos mientras lo masturbaba. Benji volvió a estar erecto y decidido.

—No lo hagas dentro—susurré estirando mis brazos hacia él, tomándolo de las muñecas con mis manos y recostándome en el suelo la espalda contra este—. Ámame como aman los hombres.

Él sonrió arrodillándose y apoyándose en mis rodillas. Abrió bien mis piernas y entró jadeando, pero con fuerza y un ritmo suave que me arrancó varios suspiros. Pronto estábamos gimiendo de nuevo, mi cabeza se movía de un lado a otro y mis manos estaban aferradas a sus brazos. Él tenía las manos apoyadas a ambos lados de mis caderas y mis rodillas apretaban su cuerpo contra mí. Aparté mis manos de sus brazos con suaves caricias, tentando su pecho y dejando leves arañazos en su vientre, para colocarlas en sus glúteos y clavarlas. Pegaba a mi pequeño contra mí sintiendo su cuerpo estremecerse. No me importaba que mi miembro estuviese desatendido, pues un virgen siempre olvidaba en esos momentos pequeños detalles.

—Me vengo—dijo tras un largo rato de silencio sólo roto por la respiración agitada, los gemidos y gruñidos que ambos nos regalábamos.

—Sal—le ordené.

Él me obedeció mirándome confuso y excitado, pero entonces tuvo que cerrar los ojos al notar como engullía su miembro. Liberó aquel torbellino de esencias en mi boca mientras le miraba. Me abrazó la cabeza con sus manos y agachó la suya. Sus ojos estaban cerrados y sus labios bien abiertos en un grito silenciado por un jadeo.

Me aparté de él bebiendo todo su esperma mientras le miraba sin pestañear. Cuando me levanté lo arrodillé frente a mí e introduje entre sus labios el mío. Su boca se abrió mientras sus enormes ojos se clavaban en los míos. Sonreí con ternura apartando sus cabellos y comencé a moverme entre sus labios.

—Sólo oculta tus dientes tras sus labios—indiqué tomándole bien de su pequeña cabeza.

Mi sexo era algo mayor en proporciones, pero no era tanta la diferencia como podría ser a simple vista. Su lengua acariciaba con timidez la piel y sentía como sus labios hacían una agradable presión. Tomé sus manos para llevarlas a mis caderas y sonreí al escuchar que gemía ahogado.

—Quiero estar en ti—dije en un murmullo provocando que se apartara.

—Hazlo, por favor—rogó recostándose en la alfombra.

Su pecho pecho subía y bajaba como acto reflejo, pues aún estando muertos y sin necesidad de aire seguíamos respirando y aceptando que nuestros pulmones se llenaran, mientras sus piernas temblaban por lo que iba a ocurrir.

Jamás había hecho algo así con otro hombre. Siempre había estado del otro lado de la cama. Sin embargo me invadía la necesidad de ofrecerle a Benji todo el placer que a mí me había dado. Necesitaba que él comprendiera hasta que punto era deseable estar en mi lugar. No había acomodado su entrada, pero al introducir dos de mis dedos él gimoteó.

—Tranquilo, tranquilo mi amor—susurré decidiéndome aún.

No obstante entré en él y gritó con cierta carga de dolor dentro de aquel universo de placer. Sus brazos, delgados y morenos, fueron a rodear mi cuello mientras yo lo besaba. Aquellos besos tiernos iniciales habían dado a otros llenos de lujuria. No eran lentos sino rápidos y furiosos, tan furiosos como puede estar un hombre en mitad del sexo. El sentirme tan aprisionado provocó que gimiera aún más fuerte que cuando me penetraban. Él jadeaba con el rostro hacia el lado derecho y con el ceño fruncido.

Duré relativamente poco, pues había contenido el momento para ofrecerle aquel instante. Él volvió a llegar, pero sin a penas liberar un poco de esperma, pero yo lo bañé a él ofreciéndole a su rugoso interior, el cual era estrecho y muy húmedo, un cálido recuerdo.


Esa mañana dormimos juntos, sin la compañía de Sybele, completamente agotados y enredados. Su cabello se mezclaba con el mío, nuestras piernas se encontraban entrelazadas y nuestras manos cerradas en como si estuviésemos jurándonos una promesa de amor eterno. Para mí no hacía falta esa promesa pues hacía décadas que había decidido amarlo. Él era gran parte de mi corazón y felicidad. Se había convertido en un excelente ladrón pues había robado mi corazón sin sospecharlo, sin echar en falta éste y sobre todo deseando que siga entre sus manos.   

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt