Hacía algunas horas del concierto. Lo
recuerdo como si fuese hoy mismo. La leve brisa que se levantaba por
las calles y campos, alzándose como un clamor, mientras él
permanecía de pie frente a la ventana, contemplando la luna como si
fuera un hombre lobo, con aquellos ojos verdes tan intensos y ese
rostro acongojado. Había visto el vestido. Ese que me llevé conmigo
en mi caída fatídica de la torre. El amanecer estaba cerca.
—Dime qué ocurrió—dijo con la voz
quebrada—. Jamás he sabido la verdad.
—Ni yo la sé—respondí—. Tampoco
sé si la conoceremos.
—Era mi niña, mi hija y el amor más
puro que jamás he sentido—susurró girándose hacia mí—. Él me
dijo que era un inocente al creer que no era mi amante, al no verla
de ese modo. Sin embargo, ¿cómo verla de otro? Era mi pequeña.
Jamás creció en mis pensamientos.
—Ese fue el error—añadí tomando
asiento en una silla cercana—. El de ambos.
—Lestat—mi nombre en sus labios
siempre me gustó y ahora lo extraño, pues esa cadencia ya se ha
perdido. El monstruo que hoy es jamás me hablaría de esa forma.
Pues, el ser que ahora ocupa su lugar es un muñeco frío, cínico y
cruel, que no tiene interés alguno en mostrar sus verdaderos
sentimientos, si es que los tiene—. ¿Crees que descansa en paz?
—¿Quién puede asegurar
eso?—pregunté—. Ni siquiera sé si Nicolas...
—¿Tu viejo amante?—frunció su
ceño y se giró de nuevo, dándome la espalda.
—Sí—susurré—. Ni siquiera sé
si la historia es cien por cien cierta, qué hay de verdad y de
mentira, porque tampoco sé quién me respondía realmente las
cartas. Armand es un pequeño mentiroso, deberías saberlo, y tú
también lo eres.
—No me reproches nada, pues lo hice
porque así lo sentía—dijo.
—¿Y qué debo sentir yo?—pregunté
incorporándome con una súbita oleada de furia.
—¡No lo sé!—gritó apretando los
puños, girándose hacia mí nuevamente para encararme, y después
rompió a llorar—. ¡No lo sé! ¡No lo sé! ¡Sólo sé que ella
está muerta y yo he muerto con ella! ¡Todo lo bueno que había en
mí se perdió esa noche!
—¡No!—respondí agarrándolo de
los brazos en un rápido movimiento— ¡No! ¡Me niego a creer que
eso ha sucedido!
—¡Necio!—dijo echándose a mis
brazos.
Lloraba aferrado a mí, pegado contra
mi torso, mientras mis manos temblorosas acariciaban su espesa mata
de pelo negro. Noté que mi madre aparecía quedándose a mi espalda,
observando la escena con los brazos cruzados, mientras guardaba
cualquier palabra que pudiese hacerme daño o convertir en un
desastre aquella pequeña hermandad entre los tres.
—Marcho a descansar, ahí
fuera—escuché.
—Madre, te amo—susurré torciendo
la cabeza hacia ella.
—Y yo a ti monsieur—dijo con una
suave sonrisa.
Louis no se soltó de mí hasta que
lloró. Jamás había visto a un hombre, o un vampiro, llorar tanto
sin ser yo. Pues reconozco que yo lloro y sé llorar, que he llorado
muchas veces y aún lo sigo haciendo. Cuando lo hizo él se fue a
descansar y yo también, pero Akasha me alzó por los cielos y el
bramido de Khayman alertó a todos los vampiros, aquellos que aún
quedaban vivos, que ella había elegido consorte.
Nada volvió a ser lo mismo. El
silencio lo impregnaría todo con horrorosas visiones, el sonido del
dolor lamería mi alma y finalmente sentiría que soy invencible,
aunque el terror vivido me haría huella. Poco a poco él se
desvincularía de mí, aprendería a vivir solo y yo a vivir con la
carga de aceptar la renuncia de su amor por mí. Los recuerdos se
convertirían en cenizas y humo, como nuestra pequeña, pero siempre
llevaríamos con nosotros aquellos años dorados convertidos en un
pequeño vestido amarillo.
Amor, eso fue todo. Amor, eso no ha
vuelto a suceder.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario