Mael nos comparte sus sentimientos juveniles ¿no es un primor? Bien que se pelea luego con Marius pareciendo ambos un dúo de idiotas.
Lestat de Lioncourt
El frío se colaba dentro de mi ropa y
se agarraba a mis huesos provocando que mis dientes castañetearan.
Tenía quince años y se suponía que ya era todo un hombre. Habíamos
decidido salir a cazar antes del amanecer. La noche, o más bien su
sonido, aún era presente y la oscuridad era terrible. Las antorchas
fulguraban y se podía ver la aldea a lo lejos, o más bien las
pequeñas hogueras que aún estaban encendidas. Nuestro paso era
lento, pero preciso. No queríamos alertar demasiado a las grandes
piezas y pronto llegaríamos al lugar apropiado para disponernos a
cazar algunos ciervos, conejos y aves diversas.
—Hoy te harás todo un hombre,
sobrino—dijo mi tío apoyando su mano en mi hombro—. Hoy pienso
dejarte la pieza más grande ¿llevas bastantes flechas?
—Sí, claro—respondí con orgullo,
aunque meditaba sobre lo que había escuchado de sus propios labios.
En lo profundo del bosque, allá donde
la oscuridad parece reinar durante todo el día, se alzan enormes
árboles de grueso tronco retorcido. Dentro de ellos se pueden
escuchar murmullos, lamentos y salmos. Quienes están dentro son los
espíritus de los árboles, el bosque en sí, y se les llama dioses.
Estos seres vivían gracias a la sangre que tomaban de los
sacrificios que se les ofrecía para que bendijeran expediciones de
guerra, siembras, caza o simplemente una boda de alguien importante
para los nuestros.
Me había impresionado tanto la
historia que decidí memorizarla. Podía tararear bajo una canción
que acompañaba a la leyenda y que me dejaba atónito. Era imposible
de sospechar para mí, en aquella época en la cual era tan sólo un
joven más, que me vería envuelto en la magia oscura y terrible de
nuestros rituales.
Míralos, sus ramas se alzan igual que
sus raíces.
No somos árboles, pero tenemos contacto
profundo con la tierra.
La sangre baña nuestros labios y nos
enloquece.
Curaremos del mundo sus terribles
cicatrices.
Dioses de los árboles, dormidos y en
silencio.
Dioses de los árboles...
—¡Mael! ¡Muévete muchacho! ¡Te
estás rezagando!—escuché a mi tío decirme a lo lejos mientras
agitaba la antorcha.
Rápidamente corrí hacia donde estaban
y me puse a su altura. Sin embargo en mi mente seguía rememorando
las frases que habían calado tan hondo en mí. Me juré proteger a
esos seres y conocerlos, amarlos y respetarlos. Parece una locura,
pero ahora soy uno de ellos aunque no vivo encerrado en un árbol
padeciendo abstinencia de sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario