Khayman apareció nuevamente con nosotros hace unas semanas, pero no ha dejado nada salvo algún comentario y ciertas anotaciones. Actualmente ha decidido dar su punto de vista sobre el mundo y sus milenios. Aquí lo dejamos.
Lestat de Lioncourt
El mundo ha cambiado cientos de veces y
a veces son cambios imperceptibles. Las ciudades jamás son las
mismas de igual modo que ni uno de nuestros días es igual al
anterior. Las personas cambian lentamente, no son estáticas, y por
lo tanto la sociedad tampoco. He vivido momentos de gran declive
social así como días dorados, perversos, suculentos y angustiosos
que jamás olvidaré. En mis ojos puedes leer como han pasado los
milenios transformando mis sentimientos, hundiéndome en las arenas
de un desierto más peligroso que cualquier otro, y por supuesto que
aún admiro el mundo como un chiquillo.
Cuando enciendo el motor de alguno de
mis vehículos de gran gama, usualmente deportivos, puedo escuchar la
agitación de cientos de almas que he consumido. El monstruo que soy
está vinculado a un espíritu perverso que me ha hecho mantenerme
joven durante cientos de siglos. Al tocar el volante recuerdo las
riendas de los caballos que yo montaba, acicalaba y domaba para mi
Faraón. Nada puede hacer sospechar a los ciudadanos de Dubái que yo
soy distinto a ellos.
El hombre siempre ha sentido gran
fascinación por construir edificios gigantescos. Antes construían
pirámides y ahora construyen enormes rascacielos. Tal vez es el afán
de hacerse notar o quizás el deseo de tocar la cúpula celestial con
la punta de los dedos, observar las nubes codeándose con ellos y
ensombrecer el vuelo de un ave. Antes era impensable que el ser
humano volara, pero ahora puede hacerlo e incluso lanzarse hacia la
tierra en paracaídas. La televisión habla de cientos de inventos
revolucionarios, lo cual es curioso porque el más revolucionario fue
el propio aparato. Tras la televisión, o la radio, podemos vivir lo
que ocurre a cientos de kilómetros y escuchar conversaciones que
podrían ser transcendentales. Aunque diré que la mayoría de la
información es sesgada y usada para intereses políticos, pero aún
así se disfruta porque entretiene. Yo me entretengo con cientos de
programas, aunque prefiero ir a espectáculos nocturnos o simplemente
disfrutar del aire agitando mi pelo en mi descapotable.
El mundo cambia pero su esencia no. Aún
los hermanos se pelean entre sí, siempre habrá alguien que quiere
imponer sus ideas religiosas, la figura del intolerante existirá, se
buscará antes el beneficio propio que el del pueblo aunque cuando no
se es gobernante se sueña con ser magnánimo, el ruido de la ciudad
siempre será bullicioso entorno a un mercado y las risas de los
niños pueden ser lo más puro que hay en este mundo. La lluvia sigue
teniendo el mismo sonido, a pesar de todo, y el viento sigue
transportando partículas en suspensión. Todo gira a veces entorno a
un acontecimiento y en otras son cientos de puntos corriendo de un
lado a otro.
A veces me parece un sueño, o una
pesadilla, todo lo que ha ocurrido. Creo firmemente al despertar que
si vuelvo a dormir quizás todo haya acabado, vuelva a ser un joven
guerrero dispuesto a todo por su faraón y perderme por las calles
con algunos dátiles en la mano mientras observo a las jóvenes
desplegar sus encantos, seducirme con sus ofertas de fruta y perderme
entre los puestos de telas. Sin embargo todo vuelve a la normalidad,
el deseo de la sangre aparece aunque no la necesite y me he
convertido en un amante incondicional de la velocidad para alejar
cualquier pensamiento amargo al respecto. Las nuevas revoluciones,
intelectuales o no, para mí son la representación clara del cambio
y aún así yo pertenezco a otro mundo. Observo todo con interés, me
hundo entre ellos y tomo lo que creo oportuno. Quizás los humanos
son los nuevos dátiles que saboreo mientras los amo como amaba las
puestas de sol tras un largo día. Sé que tengo una inmensa
capacidad de amar, deseo amar a todos, abrazarme a los inmortales que
voy conociendo y a la vez me refugio en la soledad porque creo que
ahí es donde pertenezco.
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