Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 6 de agosto de 2014

El huésped

En el anterior ARCHIVO DE TALAMASCA llamado EL HUÉSPED os dejamos con el suspense, o más bien fue David. Mi amigo, y antiguo líder de Talamasca, ha decidido ofrecernos el final. Espero que les guste. 

Lestat de Lioncourt 

Los años fueron sucediéndose, cargándose de historias y momentos que no podían borrarse. Era como si todo ocurriese en el mismo instante, colisionando con fuerza como un asteroide contra un planeta o una pequeña nave contra el sol. Explotaba en su cabeza, movía toda su red neuronal y le provocaba un dolor inmenso. Cuando despertaba tiritaba, parecía más enfermo y viejo, aunque se recuperaba rápidamente con algo de descanso y alimento. Sin embargo, cuando dormía los demonios susurraban rápidamente su canción, le alentaban a inducirse en un nuevo sueño que sería una aventura terrible. Sabía que si moría en sus sueños jamás se despertaría. Él lo sabía. Snow era consciente de ese reto. No era un privilegio vivir el futuro, el pasado y el propio presente. No lo era. Aquello se convirtió en una carga imposible.

Con la suma de cada sueño podía escribir novelas de ciencia ficción, algunas llegaron a ser impresas e impresionaron a todos en todo el mundo. Eran guerras cruentas, sacrificios imposibles y rescates dramáticos donde a veces sólo quedaba uno, con los ojos llenos de lágrimas y el alma destrozada. Mismo rostro, mismo nombre, y mismo dolor. Él intentaba hacerse comprender, pero todos creían que era fruto del arte. Un arte demasiado terrible para describir con escasas palabras, sin embargo no era arte lo que él ofrecía. Eran visiones horribles que le torturaban durante meses e incluso años.

Una noche, mientras David deambulaba por la ciudad de New Orleans, con las manos en los bolsillos de su gabán gris, y una buena bufanda ocultando parcialmente su rostro, se descubrió añorando Londres. Era un invierno algo crudo para un lugar al sur de Estados Unidos, que solía tener temperaturas agradables. Sin embargo, ese año no lo era. Las hojas habían caído antes de tiempo, las lluvias estaban siendo cada vez peores y temía una inundación que arrasara de nuevo con las calles que tanto había conseguido amar. Sintió que algo no estaba bien. Como si un huevo eclosionara y portara un virus letal. Se giró hacia atrás, miró una figura borrosa y después desapareció como muchos de los fantasmas que solía ver. Pero aquello era una proyección. No era un fantasma. Aquel hombre delgado, de rostro algo puntiagudo y labios carnosos, estaba vivo. Él sabía que no estaba muerto.

—Joven Snow—murmuró acomodándose el abrigo para luego correr precipitadamente hacia la vivienda que poseía en la ciudad, un pequeño ático donde se refugiaba de cualquier inmortal que pudiese dar con él.

Corrió a sus archivos, recorrió cada fragmento de éstos en cada carpeta, y dio con el documento que estaba buscando. Era Jerónimo Snow, el chico escocés con raíces españolas, que una vez acudió a él con tan sólo diecisiete años. Ahora estaba de nuevo allí, con unos cuarenta años, aunque con unos ojos que podían contar miles de años como los de la propia tierra. Le había mirado. El rosto era borroso, pero sus ojos no. Los ojos de aquella súbita presencia eran más reales que los de cualquier ser humano de carne y hueso.

—Me está buscando—se dijo a sí mismo.

Rápidamente se sentó frente al ordenador y entró en su base de datos. Cada tecleo le mostraba una serie de enlaces, códigos y claves, que pocos podían descifrar con su mente mortal. Sin embargo, él podía hacer maravillas. Siempre fue inteligente, aunque no soberbio. Las pocas veces que mostraba su brillante intelecto era con los espectros, ayudándoles a ver más allá de su piel y su carne.

—Lo tengo—musitó al ver el archivo con la nueva dirección.

Era una institución mental. Una de esas cárceles donde se abandonan a los enfermos a su suerte, de blancos y altos pasillos antisépticos, con cortinas gruesas para que no entre demasiado el sol, enfermeros fuertes y poco amables y enfermeras que ni siquiera son capaces de dar a basto. Un centro donde el jardín es sólo para aquellos demasiado estúpidos, o tan drogados, que no son capaces de huir. Él estaba en una de las celdas de máxima seguridad y aislamiento. Aquellas que ni siquiera poseen un ventanuco para saber si es de día o de noche, de muros y suelos acolchados, con una cama pequeña e inútil, sin demasiado que hacer salvo escribir enfervorecido para calmar su ansiedad y por prescripción facultativa. Un joven con tanto talento desaprovechado, olvidado, enajenado y que nadie pudo hacer nada por él. Sin embargo, quería escapar y lo hacía durmiendo. Cada vez dormía más. David lo sabía. ¿Qué podía hacer un hombre como él en un sitio como aquel? Dormir y olvidar. Pero a veces el olvido no llega y el dolor se hace fuerte.

Decidió visitarlo. Sabía que era un viaje largo. No solía hacerlo mediante sus dones, sino como un hombre común y corriente. Le agradaban sus poderes, pero no quería llamar la atención. Además necesitaba algunos días para meditar sus primeras palabras ante aquella figura. Ese chico pálido, delgado, de ojos amables y tristes se había convertido en una bestia voraz y sensible a cualquier palabra. No quería derrumbarse, ni sentirse culpable. Necesitaba entereza. Llegaría al fondo del asunto como con cualquiera de sus casos.

Al llegar, casi una semana después, lo condujeron a la habitación después de mostrar documentación falsa, acuerdos y trámites falsificados gracias a un viejo amigo, que le acreditaban como doctor enviado por un familiar lejano. Uno de los pocos familiares que aún tenían la “bondad” de pagar aquella institución gracias al dinero que sacaban de su sacrificio, sus sueños, que terminaban siendo grandes libros afamados y aclamados por todos. Pero él no lo sabía. Él sólo escribía para olvidar y poder desocupar su mente.

—Es peligroso—comentó uno de los facultativos.

—He visto casos más extremos—contestó.

Sin embargo, cuando pudo ver las imágenes por el circuito cerrado de televisión, en una sala contigua a donde él “descansaba” sintió que todo lo que había visto era polvo. Allí estaba Jerónimo escribiendo hoja tras hoja, también había usado los muros para realizar bocetos y su propio cuerpo. Tenía los ojos inyectados en locura. Hablaba de mundos que no existían, de universos que se destruían y que construían otros.

David se introdujo en su mente en ese instante. Pudo ver la proyección de todas sus ideas y eso le alarmó. No era un espíritu, sino varios. Eran espíritus vagando pro el mundo. Con su nivel humano no lo habría podido ver, pero con su nivel psíquico de vampiro sí. Aquel chico era la marioneta de “ángeles” que querían salvar el mundo, llevarle las visiones oportunas a todos los humanos y que tomaran conciencia. Pero nadie iba a tomar conciencia de nada. Además, él creía que moriría si moría en los sueños y ese terror le torturaba.

El vampiro se aferró a la mesa, clavó con rabia sus ojos en todos los presentes y corrió hacia la habitación entrando sin ser invitado. Tiró la puerta, entró dentro y se llevó al hombre como si no pesara nada. Las alarmas sonaron, pero no pudieron dar con el fugado y su ayudante. Nadie pudo detenerlos.

David sabía que no podía hacer nada por él. Su mente estaba demasiado torturada. Sus ojos clamaban piedad. Observar las estrellas en el campo cercano al hospital de salud mental, la institución Clarise, le hizo llorar de felicidad. Se acunó en los brazos de David, rogó por su muerte y éste se la ofreció. Drenó con rapidez sus venas, pero antes le ofreció el secreto de su éxito y éste lloró al saber que muchos de sus lectores jamás sabrían como acabaría su gran y última aventura.

El cuerpo lo dejó con cuidado sobre un montón de ramas, lo cubrió con su chaqueta y acomodó sus largos mechones negros, ahora con algunas canas. Miró su rostro calmado, una muerte dulce rozando cada párpado, para luego ver como los espíritus se evaporaban y diluían en él. Los dotes adivinatorios no eran más que el control mental de varios espectros, de los cuales no sabía su origen, y que posiblemente era como el espíritu que dio al vampirismo, pero estos se alimentaban de sueños y no de sangre.


—No viviste nada de eso, pero ellos creían que iba a pasar y hacerte soñar los hacia fuertes—dijo acomodando su corbata, para luego girarse y cambiar el rubo de sus pasos—. Al menos, nadie se aprovechará de ti.

Podía proyectarse del mismo modo que podía hacerlo cualquier vampiro, pues era un alma torturada. También los humanos comunes podían hacerlo, es una proyección astral fácil, pero él había tenido años para encontrarle y poder pedir ayuda. Aquel final era el final que él deseaba, el que necesitaba.

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Lestat de Lioncourt