Lestat de Lioncourt
El cansancio provoca que baje mis
párpados y camine arrastrando mis pies. Mis brazos sienten el dolor
por la presión de tus manos. Aún noto tus caricias ásperas y
crueles, tan cínica como tu sonrisa seductora, mientras me miras y
me escupes en silencio palabras de versos profanos y terribles. He
acabado siendo la marioneta de un diablo, el cual tira de los hilos y
me hace bailar como si fuera un muñeco sin vida.
Mi corazón, mi pobre y estúpido
corazón, viaja a la deriva esperando hundirse pronto en el sueño
eterno. Me gustaría clavar una daga a cada uno de mis sentimientos,
pues así podría liberarme de la tensión que percibo a mi
alrededor. Una tensión magnífica que me seduce y secuestra,
pegándome a la fantasía de luz que sus ojos me ofrecen y que me
hacen caer como mosca.
Siempre imaginé que el amor sería un
bien doloroso, pues aunque no lo sentí como hasta ahora jamás podré
decir que no lo comprendiera. Me arrastro, caigo y suplico. Necesito
que él imagine conmigo un mundo distinto, allí donde no tiene que
ser cruel para tener respeto. Quiero creer que todo lo que hace es
una simple máscara que un día se quebrará, pero por mucho que rece
por ello no sucederá y lo sé. Sé bien que tendré que caer yo
primero, morir por amor como en los viejos cuentos de bohemios
suicidas, para que él aprecie el murmullo de mi alma retorciéndose
bajo su figura.
La mañana ha llegado, el brillo escaso
del sol penetrando por la ventana es agradable y siento que la
primavera está comenzando. Y sin embargo, pese a todo, no puedo
sonreír como lo haría un niño sino como un condenado a muerte. Sé
que pronto llegará el momento en el cual el sol vuelva a dañarme,
deje de ser un demonio y me transforme en cenizas de fuego. Él puede
hacerlo, pero aún soy demasiado valioso.
Yo soy el juguete de un demonio... ese
que aguarda sus tramposos juegos donde todo es posible.
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