Estas memorias son de Louis y David actualmente en las cuales David logra hacer entender el comportamiento de su compañero y amigo.
Lestat de Lioncourt
Pasión y Pactos
Durante gran parte de mi vida me había
dedicado a los grandes misterios que asolaban el mundo. Allí donde
se descubría un nuevo enigma me movilizaba con mi equipo habitual,
que usualmente era mi maletín y mi propia soledad. Dentro del
maletín solía encontrarse cintas vírgenes, una grabadora,
libretas, lapiceros y un par de plumas. Ocasionalmente llevaba un
revolver, balas y cámaras fotográficas. A veces Aaron me
acompañaba. Solía decir que los misterios que yo tenía eran los
mejores, los más arriesgados y por lo tanto emocionantes. Desde mi
conversión en vampiro he vivido historias que jamás pude soñar y
el mayor misterio se concentra personificado en Louis.
He sido, sin duda alguna, uno de los
mejores compañeros que ha poseído Lestat. Durante décadas he
permanecido a su lado con total lealtad. Muchos afirman que gracias a
mí él sigue siendo uno de los vampiros más fuertes y hermosos que
existen. Tal vez tienen razón debido a nuestra aventura en la cual
casi pierde su cuerpo. Aquel ladrón de cadáveres de Raglan James no
logró su fechoría más atroz. No obstante también creo haber sido
leal a Louis hasta extremos insospechados para muchos. Posiblemente
me he sobrepasado en mi celo con él. Quizás todo comenzó tras su
intento de suicidio, frustrado por mí, Merrick y Lestat, o tal vez
desde que tuve la dicha de conocerlo. A decir verdad desconozco
cuando comencé a ser su compañero, ofrecerle mi lealtad y
servicios, así como permanecer a su lado en silencio rogando porque
su actitud vuelva a ser sufrida, paciente y entregada al dolor antes
que a la habitual violencia que ya nos ha acostumbrado.
Escuché por primera vez su nombre
cuando aún era humano y a penas tenía treinta años. Había entrado
en la orden hacía varios años y me encargaron, como era habitual
por aquellas fechas, añadir a los archivos fotografías o nuevas
pruebas de la existencia de ciertos seres sobrenaturales. En la orden
siempre ha mantenido un riguroso orden y se ha cumplimentado cada
paso con cuidado. Cuando me pidieron que tomara una crónica, una de
tantas, que había realizado un compañero y la añadiera a la
carpeta “Lestat de Lioncourt” pregunté de qué ser se trataba y
cuando mi superior sonrió supe instintivamente que era un vampiro.
Tuve la fortuna de leer los archivos
sobre Lestat durante varios días. Decidí que debía pasar la
documentación a mano, transcrita desde hacía siglos, a mecanografía
para adjuntar cada folio a la vieja historia. Nadie me dijo que no
debía hacerlo y como no tenía misión alguna, no había prisas y
era un trabajo metódico jamás pensaron que me interesaría de tal
forma con los vampiros. Creo que me obsesioné. La historia de Lestat
era francamente divertida, trágica y grotesca. El nombre de Louis
aparecía asiduamente en los primeros años de vida del vampiro, pero
después se volatilizó. Muchos afirmaban que había muerto, pero
otros aseguraban que estaba vivo. Yo era de la opinión que sólo
puedo juzgar algo que sé a ciencia cierta, mientras tanto es un
misterio sin resolver al cual no daré jamás carpetazo.
La primera vez que vi a Louis quedé
atónito. Su expresión doliente, su frente despejada, aquellos
cabellos negros y ondulados recogidos metódicamente en una coleta,
su camisa blanca y chaleco verde realzando sus ojos que parecían
esmeraldas, la belleza de su mentón y la pulcritud de cada una de
sus prendas me sobrecogió. Creo que me enamoré de él al instante.
Cualquiera se hubiese enamorado de él. Me dije a mí mismo que si
seguía mirándolo así, tan enamorado, caería en una especie de
sopor y jamás despertaría. Era como ver un santo compadeciendo al
mundo a sabiendas que el mundo jamás se compadecería de su
tristeza.
Me siento en deuda con él, y también
con Lestat, por todo lo que ocurrió tras el suceso de Merrick, e
incluso mucho antes. Cuando mi buen amigo Lestat, al cual le debo mi
nueva vida, quedó catatónico tuve ciertos sentimientos encontrados
con Louis. Él estaba convertido en una escultura hermosa, que ni
sentía ni padecía aparentemente, pues se encontraba en un estado
perturbado por un espíritu, o demonio, que decía quererlo a su
lado. Louis, ese vampiro atractivo de ojos verdes y perfectos
modales, se antojaba apetecible cuando se arrojaba con amor hacia su
creador, el vampiro que a ratos odiaba y en otros momentos adoraba,
provocando en mí unos sentimientos intensos y dolorosos. Reconozco
que me enamoré de él y mi amor aún perdura, aunque desconozco cual
es la fuerza de estos o el sentido de mantenerlos después de todo lo
vivido. Cuando Merrick apareció yo lo amaba, con una intensidad que
no podía ocultar, y ella lo supo. Se vengó de mí, en cierta forma,
y también consiguió algo que deseaba profundamente y era un poder
mayor al de una bruja. Louis se convirtió en un muñeco en sus manos
y finalmente salió lastimado. A su regreso del mundo de los muertos,
pues estuvo a punto de conseguir lo que tanto parecía ansiar, se
convirtió en un ser frío, distante y cruel.
A pesar de todo, después de más de
dos décadas, sigo custodiando a Louis aunque a cierta distancia.
Hace escasamente un año tuve una fuerte discusión con Mona Mayfair,
la última vampiro hembra que Lestat logró crear como pupila, en la
cual me rompió el corazón en mil pedazos convirtiéndome en un
hombre hundido en su miseria. Talamasca siempre estuvo relacionada de
alguna forma con los Mayfair, pues uno de nuestros hombres dio sus
genes y su vida por la familia. Sin embargo yo había llegado tan
lejos como Aaron, Petyr y otros tantos. Me había enamorado
perdidamente de Mona cuando Lestat tuvo la oportunidad de
presentarnos. Recuerdo aún su fragilidad y belleza, tan arrolladoras
como su fuerza y carácter, pero lo que más recuerdo fueron sus
palabras hacia Louis. Cuando ella descubrió que aún tenía ciertos
sentimientos hacia él, los cuales eran admiración y lástima, me
dejó. Seguía siendo fiel a la figura de ambos inmortales, los más
conocidos entre los nuestros por sus aventuras y pasión, y ella no
lo toleró.
Hace varias noches, cuando me
encontraba en el pequeño despacho que poseo en la nueva vivienda de
Lestat, tuve una visita inesperada. Louis apareció como una sombra
que emerge de la nada, con aquella mirada propia de un felino y una
sonrisa suculenta. Si me lo permiten, pues yo aún no puedo
aceptarlo, tuve miedo. Tenía un aspecto fiero y se movía
deambulando como si fuera un animal a punto de atacarme. Su cabello
estaba suelto y libre, algunos mechones caían sobre su frente, tenía
el ceño fruncido y la boca torcida. Hacía semanas que no tenía el
placer de verlo frente a mí y siempre que aparecía sentía que
ocurriría una desgracia.
Mi despacho es una habitación pequeña,
pues no necesito de algo más que unos muebles ya que uso la
biblioteca de la planta baja, con tan sólo un par de escritorios y
unas sillas así como varios archivadores gris de metal. La lámpara
de pie tintineó, así como la del techo, cuando apareció y yo
suspiré pesadamente cerrando una de mis numerosas carpetas. Con
cuidado dejé la pluma sobre el soporte de cuero que usaba para
escribir, alcé la vista y me recliné sobre la silla giratoria de
oficina que poseo. El crujido de la silla sonó, igual que el
murmullo que hace un papel al doblarse y guardarse en un sobre, el
cual pareció alterarle aún más.
—¡Por qué!—gritó furioso con los
puños cerrados—. ¡Dime!
Con meticulosa calma me incorporé de
mi asiento y cerré el segundo botón de mi chaqueta. Mis cabellos
estaban perfectamente peinados y perfumados, así como todo mi
aspecto era el de un hombre que se había pasado horas acicalándose
para nada. Ni siquiera me había movido de la mesa durante la noche.
Sin embargo amaba la pulcritud y también la meticulosidad de mi
aspecto. Si bien Louis tenía el cabello sucio, el cuello de la
camisa tenía gotitas de sangre que podía apreciar a pesar de la
distancia y rezumaba olor a cementerio.
—No sé a qué te refieres—me
encogí de hombros ligeramente mientras salía de detrás de la
mesa—. Por favor toma asiento, relájate y habla sin trabas. No
puedo comprender qué ocurre si no te explicas—intentaba sosegar su
irascibilidad, pero eso era algo digno de un titán y yo era
únicamente un viejo amigo buscando las palabras exactas. Aunque,
posiblemente, me hubiese conformado con las idóneas.
—¡Quieres que me calme! ¡Cómo te
atreves a pedir que me calme!—elevó aún más la voz y eso me
crispó, aunque no lo aparenté en ningún momento.
—Sí—dije acompañando la
afirmación con un sutil ademán de mi cabeza—. No sé que está
pasando y por lo tanto te sugiero que te sosiegues. Te invito a
contarme todo al respecto de tu problema, pero si no comienzas por el
inicio de...
—¡El inicio tiene fecha y
hora!—exclamó con ira.
—Adelante, dímelo—me acerqué a él
tomándolo por el brazo derecho, tirando suavemente de éste y
sentándolo para que me hablase sosegadamente.
—¡Es su culpa! ¡Su culpa!—dijo
soltándose de mí como si mis manos le quemaran.
—¿De quién?—pregunté con un tono
de voz monocorde.
—¡Lestat!—obviamente supuse que
era una nueva discusión con nuestro rubio, descerebrado pero
encantador amigo. No obstante no era así—. ¿Por qué me
transformó en esto que soy? ¡Habría sido más sencillo para amos
que me matara!—dijo abriendo los brazos en cruz para luego dejarlos
caer a ambos lados de su figura—. Muerto el perro se acabó la
rabia.
—Louis...—fruncí suavemente mi
ceño e intenté que observara que me había molestado notablemente
ese comentario. ¿Por qué me molestó? Alguien como él no merecía
morir de esa forma y posiblemente muchos de nosotros le debíamos su
existencia. De no haber existido Lestat no se hubiese atrevido a
tomar ciertos riesgos, no nos habríamos conocido y no estaría en
esa habitación.
—¿Por qué?—su tono de voz se
escuchó quebradizo—. Aceptó esa bruja a su lado y no ha sido
capaz de venir a buscarme cuando lo ha dejado.
—Así que son celos—sonreí con
cierta diversión, pero rápidamente borré la sonrisa—. ¿Qué
ocurre? ¿A caso pensabas que te buscaría? ¿Para qué? Louis has
cambiado tanto que asustas. Incluso yo te temo. Siempre te he
admirado y amado, pero te temo—expresé tomándolo nuevamente del
brazo, apretando suavemente éste, para hacerle sentar en la silla
frente a mi despacho.
—Se nota que tú no tienes que cargar
un corazón destrozado como el mío—aquello era falso, tan falso
que me provocó deseos de golpearlo. Estaba mintiendo o viviendo su
propia realidad donde sólo él sufría o tenía derecho a ello—.
¡Se nota que él sólo piensa con la bragueta!—tal vez en otros
tiempos hubiese creído sus palabras, pero conociendo a Lestat lo
dudaba. Sus ojos se empequeñecían y sus pupilas se dilataban. Él
mentía, pero quizás ni se percataba de hacerlo. Sus pobladas y
largas pestañas le conferían a su mirada una belleza hipnótica. Su
mentón se apretaba en cada estallido y sus manos parecían querer
cortar el aire como cuchillas. A veces las lanzaba hacia mí, luego
se acomodaba el pelo y volvía a cerrarlas en puño— ¡Nunca le he
importado yo o Claudia! Ahora que ella ha regresado gracias al poder
de Memnoch ni ha sido capaz de ir a buscarla. ¿Por qué?
—¡Te quiere destruir y a él el
primero!—respondí furioso— ¡Cómo va a querer buscarla!—dije.
Claudia siempre buscaba instintivamente
como destruir a sus padres inmortales. Una vez había pronunciado
cuan egoísta era Lestat y lo hice lanzando mis verdades a su rostro.
Aquel rostro hermoso, enigmático e hierático que parecía haber
sido esculpido en mármol. Sus doradas cejas, tan doradas como sus
rizados cabellos, junto con sus pestañas le daban un toque inhumano
a su rostro más allá del color de su piel porque aún poseía algo
del dorado adquirido por su exposición al sol. Sí, había creído
que no quería regresar por egoísmo y luego supimos que era un miedo
atroz. Él se incorporó de su sueño y corrió hacia Louis. No era
egoísta, sino temeroso.
—¡Mentira! Ella no sería capaz—otra
mentira más. Se había empeñado en mentirse a sí mismo con tanta
gracia y descaro que me asombraba.
—¿Recuerdas sus palabras?—pregunté
en un murmullo—. Te odia, te maldice, te desprecia y te cree
inferior por ser maleable.
Di varios pasos hacia atrás y me apoyé
en la mesa. Mis manos fueron al borde, acariciando su rugosidad,
mientras suspiraba profundamente. Louis estaba dejándose engañar
nuevamente. El regreso de Claudia era sin duda una grieta más para
su alma, un pedazo de espina enterrándose en su corazón y
convirtiéndose en estaca, o simplemente el veneno en el cáliz más
dulce, allí donde sólo debe existir agua fresca o vino. Estaba a
punto de caer tropezando con la misma piedra, yo lo estaba viendo y
él ni siquiera había comenzado a notar como su cuerpo se movía.
—¡Ya no lo soy! ¡Mírame!—dijo
abriendo sus brazos y yo negué sumamente.
—¿Por eso vas de chico malo?—mis
palabras provocaron que su cuerpo se empequeñeciera por unos
segundos, sus hombros se achicaron y sus brazos se cerraron
rodeándose a sí mismo— ¿Por eso quieres ser cruel? ¿Por eso te
ciegas tanto que no ves como sufrimos todos? Te encierras en tu dolor
pero ¿qué hay del dolor de los demás?—guardé silencio por unos
segundos mientras veía su rostro congestionado por las dudas. Quería
que apartara esa ceguera que cargaba y volviese a ver los colores del
mundo gris que él describía, tan apocaliptico e infame—. Tachas a
Lestat de egoísta pero aquí el único egoísta eres tú—sentencié.
El rostro de Louis se avivó como si
una vela lo hubiese prendido. Sus mejillas se colorearon y sus labios
se abrieron por la sorpresa. No esperaba que le llamase egoísta,
pero lo había hecho. Me creía incapaz de soltar una verdad tan
incómoda, pero él la había escuchado de forma directa. Siempre he
sido directo, no he querido guardar ninguna bala en la recámara y
por supuesto que con él lo estaba siendo. No podía ser falso, pues
entonces no me consideraría su amigo.
—¡Cómo te atreves a decirme algo
así!—dijo enérgicamente con el tono de voz cargado de matices.
—¡Tienes razón!—exclamé— ¡Debí
ser franco contigo hace mucho tiempo!
—¡Haré que pagues por estas
palabras!—se aproximó hacia mí y me tomó de las solapas
permitiendo que viese su rostro cubierto por la furia, desesperación
y dolor. Se dejaba arrastrar por los peores sentimientos, mucho peor
que el odio.
—¿Qué harás? ¿Prenderme fuego?
¿Provocar mi muerte? ¿Qué harás dime?—pregunté frunciendo
suavemente mis cejas mientras colocaba mis manos sobre las suyas—.
Yo que te he dado tanto.
—¡Tú no me has dado nada!—dijo
soltándome para echar a caminar de nuevo como animal en una jaula.
Daba giros sobre sí mismo completamente furioso.
—¡Te he cuidado durante años! ¡He
perdido la única oportunidad de ser feliz por ti!—no era tiempo de
reproches, pues eso podría empeorar la situación, pero no pude
contener más mi dolor. Si él me mostraba el suyo por supuesto que
yo podía hacer lo mismo.
—¿De qué estás hablando?—susurró.
—¿Es que no te has dado cuenta? ¿Tan
ciego estás?—dije sereno, o al menos lo intentaba, porque no era
cuestión que ambos nos alteráramos.
—No sé de qué me hablas—se detuvo
y me miró con profunda preocupación y visiblemente afectado. No se
había percatado que yo sufría, pues como decía se estaba
comportando de forma egoísta, si bien su pose volvió a ser la de
antes y tomó un semblante sereno y perturbador.
—Mona regresó con Quinn harta,
molesta y dolida porque siempre me preocupaba por tu situación—le
expliqué.
—¡Mentira! ¡Esa es tan puta o más
que Rowan!—aquello me molestó de sobremanera.
—¡Cállate!—dije dolido para
acercarme a él y abofetearle.
Creo que era la primera vez que le
cruzaba el rostro, aunque no estoy seguro. Mi primera agresión
contra Louis y era una bofetada. Él, mi hermano inmortal, había
encajado mi furia con mi mano abierta directa a su rostro de muñeco
perverso y atractivo.
—¿Me has abofeteado?—preguntó con
cierta sorpresa y con la voz arrullada por el desconcierto.
—Sí—afirmé sin vergüenza—.
Algo que debió hacer Lestat y no yo—añadí—. No me siento
orgulloso por haberlo hecho, pero estás histérico.
—¡No!—me empujó provocando que
trastabillara y golpeara la mesa, quedando de nuevo apoyado en ella
mientras intentaba no volcarla con el portátil, los documentos y los
distintos objetos que en ella se hallaban.
—¿Quieres escucharme de una buena
vez?—pregunté con rabia. No obstante, intenté ser delicado. Me
negué a darle a mi voz un tono grotesco y cruel, así que fue un
susurro suave a la espera que él accediera.
Ambos encerrados, aunque la puerta
estaba encajada, en aquella habitación me recordaba a ciertas
vivencias del pasado. Él lloraba porque Lestat se había marchado de
juerga nocturna, temblaba casi en mis brazos y me pedía que lo
consolara. Sus cabellos negros rozaban la punta de mi nariz, pues su
estatura a penas lograba rozar el metro setenta y cinco, sus ojos
verdes eran tan maravillosos que me provocaban escalofríos. Muchas
veces lo besé cubriendo su rostro con mis labios, dejando que mi
boca apretara su dura piel y me dejara sin aliento su aroma. En
ocasiones me vi tentado por sus labios gruesos, perfectos y
entreabiertos que pedían que los domesticara como una fiera.
Antes de Merrick, semanas antes, había
sido al fin mío. Podía rememorar a la perfección su cuerpo desnudo
en la cama, agitado y con las piernas temblorosas. Incluso en mi
mente se alojaban sus altos y claros gemidos, añadiéndose al
chispazo que me provocaba el recordar el tacto de sus manos tocando
mi torso como si fuera una divinidad y el aroma que poseía su sudor.
—¿Por qué debería?—susurró.
—Porque yo nunca te he
mentido—argumenté con franqueza.
—Adelante—dijo entonces tomando
asiento en una de las sillas, quedando a pocos centímetros de mí,
con su rostro alzado hacia el mío.
—Lestat te ha amado de una forma
incondicional, sincera y apasionada—aquellas primeras palabras de
mi discurso hizo que él agachara la cabeza y que sus ojos rodaran
por el suelo—. Tú te convertiste en un monstruo egoísta que
piensa que sólo sufre su corazón, pero muchos de nosotros hemos
visto y vivido cosas terribles. He perdido a Merrick, aunque no me
hizo feliz el saber como te había manipulado, y también a Aaron—y
eso no era todo, pues tenía más desgracias en mi vida humana. Si
bien no iba a ser tan duro y cruel con él y sacaría a la luz sólo
lo que había sucedido desde que era un inmortal—. Mi carrera en la
Talamasca se vio hundida—añadí aquello aunque había dicho que no
me importaba y lo había dejado atrás, no obstante seguía buscando
a seres como nosotros para que me confiaran sus secretos. Me
comportaba como el viejo investigador y no como el vampiro—. Mi
mundo se ha reducido a noches eternas en las cuales divago sobre
sucesos paranormales, observo espectros caminar entre nosotros y me
compadezco de ti. Sí, me compadezco. Me duele verte así—admití
como alegato final.
—¿Y cómo me veo?—su tono de voz
ya no era desafiante, sino hundido en sus pensamientos.
—Despechado porque Lestat no ha
acudido aún a ti—afirmé tajantemente—. Creías que iría como
siempre, pero no lo ha hecho. Se ha evitado el mal trago de ver en
tus ojos el odio más puro y sincero.
—No es cierto—balbuceó mientras
estiraba mi brazo derecho y elevaba con mi dedo índice y corazón su
mentón. Los ojos que vi no eran los de aquel monstruo, sino algo
similares a los que una vez amé.
—¿No? ¿Y qué ha sido este derroche
de palabras hirientes y golpes en el aire?—susurré inclinándose
suavemente hacia él para que nuestros ojos cruzasen sus miradas.
—Yo...—se había quedado atónito y
sin palabras. Buscaba argumentos pero sabía que no los había, por
mucho que rogara hallar uno.
—Lo quieres a tu lado y cuando lo
tienes lo desprecias—dije con una sonrisa amarga—. Sólo te das
cuenta de su importancia cuando se aleja—sentencié con calma
mientras él dejaba escapar una lágrima que me torturó
profundamente—. Ahora que está lejos, que no quiere saber de ti,
deseas atraparlo aunque sea para carbonizar su cuerpo.
—Yo...—las lágrimas ya eran
visibles, tenía varias a punto de salir y un par que cruzaban su
rostro creando dos ríos de innegable trágica belleza.
—Hablas de dolor por la pérdida de
una hija ¿te has planteado alguna vez que yo eduqué a Merrick desde
sus tiernos trece años?—pues a veces sentía que él lo había
olvidado. Ella era una niña que me seducía por su inteligencia y
belleza, pero una niña. Si bien caí en sus juegos cuando tenía
dieciocho años, saboreé su tierna piel y sus pezones café,
mientras que sus piernas se abrían como mariposas que me
traicionaron con su calor y juventud. Pero era una niña. Yo había
educado a una discípula y había muerto. Ya no quedaba nada de ella.
—Pero...—se incorporó tembloroso y
apartó mi mano de él.
—¿Alguna vez te has parado a pensar
cuales son mis sentimientos reales?—dije colocando mis manos sobre
sus hombros.
—No...—susurró sin aliento
llorando en silencio.
—Aún recuerdo como me usaste para no
pensar en Lestat catatónico, inmóvil por completo, mientras los
días pasaban—aquello fue un golpe bajo, pero él pareció encajar
a la perfección.
—Yo...—se abrazó a mí con fuerza
y sentí su cuerpo contra el mío. Su figura era más delicada,
poseía incluso una ligera cintura, y sus manos eran mucho más
suaves. Mis dedos se enredaron en sus cabellos sucios, enredados y
con aroma a flores marchitas. Él sin embargo hundía su rostro en mi
torso y empapaba mi camisa blanca con sus lágrimas, dejando sucia y
destrozada ésta.
—Louis, tú eres el ser más egoísta
y rastrero que jamás he visto—eso lo hizo temblequear hasta casi
caer, pero yo lo sostenía entre mis brazos—. Sin embargo te
entiendo. Sé que te mueve a ser así y acepto que tengas estas
debilidades.
Alzó su rostro entonces con las
mejillas sonrosadas, cubiertas de lágrimas y con una expresión
tortuosa en su rostro. Besé entonces sus labios que pedían ser
besados y él pasó sus manos por encima de mis caderas, para
estrecharme contra él. Mis dedos acariciaban suavemente sus pómulos
y mi lengua se hundía en su boca. En aquel momento pude notar como
su cuerpo se liberaba del lastre que había soportado durante tanto
tiempo. El murmullo de la tela siendo acariciada por nuestros dedos
mientras aumentaba el impulso de ambos.
Noté como el escritorio se pegaba más
a mí, justo por la zona de los muslos y acababa sentado en él.
Louis se deslizó entre mis brazos y acarició mi torso mientras
abría mi chaqueta y chaleco, dejando tan sólo cerrada la camisa. Se
arrodilló rápidamente y me sacó el cinturón, abrió el broche del
pantalón y bajó el cierre. Introdujo entonces su mano derecha
dentro de mi bragueta y de entre mi ropa interior, la cual aún no
molestaba, sacó mi miembro aún flácido. Sus ojos centellearon
antes de dedicar besos sutiles sobre mi sexo. Con cuidado sus dedos
sacaban mi camisa, bajaban un poco más mis pantalones y se perdían
por mi vientre acariciando mi musculatura marcada. Mis dedos se
hundían su cráneo despejando su flequillo, peinando su melena y
dejando su pelo recogido en una coleta atada a mi diestra. Mi zurda
rozó sus labios con el dedo corazón y pulgar, bajó hacia su mentón
y acarició su nuez mientras él seguía rozando con su boca mi
miembro y testículos. Su aliento frío erizaba mi vello púbico y
provocaba cierto cosquilleo en mi vientre que se elevaba hasta mi
torso, punzando en mis pezones y recorriendo mi nuca. Dejé escapar
un jadeo justo cuando recogió entre sus, gruesos y suculentos,
labios mi glande. La punta de su lengua acarició el prepucio que
comenzó a retirarse dejando la piel sensible del glande al
descubierto.
Juro que nunca vi a un ser tan
espectacular como Louis en ese momento. Parecía un ángel dispuesto
a enfrentar sus pecados solucionándolo con otro mayor. Su lengua
humedecía el inicio de mi sexo y se dirigía hasta la base,
enroscándose y tirando de la piel, mientras yo tan sólo era mero
espectador de ello. Sus ojos se cerraron y suspiró con mi miembro en
su boca, relajando su mandíbula y engullendo todo mi ser hasta rozar
con sus húmedos labios mis testículos. De improvisto agarré su
rostro entre mis manos y me incorporé de la mesa, para luego
sostener su cráneo con firmeza y comenzar a penetrar su boca. El
ritmo era suave y él parecía aceptarlo de buena gana. Su lengua
rozaba cada centímetro de mi ser y sus manos se aferraron a mi
pantalón para tirar de él junto a mi ropa interior; después, sin
vergüenza alguna, agarró mis glúteos y los masajeó para anclase a
ellos mientras penetraba su boca llevando un ritmo más violento. Él
succionaba con aquel rostro compungido entre el placer y el dolor,
iniciando en mí un calor terrible que provocó que empezara a sudar
del mismo modo que él ya lo hacía.
Mi mano izquierda agarró la base de mi
sexo mientras lo sacaba, para luego restregarlo por su rostro y
azotarlo con él en la comisura de su boca. Él me miró ardiendo por
la pasión y noté entonces como abultaba su pantalón negro. De
inmediato me aparté para arrancarle la ropa sucia, descuidada y
demasiado clásica incluso para mí. Su cuerpo quedó al desnudo
mientras los botones aún tintineaban al caer en cascada al suelo,
del mismo modo que el sonido de los jirones y la ropa amontonándose.
—Se mi dueño—dijo aproximándose a
mí, quedándose pegado a mi pelvis mientras la punta de su lengua
acariciaba mis testículos—. Dame tu sabor.
Aparté su pelo y dejé que cayera
sobre sus hombros. Su aspecto era especialmente tentador, sobre todo
cuando lo arrojé al suelo y lo coloqué en aquella deliciosa
posición conocida como el perro. A cuatro, con sus nalgas levemente
alzadas y su miembro erecto entre sus piernas. De inmediato, sin
mediar palabra alguna, me introduje en él sintiendo la presión de
sus músculos y el calor libidinoso de su cuerpo. En ese instante uno
de mis empleados, al cual le había pedido un informe de una de las
mansiones cercanas a las propiedades de Lestat, entró en la
habitación quedando boquiabierto por la situación que ambos
vivíamos.
—Déjalo en la mesa—fue lo único
que dije, pero el chico lo lanzó al suelo y salió corriendo
completamente sonrojado.
—David...—balbuceó mi nombre entre
gemidos roncos.
—Tranquilo, todo irá bien—susurré
moviéndome con deseo, apoyando mis manos en la parte baja de su
cuerpo y agitándome dentro de él.
Sí todo iría bien, pues podía sentir
como vibraba. Su vientre tiraba de su sexo para erectarlo aún más,
pues el cosquilleo que percibía era el mismo que yo notaba. Su
cabeza se agachó y terminó encogido sobre el suelo. Sus pezones
rozaban el frío mármol, sus codos estaban apoyados sobre las losas
del mismo modo que sus rodillas, y sus nalgas sentían como lo
perforaba. Cada vena, trozo de piel y vello de mi sexo lo tenía bien
presente así como el golpeteo rítmico de mis testículos.
—Soy... quiero... mon dieu—decía
apoyando su rostro contra el frío suelo buscando refugio para el
fuego que sentía.
—¿Quieres?—pregunté con una leve
sonrisa en mis labios mientras me inclinaba para besar sus hombros.
Me detuve en las arremetidas sólo para escuchar mejor su petición.
—Ser tuyo. Ser tu amante. Ser tu
puta. Ser todo lo que quieras. Arráncame esa furia y domestica mis
impulsos destructivos. Tú podrías—dijo buscando con su mano
derecha su propio sexo para acariciarse tirando de él, con la misma
gracia que un pastor ordeña una cabra. Era impulsos rítmicos, con
la muñeca, y presión suave con sus dedos.
—No te acerques más a Claudia y lo
serás—sus ojos se abrieron confusos—. Nunca me iré de tu lado
si la abandonas.
—Es... es... Claudia—dijo
temblequeando para intentar verme por encima del hombro.
—Ella no te puede dar amor ni placer,
pero yo sí—susurré besando su sien antes de incorporarme para
seguir penetrándolo con un ritmo contante, fuerte y profundo.
—¡Sí! ¡Sí!—gritó entre largos
gemidos— ¡Sí! ¡Sí! ¡Seré tuyo! ¡Sólo tuyo! ¡Ni siquiera
fui así con Lestat! ¡Sí! ¡Hazme arder! ¡Quiero combustionar de
placer!
Golpeaba enérgicamente su próstata e
hice que llegara a correrse sin resistencia. Su miembro eyaculó toda
la carga de sus testículos contra el suelo de mármol, para
finalmente apretar el mío en aquel interior rugoso y cálido. Sin
embargo yo no llegué al orgasmo final, pues decidí apartarme de él
y girarlo adentrándome en su boca.
—Entonces—dije antes de venirme—
ahora eres mío y harás lo que yo te ordene—susurré moviéndome
suavemente entre sus labios, para luego apartarme y masturbarme
frente a su rostro. Él abrió su boca y yo llené ésta con mi
semen— Te amo Louis— no era una mentira piadosa, pues realmente
lo amaba de forma entregada y a mi modo. Seguía amando a Mona, pero
ella era un amor imposible. Me incliné antes que tragara mi esencia
y pedí compartirla con un beso blanco. Echó sus brazos entorno a mi
cuello y yo cerré los ojos sintiendo que había hecho un buen trato.
Desconozco si Louis cumplirá su
promesa, pero en cuanto la rompa yo lo sabré. Claudia debe ser
eliminada nuevamente y permitir así que tanto Lestat como Louis
descansen. Ellos tienen derecho a no pensar más en una niña que
nunca les amó.
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