El monstruo perfecto es un texto de Armand y Louis. Son parte de unas breves memorias de Armand sobre quien fue su compañero durante algunas de´cadas.
Lestat de Lioncourt
—El mundo ha cambiado para ti—dije
sin ser invitado.
Se hallaba en un enorme salón. Olía
fuertemente a cera, pero también a tinta, y las pequeñas llamas de
las velas se movían insinuantes mientras dejaban pequeños
fragmentos de luz. Estaba sentado en un escritorio estilo vitoriano.
Los detalles eran magníficos y las flores talladas, y engarzadas en
pan de oro, parecían surgir de un prado cargado de fantasía. Su
espalda se hallaba encorvada y parecía escribir.
Nadie me había dado paso en su inmensa
mansión donde se guarecía del resto de inmortales. Él quería
tener sus momentos de intimidad lejos de las suntuosas fiestas que
solían ofrecerse en Villa Lioncourt. La mansión sureña de Lestat
era conocida como El Jardín Salvaje, pero también con ese sutil
guiño a su persona. Él huía de los increíbles jardines repletos
de mortales y las risas que estallaban en las diversas salas. Aquel
lugar cubierto de mármol, hermosos cuadros de paisajes bucólicos y
muebles de anticuario era su santuario.
Su cabello negro caía en elegantes
ondulas sobre sus hombros, cubriendo parcialmente su espalda, y las
prendas que había elegido le daban un aspecto elegante, aunque de
otra época. Llevaba una camisa de chorreras blanca, un chaleco verde
cacería con estampados verde prado, botas de cuero y pantalones
negros. Quería tocarlo, pero no me atrevía.
—Louis—musité aproximándome sin
hacer ruido.
—Me encuentro ocupado—respondió
dejando la pluma a un lado para girarse hacia atrás.
Quise abrazarlo como si fuera un ángel
misericordioso, acariciar su rostro y pasar mis dedos por aquellas
hebras tan oscuras. Sin embargo su mirada esmeralda me paralizó. Su
rostro tenía un aspecto extremadamente hermoso, con sus pómulos
marcados y sus labios sutiles sonriéndome con cierto desafío. Di un
paso atrás aguardando sus movimientos.
—¿Qué deseas?—preguntó
acercándose a mí.
Su ropa era muy distinta a la mía.
Sólo llevaba un jersey de cuello tortuga en tono celeste, unoos
pantalones tejanos deslavados y unas deportivas blancas. Tenía el
pelo suelto, revuelto y algo sucio por haberme arrastrado por ciertas
calles para conseguir mis víctimas.
—Armand—susurró mi nombre antes de
inclinarse para mirarme directamente a los ojos.
—Saber de ti—dije encogiéndome de
hombros.
Sus labios se posaron sobre los míos e
instintivamente respondí ese beso, un beso que me electrocutó
provocando que dejara mis manos sobre su chaleco. Su lengua se hundió
en mi boca y comenzó a dominarme. Mi alma se agitó recordando
aquellas veces donde fui suyo, inevitablemente suyo. Mi cuerpo tembló
pegándome a su figura mientras sentía sus brazos rodeándome. Sabía
que ya no era aquel inmortal conocí, el cual temía vivir solo, sin
embargo sentí la emoción de aquellas primeras veces.
Sus manos acariciaban mi espalda
adentrándose bajo mi camiseta, jugando con sus dedos por mi columna,
mientras yo buscaba como sujetarme a él. Mis ojos se cerraron
mientras mis mejillas se coloreaban. Deseaba que me hiciese suyo,
pero entonces paró apartándome mientras reía negando con la
cabeza.
—¿Tan desesperado estás?—preguntó
mirándome con aquellos enormes y profundos ojos verdes.
—Yo...—cerré los ojos intentando
no desvanecerme. La ira y el dolor atenazaron mi alma.
—Posiblemente has vuelto a tropezar
con Marius y él se ha burlado de tus sentimientos. Tal vez incluso
has ido a llorar cerca de otro hombre, o mujer, pero no has logrado
burlar los sentimientos encontrados que tienes hacia Daniel o Marius.
Ellos siempre serán tus grandes adoraciones aunque Benji y Sybelle
te den su compañía. Molloy representa tu fracaso y Marius la
derrota—aquellas palabras se escuchaban frías, pero sinceras, y
las noté en mi corazón como navajas que se clavaron en mi pecho
ahogándome.
—¿Por qué?—susurré tembloroso a
punto de romper a llorar.
Él me torturaba porque había ocultad
la verdad de Claudia. Nunca me perdonó por completo todo lo que
había ocurrido. Desde que comprendió mis silencios, al narrar la
historia a David, se convirtió en un ser lleno de odio que deseaba
derramar sobre mí como si fuese lava.
Se paseaba por la sala apagando las
velas una a una, dejando que sus pasos elegantes se perdieran en las
sombras, hasta que con la última, entre sus largos dedos, iluminó
su rostro hasta que se apagó de un soplido. Segundos más tarde caí
al suelo derribado por su figura, la cual me arrancaba la ropa
mientras mordía mi cuello.
El ser que tenía sobre mí no era para
nada el vampiro de mirada bucólica, sino un salvaje con lengua
afilada y hermoso rostro. Sus besos eran fieros y podía notar sus
dientes romper mis labios. Sin embargo fue su miembro, completamente
duro, lo que me hizo gritar al introducirse entre mis piernas. Mi
espalda se alzó del suelo y mis manos quisieron impedir que
siguiera, pero rápidamente me dejé hacer gimiendo como una puta
barata. Su lengua rodeaba mis pezones y los succionaba con sus
labios, los largos dedos de su mano derecha me estimulaban apretando
mi glande y la mano zurda tiraba de mis cabellos pelirrojos.
—¿Esto viniste a buscar?—su voz
era algo más ronca que lo habitual, pero sin duda tenía ese acento
que tanto me excitaba—. ¡Responde!—gritó.
—Louis... —susurré llevando mis
manos a su rostro para palparlo en la oscuridad. Sus facciones
perfectas me hacían desearlo.
Llegué a un orgasmo rápido y
violento, pero aún fue más violento apreciar como él salía de mi
interior para salpicar mi rostro y torso con su esperma. Me había
marcado como si fuera un animal. Mis piernas temblaban completamente
abiertas como si aún esperaran abarcarle. Quería tocarlo, pero él
se alejaba precipitadamente hacia la puerta. Escuché un fuerte
portazo y yo quedé allí tirado en mitad de la oscuridad, con el
olor a cera impregnando todo como si estuviera en mitad de una
iglesia y el murmullo silencioso de los libros.
Me percaté entonces que yo no había
dejado de llorar. Mis lágrimas corrían por mis mejillas
manchándolas con riachuelos rojizos, perdiéndose en mi cuello y
cabellos. Allí tirado como si no valiera nada, ni siquiera una
mísera oración por mi alma, comprendí que seguía siendo el
chiquillo que llevaban rumbo a ninguna parte en un barco sin nombre,
con una tripulación terrible y con el olor a mar impregnado con las
sucias sábanas que me ofrecían.
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