Lestat de Lioncourt
Flores de invierno en tu cabeza de
fuego
allá donde coronan las cumbres del
ocaso,
en el mismo lugar donde un Dios besó
al mundo,
y otorgó al ser humano la belleza de
la pasión.
Ojos de prado y tempestad, ocultando
sentimientos
y otorgando a otros la libertad de
seducirte a destiempo,
oculta entre tu alma y la carne,
profundizando en los infiernos
allá donde puedes ser la reina, la
única y la madre.
Tus brazos se alzan como árbol de
laurel
coronando mi cuello con la primavera
erótica,
los míos rodean tu cintura igual que
si fueran zarzas
pero sin dañar tu piel de magnolia y
azucena.
Quisiera atraparte entre mis
apasionados versos
para convertirte en musa en mi lecho de
flores,
allá donde fundimos nuestros
inmortales corazones,
seremos Ophelia y Abelardo por siempre.
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