Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 14 de marzo de 2014

Aquel frío

David nos comparte una de sus más terror

Lestat de Lioncourt 

Aquel frío


Hacía unos años que había regresado de Brasil. La orden me había vuelto a brindar su apoyo. Ya no era un novicio ni era tratado como tal. Las noches en la biblioteca eran habituales. Podía escuchar crujir cada mueble debido a la humedad, las distintas pisadas por el pasillo y el murmullo de mis pensamientos recordándome que el lugar donde estaba sería mi hogar, país y vida. Había aceptado por completo ser uno de ellos y olvidarme de mis investigaciones arriesgadas, salvo que la orden las aceptara y me indicara diversas directrices a seguir. Acepté por lo tanto ser un santo entre condenados. Iba a ser un detective de almas, nada más y nada menos. Cumpliría con el protocolo y estudiaría noche tras noche entre los viejos volúmenes.

Sin embargo algo llamó mi atención. La sala poseía varias chimeneas, un cuidadoso suelo de madera y diversas ventanas de doble hoja para evitar corrientes de aire o frío. No obstante la temperatura descendía a un ritmo alarmante. Mi jersey de gruesa lana era insuficiente y podía sentir, justo a mi espalda, una presión continua. Me giré suavemente volteando la cabeza primero, para luego seguir con mi tronco y quedar con medio cuerpo hacia el fondo de la galería. Sólo había libros, libros y más libros.

Observaba cada ejemplar, algunos polvorientos y ajados, en sus pequeños pedestales de madera. El silencio era intenso y no se escuchaba el pasillo. Podía detectar en cada rincón la huella del pasado, viejos cuadros recopilaban la historia de la orden y un estandarte de tiempos de los Templarios recordaban que sus tesoros eran ahora nuestros. Tragué saliva, miré las numerosas lámparas y entonces lo escuché.

Un libro cayó de una de sus estanterías y se abrió por la mitad, las páginas comenzaron a pasar de un lado a otro. Después de ese cayó otro, luego otro y así hasta caer por completo una estantería. Varios libros se precipitaban hacia mí y yo decidí saltar la mesa, girarla y usarla de escudo. Allí agazapado podía sentir aún más el frío en la madera que hasta hacía unos minutos estaba cálida.

—Miren la Cruz del Señor; y sean dispersos los poderes enemigos—dije comenzando a realizar la señal de la cruz—El León de la tribu de Judá ha conquistado la raíz de David. Qué tu misericordia esté sobre nosotros, oh Señor. Así como hemos tenido esperanza en Ti. Oh Señor, escucha nuestra oración— no era mi religión, en la cual era sacerdote, pero sí la religión que había profesado mi madre. Recordaba aquel rezo cuando ella misma hacía frente con algunos fenómenos en nuestro hogar. Me llevé una mano al pecho sintiendo mi corazón—Y deja que mi llanto llegue a Ti—¡Oremos!—los libros dejaron de caer pero sentía aún más fuerte la presencia, como si alguien librara una batalla entre sus intereses y los de otros.

Fuera todo estaba en silencio, es más parecía un silencio sospechoso. Habían escuchado posiblemente el alboroto, pero nadie había movido un dedo. El frío me hacía tiritar y castañear mis dientes. Incluso se habían apagado las chimeneas y las luces tintineaban. No tenía miedo, pero si deseos de acabar con todo de una buena vez.

—Oh Dios, Padre nuestro, señor Jesucristo, invocamos a tu Santo Nombre, y suplicantes imploramos tu clemencia, para que por la intercesión de la siempre Virgen María, Inmaculada Madre nuestra, y por el glorioso San Miguel Arcángel, Tú te dignes ayudarnos contra Satanás y todos los demás espíritus inmundos, que andan por el mundo para hacer daño a la raza humana y para arruinar a las almas—me incorporé temblando de frío, pero no de miedo, y aquella cosa apareció ante mí.

Era como una enorme sombra. Un hombre gigantesco que golpeaba el aire y creaba un remolino de hojas, libros y trozos de madera. Parecía haber destrozado aquel lugar, pero sin embargo no me causaba daño. Lo miré a su rostro desdibujado y abrí mis brazos en forma de cruz.

—¡Si quieres alimentarte de mi poder no lo harás!—grité abriendo mis manos dejando los dedos bien estirados, comencé a rezar en la lengua de mi religión. Después, sin pretenderlo, dejé que mi alma se despegara de mi cuerpo y observé el fenómeno de cerca.


Era un alma que provenía de las mismas profundidades de la orden. Un ser que había nacido allí, por así decirlo, y logré espantarlo casi amedrantándolo con mi poder y testimonio. Mis cánticos en varias religiones lograron apaciguarlo y finalmente el despliegue de mi fuerza. Cuando regresé a mi cuerpo quedé agotado, aterido de frío y escuchando el escándalo que se había precipitado por toda la orden. Las campanas sonaban. Sí, eran las campanas de alerta de la Talamasca.  

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Lestat de Lioncourt