Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 31 de marzo de 2014

Pasión y pactos

Estas memorias son de Louis y David actualmente en las cuales David logra hacer entender el comportamiento de su compañero y amigo. 

Lestat de Lioncourt 

Pasión y Pactos


Durante gran parte de mi vida me había dedicado a los grandes misterios que asolaban el mundo. Allí donde se descubría un nuevo enigma me movilizaba con mi equipo habitual, que usualmente era mi maletín y mi propia soledad. Dentro del maletín solía encontrarse cintas vírgenes, una grabadora, libretas, lapiceros y un par de plumas. Ocasionalmente llevaba un revolver, balas y cámaras fotográficas. A veces Aaron me acompañaba. Solía decir que los misterios que yo tenía eran los mejores, los más arriesgados y por lo tanto emocionantes. Desde mi conversión en vampiro he vivido historias que jamás pude soñar y el mayor misterio se concentra personificado en Louis.

He sido, sin duda alguna, uno de los mejores compañeros que ha poseído Lestat. Durante décadas he permanecido a su lado con total lealtad. Muchos afirman que gracias a mí él sigue siendo uno de los vampiros más fuertes y hermosos que existen. Tal vez tienen razón debido a nuestra aventura en la cual casi pierde su cuerpo. Aquel ladrón de cadáveres de Raglan James no logró su fechoría más atroz. No obstante también creo haber sido leal a Louis hasta extremos insospechados para muchos. Posiblemente me he sobrepasado en mi celo con él. Quizás todo comenzó tras su intento de suicidio, frustrado por mí, Merrick y Lestat, o tal vez desde que tuve la dicha de conocerlo. A decir verdad desconozco cuando comencé a ser su compañero, ofrecerle mi lealtad y servicios, así como permanecer a su lado en silencio rogando porque su actitud vuelva a ser sufrida, paciente y entregada al dolor antes que a la habitual violencia que ya nos ha acostumbrado.

Escuché por primera vez su nombre cuando aún era humano y a penas tenía treinta años. Había entrado en la orden hacía varios años y me encargaron, como era habitual por aquellas fechas, añadir a los archivos fotografías o nuevas pruebas de la existencia de ciertos seres sobrenaturales. En la orden siempre ha mantenido un riguroso orden y se ha cumplimentado cada paso con cuidado. Cuando me pidieron que tomara una crónica, una de tantas, que había realizado un compañero y la añadiera a la carpeta “Lestat de Lioncourt” pregunté de qué ser se trataba y cuando mi superior sonrió supe instintivamente que era un vampiro.

Tuve la fortuna de leer los archivos sobre Lestat durante varios días. Decidí que debía pasar la documentación a mano, transcrita desde hacía siglos, a mecanografía para adjuntar cada folio a la vieja historia. Nadie me dijo que no debía hacerlo y como no tenía misión alguna, no había prisas y era un trabajo metódico jamás pensaron que me interesaría de tal forma con los vampiros. Creo que me obsesioné. La historia de Lestat era francamente divertida, trágica y grotesca. El nombre de Louis aparecía asiduamente en los primeros años de vida del vampiro, pero después se volatilizó. Muchos afirmaban que había muerto, pero otros aseguraban que estaba vivo. Yo era de la opinión que sólo puedo juzgar algo que sé a ciencia cierta, mientras tanto es un misterio sin resolver al cual no daré jamás carpetazo.

La primera vez que vi a Louis quedé atónito. Su expresión doliente, su frente despejada, aquellos cabellos negros y ondulados recogidos metódicamente en una coleta, su camisa blanca y chaleco verde realzando sus ojos que parecían esmeraldas, la belleza de su mentón y la pulcritud de cada una de sus prendas me sobrecogió. Creo que me enamoré de él al instante. Cualquiera se hubiese enamorado de él. Me dije a mí mismo que si seguía mirándolo así, tan enamorado, caería en una especie de sopor y jamás despertaría. Era como ver un santo compadeciendo al mundo a sabiendas que el mundo jamás se compadecería de su tristeza.

Me siento en deuda con él, y también con Lestat, por todo lo que ocurrió tras el suceso de Merrick, e incluso mucho antes. Cuando mi buen amigo Lestat, al cual le debo mi nueva vida, quedó catatónico tuve ciertos sentimientos encontrados con Louis. Él estaba convertido en una escultura hermosa, que ni sentía ni padecía aparentemente, pues se encontraba en un estado perturbado por un espíritu, o demonio, que decía quererlo a su lado. Louis, ese vampiro atractivo de ojos verdes y perfectos modales, se antojaba apetecible cuando se arrojaba con amor hacia su creador, el vampiro que a ratos odiaba y en otros momentos adoraba, provocando en mí unos sentimientos intensos y dolorosos. Reconozco que me enamoré de él y mi amor aún perdura, aunque desconozco cual es la fuerza de estos o el sentido de mantenerlos después de todo lo vivido. Cuando Merrick apareció yo lo amaba, con una intensidad que no podía ocultar, y ella lo supo. Se vengó de mí, en cierta forma, y también consiguió algo que deseaba profundamente y era un poder mayor al de una bruja. Louis se convirtió en un muñeco en sus manos y finalmente salió lastimado. A su regreso del mundo de los muertos, pues estuvo a punto de conseguir lo que tanto parecía ansiar, se convirtió en un ser frío, distante y cruel.

A pesar de todo, después de más de dos décadas, sigo custodiando a Louis aunque a cierta distancia. Hace escasamente un año tuve una fuerte discusión con Mona Mayfair, la última vampiro hembra que Lestat logró crear como pupila, en la cual me rompió el corazón en mil pedazos convirtiéndome en un hombre hundido en su miseria. Talamasca siempre estuvo relacionada de alguna forma con los Mayfair, pues uno de nuestros hombres dio sus genes y su vida por la familia. Sin embargo yo había llegado tan lejos como Aaron, Petyr y otros tantos. Me había enamorado perdidamente de Mona cuando Lestat tuvo la oportunidad de presentarnos. Recuerdo aún su fragilidad y belleza, tan arrolladoras como su fuerza y carácter, pero lo que más recuerdo fueron sus palabras hacia Louis. Cuando ella descubrió que aún tenía ciertos sentimientos hacia él, los cuales eran admiración y lástima, me dejó. Seguía siendo fiel a la figura de ambos inmortales, los más conocidos entre los nuestros por sus aventuras y pasión, y ella no lo toleró.

Hace varias noches, cuando me encontraba en el pequeño despacho que poseo en la nueva vivienda de Lestat, tuve una visita inesperada. Louis apareció como una sombra que emerge de la nada, con aquella mirada propia de un felino y una sonrisa suculenta. Si me lo permiten, pues yo aún no puedo aceptarlo, tuve miedo. Tenía un aspecto fiero y se movía deambulando como si fuera un animal a punto de atacarme. Su cabello estaba suelto y libre, algunos mechones caían sobre su frente, tenía el ceño fruncido y la boca torcida. Hacía semanas que no tenía el placer de verlo frente a mí y siempre que aparecía sentía que ocurriría una desgracia.

Mi despacho es una habitación pequeña, pues no necesito de algo más que unos muebles ya que uso la biblioteca de la planta baja, con tan sólo un par de escritorios y unas sillas así como varios archivadores gris de metal. La lámpara de pie tintineó, así como la del techo, cuando apareció y yo suspiré pesadamente cerrando una de mis numerosas carpetas. Con cuidado dejé la pluma sobre el soporte de cuero que usaba para escribir, alcé la vista y me recliné sobre la silla giratoria de oficina que poseo. El crujido de la silla sonó, igual que el murmullo que hace un papel al doblarse y guardarse en un sobre, el cual pareció alterarle aún más.

—¡Por qué!—gritó furioso con los puños cerrados—. ¡Dime!

Con meticulosa calma me incorporé de mi asiento y cerré el segundo botón de mi chaqueta. Mis cabellos estaban perfectamente peinados y perfumados, así como todo mi aspecto era el de un hombre que se había pasado horas acicalándose para nada. Ni siquiera me había movido de la mesa durante la noche. Sin embargo amaba la pulcritud y también la meticulosidad de mi aspecto. Si bien Louis tenía el cabello sucio, el cuello de la camisa tenía gotitas de sangre que podía apreciar a pesar de la distancia y rezumaba olor a cementerio.

—No sé a qué te refieres—me encogí de hombros ligeramente mientras salía de detrás de la mesa—. Por favor toma asiento, relájate y habla sin trabas. No puedo comprender qué ocurre si no te explicas—intentaba sosegar su irascibilidad, pero eso era algo digno de un titán y yo era únicamente un viejo amigo buscando las palabras exactas. Aunque, posiblemente, me hubiese conformado con las idóneas.

—¡Quieres que me calme! ¡Cómo te atreves a pedir que me calme!—elevó aún más la voz y eso me crispó, aunque no lo aparenté en ningún momento.

—Sí—dije acompañando la afirmación con un sutil ademán de mi cabeza—. No sé que está pasando y por lo tanto te sugiero que te sosiegues. Te invito a contarme todo al respecto de tu problema, pero si no comienzas por el inicio de...

—¡El inicio tiene fecha y hora!—exclamó con ira.

—Adelante, dímelo—me acerqué a él tomándolo por el brazo derecho, tirando suavemente de éste y sentándolo para que me hablase sosegadamente.

—¡Es su culpa! ¡Su culpa!—dijo soltándose de mí como si mis manos le quemaran.

—¿De quién?—pregunté con un tono de voz monocorde.

—¡Lestat!—obviamente supuse que era una nueva discusión con nuestro rubio, descerebrado pero encantador amigo. No obstante no era así—. ¿Por qué me transformó en esto que soy? ¡Habría sido más sencillo para amos que me matara!—dijo abriendo los brazos en cruz para luego dejarlos caer a ambos lados de su figura—. Muerto el perro se acabó la rabia.

—Louis...—fruncí suavemente mi ceño e intenté que observara que me había molestado notablemente ese comentario. ¿Por qué me molestó? Alguien como él no merecía morir de esa forma y posiblemente muchos de nosotros le debíamos su existencia. De no haber existido Lestat no se hubiese atrevido a tomar ciertos riesgos, no nos habríamos conocido y no estaría en esa habitación.

—¿Por qué?—su tono de voz se escuchó quebradizo—. Aceptó esa bruja a su lado y no ha sido capaz de venir a buscarme cuando lo ha dejado.

—Así que son celos—sonreí con cierta diversión, pero rápidamente borré la sonrisa—. ¿Qué ocurre? ¿A caso pensabas que te buscaría? ¿Para qué? Louis has cambiado tanto que asustas. Incluso yo te temo. Siempre te he admirado y amado, pero te temo—expresé tomándolo nuevamente del brazo, apretando suavemente éste, para hacerle sentar en la silla frente a mi despacho.

—Se nota que tú no tienes que cargar un corazón destrozado como el mío—aquello era falso, tan falso que me provocó deseos de golpearlo. Estaba mintiendo o viviendo su propia realidad donde sólo él sufría o tenía derecho a ello—. ¡Se nota que él sólo piensa con la bragueta!—tal vez en otros tiempos hubiese creído sus palabras, pero conociendo a Lestat lo dudaba. Sus ojos se empequeñecían y sus pupilas se dilataban. Él mentía, pero quizás ni se percataba de hacerlo. Sus pobladas y largas pestañas le conferían a su mirada una belleza hipnótica. Su mentón se apretaba en cada estallido y sus manos parecían querer cortar el aire como cuchillas. A veces las lanzaba hacia mí, luego se acomodaba el pelo y volvía a cerrarlas en puño— ¡Nunca le he importado yo o Claudia! Ahora que ella ha regresado gracias al poder de Memnoch ni ha sido capaz de ir a buscarla. ¿Por qué?

—¡Te quiere destruir y a él el primero!—respondí furioso— ¡Cómo va a querer buscarla!—dije.

Claudia siempre buscaba instintivamente como destruir a sus padres inmortales. Una vez había pronunciado cuan egoísta era Lestat y lo hice lanzando mis verdades a su rostro. Aquel rostro hermoso, enigmático e hierático que parecía haber sido esculpido en mármol. Sus doradas cejas, tan doradas como sus rizados cabellos, junto con sus pestañas le daban un toque inhumano a su rostro más allá del color de su piel porque aún poseía algo del dorado adquirido por su exposición al sol. Sí, había creído que no quería regresar por egoísmo y luego supimos que era un miedo atroz. Él se incorporó de su sueño y corrió hacia Louis. No era egoísta, sino temeroso.

—¡Mentira! Ella no sería capaz—otra mentira más. Se había empeñado en mentirse a sí mismo con tanta gracia y descaro que me asombraba.

—¿Recuerdas sus palabras?—pregunté en un murmullo—. Te odia, te maldice, te desprecia y te cree inferior por ser maleable.

Di varios pasos hacia atrás y me apoyé en la mesa. Mis manos fueron al borde, acariciando su rugosidad, mientras suspiraba profundamente. Louis estaba dejándose engañar nuevamente. El regreso de Claudia era sin duda una grieta más para su alma, un pedazo de espina enterrándose en su corazón y convirtiéndose en estaca, o simplemente el veneno en el cáliz más dulce, allí donde sólo debe existir agua fresca o vino. Estaba a punto de caer tropezando con la misma piedra, yo lo estaba viendo y él ni siquiera había comenzado a notar como su cuerpo se movía.

—¡Ya no lo soy! ¡Mírame!—dijo abriendo sus brazos y yo negué sumamente.

—¿Por eso vas de chico malo?—mis palabras provocaron que su cuerpo se empequeñeciera por unos segundos, sus hombros se achicaron y sus brazos se cerraron rodeándose a sí mismo— ¿Por eso quieres ser cruel? ¿Por eso te ciegas tanto que no ves como sufrimos todos? Te encierras en tu dolor pero ¿qué hay del dolor de los demás?—guardé silencio por unos segundos mientras veía su rostro congestionado por las dudas. Quería que apartara esa ceguera que cargaba y volviese a ver los colores del mundo gris que él describía, tan apocaliptico e infame—. Tachas a Lestat de egoísta pero aquí el único egoísta eres tú—sentencié.

El rostro de Louis se avivó como si una vela lo hubiese prendido. Sus mejillas se colorearon y sus labios se abrieron por la sorpresa. No esperaba que le llamase egoísta, pero lo había hecho. Me creía incapaz de soltar una verdad tan incómoda, pero él la había escuchado de forma directa. Siempre he sido directo, no he querido guardar ninguna bala en la recámara y por supuesto que con él lo estaba siendo. No podía ser falso, pues entonces no me consideraría su amigo.

—¡Cómo te atreves a decirme algo así!—dijo enérgicamente con el tono de voz cargado de matices.

—¡Tienes razón!—exclamé— ¡Debí ser franco contigo hace mucho tiempo!

—¡Haré que pagues por estas palabras!—se aproximó hacia mí y me tomó de las solapas permitiendo que viese su rostro cubierto por la furia, desesperación y dolor. Se dejaba arrastrar por los peores sentimientos, mucho peor que el odio.

—¿Qué harás? ¿Prenderme fuego? ¿Provocar mi muerte? ¿Qué harás dime?—pregunté frunciendo suavemente mis cejas mientras colocaba mis manos sobre las suyas—. Yo que te he dado tanto.

—¡Tú no me has dado nada!—dijo soltándome para echar a caminar de nuevo como animal en una jaula. Daba giros sobre sí mismo completamente furioso.

—¡Te he cuidado durante años! ¡He perdido la única oportunidad de ser feliz por ti!—no era tiempo de reproches, pues eso podría empeorar la situación, pero no pude contener más mi dolor. Si él me mostraba el suyo por supuesto que yo podía hacer lo mismo.

—¿De qué estás hablando?—susurró.

—¿Es que no te has dado cuenta? ¿Tan ciego estás?—dije sereno, o al menos lo intentaba, porque no era cuestión que ambos nos alteráramos.

—No sé de qué me hablas—se detuvo y me miró con profunda preocupación y visiblemente afectado. No se había percatado que yo sufría, pues como decía se estaba comportando de forma egoísta, si bien su pose volvió a ser la de antes y tomó un semblante sereno y perturbador.

—Mona regresó con Quinn harta, molesta y dolida porque siempre me preocupaba por tu situación—le expliqué.

—¡Mentira! ¡Esa es tan puta o más que Rowan!—aquello me molestó de sobremanera.

—¡Cállate!—dije dolido para acercarme a él y abofetearle.

Creo que era la primera vez que le cruzaba el rostro, aunque no estoy seguro. Mi primera agresión contra Louis y era una bofetada. Él, mi hermano inmortal, había encajado mi furia con mi mano abierta directa a su rostro de muñeco perverso y atractivo.

—¿Me has abofeteado?—preguntó con cierta sorpresa y con la voz arrullada por el desconcierto.

—Sí—afirmé sin vergüenza—. Algo que debió hacer Lestat y no yo—añadí—. No me siento orgulloso por haberlo hecho, pero estás histérico.

—¡No!—me empujó provocando que trastabillara y golpeara la mesa, quedando de nuevo apoyado en ella mientras intentaba no volcarla con el portátil, los documentos y los distintos objetos que en ella se hallaban.

—¿Quieres escucharme de una buena vez?—pregunté con rabia. No obstante, intenté ser delicado. Me negué a darle a mi voz un tono grotesco y cruel, así que fue un susurro suave a la espera que él accediera.

Ambos encerrados, aunque la puerta estaba encajada, en aquella habitación me recordaba a ciertas vivencias del pasado. Él lloraba porque Lestat se había marchado de juerga nocturna, temblaba casi en mis brazos y me pedía que lo consolara. Sus cabellos negros rozaban la punta de mi nariz, pues su estatura a penas lograba rozar el metro setenta y cinco, sus ojos verdes eran tan maravillosos que me provocaban escalofríos. Muchas veces lo besé cubriendo su rostro con mis labios, dejando que mi boca apretara su dura piel y me dejara sin aliento su aroma. En ocasiones me vi tentado por sus labios gruesos, perfectos y entreabiertos que pedían que los domesticara como una fiera.

Antes de Merrick, semanas antes, había sido al fin mío. Podía rememorar a la perfección su cuerpo desnudo en la cama, agitado y con las piernas temblorosas. Incluso en mi mente se alojaban sus altos y claros gemidos, añadiéndose al chispazo que me provocaba el recordar el tacto de sus manos tocando mi torso como si fuera una divinidad y el aroma que poseía su sudor.

—¿Por qué debería?—susurró.

—Porque yo nunca te he mentido—argumenté con franqueza.

—Adelante—dijo entonces tomando asiento en una de las sillas, quedando a pocos centímetros de mí, con su rostro alzado hacia el mío.

—Lestat te ha amado de una forma incondicional, sincera y apasionada—aquellas primeras palabras de mi discurso hizo que él agachara la cabeza y que sus ojos rodaran por el suelo—. Tú te convertiste en un monstruo egoísta que piensa que sólo sufre su corazón, pero muchos de nosotros hemos visto y vivido cosas terribles. He perdido a Merrick, aunque no me hizo feliz el saber como te había manipulado, y también a Aaron—y eso no era todo, pues tenía más desgracias en mi vida humana. Si bien no iba a ser tan duro y cruel con él y sacaría a la luz sólo lo que había sucedido desde que era un inmortal—. Mi carrera en la Talamasca se vio hundida—añadí aquello aunque había dicho que no me importaba y lo había dejado atrás, no obstante seguía buscando a seres como nosotros para que me confiaran sus secretos. Me comportaba como el viejo investigador y no como el vampiro—. Mi mundo se ha reducido a noches eternas en las cuales divago sobre sucesos paranormales, observo espectros caminar entre nosotros y me compadezco de ti. Sí, me compadezco. Me duele verte así—admití como alegato final.

—¿Y cómo me veo?—su tono de voz ya no era desafiante, sino hundido en sus pensamientos.

—Despechado porque Lestat no ha acudido aún a ti—afirmé tajantemente—. Creías que iría como siempre, pero no lo ha hecho. Se ha evitado el mal trago de ver en tus ojos el odio más puro y sincero.

—No es cierto—balbuceó mientras estiraba mi brazo derecho y elevaba con mi dedo índice y corazón su mentón. Los ojos que vi no eran los de aquel monstruo, sino algo similares a los que una vez amé.

—¿No? ¿Y qué ha sido este derroche de palabras hirientes y golpes en el aire?—susurré inclinándose suavemente hacia él para que nuestros ojos cruzasen sus miradas.

—Yo...—se había quedado atónito y sin palabras. Buscaba argumentos pero sabía que no los había, por mucho que rogara hallar uno.

—Lo quieres a tu lado y cuando lo tienes lo desprecias—dije con una sonrisa amarga—. Sólo te das cuenta de su importancia cuando se aleja—sentencié con calma mientras él dejaba escapar una lágrima que me torturó profundamente—. Ahora que está lejos, que no quiere saber de ti, deseas atraparlo aunque sea para carbonizar su cuerpo.

—Yo...—las lágrimas ya eran visibles, tenía varias a punto de salir y un par que cruzaban su rostro creando dos ríos de innegable trágica belleza.

—Hablas de dolor por la pérdida de una hija ¿te has planteado alguna vez que yo eduqué a Merrick desde sus tiernos trece años?—pues a veces sentía que él lo había olvidado. Ella era una niña que me seducía por su inteligencia y belleza, pero una niña. Si bien caí en sus juegos cuando tenía dieciocho años, saboreé su tierna piel y sus pezones café, mientras que sus piernas se abrían como mariposas que me traicionaron con su calor y juventud. Pero era una niña. Yo había educado a una discípula y había muerto. Ya no quedaba nada de ella.

—Pero...—se incorporó tembloroso y apartó mi mano de él.

—¿Alguna vez te has parado a pensar cuales son mis sentimientos reales?—dije colocando mis manos sobre sus hombros.

—No...—susurró sin aliento llorando en silencio.

—Aún recuerdo como me usaste para no pensar en Lestat catatónico, inmóvil por completo, mientras los días pasaban—aquello fue un golpe bajo, pero él pareció encajar a la perfección.

—Yo...—se abrazó a mí con fuerza y sentí su cuerpo contra el mío. Su figura era más delicada, poseía incluso una ligera cintura, y sus manos eran mucho más suaves. Mis dedos se enredaron en sus cabellos sucios, enredados y con aroma a flores marchitas. Él sin embargo hundía su rostro en mi torso y empapaba mi camisa blanca con sus lágrimas, dejando sucia y destrozada ésta.

—Louis, tú eres el ser más egoísta y rastrero que jamás he visto—eso lo hizo temblequear hasta casi caer, pero yo lo sostenía entre mis brazos—. Sin embargo te entiendo. Sé que te mueve a ser así y acepto que tengas estas debilidades.

Alzó su rostro entonces con las mejillas sonrosadas, cubiertas de lágrimas y con una expresión tortuosa en su rostro. Besé entonces sus labios que pedían ser besados y él pasó sus manos por encima de mis caderas, para estrecharme contra él. Mis dedos acariciaban suavemente sus pómulos y mi lengua se hundía en su boca. En aquel momento pude notar como su cuerpo se liberaba del lastre que había soportado durante tanto tiempo. El murmullo de la tela siendo acariciada por nuestros dedos mientras aumentaba el impulso de ambos.

Noté como el escritorio se pegaba más a mí, justo por la zona de los muslos y acababa sentado en él. Louis se deslizó entre mis brazos y acarició mi torso mientras abría mi chaqueta y chaleco, dejando tan sólo cerrada la camisa. Se arrodilló rápidamente y me sacó el cinturón, abrió el broche del pantalón y bajó el cierre. Introdujo entonces su mano derecha dentro de mi bragueta y de entre mi ropa interior, la cual aún no molestaba, sacó mi miembro aún flácido. Sus ojos centellearon antes de dedicar besos sutiles sobre mi sexo. Con cuidado sus dedos sacaban mi camisa, bajaban un poco más mis pantalones y se perdían por mi vientre acariciando mi musculatura marcada. Mis dedos se hundían su cráneo despejando su flequillo, peinando su melena y dejando su pelo recogido en una coleta atada a mi diestra. Mi zurda rozó sus labios con el dedo corazón y pulgar, bajó hacia su mentón y acarició su nuez mientras él seguía rozando con su boca mi miembro y testículos. Su aliento frío erizaba mi vello púbico y provocaba cierto cosquilleo en mi vientre que se elevaba hasta mi torso, punzando en mis pezones y recorriendo mi nuca. Dejé escapar un jadeo justo cuando recogió entre sus, gruesos y suculentos, labios mi glande. La punta de su lengua acarició el prepucio que comenzó a retirarse dejando la piel sensible del glande al descubierto.

Juro que nunca vi a un ser tan espectacular como Louis en ese momento. Parecía un ángel dispuesto a enfrentar sus pecados solucionándolo con otro mayor. Su lengua humedecía el inicio de mi sexo y se dirigía hasta la base, enroscándose y tirando de la piel, mientras yo tan sólo era mero espectador de ello. Sus ojos se cerraron y suspiró con mi miembro en su boca, relajando su mandíbula y engullendo todo mi ser hasta rozar con sus húmedos labios mis testículos. De improvisto agarré su rostro entre mis manos y me incorporé de la mesa, para luego sostener su cráneo con firmeza y comenzar a penetrar su boca. El ritmo era suave y él parecía aceptarlo de buena gana. Su lengua rozaba cada centímetro de mi ser y sus manos se aferraron a mi pantalón para tirar de él junto a mi ropa interior; después, sin vergüenza alguna, agarró mis glúteos y los masajeó para anclase a ellos mientras penetraba su boca llevando un ritmo más violento. Él succionaba con aquel rostro compungido entre el placer y el dolor, iniciando en mí un calor terrible que provocó que empezara a sudar del mismo modo que él ya lo hacía.

Mi mano izquierda agarró la base de mi sexo mientras lo sacaba, para luego restregarlo por su rostro y azotarlo con él en la comisura de su boca. Él me miró ardiendo por la pasión y noté entonces como abultaba su pantalón negro. De inmediato me aparté para arrancarle la ropa sucia, descuidada y demasiado clásica incluso para mí. Su cuerpo quedó al desnudo mientras los botones aún tintineaban al caer en cascada al suelo, del mismo modo que el sonido de los jirones y la ropa amontonándose.

—Se mi dueño—dijo aproximándose a mí, quedándose pegado a mi pelvis mientras la punta de su lengua acariciaba mis testículos—. Dame tu sabor.

Aparté su pelo y dejé que cayera sobre sus hombros. Su aspecto era especialmente tentador, sobre todo cuando lo arrojé al suelo y lo coloqué en aquella deliciosa posición conocida como el perro. A cuatro, con sus nalgas levemente alzadas y su miembro erecto entre sus piernas. De inmediato, sin mediar palabra alguna, me introduje en él sintiendo la presión de sus músculos y el calor libidinoso de su cuerpo. En ese instante uno de mis empleados, al cual le había pedido un informe de una de las mansiones cercanas a las propiedades de Lestat, entró en la habitación quedando boquiabierto por la situación que ambos vivíamos.

—Déjalo en la mesa—fue lo único que dije, pero el chico lo lanzó al suelo y salió corriendo completamente sonrojado.

—David...—balbuceó mi nombre entre gemidos roncos.

—Tranquilo, todo irá bien—susurré moviéndome con deseo, apoyando mis manos en la parte baja de su cuerpo y agitándome dentro de él.

Sí todo iría bien, pues podía sentir como vibraba. Su vientre tiraba de su sexo para erectarlo aún más, pues el cosquilleo que percibía era el mismo que yo notaba. Su cabeza se agachó y terminó encogido sobre el suelo. Sus pezones rozaban el frío mármol, sus codos estaban apoyados sobre las losas del mismo modo que sus rodillas, y sus nalgas sentían como lo perforaba. Cada vena, trozo de piel y vello de mi sexo lo tenía bien presente así como el golpeteo rítmico de mis testículos.

—Soy... quiero... mon dieu—decía apoyando su rostro contra el frío suelo buscando refugio para el fuego que sentía.

—¿Quieres?—pregunté con una leve sonrisa en mis labios mientras me inclinaba para besar sus hombros. Me detuve en las arremetidas sólo para escuchar mejor su petición.

—Ser tuyo. Ser tu amante. Ser tu puta. Ser todo lo que quieras. Arráncame esa furia y domestica mis impulsos destructivos. Tú podrías—dijo buscando con su mano derecha su propio sexo para acariciarse tirando de él, con la misma gracia que un pastor ordeña una cabra. Era impulsos rítmicos, con la muñeca, y presión suave con sus dedos.

—No te acerques más a Claudia y lo serás—sus ojos se abrieron confusos—. Nunca me iré de tu lado si la abandonas.

—Es... es... Claudia—dijo temblequeando para intentar verme por encima del hombro.

—Ella no te puede dar amor ni placer, pero yo sí—susurré besando su sien antes de incorporarme para seguir penetrándolo con un ritmo contante, fuerte y profundo.

—¡Sí! ¡Sí!—gritó entre largos gemidos— ¡Sí! ¡Sí! ¡Seré tuyo! ¡Sólo tuyo! ¡Ni siquiera fui así con Lestat! ¡Sí! ¡Hazme arder! ¡Quiero combustionar de placer!

Golpeaba enérgicamente su próstata e hice que llegara a correrse sin resistencia. Su miembro eyaculó toda la carga de sus testículos contra el suelo de mármol, para finalmente apretar el mío en aquel interior rugoso y cálido. Sin embargo yo no llegué al orgasmo final, pues decidí apartarme de él y girarlo adentrándome en su boca.

—Entonces—dije antes de venirme— ahora eres mío y harás lo que yo te ordene—susurré moviéndome suavemente entre sus labios, para luego apartarme y masturbarme frente a su rostro. Él abrió su boca y yo llené ésta con mi semen— Te amo Louis— no era una mentira piadosa, pues realmente lo amaba de forma entregada y a mi modo. Seguía amando a Mona, pero ella era un amor imposible. Me incliné antes que tragara mi esencia y pedí compartirla con un beso blanco. Echó sus brazos entorno a mi cuello y yo cerré los ojos sintiendo que había hecho un buen trato.


Desconozco si Louis cumplirá su promesa, pero en cuanto la rompa yo lo sabré. Claudia debe ser eliminada nuevamente y permitir así que tanto Lestat como Louis descansen. Ellos tienen derecho a no pensar más en una niña que nunca les amó.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt