Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 28 de agosto de 2014

Querida hija

Querida hija: 

Recuerdo cada uno de tus tirabuzones. Esa cara de muñeca no puede olvidarse, pues tenías las pestañas más largas que yo jamás haya podido ver. Tus ojos eran brillantes, despampanantes, enormes y profundos. Jamás podría haber creído que me mirarías de ese modo, con tanto odio y desprecio. Te amaba tanto que hubiese dado todo por un atisbo de felicidad en tus falsas sonrisas. Tal vez fui demasiado cruel, pero me odiaba a mí mismo por no poderte dar todo. Hacerte crecer era imposible, pues siempre serías una niña en el País de Nunca Jamás y yo un estúpido que te contemplaba como una hermosa bailarina de caja musical. Sí, dabas vueltas a mi alrededor con tus encantadores vestidos de satén y terciopelo, tus encajes, los bordados de los pliegues de tu falda y ese hermoso tocado infantil que adornaba tu revuelta cabeza de rizos dorados. Tan pequeña, tan frágil, tan fuerte y cruel. Podías recitar miles de poemas, cantar en el coro de una iglesia cual ángel descendido de los cielos o simplemente llorar en medio de la calle para que un estúpido mortal cayera en tus trucos. Sin pudor, sin prisas, sin miedo y sin rechazo alguno a la maldad que yacía en tu interior. Creé un ángel vestido de muñeca, una pequeña dama con modales de reina, que me arrebató el aliento y prácticamente la vida.

Codiciaba tus besos en mis mejillas, tus brazos rodeándome con cariño falso tan delicioso, y esa forma especial, tan cómplice, de reírnos de todo. Extraño la melodía de tu risa, tus pequeños dedos contra los míos y esa relación fraternal tan improvista. Me dejé el corazón en tus manos mucho antes que intentaras matarme. Te amé más que a mí mismo. Levantaste en mí la ilusión, como si fueran polvos de estrella mágicos. Te convertiste en mi pequeño tesoro, el secreto mejor guardado, mi diminuta y delicada doncella de frágiles lágrimas. Tantos años y tan desconocidos éramos. Nunca pensé que me matarías. Era feliz tocando el piano en dueto contigo, caminando por las calles como si fuéramos uno mismo y hablando con Louis de sus lánguidas teorías sobre todos nosotros.

Cariño, eras mi hija. Nunca pude perdonar del todo tu crueldad, pero Dios sabe que no esperaba vengarme. Sólo quería recuperaros. Pensé que cuando tuviese la sangre, y el poder recobrado, podría rescatarte y huir con Louis. Los tres juntos de nuevo. La familia feliz por siempre. Como si fuera un cuento, un mero cuento de hadas, de esos que solías pedir cuando eras tan pequeña. Mi dulce ángel, sólo espero que no sufrieras y no sintieras el horror cayendo sobre ti como la espada de Damocles. Porque ese poder tuyo, esa belleza inmortal e infantil, era tan poderosa que debías ostentarla con cuidado y, sin embargo, a pesar de mis caprichosas argucias, para hacerte fuerte ante cualquier circunstancia, no sirvió de nada.

No pude llevarte flores a tu funeral. Tampoco pude llorar junto a tu cuerpo. Ni siquiera vi como se esparcían tus cenizas. No recuerdo en absoluto las palabras exactas que pensé cuando mis ojos se embarraron en lágrimas, mi garganta se llenó de nudos y supe que al fin descansarías, pero que a la vez comenzaba una nueva historia grotesca y solitaria. Me recordabas a ella. Tan fuerte, tan fiera, tan lista y tan hermosa. Ella, mi madre. Siempre soñé con presentártela, con mostrártela, diciéndote que así serías si hubieses crecido. Te creía mi hija de carne y hueso, más que de sangre. Pues mi alma era exactamente como la tuya, ya que era tan caprichosa y tan libre como la mía.


Pedir perdón ahora no serviría de nada. Admito mi culpa. No debí crearte. Jamás debí pensar que sería un gran reto y una magnífica idea. No obstante nunca podré negar mi amor por ti, la felicidad de esos años, y la gloria que sentí cuando te levantaste de la cama pidiendo más sangre buscando saciar tu sed.


Lestat de Lioncourt   

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt