Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 25 de septiembre de 2014

Una última conversación.

¡Pelea de gatas en La Isla Nocturna! ¡Pelea de gatas! Quiero decir... Armand y Bianca se han reencontrado. 

Lestat de Lioncourt 

Las noches de apariencia apacible pueden ser las más complicadas. La lluvia había arreciado hacía tan sólo unos minutos. Las calles volvían a llenarse, los comercios parecían estar abarrotados y la clientela se impacientaba mientras las típicas melodías sonaban por los altavoces. En las cafeterías había bohemios soñadores, chicos esperando que su primera cita fuera la idónea, mujeres tomándose un café para despejar sus sentimientos, hombres rudos pidiendo un par de cervezas y refinados hombres de negocio tomando un aperitivo. En los casinos iban entrando y saliendo los adictos al sonido de las monedas en las diversas máquinas, pero no muy lejos había una iglesia donde el sacerdote hablaba de la ira divina sobre los pecadores. Una isla nocturna, donde la noche lo es todo, está llena de corazones rotos y teatros donde representar miles de tragedias. En alguna de las salas de cine se publicitaban viejas películas y estrenos de última hora. No era una noche violenta, los crímenes eran sencillos y las prostitutas gozaban de cierta libertad. En mi edificio principal, donde aún tenía la mayor parte de las plantas, se congregaban algunos inmortales cuyo nombre desconocía.

Mis pasos se perdían entre la muchedumbre. Se perdían sin sonido aparente. La noche lo envolvía todo. No sentía sed. No había nada que necesitara. Me aburría. Mis ojos castaños se movían inquietos por cada una de las fachadas, las cuales parecían fantasmagóricos hologramas de tiempos mejores. Las mujeres pasaban a mi lado cargadas de perfumes, algunas con bolsas y otras con café en sus manos. La tarde estaba ya muerta, pero la noche empezaba a vivir latiendo con fuerza en las estrellas y las luces de neón. La luna parecía crecer a cada paso. El mundo deslumbraba, pero yo seguía cansado y aburrido. No había nada emocionante. Daniel estaba cerca, no me esperaba y yo no sabía si visitarlo. Los chicos, Sybelle y Benji, se habían quedado en uno de los apartamentos cerca de la playa. Yo simplemente quería ser libre, pero sentía mis alas atadas.

—Creí que no estarías aquí—su voz llegó a mí como una bofetada.

Sabía que seguía viva. Estaba oculta de todos, de todo, y salía a flote como si fuera un madero a la deriva. Esa frase provocó que me detuviera y girara mi rostro buscando su rostro. La encontré vestida con un traje de noche blanco, elegantes zapatos de tacón con diamantes y un abrigo de pieles negro. Parecía la viva imagen de Marilyn Monroe aunque con un rostro que habría podido pintar Caravagio o Botticelli. Su rostro tenía ese aspecto de pintura al óleo que siempre tuvo. Tal vez era porque siempre la vi pintada en cientos de cuadros de sus múltiples amantes. Tenía unos pendientes elegantes, aunque largos como su cuello, y su cabello estaba recogido con un coqueto broche de mariposa en oro blanco.

—Sigues tan hermoso como siempre, Amadeo—mi cuerpo se estremeció y los recuerdos aparecieron.

Era como abrir una caja llena de misterios, los cuales no son del todo agradables. Me sentía perdido.

—Hace mucho tiempo que dejé de ser Amadeo—dije girándome por completo, pues no quería darle la espalda.

Llevaba un abrigo de cachemir negro, muy elegante, con unos jeans de vestir que me habían costado una fortuna. Parecía un muchacho de familia acomodada perdido en un mar de gente, de voces chillonas y deseos poco prácticos, que buscaba el consuelo en los brazos de alguien. Ella no era mi consuelo, aunque una vez lo fui. La camisa despuntaba por su blancura, también porque una pequeña brisa me despejó del todo el cabello de la cara y los hombros.

—Para mí siempre serás Amadeo—respondió.

—Una vez viniste a verme, en el Teatro de los Vampiros, pero algo te impidió hablarme—comenté deslizando una mirada torva hacia ella. Estaba furioso. La furia vino como una bofetada gélida.

Ella no vino a mí cuando la necesitaba, sino que huyó. Siempre huía. No aceptaba sus pecados. Me ayudó una vez, pero también me negó su auxilio. En ese momento estaba allí, uno de mis viejos ardientes amores mortales e inmortales. Ella, con su elegante presencia, desprendía el mismo aroma cálido que siglos atrás. Sin embargo, había cosas que jamás perdonaría.

—¿Qué podía decirte?—preguntó dando un par de pasos, dejando que todo a nuestro alrededor no significara nada, y cuando quedó a mi altura suspiró pesadamente—. En aquellos días, mi querido niño, todo era mucho más complicado. Tú no sabías que él vivía y tampoco quería ser la paloma de la desgracia.

—Mensajera, o no, de malas noticias, ¿no crees que hubiese preferido que me dijeras la verdad?—reprimí por un breve instante mi rabia. Ella debió decirme. Hubiese ido a buscar a Marius, aunque él no deseara verme. En aquel entonces había dejado de soñar con mi maestro, sus pinturas, sus besos, las caricias frías en su cómodo colchón y el dorado del bordado de sus chaquetas de terciopelo rojo. Todo. Había dejado de soñar con fantasías absurdas, de creer y no creer.

Posiblemente, de haber sabido la verdad, mi vida habría tenido un recorrido distinto. Tal vez me hubiese encontrado con Lestat en medio de su búsqueda. Quizás habría añadido un mensaje nuevo a los garabatos que dejaba en cada muro que se encontraba. No lo sé. Sin embargo, ella me arrebató esa posibilidad. Aunque, viéndola vida me hizo pensar que sí estaba vivo. Era una muestra evidente. Nadie más le hubiese dado la sangre. No había duda.

—¿Qué verdad?—una leve y misericordiosa sonrisa surgió en sus labios, aunque su mirada brillaba cierta preocupación—. ¿Cuál?—levantó sus cejas, pero luego relajó su rostro—. Marius te abandonó, del mismo modo que me abandonó a mí mucho antes que iniciáramos el viaje.

—Admiro tu deslealtad—expresé con voz rasposa. Me costaba muchísimo controlarme.

—¿Cómo te atreves a decirme eso? Te dejó atrás—sus ojos hablaban más que sus palabras. Esperaba que la comprendiera, pero no podía hacerlo.

—Porque pensó que podría morir—intenté defenderlo, aunque en parte detestaba hacerlo. Él nunca me defendió demasiado después de todo lo ocurrido, pero comprendía sus miedos y también su orgullo para pedir disculpas. A veces no es necesario pedirlas, ni siquiera a tiempo, cuando sabes que el arrepentimiento y los remordimientos están ahí.

—¿Leíste sus memorias? Dijo que no sufrías—me lanzó aquello a la cara, como si quisiera provocarme. Si bien, no lo logró.

—Sufrí toda mi vida—dije—. Siempre he sufrido—me acerqué un poco más, quedando muy cerca de su hermoso rostro. Seguía siendo bellísima. Ella era como una muñeca de una hermosa vitrina. Tenía una figura espectacular, unos ojos penetrantes y unos rasgos muy sensuales. Pero, no podía olvidar lo que hizo. A mí mente llegaba el dolor de Marius y ese dolor me taladraba a mí—. Sé aceptar el sufrimiento como la redención de mi alma— sobre todo, sabía aceptar el sufrimiento por amor—. Pero, ¿tú alguna vez has podido soportarlo? Sigues amándolo, sólo hay que ver como me miras cuando hablas de él. Ni siquiera puedes pronunciar su nombre sin titubear unos segundos. Mírate, Bianca, estás llena de rabia.

Cerró los ojos unos breves segundos y pude ver lo tupidas que eran sus pestañas. Tenía el maquillaje perfecto, para asemejar vida. Sus labios tenían un delicado carmín que le daba un aspecto provocador. Era una mujer especial, pero también un ser lleno de reproches. Posiblemente, también había reproches hacia mí. No le dije la verdad en su momento, pero estaba obligado a mantener silencio.

—¿Por qué tú sí y yo no?—esa pregunta me desconcertó—. ¿Por qué ella sí y yo no? ¿Por qué?—me miraba directamente a los ojos y pude ver su desesperación. Le amaba. Aún le amaba.

—En el amor no se elige—susurré—. No se puede ser sensato. Sólo se siente. Bianca, sólo se siente.

—Yo te amo a ti—la sinceridad de sus palabras eran ardientes, igual que un fuego intenso. Pude notar como me deseaba y necesitaba. Posiblemente debí abrazarla, pero no lo hice. Si la tocaba caería rendido a sus deseos. No. No podía perdonarla tan fácil. N o iba a perdonarla.

La ciudad seguía su ritmo. Estábamos en mitad de una de las aceras más concurridas. Los vehículos pasaban a toda velocidad, el parloteo era insufrible, y, sin embargo, sólo la escuchaba a ella.

—Yo te amé, Bianca—dije apretando los puños dentro de los bolsillos de mi abrigo—. Te amé con todo mi corazón. Si hubieses venido esa noche a mí, sin huir y sin pretender ser quien no eras, posiblemente te abría abierto los brazos y te habría besado como aquellas noches en tu palazzo.

—¿Y ahora?—murmuró apesadumbrada.

—No soy ese niño perdido—respondí.

—Me sigues pareciendo un niño perdido—sus manos se estiraron hacia mí, permitiendo que la punta de sus dedos jugaran con mis rasgos. Me estaba reconociendo como un igual, como su amante, como el chico que siempre la codició y cantó bajo su balcón.

¿Cuántas serenatas le ofrecí? Cientos. No podía dejar de cantar a su belleza. Estaba obnubilado por su dulzura y su forma magistral de dominar a los hombres. Ella me seducía cruelmente, pero a la vez era bondadosa al permitirme yacer en su lecho cuando me apetecía. Era apenas un niño y ella una mujer. Me concedió muchos secretos. Pero no podía ni debía. La alejé dando un par de pasos hacia atrás y decidí mirarla con frialdad.

—Aburrido, no perdido—le aseguré—. Pero sólo estoy aburrido esta noche, mañana quizás estaré satisfecho con todo lo que haga—eché un vistazo a mi alrededor y negué suavemente—. No hay noches iguales.

—¿Hay hueco para mí en tu vida?—esa pregunta me derrumbó por unos segundos, pero me mantuve firme.

—No, creo que no—dije, encogiéndome de hombros.

—¿Y en la de Marius?

—¿Después de todo lo que hiciste?—pregunté frunciendo ligeramente el ceño.

—Tienes razón—asintió suavemente, aunque le dolía aceptar su derrota—. ¿Eres feliz?

—A ratos, igual que cualquier mortal. Uno nunca es feliz del todo, aunque esa chispa existe. Me encanta esa chispa—no era mentira. Era feliz, pero no siempre. Hay noches brillantes y otras más apagadas, de esas que ni las estrellas brillan.

—Entonces, no hay nada que pueda hacer por ti—declaró.

—Sí, vive tu vida y no arruines a otros por tu egoísmo. Soy leal a Marius—quería que lo supiera, que no había cambiado al respecto—. A pesar de todo, de mis sentimientos y de los suyos, acepto que no puedo desvincularlo de Pandora. Ella es una mujer excepcional y comprendo que la ame. El amor no tiene que tener límites. No hay límites para los sentimientos y ni mucho menos para nosotros que somos eternos.

—Espero que encuentres diversión—susurró apartándose, para echar a caminar por la avenida.

—Y tú la felicidad—dije sinceramente.

Los pasos acelerados de los hombres y mujeres de mi alrededor, así como el tráfico cotidiano, la engulleron como si fuera un fantasma. Quedé allí, de pie, con los ojos llenos de esperanzas y dolor. Recordé los buenos tiempos, tan lejanos, cuando beber, comer y disfrutar del arte, tanto amatorio como en los lienzos, era mi modo de vida. Pero también recordé el fuego, el dolor, la pérdida, la soledad y el misterio del rencor. Huí entonces calle arriba, buscando el edificio donde estaba Daniel y al llegar obtuve silencio.

Se encontraba casi desnudo, tan sólo llevaba unos pantalones de pijama blancos con rayas azules, y el pelo revuelto. Colocaba un nuevo tejado a una de sus casas. Estaba realizando una nueva maqueta. Su concentración era desoladora, pero a la vez me calmó. Mi amor por él estaba intacto, pese a todo, igual que mi amor por Marius, Lestat y por todos aquellos que alguna vez fueron algo importantes en mi mundo.


Mi teléfono móvil sonó. Un mensaje de Benji. Nada importante, pero al menos fue agradable ver que me extrañaba. La noche seguía húmeda, pero sin nubes pesadas proclamando tormenta. El mundo parecía agradable, aunque no lo fuera. Esa conversación significó un cambio, pero pronto la olvidaría y la achacaría a uno de mis tantos sueños. Nada que rememorar demasiado.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt