Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 6 de septiembre de 2014

Mi amor por ella

Marius es un imbécil. No me importa si saca el látigo y me golpea. ¡IMBÉCIL! Con todas las letras. Pero que idiota... ¿cómo no es capaz de decir lo que siente a Pandora? Gilipollas y tozudo, eso es.


Lestat de Lioncourt 


Los años pesan, y aún más los siglos. Se acumulan en mi alma y la arrastran hasta el típico infierno que imaginan los mortales en cada cultura. Me consumo. La ira aniquila ferozmente cualquier pensamiento racional, quedando tan sólo desatada pasión que me ahoga, igual que si me ahogara en la laguna Estigia, después de no poder pagar a Caronte. He vivido muchos siglos, más de dos mil años, y puedo resumir gran parte de mi historia en sentimientos encontrados hacia la única mujer que me ha hecho llorar, reír y enfurecer incluso sin estar presente ante mí.

Era sólo una niña. Sus ojos eran enormes pozos castaños. Tenía una boca tierna, aún virgen de cualquier mentira, y sonreía mágicamente. Parecía una pequeña ninfa vestida con vaporosas telas. Tenía los brazos delgados y los agitaba alegremente mientras recitaba. Deseé estrecharla contra mí, besar su rostro y atormentarme con la idea que crecería, perdiendo así su inocencia y cualquier interés en conservarla. Pero siguió siendo inocente incluso cuando la volví a ver convertida en una mujer, a pesar de los años y los muros que habíamos levantado en nuestros corazones.

Se convirtió en mi Afrodita.

Ella poseía unos hombros estrechos, una espalda diminuta y unas caderas amplias. Tenía un cuerpo bien formado, erótico incluso, de largas piernas y hermoso rostro. Sus labios, que antes parecían tímidos, en esos momentos eran como dagas diestras con sonrisas llenas de marfil y feminidad. Sus ojos, esos ojos castaños poblados por millones de espesas pestañas, se transformaron en mundos inexplorados que quise conocer. Inocente. Era inocente de cualquier mentira, pues ella detestaba bañarse en la amarga y retorcida sensación de ocultar, tras su espalda o entre sus manos, la verdad. Aún recitaba, como si fuera un pajarillo en una jaula, miles de poemas, y entre ellos los de Ovidio.

Lydia. ¡Mi Lydia! Ella era mi Lydia.

Esa hermosa mujer que yo conocía era Pandora, la cual guardaba cientos de secretos en su alma. Un alma que cuando se libera cae sobre mí su ira. He visto como la pasión la envolvía mejor que cualquier seda. Mi Afrodita se convierte en Diana y lanza sus diestras flechas a mi ego, mi orgullo y hacia todo lo que sé. Hace que caiga todo. Me derrumbo. No sé siquiera como reaccionar decentemente. Me convierto en monstruo. Nuestros gritos se alzan en plena noche y cuando nos separamos, porque siempre ocurre, siento que mi corazón se rompe como si fuera la primera vez. ¡Y en qué maldita hora nos separamos la primera vez! Tardé siglos en dar con una pista y, esa pista, se perdió como si fuera diente de león tras una ráfaga de aire.


No puedo decir que la amo. Ni siquiera puedo arrastrarme a pedir perdón. Mi orgullo y honor me impiden arrodillarme frente a ella, mirarla a los ojos y suplicarle por un poco de amor. No. No puedo hacer eso. Soy Marius, Marius Romanus, y jamás me doblegaría para demostrar cuanto me duele su rechazo. Me conformaría con que viese en mis ojos fríos, tan fríos a veces como el hielo, que hay fuego y ese fuego lo desata ella, sus recuerdos, mi amor por cada uno de sus gestos y el dolor que me consume al saber que ya no hay remedio.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt