Me ha enviado esto Memnoch, pero no creo nada. No hay verdad en sus palabras ¿o sí?
Lestat de Lioncourt
Aún recuerdo como el coro se alzaba en
presencia de Dios, los luminosos querubines acariciaban sus largos
cabellos y apoyaban sus pequeñas manos sobre sus hombros. Aquellos
ojos dominantes, tan intensos, se clavaron en mi pecho y se hundieron
en las profundas tinieblas de fuego que era mi alma. Así comenzaba
mi calvario. Tan simple como hacer las preguntas equivocadas en el
momento más inoportuno.
—Si tanto los amas, ¿por qué no
caminas entre ellos padeciendo su mismo calvario?—llegó a decir
mientras acomodaba sus brazos en el trono—. Ve, busca la paz
ayudándolos, pero no me exijas que yo haga algo por ellos. No son
marionetas mías, ni debo interceder.
—¡Hay gente que muere!—grité
desesperado—. ¡Gente que espera un milagro!
—Se su milagro—respondió sin alzar
ni siquiera una de sus palabras.
—¡No puedo ser su esperanza!—exclamé
alzando mis brazos desnudos, mostrando mis manos vacías y heridas—.
¡Con qué armas! ¡Si mis armas me las arrebatas y me envías a mis
propios hermanos para que me detengan! No puedo hacer nada... ¡Nada!
—La mejor arma no tiene doble filo ni
está hecha de pesados materiales. La mejor arma, sin duda alguna,
está hecha con palabras. Tienes un don con ellas, ¿por qué no los
conmueves y limpias su honor? No pienso mover un dedo por aquellos
que despreciaron su única oportunidad—comentó inclinándose hacia
delante mientras sus largos cabellos blanquecinos rozaban su poderoso
torso. Nunca ha sido exactamente como lo han representado. Dios posee
una magia superior a cualquier pintura y desborda cualquier
imaginación, sobre todo la humana. Su belleza e inteligencia es
infinita, pero también su orgullo. Jamás reconocería que se
equivocaba—¿Has entendido?
—Palabras—murmuré apretando con
fuerza mis puños—. Palabras...
—De amor ¿o de guerra?—pregunté
bajando mis brazos—. Sólo veo guerra.
—Ve con ellos, aquí no tienes lugar.
Hagamos ese trato. Encárgate en asustarlos y mostrarle el amor de
Dios, encáuzalos y castígalos si es necesario—se recostó de
nuevo en su trono y permitió que los querubines cantaran más alto.
Fui desterrado. Puedo regresar en
cortas visitas, pero cae sobre mi el dolor y la soledad. Él lo
cambió. Lestat fue parte de un plan, pero el plan acabó siendo
terriblemente tentador. Si tan sólo viese mi soledad y mi amor, si
comprendiese mis palabras y las creyese, yo no lo castigaría ni
doblegaría. Él es mi única esperanza. Todos le escuchan y aclaman
como a un héroe, mientras que yo soy el enemigo en tantas culturas y
el monstruo en los sueños infantiles. Me cubrieron de dolor,
miseria, fealdad y cánticos sobre la crueldad que no poseo. Acepto
que mis caprichos y mis ilusiones me han condenado al Infierno, pero
en el Infierno mismo he encontrado la luz en sus ojos. ¿Tanto pido?
Ser escuchado, comprendido y aceptado.
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