Bonjour mes amis. Estamos de nuevo una vez más con ustedes. ¿Saben quién empieza? ¡Manfred! Ha hecho un esfuerzo tremendo por poder escribir estas líneas ¡con sus lágrimas!
Lestat de Lioncourt
El mundo deslumbraba oscuridad,
pero tú apareciste con tu blanco
marfil
y tus labios de fresa del mes de abril.
Parecías sin duda una perfecta
divinidad.
Te vi cruzar prados completamente
descalza
y en el cuello una cadena de rayos de
luna,
el cual llevabas contigo desde la cuna,
con un colgante que te daba esperanza.
Eras flor de primavera en el desierto,
allá olvidada por todos y de cualquier
dolor
mientras tus sueños tomaban al fin
color
cuando se derramaba en tu almohada de
lo incierto.
Pero tú eras extremadamente hermosa y
me llamabas
parecías sirena en mitad de la
tempestad
y yo el loco farero que le juraba
lealtad
mientras mi corazón con tu canto
encadenabas.
Te convertiste en mi tesoro y siempre
lo serás.
Fuiste la vida misma derramándose poco
a poco
allá donde sólo los hombres más
locos
consiguen encontrar la ansiada
felicidad.
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