Una conversación mía con Marius ¿no desean saber sobre qué?
Dedicado a Pandora y Armand.
Lestat de Lioncourt
—Buenas noches Marius—dijo entrando
en la sala donde me hallaba rodeado de majestuosas pinturas, muchas
de ellas meras reproducciones y otras creaciones propias que
destacaban por sus intensas miradas. Cualquiera se hubiese vuelto
loco pues parecían moverse, saludar y seguir con sus acciones en la
obra. Pero Lestat parecía disfrutarlas, sobre todo las de los
colores más vivos—. Jamás entenderé nada sobre arte, pero me
gustan tus obras.
—Gracias por tu sinceridad—respondí
con un leve gesto mientras me giraba hacia él.
Suspiré y negué con la cabeza al
verlo vestido de ese modo. Parecía un joven descuidado, con el
cabello sin peinar completamente encrespado y una sonrisa de haragán
demasiado marcada en sus labios. Sí, era un muchacho para siempre y
él disfrutaba del disfraz burlándose de todos. Un demonio muy
listo, sin duda, pero a la vez muy torpe. Vestía pantalones de
cuero, una camisa blanca sin mangas y una chaqueta de cuero que
descansaba en su hombro derecho como si fuera una capa.
—Pasaba por aquí y recordé que
habías adquirido una pequeña casa. No sabía que te gustaría
quedarte en New Orleans—sonrió de forma traviesa y se aproximó a
uno de los cuadros.
¡Qué distintos éramos! No sabía
porque Pandora insistía en nuestro parecido. Yo vestía con un traje
sobrio, con un elegante chaleco y corbata rojos, una camisa blanca
pulcra y unos bonitos gemelos. Además, mis gestos eran más medidos
pero los suyos eran los de un alocado. Elegancia tenía, sin duda,
pero sus pisadas eran a veces toscas; aunque era posible, por
supuesto, que fuese por sus botas pesadas que pisoteaban manchadas de
barro mi hermoso suelo.
—Sólo es una casa cualquiera, pues
mis palazzos son más interesantes, frescos y agradables. Además,
están lejos de ti y tus tonterías—le aseguré.
Lestat se echó a reír a pura
carcajada y se aproximó a mí llevando sus manos, de largos dedos, a
mis hombros mientras me miraba. Parecía divertirse con mi expresión
sosegada, pero eso tal vez sólo era una apreciación mía.
—Vine a ver qué tal tu vida—susurró
con una sonrisa canalla que no midió. Sabía que era atractivo y lo
gozaba, del mismo modo que conocía sus límites y los trasgredía—.
Aunque creo que te he encontrado en un mal momento, ¿verdad?
—Me hallaba meditando sobre la vida y
su simbolismo—respondí sintiendo como alejaba sus manos de mí y
se quedaba mirándome antes de alejarse.
Recorría la sala como un animal
encerrado buscando la pregunta clave. Sabía que la curiosidad le
mataba y le haría entrar en un ritual demencial para conocer,
aprender y maldecirme. Sí, me maldeciría con sus sonrisas y
silencios. A veces sentía que nunca me escuchaba pro más que
quisiera aprender.
—¿Me cuentas a que términos
llegaste?—preguntó sin siquiera girarse, pues se quedó frente a
una de mis mejores pinturas. Era una pintura donde aparecía Amadeo,
mi Amadeo y no el ser grotesco que a veces puede llegar a ser, y
Pandora.
—El simbolismo de la vida queda
plasmado en el arte desde cualquier ángulo en el cual el pintor
desee—expresé—. La vida brota del pincel y mancha el blanco
lienzo como si fueran suspiros, caricias o besos. La pintura cobra
sentido con los tonos más oscuros y pasteles, se alza del dramático
blanco para llegar al estallido de sensaciones que puede provocar el
conjunto. Hay obras buenas, comunes y mediocres... pero todas tienen
un sentido para aquel que las pintó—sus pasos se habían detenido
y decidió tomar asiento en uno de los divanes de terciopelo rojo que
se hallaba.
—Así que quieres comprender el mundo
del arte y mezclar todo con el mundo real—asentí a sus palabras—.
Las pinturas, como la música, son sentimientos plasmados y lo
comprendo. Sin embargo, lo veo más como momentos del pasado y
fantasía. Es decir, no puedes pintar algo del presente porque dentro
de unos días no estará. Sólo puedes comprender el detalle del
pasado.
—He llegado a comprender que el mundo
como un cuadro lleno de detalles y yo los he ido tocando, sintiendo,
comprendiendo y alejándome de ellos porque a veces queman más que
el fuego. Mi ira hace que todo lo amado desaparezca y quede sólo una
fina lámina de rencor, frustración y desdicha—murmuré
acercándome a él para sentarme a su lado y mirarlo fijamente—Así
que tienes razón, miro el pasado. Me gusta meditar sobre el pasado
para no cometer los mismos errores—susurré.
—¿Qué errores?—sonrió de forma
burlona—. Si tú, el que todo lo sabe, nunca comete errores. Ah,
bueno sí. Olvidaba que sí cometes, pero que nadie te los echa en
cara.
—Lestat...
—Bueno, te dejo seguir—dijo dándome
una palmada en la pierna mientras sus ojos brillaban por la
impaciencia. Estaba regodeándose, pero no iba a permitirle que
jugara con atajos.
—Te decía que me el rencor,
frustración y desdicha es todo lo que he conocido. Por eso me alejé
de Armand, pues una vez amé con toda la intensidad y acabé
desarmado. Los ojos oscuros de Pandora aún me persiguen y sus
palabras testimoniales, firmes y llenas de una fuerza inusitada para
una hembra, son parte de mis pesadillas—aseguré—. También me
alejé de otros que no he creado, pero que considero mis discípulos.
—Moi...—susurró señalándose a sí
mismo con un aire divertido.
—Si cuento esto es porque creo que
podrá servir de lección—afirmé.
—¿Por qué no actúas? Es evidente
que extrañas a ese odioso y a la hermosa Pandora. ¿Por qué no vas
y se lo dices? Te calientas la cabeza demasiado con simbolismos, te
hundes en libros y echas fuera cualquier rayo de esperanza. Ellos te
aman, te esperan con los brazos abiertos aunque sea unas noches, y tú
prefieres ir cambiando de casa para que no puedan saber tu paradero
por mucho tiempo. Quieres que te amen, pero te pones una coraza
terrible...
—¡No sabes nada!—dije
levantándome— ¡Si vas a juzgarme vete!
Él se levantó, se acomodó la
chaqueta y salió de mi propiedad. Al pasar junto a la puerta se giró
para verme y sonrió amargamente. Yo sabía que él tenía la razón,
pero decirle que la tenía hubiese sido un gran error por mi parte.
Hacía noches que deseaba ver a Armand
y volver a sentirlo como mi Amadeo. Pero sobre todo, sobre cualquier
cosa, quería pedir perdón a Pandora y mirarla a los ojos rogándole
un beso. Amarla como la amaba, sentirla como la sentía cuando tocaba
los lienzos, era sin duda mi mayor tortura. Amo a mis dos criaturas,
las amo con todo mi corazón, y nunca enmendaré los errores que he
cometido con ellos. Siempre me aislaré en un aspecto frío para que
la ira no rompa del todo lo poco que tengo. La ira me consume y en
muchas ocasiones me hace arder en llamas.
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