Otro recuerdo de Louis. Acepto que este me hizo llorar.
Lestat de Lioncourt
Si tuviera el poder de controlar el
tiempo y detener las frágiles manecillas del reloj, para girarlas
lentamente hacia atrás y elegir un lugar determinado en una fecha
exacta, elegiría el primer día de nuestras vidas. Aquella noche
trágica y dolorosa. El segundo en el cual ella me rodeó con sus
brazos y sentí su cuerpo cambiar mientras sollozaba. Él hizo un
acto horrible. Era una abominación. Pero soy consciente que incluso
yo me sentí conmovido por ver que recobraba su belleza. Sus hermosos
cabellos rizados parecían aún más dorados, sus ojos eran profundos
océanos y por su pequeña boca, carnosa y rosada como los carnosos
pétalos de una rosa, pedía más y más.
—¿Cómo has podido hacerle algo
así?—pregunté, notando como sus pequeños dedos jugaban con
algunos mechones de mi cabello negro—¡Lestat!
—Sólo hice una compañía más
adecuada para ti—explicó sentándose en uno de los sillones de
brazos de la habitación. Parecía algo cansado. La pequeña había
bebido bastante de él. Aún se tapaba el brazo aunque ya no había
corte alguno—. Ahora tienes una hija, felicidades. ¿Fue duro el
parto?
—Miserable—mascullé.
—¿Por qué miserable?—frunció sus
doradas cejas y me miró confuso—. Iba a morir—dijo estirando su
brazo derecho hacia nosotros—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Ser
bondadoso y dejarla en esa putrefacta cama en el hospital?—ella
parecía frágil en mis brazos, pero no dejaba de apreciar que era
una monstruosidad lo que habíamos hecho. Un pecado. Jugábamos a ser
Dios. Él hablaba del dolor de la pequeña, pero no veía lo terrible
que era cambiar su destino de esa forma—. Le he dado algo mucho
mejor que medicinas para calmar su dolor.
—¿Y mi madre?—su tierna voz me
enloqueció. Quería estrecharla contra mí hasta que ese monstruo se
apartara de nosotros. Lestat sonreía maliciosamente, prácticamente
saltaba y bailaba, porque todo había salido como deseaba.
—Louis es tu madre—dijo tras una
risilla.
—Pero yo tengo una mamá y un
papá—respondió apartándose de mí unos centímetros.
—Cherie, ahora nosotros somos tus
padres—contestó abriendo sus brazos mientras se echaba hacia
atrás, recostándose en el sillón.
—Tú sólo eres un monstruo—dije
frunciendo el ceño.
—Gracias, gracias, gracias...—decía
maravillado haciendo una reverencia sin moverse del sitio— ¿alguna
queja más, Louis? Dime, estoy esperando a que te quejes de nuevo.
—¿Y mis padres?—murmuró a punto
de romper a llorar, cosa que me rompió el corazón. Se apartó de mí
y se acercó a él. Se refugiaba ahora en sus brazos que la rodeaban
de forma fraternal. Quería matarlo.
Viéndolos juntos parecían padre e
hija. Dos seres similares en belleza. Ella lo miraba con fascinación,
como se mira a un padre, y él tenía una chispa de ternura y amor
que no entendía. ¿La amaba? Creo que sí. La amó tanto como yo.
Nada más verla deseó amarla eternamente. Sin embargo, eso no
evitaba que fuese terrible.
—En el cielo, cherie—susurró
alzando su mano derecha hacia el techo—. Todos van al cielo.
—¿Con los ángeles?—preguntó con
una ligera sonrisa que me terminó aniquilando.
—Oui—dijo inclinándose, para besar
su frente.
—Quiero más—dijo inquieta.
—Tendrás más—le aseguró.
Y aunque fue terrible para mí, a pesar
de todo, iría a ese momento para abrazarla y besarla. Era inocente.
Una niña eterna e inocente. Una pequeña muñeca a la cual vestir,
peinar y adorar. Una niña con la cual jugar a ser padres. Tal vez
jugamos demasiado. Quizás tuvimos una vaga esperanza que nos
torturaría para siempre.
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