Muy bonito el texto, lo acepto. Pero ya sabe que somos dos hombres por un mismo destino: su corazón.
Lestat de Lioncourt
San Pedro pescaba en los mares, luego
se convirtió en pescador de almas y su imagen fue la piedra más
resistente de la iglesia. La fe mueve montañas, pero las mareas son
más fuertes y pueden transportar todo tipo de cargamentos, desde
sueños a pequeños tesoros. El mar es inexpugnable. Pocos conocen
algunos de sus misterios. Las sirenas son alusiones a sus peligros,
al encanto que ejerce las turbias aguas que fluyen acariciando las
costas. El salitre, el olor de la sal pegada al cuerpo bronceado de
un marinero, puede ser evocador o simplemente una pincelada más de
un bucólico día en el puerto. Debajo de la pátina azul cargada de
reflejos y pequeños brillos, así como vida, hay monstruos que se
agitan más allá de las pesadillas. Las corrientes de agua son los
peores ejecutores, te arrastran hacia el fondo y te ahogas, después
flotas como un corcho y vas a la deriva.
Yo era ese corcho. En mi vida había
logrado grandes cosas, pero tenía un enorme lastre que me empujaba
hacia el fondo. Me sentía ahogado, desconsolado con todo lo que
había a mi alrededor, y había hechos que me hacían sentir un
verdadero fracasado. Comencé a comprender que había piezas en el
puzle de mi vida que no encajaban, momentos que no había logrado
vivir y logros que jamás alcanzaría. No podía dejar de pensar en
mi primera relación seria, en lo importante que fue para mí y en el
trágico final que tuvo con un recién nacido que jamás se
desarrolló. La imagen de niños recién nacidos, de fetos y de seres
proyectando su nueva vida, me seducían y aterraban a la vez. No
podía dejar de pensar que yo había tenido la culpa de su muerte, y
el dolor era demasiado terrible. Apretar los dientes y seguir hacia
delante pareció una fácil solución, pero no lo fue. No fue fácil,
aunque sí rápida. Intenté encauzar mi vida siguiendo los pasos de
mi trayectoria profesional, evitando enamorarme o centrarme en
alguien que no fuera un cliente. Olvidé por completo que era la
felicidad. Mi vida se convirtió en un pozo oscuro y siniestro donde
me ahogaba, me asfixiaba, lejos de un mar lleno de olas que me
arrastraran hacia la orilla de un futuro mejor.
Recuerdo como llegaba a casa, con los
hombros bajos y el espíritu deteriorado. Abría una cerveza,
encendía el televisor y ojeaba alguna vieja película. Después,
como si nada, me deslizaba entre las viejas sábanas de mi cama y me
arropaban libros de diversos autores, pero sobre todo de Dickens.
Llorar era para cobardes, pero yo lloraba. Intentaba dejar que mis
sentimientos no influyeran, pero todo era insoportable. Un día me
marché para recordar mi infancia, pobre y desgastada como los
zapatos que solía llevar, allá en los barrios donde los irlandeses
intentaban malvivir. Mis orígenes. Mi humildad. La grandeza de mi
padre tras las vidas salvadas y el fuego apagado, el mismo fuego que
lo apagó a él para siempre. No hubo agua, ni olas, ni nada para él.
Sólo un montón de llamas consumiendo su cuerpo. A penas quedó algo
de su gigantesca y protectora figura. Mi madre adicta al alcohol,
llena de misterio y dolor, me hacía prometer cosas imposibles. Un
día ella murió, igual que él lo hizo, y todo se redujo a mi tía
Viv. Mi tía Viv, mis estudios y mi pasión por las viejas
construcciones de mi amada New Orleans.
San Francisco era un buen lugar, un
inicio, pero no era mi hogar. Tuve que ir allí. Tuve que ahogarme
para que ella me salvara, como si fuera San Pedro con rostro de ángel
y ojos cargados de ciencia. Una doctora, pero no una común. Una
bruja. Una Mayfair. Una mujer que desconocía su destino, igual que
yo el mío. Un ser sin pasado, con mentiras acumuladas en cajas de
zapatos llenas de fotografías de gente que no conocía, de
enfermedad y tragedias. Un ser idéntico a mí. Llena de dolor,
cubierta por él, y moldeada como una Eva en un paraíso salvaje a
bordo de un barco. Dulce Cristina, dulce ella y dulce sensación de
estar en casa a su lado.
Todo estaba calculado por el destino de
un ser malévolo, el cual sólo buscaba su propio beneficio. Sin
embargo, incluso buscando su propio bien salvó mi alma. No importa
si sólo era un medio, un simple mecanismo, para su gran truco final.
Lo único que sé, que sé realmente, es que ella es la mujer con
quien deseo estar. La única mujer con la que podría vivir. No me
importa que las heridas sean demasiado profundas, que todo lo que
hayamos vivido sea una historia demasiado extraña como para ser
narrada con un par de líneas, porque lo hemos sentido y ese
sentimiento nos ha hecho más fuertes. Somos Mayfair, no nacimos
humanos; pero sí nacimos para estar juntos.
Michael Curry
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