Bonsoir mes amis les dejo este encantador fic de Armand y Benji. Espero que sepan apreciarlo.
Lestat de Lioncourt
Desde hacía algunas semanas había
decidido realizar ciertos experimentos basándome en libros que había
adquirido recientemente. Internet me aportaba una base increíble de
información y en ocasiones también era un buen lugar para comprar
productos. Decidí hacer algunas compras con la tarjeta, hundirme en
el consumismo que rodea la sociedad moderna y adquirir varios libros
sobre experimentos fáciles que podría realizar. Uno de los libros
era en realidad un regalo para Benji. Pensé que podría promover en
él ese deseo de comprender el mundo a través de las letras y los
experimentos caseros.
El libro llegó una noche de lluvia.
Esas noches en las cuales uno desea permanecer en casa, escuchar el
sonido del aguacero y sentir la calefacción envolviéndote mientras
la televisión te atonta el cerebro. Sin embargo el mensajero había
llegado casi al borde de las ocho de la tarde. La noche ya era
cerrada al ser invierno y también por la tormenta.
—Dybbuk ha llegado un paquete para
ti—dijo con una ancha sonrisa entrando en el salón.
—¿Has firmado por mí?—pregunté
rogando porque así hubiese sido. El libro ya estaba pagado con
tarjeta y sólo tendría que pagar el recibo de su llegada. No quería
moverme del salón porque estaba demasiado cómodo bajo las mantas.
Sybelle se hallaba sentada ante el
piano tocando con excelente precisión y pasión aquella pieza. Sus
dedos se movían rápidos y su mirada relampagueaban. Tanto Benji
como yo la habíamos vestido. Tenía un hermoso vestido de gasa
blanco que caía lánguidamente sobre su cuerpo, realzaba su busto y
dejaba ocultas sus piernas. Era como ver tocar a un ángel. De fondo
estaba la televisión prendida en un canal de documentales sobre el
canto de las distintas aves. Ella a veces era para mí un ave exótica
que tenía su propio canto en silencio.
Si no me había movido hacia la puerta
al sonar el timbre es porque pensé que algunos de mis criados,
personas con años de servicio bajo mi techo y protección, iría.
Pero fue él. Su curiosidad siempre le incitaba a moverse con cierta
desenvoltura. Sus enormes ojos oscuros y sus labios en forma de
corazón le ofrecía a su rostro algo redondeado, de finos rasgos
árabes, una belleza cautivadora. Sus mechones negros algo ondulados,
de un cabello tan negro y espeso, eran una maravilla. Y aunque vestía
ropas simples se veía que la educación que yo le había dado, y que
esperaba que nunca se perdiera en su memoria, hacía efecto en él.
—Sí—respondió asintiendo
suavemente con su cabeza mientras se acercaba abriendo el sobre—.
¿Qué es?
—Un libro de ciencia para niños. He
pensado que sería adecuado que comenzaras a mostrar interés
desplegando tu curiosidad en algo más allá que el hurto. Además
podríamos hacer cosas juntos— su mirada no me gustó. No parecía
molesto pero sí algo entristecido—. Ven aquí mi amor— dije
abriendo los brazos esperando que se aproximara un poco más—. Dime
que sucede.
El papel había caído a sus pies, los
cuales estaban descalzos y sólo ocultos tras unos calcetines algo
gruesos que yo le había comprado. La ropa, el calzado y cualquier
cosa que necesitase terminaba siendo adquirida por mí ya fuera por
medio de webs de ropa infantil o compradas en grandes almacenes. Me
sabía su talla de memoria y me gustaba observarlo con mis obsequios.
Sin embargo poco a poco dejaba ver sus gustos hacia ropa más sobria.
Parecía haber crecido ante mis ojos sin percatarme. Aún así ese
libro era para niños y poseía instrucciones para hacer jabón,
pequeños filtros de agua o volcanes que escupieran lava que no era
más que un compuesto químico.
—Es para niños—susurró intentando
acomodar una sonrisa en sus labios, pero se vio tan entristecida y
falsa que mi corazón sufrió un vuelco.
Se aproximó a mí quedándose sobre
mis piernas, apoyando su cabeza en mi pecho, mientras el libro caía
al suelo. Mis manos rápidamente fueron a dejar suaves caricias en
sus mejillas, pasando mis dedos por sus cabellos, mientras dejaba
tiernos besos en su frente despejada. Sabía que ese momento podía
llegar. En ocasiones me preguntaba como sería yo si hubiese crecido
unos años más, tan sólo unos años, convirtiéndome en un hombre
de verdad con barba y la voz varonil. Él debía estar en esa etapa.
Actualmente tendría algo más de treinta años, un aspecto mucho más
masculino y una estatura envidiable. No obstante él lo deseó. En un
principio no parecía dolido ni molesto por su decisión. Pero son
niños y los niños a veces son inconscientes.
—Es meramente introductorio. Son
cosas divertidas que podemos hacer. No creo que quieras diseccionar
cuerpos y torturar a otros vampiros por el mero hecho que yo lo
hago—susurré rodeándolo con mis brazos como haría un padre o una
madre—. Amor mío... cariño mío...—no sabía que decirle o como
enmendar mi error.
—Si...—musitó mirándome con esos
enormes ojos que me torturaban con cierta tristeza—. Si fuera un
hombre, más allá de mis sentimientos y los años que han pasado,
podría tal vez ser parte de tus amantes ¿podría?—aquello me hizo
quedar atónito.
Sybelle debió escucharlo pero ella no
dejaba de tocar. Estaba embelesada con la melodía hasta un punto de
no retorno. Él se aferró a mí y yo lo estreché firmemente
conteniendo el aliento y las palabras. Era un comentario anómalo en
él. Sin embargo había visto claras muestras de su deseo por ser un
hombre, comportarse como tal y tener los privilegios de uno. Quería
entrar en locales que estaban vetados para muchachos y por supuesto
no podía hacer todo lo que un hombre quisiera. Su escaso tamaño le
traía grandes ventajas a la hora de cazar, pero también
dificultades para ser del todo feliz.
—Amor mío—susurré agachando mi
rostro para apoyar frente con frente. Sonreí con cierto dolor por
mis siguientes palabras, pues sabía que harían mella en él—. Tú
siempre serás un hombre y un niño. Niño en apariencia y hombre por
tu comportamiento. Te has mostrado tierno y dulce, pero eres listo y
sincero. La sinceridad la pierden los adultos al igual que la ternura
y la dulzura que a veces me ofreces. Tu mente es rápida, más que la
de cualquier otro que he conocido, y eso te hace ser alguien muy
especial para mí. Pero sobre todo no dudes jamás que eres uno de
mis grandes amores. Tú has hecho que deje de pensar que el mundo
está lleno de oscuridad— deposité un beso en cada una de sus
mejillas y lo tomé del rostro presionando con mis pulgares sus
rasgos, dejando caricias suaves similares a las de una madre—.
¿Crees que amo a otros más que a ti? Eso es una infamia.
—¡Con ellos gozas en la cama y gimes
como fulana! ¡Para mí sólo hay migajas!—dijo incorporándose
molesto—. Ya no quiero ser un niño. Estoy harto de ser un niño a
tus ojos. Ni siquiera soy un niño a ojos de Sybelle o Marius. Tú
sigues viéndome como un niño. Te burlabas de Louis y Lestat por ver
a Claudia como su pequeña damita, su muñeca... ¿y yo que soy? Me
vistes como tú quieres y me ofreces regalos para niños. ¡Soy un
adulto!—jamás se había portado de ese modo y eso me asustó—.
Has permitido que tu viejo verdugo volviese de los infiernos, se
quedase a tu lado y te maltratara. Caes ante cualquier varón que
pueda hacerte gozar en la cama, pero a mí no me permites siquiera
que vea otros pechos que no sean los de Sybelle. ¡Quiero ser adulto
aunque tenga este cuerpo!
Sybelle paró de tocar mirándonos a
ambos. Tenía cierto aire de preocupación en su mirada y sus labios
se habían abierto suavemente. Estaba sorprendida por ese cambio de
actitud. Sin embargo él agachó el rostro y apretó los puños
quedando frente a mí. No se movió para huir a su habitación, sino
que quedó ahí esperando quizás que lo abrazara.
—Cariño mío—dije con una leve
sonrisa intentando mitigar los golpes de sus palabras. Era cierto que
me entregaba a hombres que me dañaban, entre ellos estaba Marius y
el otro era Santino, y por ello él estaba de ese modo. Verme tirado
en el suelo como si fuera un vulgar objeto de deseo le había
dañado—. Escúchame pequeño.
—No quiero más mentiras o
cuentos—susurró con la voz entrecortada.
De inmediato me arrodillé ante él
tomándolo de las manos. Las mantas cayeron mostrando mi pijama. A
penas me había cambiado debido al deseo de estar cómodo con ellos,
con los dos grandes amores de mi vida. Besé sus dedos y las llevé a
mi cuello, rozando así el borde de la camisa de pijama, para luego
levantarme con él entre mis brazos.
—Sybelle permite que calme a Benji—mi
voz se escuchó firme aunque temblaba.
Él no me apartó, pero sentí que no
deseaba estar entre mis brazos. Era como si me apuñalaran el corazón
mil veces. Sentía una impotencia que entumecía mis brazos y hacía
flaquear mis piernas. Sus cabellos rozaban mi nariz mientras me
desplazaba con él cargado entre mis brazos, aferrado a mí como si
fuera el santo grial que fuese a salvar al mundo. Él no era una
reliquia, pero salvaba mi vida y era más importante que cualquier
objeto material, por caro o único que fuese.
Entramos en mi dormitorio, donde
ocasionalmente dormía Sybelle junto a mí y también el pequeño que
tenía entre mis brazos. Para mí era un niño aunque con la
inteligencia de un adulto. Su cara redondeada y sus travesuras me
alejaban de la verdad. Él era un hombre, con necesidades y derechos.
Estaba rompiendo sus privilegios como tal impidiéndole crecer frente
a mí.
Acomodé su cuerpo junto al mío en
aquel lecho de sábanas revueltas. Las hermosas esculturas que
decoraban la esquinas de la habitación tenían un aspecto
amenazador, debido a la tormenta y la luz que penetraba por la
ventana, pero aún así eran hermosas. Estaba rodeado de
electrodomésticos y tecnología avanzada, así como de muebles
sacados del mejor anticuario pero con un toque moderno, muy sutil
pero notable para mí. Benji en aquella cama, rodeado de aquel lujo y
confort, parecía un niño perdido en una isla desierta.
—Deseas ser un hombre frente a
mí—dije apartando algunos mechones de su flequillo—. Deseas
serlo antes que sientas una cólera inmensa y quieras destruirme.
Porque fue mi amor por ti el motivo por el cual decidiste hacer
esto—giró su rostro hacia la ventana intentando evitar mis ojos
puestos en él.
Me había sentado en el borde de la
cama y tocaba su rostro, cabellos y cuello con delicadeza. Tenía una
piel sedosa, igual que su cabello, y un cuerpo duro debido a la
sangre de Marius. A pesar de haber parado de crecer era esbelto y
tenía cierta musculatura. Era un adolescente que encerraba a un
hombre con una belleza arrolladora, pues su alma era tan hermosa que
a veces ganaba la batalla y me perdía en el deseo de estrecharlo
entre mis brazos y amarlo. Quería amarlo como él me amaba en ese
instante. Deseaba darle mi amor como hacía ocasionalmente con
Sybelle y aún hoy hago con Marius pese a todo.
—Está bien—susurré levantándome
para quitarme la parte superior del pijama.
Él me miró desabrochar cada botón
con seguridad y algo de violencia, aunque intentaba no romperlos ya
que era un regalo suyo. Aquel pijama cómodo y caliente lo había
conseguido él para mí. No pregunté su procedencia porque temí la
respuesta. Benji era como una pequeña urraca que todo lo que veía
hermoso, o de valor, terminaba en sus manos.
—¿Qué estás haciendo?—dijo
frunciendo suavemente su ceño.
—Entregarme a un hombre—susurré
deshaciéndome de la parte de arriba para tirarla al suelo, a un
rincón, y hacer lo mismo con los pantalones y la ropa interior.
Mi cuerpo desnudo no era un misterio
para él. Me había visto cientos de veces desnudo en la bañera, a
su lado, permitiendo que me enjabonara y acariciara la espalda
dibujando líneas sobre mis omóplatos. Del mismo modo que el suyo no
era en absoluto un misterio.
—¿No te importa que físicamente
siga siendo un niño?—murmuró mientras me sentaba de nuevo a su
lado.
—Adolescente del mismo modo que yo
lo soy—respondí recostándome mientras deslizaba mi mano por su
camiseta.
Aproximé con calma mi rostro al suyo y
besé suavemente sus labios. Él abrió su boca y permitió que mi
lengua se colara acariciando la suya. Eran besos suaves y mesurados.
Jamás había besado a alguien con tanta ternura y sosiego. Me sentía
perdido en un mundo de miles de dudas, pero sus manos tomaron mi
rostro acariciándome con aquel cariño que nunca me demostraban.
Sybelle me daba su amor, pero era un amor femenino. Su pasión era
desmesurada y en ocasiones completamente inesperada. El tierno amor
que él sentía hacia mí, como yo hacia él, era firme e intenso
pero se mostraba de momento menos sensual y eso me confundía.
Lentamente fui quitando su ropa, aunque
él colaboró porque parecía haber tomado la decisión de dejarse
llevar como yo lo hacía, y ambos comenzamos a besarnos dejando
caricias por nuestros torsos, piernas, brazos y espalda. Mis dedos
jugaron por su nuca provocando que tuviese algunos escalofríos.
Aquellos cabellos cortos que tenía, tan suaves y algo rizados, me
encantaban. Mis labios se posaron en su pecho y rozaron sus pezones.
Tenía un pequeño torso que aún se
estaba formando en el momento en el cual se paró su crecimiento. Las
costillas se marcaban, como sus clavículas, y poseía unos escasos
mechones alborotados bajo su ombligo. No era el cuerpo de un niño y
tampoco el de un adulto. Poseía unos pezones color canela, algo más
oscuros que su piel, y estaban endureciéndose debido a mis juegos.
La punta de mi lengua dibujaba el círculo de la areola que poseía
cada uno, para luego posar mis labios con tímidos besos y mordiscos
más arriesgados. Él suspiraba abriendo sus piernas para enredarlas
con las mías.
No dudó en buscar mi boca en más de
una ocasión, como si mis besos insuflaran un poco de valor para lo
que estábamos dispuestos a cometer. Las caricias eran suaves,
lentas, llenas de respeto y sobre todo sorprendentemente agradables.
Mis dedos se deshacían en caminos sinuosos por sus caderas hasta sus
muslos y él cerraba sus ojos, abría suavemente sus labios y
jadeaba.
—Te mostraré todos los tipos de
placer que existen—dije apoyando mi mentón en la cruz de su pecho.
Él me miró con los ojos entrecerrados
y las mejillas coloreadas. Tenía los labios algo rojos por los besos
que nos habíamos regalado y sus manos se perdían por mis mechones.
Sabía que amaba mi cabello por el color tan extraño que poseía,
así como jugar con sus dedos por mis mejillas y tomarme de las manos
para que bailara a su ritmo. Conocía bien su amor y la ternura que
él rezumaba, esa misma que era posible que yo le arrancara para
siempre y que por ello temía todo lo que estábamos haciendo.
Hundí entonces mi cabeza entre sus
piernas y tomé su sexo con mis labios. Primero besé su glande y
dejé una pequeña lamida. Él suspiró incorporándose con aquellos
ojos llenos de curiosidad, los mismos que pronto me mirarían con
deseo. Cuando sintió que me llevaba todo su miembro a la boca,
presionándolo y humedeciéndolo, se dejó caer en la cama y empezó
a gemir.
—Quiero estar dentro de ti—dijo
sorprendiéndome—. Quiero hacerte mío.
Me aparté para verle a los ojos
mientras me sentaba en la cama. Su rostro estaba perlado de gotas
sanguinolentas, las cuales caían como pequeñas lágrimas hacia al
almohada y cuello. Tenía también zonas algo coloreadas en sus
hombros o caderas. Estaba emanando un calor delicioso y dándole un
aspecto vulnerable. Él quería ser quien me conquistara y por lo
tanto tomar el lugar de Marius, o cualquier otro, para quizás
hacerme olvidar que ellos existían.
Sonreí aproximándome a sus labios,
cayendo sobre su cuerpo y buscando como sentarme en sus caderas. Él
me miró confuso tomándome de las manos y yo me eché a reír.
Liberé la mano derecha para acariciar sus cabellos, echando a un
lado varios mechones, y empezar entonces a penetrarme. Hice que
entrara en mí arrancando de sus labios un fuerte gemido, muy similar
al que yo le ofrecí, mientras mis manos se alojaban en su pecho y
caminaban hacia sus frágiles hombros.
—¡Benji!—gemí sintiendo su mirada
enfocada en mí, sin perder detalle de mi rostro completamente
enrojecido y mi cuerpo encendido—. Así, mi amor... así... así
cariño.
Sentí como sus caderas se movían
suavemente mientras le iba guiando. Por instinto me había tomado de
la cintura, pero su ritmo era suave y estaba nervioso como cualquier
hombre en su primera vez.
—Te amo Armand—mi nombre entre sus
labios sonó extremadamente erótico. Su tono era sensual y aquellos
largos gemidos eran como los de un hombre adulto. Sus manos
acariciaban mis caderas y las apretaban con deseo, viajando estas
hasta mis nalgas para apretarlas y poder sentir aún más estrecho—.
Te amo.
—Y yo—balbuceé—. Te amo Benji.
Te amo—mis ojos se habían llenado de lágrimas por el placer y la
emoción que sentía.
Amaba a Benji desde que él me abrazó
por primera vez, pues su ternura me había conquistado desmoronándose
por completo mi insensible máscara. La rudeza con la cual me había
tratado la vida se vio recompensada por su sonrisa, el calor de sus
manos contra mi rostro y sus pequeños labios apretándose en mi
mejilla. Amaba a ese pequeño diablo que corría descalzo por la
casa, me perseguía a cualquier fiesta y a veces dormitaba aferrado a
uno de los libros que yo le compraba.
Sybelle y Marius también estaban en mi
corazón, pero el amor que sentía por él era más dulce y menos
contaminado por la crueldad humana. Sybelle había vivido episodios
de terrible dolor y Marius contenía una ira tremebunda que incluso
explotaba contra mí. Él parecía ser el bálsamo de mis heridas.
—Benji... —dije temblando sobre él
cuando su pequeño miembro tocó aquel delicado punto—. Ahí,
ahí...
Comencé a moverme rápido y
desesperado. Gemíamos al unísono mientras nuestras manos se
buscaban, entrelazándose. Mis dedos se fundían con su manos y los
suyos en las mías. Botaba sobre él y me movía en círculos
mientras él agitaba su pelvis. Tenía la cabeza echada hacia atrás,
mi cabello caía en cascada rojiza sobre mis hombros y contra mi
columna vertebral. Estaba completamente empapado en sudor y sentía
ciertos calambres en mi vientre. Ese suave cosquilleo me decía que
eyacularía pronto.
—Más... más... —dije ahogado
saliendo de él para bajar al suelo y gatear hacia la alfombra.
Allí, acariciando aquella obra de arte
con cientos de flores bordadas, abrí mis piernas y alcé mis nalgas.
Mi torso quedó pegado al suelo, mis rodillas clavadas y mis brazos
desde la muñeca hasta el codo también apoyados contra la alfombra.
—Dame como todo un hombre. Párteme
en dos—susurré de forma lasciva mirándole por encima de mi hombro
derecho, ya que había girado suavemente mi rostro. Mis cabellos
estaban algo enmarañados pero se veían mis ojos café
centelleando—. Benji...—jadeé mordiéndome el labio inferior
para soltar aquel erótico gemido.
Él se levantó algo aturdido, pero
listo para tomarme y hacerme suyo como le rogaba. De inmediato se
puso en mi espalda tomándome de las caderas y mirándome como lo
haría un hombre. Sus ojos no eran los de un niño, sino los de un
adulto que me recorría con gula y satisfacción. Me penetró
provocando que temblara y empecé a moverme igual que una casquivana.
Era su puta en esos momentos y lo era con una satisfacción brutal.
—Dime cosas sucias amor mío. Dime lo
más sucio que conozcas—dije pegando mi rostro al suelo, pues mis
hombros rozaban justo el borde de la tela—. Dime lo puta que soy.
—No puedo—murmuró temblando
mientras me clavaba las uñas en las caderas.
—Sí puedes y debes—respondí con
la vista nublada.
—Eres una zorra y voy a
domesticarte—balbuceó mientras yo reía entre gemidos.
Ni siquiera podía evitar tener un tono
dulce en medio de ese tormento de palabras llenas del pecado de la
carne. Él era lujurioso, pero su voz aniñada y su respeto hacia mí
le impedían parecer sincero con aquella simple oración.
—Algo más fuerte mi amor—dije
antes de notar como me daba un fuerte azote que me hizo gemir igual
que si lo hubiese hecho Marius.
—No eres más que una puta—gruñó—.
Gime fuerte para tu hombre. Soy tu hombre y quiero escuchar tus
gemidos de zorra.
Esa frase era de Marius, pero en ese
momento no me percaté. Sin embargo, reflexionando más tarde razoné
que él nos escuchaba, y posiblemente observaba, cuando venía a
buscar un poco de calor entre mis piernas. Un calor que pocas veces
le ofrecía Pandora y que yo siempre estaba dispuesto a regalarle.
Entonces, mientras gemía gozando de
sus palabras, él llegó derramándose por completo en mi interior.
Yo aún no había llegado, pero nada más sentir aquel cálido
torrente me dejé llevar. Caí arrastrado por una fuerte corriente de
placer que me hizo caer de bruces por completo. Al incorporarme hice
que él me se apartara y me mirara. Sus ojos eran seductores y
tiernos. Tenía el rostro completamente rojo por la sangre y el
esfuerzo.
—¿Me deseas?—pregunté girándome
para abrirme de piernas para él—. Benjamín ¿me deseas?—él
miró el espeso líquido, el cual salía de mi entrada y que no era
más que su semen, completamente absorto.
Decidí que merecía algo más que una
sola vez, así que me arrodillé y empecé a lamer su miembro
manchado por aquel salada y espesa leche que él tuvo para mí. Mis
ojos se fijaron en los suyos mientras sus pequeñas manos se apoyaron
en mi cabeza. Él podía notar como mi lengua se enroscaba por todo
su sexo, así como mis labios llegaban a la base acariciando su
escroto. También tuve tiempo para sus testículos, acariciándolos
con mis manos y sintiendo su pecho. Me llevé primero uno a la boca y
después los dos, succionándolos mientras lo masturbaba. Benji
volvió a estar erecto y decidido.
—No lo hagas dentro—susurré
estirando mis brazos hacia él, tomándolo de las muñecas con mis
manos y recostándome en el suelo la espalda contra este—. Ámame
como aman los hombres.
Él sonrió arrodillándose y
apoyándose en mis rodillas. Abrió bien mis piernas y entró
jadeando, pero con fuerza y un ritmo suave que me arrancó varios
suspiros. Pronto estábamos gimiendo de nuevo, mi cabeza se movía de
un lado a otro y mis manos estaban aferradas a sus brazos. Él tenía
las manos apoyadas a ambos lados de mis caderas y mis rodillas
apretaban su cuerpo contra mí. Aparté mis manos de sus brazos con
suaves caricias, tentando su pecho y dejando leves arañazos en su
vientre, para colocarlas en sus glúteos y clavarlas. Pegaba a mi
pequeño contra mí sintiendo su cuerpo estremecerse. No me importaba
que mi miembro estuviese desatendido, pues un virgen siempre olvidaba
en esos momentos pequeños detalles.
—Me vengo—dijo tras un largo rato
de silencio sólo roto por la respiración agitada, los gemidos y
gruñidos que ambos nos regalábamos.
—Sal—le ordené.
Él me obedeció mirándome confuso y
excitado, pero entonces tuvo que cerrar los ojos al notar como
engullía su miembro. Liberó aquel torbellino de esencias en mi boca
mientras le miraba. Me abrazó la cabeza con sus manos y agachó la
suya. Sus ojos estaban cerrados y sus labios bien abiertos en un
grito silenciado por un jadeo.
Me aparté de él bebiendo todo su
esperma mientras le miraba sin pestañear. Cuando me levanté lo
arrodillé frente a mí e introduje entre sus labios el mío. Su boca
se abrió mientras sus enormes ojos se clavaban en los míos. Sonreí
con ternura apartando sus cabellos y comencé a moverme entre sus
labios.
—Sólo oculta tus dientes tras sus
labios—indiqué tomándole bien de su pequeña cabeza.
Mi sexo era algo mayor en proporciones,
pero no era tanta la diferencia como podría ser a simple vista. Su
lengua acariciaba con timidez la piel y sentía como sus labios
hacían una agradable presión. Tomé sus manos para llevarlas a mis
caderas y sonreí al escuchar que gemía ahogado.
—Quiero estar en ti—dije en un
murmullo provocando que se apartara.
—Hazlo, por favor—rogó
recostándose en la alfombra.
Su pecho pecho subía y bajaba como
acto reflejo, pues aún estando muertos y sin necesidad de aire
seguíamos respirando y aceptando que nuestros pulmones se llenaran,
mientras sus piernas temblaban por lo que iba a ocurrir.
Jamás había hecho algo así con otro
hombre. Siempre había estado del otro lado de la cama. Sin embargo
me invadía la necesidad de ofrecerle a Benji todo el placer que a mí
me había dado. Necesitaba que él comprendiera hasta que punto era
deseable estar en mi lugar. No había acomodado su entrada, pero al
introducir dos de mis dedos él gimoteó.
—Tranquilo, tranquilo mi amor—susurré
decidiéndome aún.
No obstante entré en él y gritó con
cierta carga de dolor dentro de aquel universo de placer. Sus brazos,
delgados y morenos, fueron a rodear mi cuello mientras yo lo besaba.
Aquellos besos tiernos iniciales habían dado a otros llenos de
lujuria. No eran lentos sino rápidos y furiosos, tan furiosos como
puede estar un hombre en mitad del sexo. El sentirme tan aprisionado
provocó que gimiera aún más fuerte que cuando me penetraban. Él
jadeaba con el rostro hacia el lado derecho y con el ceño fruncido.
Duré relativamente poco, pues había
contenido el momento para ofrecerle aquel instante. Él volvió a
llegar, pero sin a penas liberar un poco de esperma, pero yo lo bañé
a él ofreciéndole a su rugoso interior, el cual era estrecho y muy
húmedo, un cálido recuerdo.
Esa mañana dormimos juntos, sin la
compañía de Sybele, completamente agotados y enredados. Su cabello
se mezclaba con el mío, nuestras piernas se encontraban entrelazadas
y nuestras manos cerradas en como si estuviésemos jurándonos una
promesa de amor eterno. Para mí no hacía falta esa promesa pues
hacía décadas que había decidido amarlo. Él era gran parte de mi corazón y felicidad. Se había convertido en un excelente ladrón pues había robado mi corazón sin sospecharlo, sin echar en falta éste y sobre todo deseando que siga entre sus manos.
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