Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 27 de agosto de 2014

A las lágrimas de mi señora

Flavius quiere recordar algo para Pandora y me parece muy bien. Muchos admiramos a esta gran mujer. ¿Quién no? Soportó muchos años a Marius. 

Lestat de Lioncourt 

Hacía algunas semanas que todo había ocurrido, lo recuerdo muy bien. Parece que fue ayer mismo cuando me senté en aquel jardín, bajo el cielo cargado de estrellas, respirando el aroma de las flores y escuchando el murmullo de los insectos. La noche era agradable, se sentía apacible. Los altos y gruesos muros del palacio, la vivienda cómoda y señorial de Marius, estaba a mis espaldas con sus altas columnas y sus encantadores mosaicos decorando el suelo, las bellas esculturas contemplándome con ojos bondadosos o implorantes. Podía elegir cualquier rincón y sentía fascinación gracias a mi nueva vida. La brisa acariciaba suavemente mis cabellos ondulados y oscuros, tocaba mi rostro con un leve atisbo de barba y deslizaba mis dedos por mi pecho sintiendo que mi corazón cambiaba, del mismo modo que todo se transformaba a mi alrededor.

Ella llegó. Como llega una diosa a su templo. Tenía los hombros cubiertos suavemente, pero sus brazos estaban al aire. Llevaba un vestido vaporoso, aunque era de algodón, de un tono rojizo muy llamativo. El cabello lo llevaba suelto y se mecía igual que los pendones en mitad de la guerra. Era hermosa. Siempre me ha parecido hermosa. Sus ojos pardos tenían un brillo triste, muy amargo, y sentí que mi corazón se desquebrajaba. La quería. Ella era mi musa y mi madre, me había dado una nueva vida. Mi hermosa señora.

—Señora...—dije levantándome de aquel banco de piedra, para ir inmediatamente a su lado—. Mi señora, ¿en qué puedo ayudarla?

—Flavius, recita para mí—fue lo único que dijo antes de abrazarme, rodeándome con aquellos hermosos brazos bien torneados. Sus dedos acariciaron mi nuca y sus labios se pegaron a mis mejillas, dejando que estos se apretaran contra mí como lo haría una madre amorosa.

—Antes del mar y de las tierras y, el que lo cubre todo, el cielo, uno solo era de la naturaleza el rostro en todo el orbe, al que dijeron Caos, ruda y desordenada mole y no otra cosa sino peso inerte, y, acumuladas en él, unas discordes simientes de cosas no bien unidas—era Ovidio. Nuestro Ovidio. Al cual lloramos ambos como si fuéramos niños que han reñido por tomar uvas de la mesa. Lloramos su muerte, lamentamos su pérdida para el arte. Ovidio, siempre Ovidio, en la punta de mi lengua surcando el aire hacia sus oídos—. Ningún Titán todavía al mundo ofrecía luces, ni nuevos, en creciendo, reiteraba sus cuernos Febe, ni en su circunfuso aire estaba suspendida la tierra, por los pesos equilibrada suyos, ni sus brazos por el largo margen de las tierras había extendido Anfitrite, y por donde había tierra, allí también ponto y aire: así, era inestable la tierra, innadable la onda, de luz carente el aire: ninguno su forma mantenía, y estorbaba a los otros cada uno, porque en un cuerpo sólo lo frío pugnaba con lo caliente, lo humedecido con lo seco, lo mullido con lo duro, lo sin peso con lo que tenía peso—ella me miraba. Eran sus ojos los que me tentaban a recitar toda su obra si hacía falta. Entonces vi en sus ojos las lágrimas—. Mi señora...

—Mi padre tenía razón, Flavius. No debí ir tras Marius, no debí verlo como el hombre que necesitaba. Es tan tosco, tan bruto, tan ignorante de todo y luego tan sabio y para nada crédulo. Detesta que tenga mayores conocimientos que él, niega mi intuición y me aparta... Flavius, me aparta—sus manos se aferraron a mis brazos desnudos, como los suyos, y finalmente se agarró a la túnica arrugándola mientras yo la miraba con compasión y pena—. No me mires así. No estoy triste por discutir con él, pues él sólo levanta mi rabia y hace que arroje contra su estupidez mis palabras más hirientes. Como dagas, Flavius. Igual que flechas encendidas—tomó mi rostro entre sus manos y besó suavemente mis mejillas, muy cerca de mis labios—. Es pena lo que siento por mi padre, por no haber creído en sus palabras.

—Está equivocado, pero verá que se confunde. Él cambiará quizás—dije para insuflarle esperanza, pero ella me calló con un beso hondo y apasionado.

Mi señora, mi madre, mi amiga, mi amante a ratos y mi confidente. Yo le había contado tantas cosas, recitado cientos de poemas, y permitido que llorara en mi hombro cuando nadie la veía. Era fuerte, muy fuerte, y eso me fascinaba. Estaba enamorado de su fuerza y belleza. Viviría para siempre. Ella sería esa hermosa imagen perfecta, impertérrita, llena de matices. Sin duda hermosa. Y yo era sólo un sirviente. Siempre sería su sirviente. Jamás dejaría de serlo.


Han pasado tantos años desde aquel beso furtivo, pero tantos años, que se han ido acumulando convirtiéndose en siglos. Y aún hoy, cuando la veo, recuerdo ese primer beso tan hondo y desesperado. No la deseaba carnalmente, pero sí la amaba con toda mi alma.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt