De nuevo regresan las entrevistas de David y ésta vez le tocó a Goblin. ¿Habrá dicho algo? ¿Lograremos saber algo más?
Lestat de Lioncourt
Durante semanas había estado dudando
de su cordura. Sin embargo, acabó aceptando que algo en él no se
completaría jamás si no lograba una respuesta firme. Quería
contactar con ella y si no era posible, pues a veces los muertos no
desean hablar, lo haría con él, la persona que ayudó a descansar.
Alterar la paz de los muertos tenía duras consecuencias, sin embargo
no se detendría.
La noche anterior había pedido a uno
de sus hombres de confianza, de esos jóvenes que él había salvado
de sí mismos, para que comprara una pequeña tabla de madera de olmo
o roble. Deseaba que estuviera lisa, sin inscripciones, así como le
rogó que comprara ciertos punzones para poder tallar en ella. David
sabía construir Ouijas desde muy joven, las había usado para
contactar con muertos y demonios. El juego no era sencillo y a veces
tenía resultados ciertamente desagradables. Tentar a la suerte no
era más que danzar con el diablo en su propio terreno.
Cuando tuvo los materiales en su poder
se encerró en el garaje de la mansión donde Louis solía descansar.
No era tan fastuosa como la nueva vivienda de Lestat, pues sólo era
una pequeña mansión perdida cerca de los pantanos, con el zumbido
típico de los insectos y el olor, en ocasiones, desagradable de las
aguas que allí quedaban estancadas.
Durante horas estuvo perfeccionando el
tablero, dándole los detalles oportunos, para que la llamada fuera
perfecta. No debía olvidarse siquiera una letra, una forma de
respuesta rápida y los números. Todo estaba colocado y dispuesto
como debía. Al terminar su obra la contempló con cierta fascinación
y sensación de peligro. Después, cuando se hubo recuperado del
pequeño esfuerzo, fue a su despacho tomando la carpeta que había
robado de Talamasca, algunas anotaciones, una fotografía de Merrick
y una grabadora.
Sí, quería contactar con Merrick a
toda costa.
Cuando regresó al garaje lo vio a él,
apoyado en el viejo Mercedes de ruedas desgastadas, con su semblante
serio y el ceño fruncido. Louis era maravilloso en sus proporciones,
poseía unos pómulos marcados, unos labios carnosos y unos ojos
profundos del mismo color que los de ella. Siempre que lograba
detenerse cinco minutos para verlo, aunque fuera de pasada, sentía
la fuerza que emanaba de su interior como si fuese un gigantesco, y
grotesco, animal salvaje a punto de caer sobre su presa. La camisa de
blanco y pulcro algodón estaba bien planchada, con todos sus botones
cerrados, y hacía resaltar su chaleco verde prado, con estampados en
tono cacería, y sus pantalones de vestir negros. El cabello caía
ondulado, algo encrespado, pero con la frente limpia. No parecía
feliz, pero tampoco disgustado.
—¿Dónde vas?—aquella pregunta le
sorprendió, pues jamás solía interesarse demasiado por sus
asuntos.
—Necesito hablar con ella—respondió
apretando el asa del maletín que contenía todo, absolutamente todo.
La Ouija estaba en uno de los compartimentos, junto a las
anotaciones, la grabadora y documentación.
—¿Para qué? Está muerta. Deja a
los muertos en paz—su ceño se frunció mientras su cabeza se
ladeaba hacia la derecha—. ¿No has aprendido nada? David, deberías
ser más sensato. ¿Dónde está el hombre que yo conocía?
—Aquí, frente a ti, completamente
abrumado y desesperado. Necesito saber que pasó con...
—Con el gran amor de tu
vida—finiquitó aquella frase apartándose del vehículo—. Yo
también la amé, lo sabes, y creo que fue a la última cosa que amé
antes de ser lo que soy. No quiero decir que no te ame, pero ella se
llevó mi pasión.
—También la mía—respondió
rápidamente—. Deja que me marche.
—No te lo estoy impidiendo, pero te
aviso que los muertos no tienen siempre respuestas agradables—susurró
echando a caminar, con bastante elegancia, hacia la puerta de acceso
a la vivienda—. Éxito en tu empresa... mi querido David.
Había sido el director de la orden de
detectives de lo paranormal llamada Talamasca, la cual existía desde
los tiempos de los templarios. Ella era su discípula, su mejor
alumna, su amante y su compañera de secretos. La había cuidado
desde que era una muchacha enclenque, con las piernas delgadas y los
huesos de los hombros marcados. Tenía el rostro de una muñeca de
porcelana, el cabello negro y espeso, su piel tostada y unos ojos
llenos de secretos. La amó con aquel vestido de flores, descalza y
desesperada por saber la inquietante verdad de los amigos del más
allá que la llamaban. Una Mayfair desgraciada, sin dinero ni fama.
Era de los Mayfair negros, no de los ricos que vivían de forma
pomposa y alarmante tras las verjas de First Street o la Calle
Amelia.
David se envalentonó y mientras sacaba
el vehículo del garaje suspiró, las ruedas chirriaron y conectó la
radio. El canal de jazz empezó a envolver el silencio. Sintió como
ella estaba detrás, aunque era una sensación absurda ya que ella
había desaparecido sin dejar rastro alguno. No, su Merrick no
volvería jamás. Aquello era perder el tiempo, seguro, pero aún así
quería intentarlo una vez más. Las manos blancas, tan frías como
el hielo, acariciaban el volante mientras las luces de los faros del
vehículo iluminaban el camino hasta Blackwood Manor.
Tarquin Blackwood no se encontraba en
la propiedad, lo sabía bien, pero sabía que si rogaba a los
habitantes de la mansión, como a veces hacía, quizás le dejaban
estar en el cementerio. Optaría por decir el nombre de su antigua
orden, alegar que deseaba asegurarse que las cosas se habían hecho
correctamente y las almas no sufrían, para poder acceder al
cementerio que había en la propiedad.
Nada más llegar iluminó la fachada
las luces del vehículo, provocando que Jasmine apareciera en la
puerta. Vestía una bata rosa, mal anudada pues se veía su camisón
blanco, y unas zapatillas de felpa que parecían cómodas. Su
elegante figura quedaba reducida a la de una mujer somnolienta, que
posiblemente estaba en la cocina tomando un aperitivo nocturno y
pensando en dónde podía estar Tarquin, Mona, Tommy y Nash. Ahora
esos cuatro eran vampiros, y tres de ellos estaban ligados a una
misma estirpe.
—¿Quién es?—preguntó.
—Soy amigo de Lestat—dijo bajando
del vehículo—. También soy miembro de Talamasca. Seguro que
recuerda a mi organización—comentó caminando hacia ella.
—Sí, sí que la recuerdo. Usted es
de esos detectives de lo oculto, como la señorita que estuvo aquí
ayudando a Quinn y ese viejo chiflado que a veces le acompañaba—tomó
aire y lo soltó rápidamente, pues se encontraba algo incómoda—.
¿Qué desea?
—Inspeccionar el cementerio. Mi
compañera perdió aquí la vida, cosa que estoy seguro que
desconocía, y su cadáver, así como espero que también su alma,
descansan en el cementerio de Saint Louis—aquello la conmocionó,
pues como él decía desconocía por completo que había ocurrido con
Merrick—. Ella fue mi pareja durante años. Mi vida y su vida
estaban ligadas. Aunque parezco joven, pues no debe echarme más de
treinta, soy algo mayor—la voz de David se volvió susurros, la
gravilla dejó de sonar y él quedó a poca distancia de la mujer—.
Por favor.
—Sé que Quinn ya no es el mismo
muchacho que me sedujo, me llevó a su habitación y me hizo concebir
a mi único hijo. No lo es—dijo en confidencia—. Es algo
atemporal. No ha envejecido y tampoco Mona. Ese milagro... He visto
el libro que habla de él, de ella, de ese amigo suyo y de ciertos
misterios. No he querido seguir leyendo porque me he asustado y he
sentido que he convivido con un monstruo. ¿Lo he hecho?—preguntó
abrazándose a sí misma—. ¿El padre de mi hijo es un monstruo?
—Monstruo es aquel que no ama y ni ha
amado. Él ama y amó, sigue amando y amará—respondió—. No
puedo desvelar mayor misterio que lo narrado en los párrafos de ese
libro, aunque son algunos más y si los consigue, cosa que
posiblemente ocurra, no sabrá siquiera un tercio de la verdad.
—Algo me dice que no es humano y
usted tampoco—eso hizo que el rostro de David se animara unos
segundos, pero también se llenara de preocupación con una mirada
asustadiza.
—Fui humano. Tuve otra
apariencia—explicó brevemente—. Era un anciano cuando conocí a
Lestat, pero mi alma se desprendió de mi cuerpo porque un ladrón me
lo robó. Ese ladrón era un antiguo miembro de la orden, la misma a
la cual consagré mi juventud y mi vida por completo. Cuando pude
recuperar el aliento era joven, tenía éste cuerpo y unos ojos
radicalmente distintos. Me convertí en un hombre de tez morena, ojos
cafés y pelo negro sin una cana—la tomó de los brazos para que no
se fuera, intentando que no huyera, pues quería hablar con ella con
total sinceridad—. Míreme, no soy un monstruo.
—¿Y qué es?—preguntó con
nerviosismo.
—Un concepto distinto a lo que puede
ser un hombre mortal, pero no soy una bestia demoníaca proveniente
de las alcantarillas del infierno—explicó—. Jamás la dañaría.
—El cementerio está por ese sendero,
allí encontrará lápidas cuyos nombres se han borrado ya—dijo
apartándose para entrar dentro de la vivienda, cerrar con doble
vuelta de llave y echar las cortinas.
David guardó silencio mientras los
pasos se alejaban, pues escuchaba el murmullo de un padre nuestro y
alabanzas a la Virgen María, San Miguel Arcángel y varios santos
locales. Aquella vivienda le recordaba a sus propiedades en
Inglaterra, alejada de cualquier ruido y llena de campos verdes.
Cuando no vivía con sus viejos compañeros, ya que tenía algunos
meses de retiro para descansar en cuerpo y alma, iba a las viejas
propiedades de su abuelo, las cuales no pisó su padre por
discordancias con él. Allí se preparaba un whisky, encendía la
chimenea y se sentaba a leer el periódico. Era tan simbólico todo y
tan parecido que comprendió porque Tarquin a veces dudaba el
marcharse de allí.
El sendero se hizo eterno, aunque no le
llevó más de unos minutos. Decidió caminar a velocidad normal para
no escandalizar más a la mujer, la cual lo observaba con intriga.
Las almas estaban allí, algunas
paseaban con las manos en los bolsillos y otras simplemente
observaban su tumba. Eran obreros, viejos guardeses de la finca y
algunos niños que habían nacido para morir a temprana edad. Tomó
asiento en una de las lápidas, la que aún conservaba cierta
oscuridad debido al incendio de hacía más de una década. Colocó
la Ouija sobre ella y sacó la pequeña flecha.
Invocó a los espíritus, habló de
forma solemne y rezó porque estuvieran tranquilos en aquella
conversación. Era un diálogo con una tabla, pero quien movería con
cuidado, o quizás no, la flecha de madera sería sin duda alguna
Goblin. Él lo estaba invocando con sus poderes, aunque sabía que no
debía sentirse rencoroso en ningún momento. Merrick lo había
liberado. Quería hablar con ella, pero antes necesitaba saber si él
estaba dispuesto a darle datos. Posiblemente no tendría vínculo con
el mundo, pero él sí. Ella había decidido morir, él no.
El tablero pronto comenzó a temblar,
igual que los guijarros cercanos a la tumba, un aire agradable, algo
dulzón, se levantó y el zumbido de los insectos se intensificó.
Las ramas, de un olmo cercano, se agitó como si alguien lo intentara
tumbar y el roble, el cual estaba situado al principio del
cementerio, también se movió como un gigante alzando sus enormes
brazos a la nada nocturna.
—¿Estás ahí?—preguntó colocando
la flecha sobre el tablero y uno de sus dedos cerca.
La energía traspasó su cuerpo, se
agitó, y rápidamente erizó el vello de su nuca. La respuesta no se
hizo esperar y con un “Goblin quiere a Quinn”. David tragó
saliva y miró el tablero iniciando una nueva pregunta.
—¿Estás tranquilo?—quería saber
su estado para continuar.
La respuesta fue un “Sí” y eso
hizo que él respirara con menos angustia, aunque los vampiros ya no
necesitan de algo tan común para la vida.
—¿Recuerdas a Merrick?—susurró
con una leve sonrisa esperando otro sí, pero tuvo algo distinto.
De inmediato la flecha se volvió loca
y sólo señaló letra por letra “Quinn peligro” repitiéndolo
hasta en tres ocasiones.
—Dime ¿estás con Merrick?—preguntó,
pero obtuvo la misma respuesta—. Goblin, ayúdame por favor—murmuró
notando entonces a pocos milímetros el rostro difuso, en forma de
humo, del joven Garwain Blackwood, conocido por todos como Goblin,
tan similar al de su hermano. David no se asombró por ello, pero sí
se percató de la expresión de terror—. Goblin...
—Tú no eres Quinn—escuchó su voz
en su cerebro, una reproducción exacta a la voz de su hermano—.
¡Quiero a Quinn! ¡Peligro! ¡Goblin quiere a Quinn!
—Lo sé, lo sé—susurró alzando
las palmas de sus manos mientras notaba, algo estupefacto, como
tomaba forma material—. ¿Podemos hablar?
—Dile que le quiero. Dile que me
perdone. Goblin quiere a Quinn. Goblin es Garwain—sus ojos azules,
de un tamaño gigantesco y de una expresión algo felina, estaban
llenos de lágrimas—. Yo no maté a tía Queen—dijo golpeándose
el pecho—. ¡Goblin quiere a Quinn!
—Se lo diré—dijo tomándolo de los
brazos, como si fuera un ser de carne y hueso—. ¿Y Merrick?
—¡Dile te amo a Quinn!—en ese
momento su expresión se volvió aún más tétrica y temerosa,
desapareciendo mientras el viento paraba en seco.
—Sí... Goblin—susurró
completamente agotado.
No entendía porque hablaba de peligro,
pero había negado el asesinato de la tía de ambos. Era la hermana
de su abuelo, una mujer muy interesante y vital. Si él no había
sido posiblemente lo habría hecho Rebeca, pero ella había
desaparecido tras la muerte de Patsy. Nada tenía sentido. Goblin
parecía asustado y alguien se lo había llevado, como si lo
arrastrara. David rápidamente sacó la grabadora, comenzó a dejar
anotaciones sonoras e intento descifrar los murmullos que se daban
aún, como si fueran eco, entre las ramas de los árboles y la brizna
de hierba. Si bien, fue imposible y dio por finalizada su visita al
cementerio Blackwood.
No hay comentarios:
Publicar un comentario