Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 14 de junio de 2014

Entrevista con "el Duende" de Blackwood Manor

De nuevo regresan las entrevistas de David y ésta vez le tocó a Goblin. ¿Habrá dicho algo? ¿Lograremos saber algo más?

Lestat de Lioncourt 


Durante semanas había estado dudando de su cordura. Sin embargo, acabó aceptando que algo en él no se completaría jamás si no lograba una respuesta firme. Quería contactar con ella y si no era posible, pues a veces los muertos no desean hablar, lo haría con él, la persona que ayudó a descansar. Alterar la paz de los muertos tenía duras consecuencias, sin embargo no se detendría.

La noche anterior había pedido a uno de sus hombres de confianza, de esos jóvenes que él había salvado de sí mismos, para que comprara una pequeña tabla de madera de olmo o roble. Deseaba que estuviera lisa, sin inscripciones, así como le rogó que comprara ciertos punzones para poder tallar en ella. David sabía construir Ouijas desde muy joven, las había usado para contactar con muertos y demonios. El juego no era sencillo y a veces tenía resultados ciertamente desagradables. Tentar a la suerte no era más que danzar con el diablo en su propio terreno.

Cuando tuvo los materiales en su poder se encerró en el garaje de la mansión donde Louis solía descansar. No era tan fastuosa como la nueva vivienda de Lestat, pues sólo era una pequeña mansión perdida cerca de los pantanos, con el zumbido típico de los insectos y el olor, en ocasiones, desagradable de las aguas que allí quedaban estancadas.

Durante horas estuvo perfeccionando el tablero, dándole los detalles oportunos, para que la llamada fuera perfecta. No debía olvidarse siquiera una letra, una forma de respuesta rápida y los números. Todo estaba colocado y dispuesto como debía. Al terminar su obra la contempló con cierta fascinación y sensación de peligro. Después, cuando se hubo recuperado del pequeño esfuerzo, fue a su despacho tomando la carpeta que había robado de Talamasca, algunas anotaciones, una fotografía de Merrick y una grabadora.

Sí, quería contactar con Merrick a toda costa.

Cuando regresó al garaje lo vio a él, apoyado en el viejo Mercedes de ruedas desgastadas, con su semblante serio y el ceño fruncido. Louis era maravilloso en sus proporciones, poseía unos pómulos marcados, unos labios carnosos y unos ojos profundos del mismo color que los de ella. Siempre que lograba detenerse cinco minutos para verlo, aunque fuera de pasada, sentía la fuerza que emanaba de su interior como si fuese un gigantesco, y grotesco, animal salvaje a punto de caer sobre su presa. La camisa de blanco y pulcro algodón estaba bien planchada, con todos sus botones cerrados, y hacía resaltar su chaleco verde prado, con estampados en tono cacería, y sus pantalones de vestir negros. El cabello caía ondulado, algo encrespado, pero con la frente limpia. No parecía feliz, pero tampoco disgustado.

—¿Dónde vas?—aquella pregunta le sorprendió, pues jamás solía interesarse demasiado por sus asuntos.

—Necesito hablar con ella—respondió apretando el asa del maletín que contenía todo, absolutamente todo. La Ouija estaba en uno de los compartimentos, junto a las anotaciones, la grabadora y documentación.

—¿Para qué? Está muerta. Deja a los muertos en paz—su ceño se frunció mientras su cabeza se ladeaba hacia la derecha—. ¿No has aprendido nada? David, deberías ser más sensato. ¿Dónde está el hombre que yo conocía?

—Aquí, frente a ti, completamente abrumado y desesperado. Necesito saber que pasó con...

—Con el gran amor de tu vida—finiquitó aquella frase apartándose del vehículo—. Yo también la amé, lo sabes, y creo que fue a la última cosa que amé antes de ser lo que soy. No quiero decir que no te ame, pero ella se llevó mi pasión.

—También la mía—respondió rápidamente—. Deja que me marche.

—No te lo estoy impidiendo, pero te aviso que los muertos no tienen siempre respuestas agradables—susurró echando a caminar, con bastante elegancia, hacia la puerta de acceso a la vivienda—. Éxito en tu empresa... mi querido David.

Había sido el director de la orden de detectives de lo paranormal llamada Talamasca, la cual existía desde los tiempos de los templarios. Ella era su discípula, su mejor alumna, su amante y su compañera de secretos. La había cuidado desde que era una muchacha enclenque, con las piernas delgadas y los huesos de los hombros marcados. Tenía el rostro de una muñeca de porcelana, el cabello negro y espeso, su piel tostada y unos ojos llenos de secretos. La amó con aquel vestido de flores, descalza y desesperada por saber la inquietante verdad de los amigos del más allá que la llamaban. Una Mayfair desgraciada, sin dinero ni fama. Era de los Mayfair negros, no de los ricos que vivían de forma pomposa y alarmante tras las verjas de First Street o la Calle Amelia.

David se envalentonó y mientras sacaba el vehículo del garaje suspiró, las ruedas chirriaron y conectó la radio. El canal de jazz empezó a envolver el silencio. Sintió como ella estaba detrás, aunque era una sensación absurda ya que ella había desaparecido sin dejar rastro alguno. No, su Merrick no volvería jamás. Aquello era perder el tiempo, seguro, pero aún así quería intentarlo una vez más. Las manos blancas, tan frías como el hielo, acariciaban el volante mientras las luces de los faros del vehículo iluminaban el camino hasta Blackwood Manor.

Tarquin Blackwood no se encontraba en la propiedad, lo sabía bien, pero sabía que si rogaba a los habitantes de la mansión, como a veces hacía, quizás le dejaban estar en el cementerio. Optaría por decir el nombre de su antigua orden, alegar que deseaba asegurarse que las cosas se habían hecho correctamente y las almas no sufrían, para poder acceder al cementerio que había en la propiedad.

Nada más llegar iluminó la fachada las luces del vehículo, provocando que Jasmine apareciera en la puerta. Vestía una bata rosa, mal anudada pues se veía su camisón blanco, y unas zapatillas de felpa que parecían cómodas. Su elegante figura quedaba reducida a la de una mujer somnolienta, que posiblemente estaba en la cocina tomando un aperitivo nocturno y pensando en dónde podía estar Tarquin, Mona, Tommy y Nash. Ahora esos cuatro eran vampiros, y tres de ellos estaban ligados a una misma estirpe.

—¿Quién es?—preguntó.

—Soy amigo de Lestat—dijo bajando del vehículo—. También soy miembro de Talamasca. Seguro que recuerda a mi organización—comentó caminando hacia ella.

—Sí, sí que la recuerdo. Usted es de esos detectives de lo oculto, como la señorita que estuvo aquí ayudando a Quinn y ese viejo chiflado que a veces le acompañaba—tomó aire y lo soltó rápidamente, pues se encontraba algo incómoda—. ¿Qué desea?

—Inspeccionar el cementerio. Mi compañera perdió aquí la vida, cosa que estoy seguro que desconocía, y su cadáver, así como espero que también su alma, descansan en el cementerio de Saint Louis—aquello la conmocionó, pues como él decía desconocía por completo que había ocurrido con Merrick—. Ella fue mi pareja durante años. Mi vida y su vida estaban ligadas. Aunque parezco joven, pues no debe echarme más de treinta, soy algo mayor—la voz de David se volvió susurros, la gravilla dejó de sonar y él quedó a poca distancia de la mujer—. Por favor.

—Sé que Quinn ya no es el mismo muchacho que me sedujo, me llevó a su habitación y me hizo concebir a mi único hijo. No lo es—dijo en confidencia—. Es algo atemporal. No ha envejecido y tampoco Mona. Ese milagro... He visto el libro que habla de él, de ella, de ese amigo suyo y de ciertos misterios. No he querido seguir leyendo porque me he asustado y he sentido que he convivido con un monstruo. ¿Lo he hecho?—preguntó abrazándose a sí misma—. ¿El padre de mi hijo es un monstruo?

—Monstruo es aquel que no ama y ni ha amado. Él ama y amó, sigue amando y amará—respondió—. No puedo desvelar mayor misterio que lo narrado en los párrafos de ese libro, aunque son algunos más y si los consigue, cosa que posiblemente ocurra, no sabrá siquiera un tercio de la verdad.

—Algo me dice que no es humano y usted tampoco—eso hizo que el rostro de David se animara unos segundos, pero también se llenara de preocupación con una mirada asustadiza.

—Fui humano. Tuve otra apariencia—explicó brevemente—. Era un anciano cuando conocí a Lestat, pero mi alma se desprendió de mi cuerpo porque un ladrón me lo robó. Ese ladrón era un antiguo miembro de la orden, la misma a la cual consagré mi juventud y mi vida por completo. Cuando pude recuperar el aliento era joven, tenía éste cuerpo y unos ojos radicalmente distintos. Me convertí en un hombre de tez morena, ojos cafés y pelo negro sin una cana—la tomó de los brazos para que no se fuera, intentando que no huyera, pues quería hablar con ella con total sinceridad—. Míreme, no soy un monstruo.

—¿Y qué es?—preguntó con nerviosismo.

—Un concepto distinto a lo que puede ser un hombre mortal, pero no soy una bestia demoníaca proveniente de las alcantarillas del infierno—explicó—. Jamás la dañaría.

—El cementerio está por ese sendero, allí encontrará lápidas cuyos nombres se han borrado ya—dijo apartándose para entrar dentro de la vivienda, cerrar con doble vuelta de llave y echar las cortinas.

David guardó silencio mientras los pasos se alejaban, pues escuchaba el murmullo de un padre nuestro y alabanzas a la Virgen María, San Miguel Arcángel y varios santos locales. Aquella vivienda le recordaba a sus propiedades en Inglaterra, alejada de cualquier ruido y llena de campos verdes. Cuando no vivía con sus viejos compañeros, ya que tenía algunos meses de retiro para descansar en cuerpo y alma, iba a las viejas propiedades de su abuelo, las cuales no pisó su padre por discordancias con él. Allí se preparaba un whisky, encendía la chimenea y se sentaba a leer el periódico. Era tan simbólico todo y tan parecido que comprendió porque Tarquin a veces dudaba el marcharse de allí.

El sendero se hizo eterno, aunque no le llevó más de unos minutos. Decidió caminar a velocidad normal para no escandalizar más a la mujer, la cual lo observaba con intriga.

Las almas estaban allí, algunas paseaban con las manos en los bolsillos y otras simplemente observaban su tumba. Eran obreros, viejos guardeses de la finca y algunos niños que habían nacido para morir a temprana edad. Tomó asiento en una de las lápidas, la que aún conservaba cierta oscuridad debido al incendio de hacía más de una década. Colocó la Ouija sobre ella y sacó la pequeña flecha.

Invocó a los espíritus, habló de forma solemne y rezó porque estuvieran tranquilos en aquella conversación. Era un diálogo con una tabla, pero quien movería con cuidado, o quizás no, la flecha de madera sería sin duda alguna Goblin. Él lo estaba invocando con sus poderes, aunque sabía que no debía sentirse rencoroso en ningún momento. Merrick lo había liberado. Quería hablar con ella, pero antes necesitaba saber si él estaba dispuesto a darle datos. Posiblemente no tendría vínculo con el mundo, pero él sí. Ella había decidido morir, él no.

El tablero pronto comenzó a temblar, igual que los guijarros cercanos a la tumba, un aire agradable, algo dulzón, se levantó y el zumbido de los insectos se intensificó. Las ramas, de un olmo cercano, se agitó como si alguien lo intentara tumbar y el roble, el cual estaba situado al principio del cementerio, también se movió como un gigante alzando sus enormes brazos a la nada nocturna.

—¿Estás ahí?—preguntó colocando la flecha sobre el tablero y uno de sus dedos cerca.

La energía traspasó su cuerpo, se agitó, y rápidamente erizó el vello de su nuca. La respuesta no se hizo esperar y con un “Goblin quiere a Quinn”. David tragó saliva y miró el tablero iniciando una nueva pregunta.

—¿Estás tranquilo?—quería saber su estado para continuar.

La respuesta fue un “Sí” y eso hizo que él respirara con menos angustia, aunque los vampiros ya no necesitan de algo tan común para la vida.

—¿Recuerdas a Merrick?—susurró con una leve sonrisa esperando otro sí, pero tuvo algo distinto.

De inmediato la flecha se volvió loca y sólo señaló letra por letra “Quinn peligro” repitiéndolo hasta en tres ocasiones.

—Dime ¿estás con Merrick?—preguntó, pero obtuvo la misma respuesta—. Goblin, ayúdame por favor—murmuró notando entonces a pocos milímetros el rostro difuso, en forma de humo, del joven Garwain Blackwood, conocido por todos como Goblin, tan similar al de su hermano. David no se asombró por ello, pero sí se percató de la expresión de terror—. Goblin...

—Tú no eres Quinn—escuchó su voz en su cerebro, una reproducción exacta a la voz de su hermano—. ¡Quiero a Quinn! ¡Peligro! ¡Goblin quiere a Quinn!

—Lo sé, lo sé—susurró alzando las palmas de sus manos mientras notaba, algo estupefacto, como tomaba forma material—. ¿Podemos hablar?

—Dile que le quiero. Dile que me perdone. Goblin quiere a Quinn. Goblin es Garwain—sus ojos azules, de un tamaño gigantesco y de una expresión algo felina, estaban llenos de lágrimas—. Yo no maté a tía Queen—dijo golpeándose el pecho—. ¡Goblin quiere a Quinn!

—Se lo diré—dijo tomándolo de los brazos, como si fuera un ser de carne y hueso—. ¿Y Merrick?

—¡Dile te amo a Quinn!—en ese momento su expresión se volvió aún más tétrica y temerosa, desapareciendo mientras el viento paraba en seco.

—Sí... Goblin—susurró completamente agotado.

No entendía porque hablaba de peligro, pero había negado el asesinato de la tía de ambos. Era la hermana de su abuelo, una mujer muy interesante y vital. Si él no había sido posiblemente lo habría hecho Rebeca, pero ella había desaparecido tras la muerte de Patsy. Nada tenía sentido. Goblin parecía asustado y alguien se lo había llevado, como si lo arrastrara. David rápidamente sacó la grabadora, comenzó a dejar anotaciones sonoras e intento descifrar los murmullos que se daban aún, como si fueran eco, entre las ramas de los árboles y la brizna de hierba. Si bien, fue imposible y dio por finalizada su visita al cementerio Blackwood.



No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt