Marius ya perdió los calzoncillos por Pandora. A ver cuanto tiempo duran juntos esta vez ¿unas horas? ¿unas semanas? Se aceptan apuestas. Mael ya abrió su timba y todo mortal, e inmortal, que se precie irá apostando los días u horas de estos dos...
Yo soy optimista y digo que una noche entera.
Lestat de Lioncourt
Ayer pude contemplarla entre los
visitantes de una concurrida galería de arte. Vestía uno de esos
trajes femeninos, elegantes y que me recordaban a las viejas
vestimentas que solíamos llevar en la antigüedad. Su largo cuello
poseía un collar de perlas blancas, cautivadoras y perfectas, que
lucían como diamantes ciegos sobre su lechosa piel. Sus largas
piernas estaban ocultas por la larga falda del vestido, pero podía
imaginar sus pies ataviados en unas cómodas sandalias elegantes.
Parecía sacada de otra época, colocada allí para mi peculiar
gusto, sacándome del pecho todo el dolor y el vacío que había
sentido durante años.
He aprendido a vivir sin ella. O más
bien, he aprendido a sobrevivir con sus recuerdos. La fiereza de sus
ojos, su forma de amar tan salvaje y sus palabras inquietantes sin
tabú. Siempre ha sido paraíso indomable, un volcán incontrolable,
que deseo tener entre mis brazos. Extraño tener su perfume prendido
en mi boca y contagiando cada uno de mis sueños. No he podido
escapar de mis sentimientos y he permitido que el amor me dominara
entre sus brazos que buscan pasión, locura y libertad. Por eso mismo
permití que ella se aproximara si quería, pues sabía que la última
vez que habíamos discutido ella huyó. Si me preguntan si ella tenía
motivos podría decirte que sí, pero no recuerdo bien como comenzó
la tormenta que nos separó.
Pasados unos minutos, de miradas que me
sumergían en la locura, decidió aproximarse hasta mí. Con
elegancia colocó sus manos sobre mi torso, acariciando las solapas
negras de mi chaqueta, mientras me mataba con una ligera caída de
pestañas. Esas cejas perfectas, sus maravillosos ojos de diamantes
bañados en café, y esa sonrisa ligera envuelta en unos carnosos
labios me cautivaron. Era tortuoso controlar los impulsos que
surgieron en mí, pero toda tortura tiene su lado placentero.
—Pronto nos veremos, Marius—susurró
inclinándose hacia delante. Su nariz prácticamente rozaba mi
mentón—. Mi alto, guapo y extraño, Marius... ¿podrás esperar
ese día?—dijo alejándose de mí, de mis brazos que intentaron en
vano retenerla.
—¿Por qué no ahora?—pregunté
angustiado.
—Porque aún recuerdo tu torpeza—se
colocó de puntillas y besó el lado derecho de mi cuello—. Nos
vemos, amor mío.
Se alejó de mí, entre la multitud, y
por alguna extraña razón, quizás por miedo a provocar una nueva
discusión, me quedé allí de pie observando como se perdía entre
los estúpidos críticos de arte, idiotas que creen ser sofisticados
artistas e intelectuales sin remedio. Metí mis manos en los
bolsillos, pues estaba tan nervioso que mis manos temblaban, y en ese
instante noté la tarjeta. En ella Lydia había marcado una fecha,
una hora y una dirección.
La veré pronto y la tendré conmigo.
Esta vez nadie evitará que llegue puntual a la cita.
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