Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 23 de septiembre de 2014

Recuerdos que nos hacen humanos

Bueno, supongo que Louis es aún un poco humano. Sólo un poco. No nos pasemos con la pizca. 

Esto va dedicado a Claudia. 

Lestat de Lioncourt


La lluvia caía lavando la ciudad de su suciedad, pero no así de su maldición. La esclavitud de sus almas, tan torpes y obtusas, nos arrastraba hacia un único camino. El sonido de las gotas salpicando los cristales, golpeando las aceras y los muros de las viviendas, me recordaba al susurro de una madre cuando intenta calmar a su hijo. Allí fuera, en medio del mundo, el frío y la humedad engarrotaban los músculos de los miserables sin un techo o una cobija. El humo de las chimeneas se mezclaba con la noche, ocultando ligeramente el paisaje, mientras que las nubes parecían condensarse en el cielo como si atraparan el hollín. Era la noche perfecta en un mundo imperfecto.

Ella estaba sentada frente al piano. Miraba las teclas como una mujer miraría sus joyas más refinadas. Acabábamos de comprar uno nuevo, pues Lestat deseaba lo mejor para ella. Era negro, impoluto, y parecía el caparazón de un insecto enorme. Sus teclas blancas de marfil parecían perlas, y, los pequeños dedos de Claudia se esmeraban en dejar suaves caricias, para nada tímidas, en cada una de ellas.

—¿Te gusta mi regalo?—escuché la voz de Lestat interrumpiendo mi lectura y su concentración.

—Sí—respondió.

Era aún pura inocencia. Tan sólo llevaba con nosotros unos días. Su hermosos traje azul, idéntico al azul de sus ojos, parecía un punto de luz y belleza en un mundo lúgubre como el nuestro. Tenía sus diminutos brazos libres de mangas, pero no así de joyas. Él le había comprado una pulsera de oro con su nombre y parecía lucirla con ilusión. Era una niña. Todas las niñas adoran a sus padres y ella adoraba a Lestat. Veía en sus ojos una fascinación terrible por las sonrisas gentiles que él le ofrecía. Con ella no parecía un monstruo, no era el asesino despiadado que yo conocía, y eso me torturaba. ¿Había juzgado mal su alma? Quizás...

—Te he comprado algo—dijo colocando una caja sobre las faldas de la pequeña.

Había visto la caja nada más llegar, pues tenía un volumen considerable, pero no imaginé lo que hallaría dentro. Como he dicho era una niña, así que debí intuir que pretendía con ese regalo. Mis ojos se deslizaron por el preciado juguete que había en su interior. Era una muñeca, con un vestido similar al suyo y unos encantadores bucles dorados.

—¿Te gusta?—preguntó sentándose a su lado—. He pedido que le hicieran un vestido como el tuyo, pues pensé que sería divertido que así fuera.

—¡Me encanta! ¡Es preciosa!—gritó alzándola, para luego correr a mis brazos. Quería mostrar su regalo más de cerca, como si fuera un gran logro, y yo la miré con ternura.

—Que buen padre—murmuré aún con rabia. Había hecho una monstruosidad con ella. Sin embargo, la amaba. Amaba a esa niña y no permitiría que le hiciese nada malo. La tomé entre mis brazos y la senté bien sobre mis rodillas—. Que noble.

—¿Algún problema?—interrogó—. Deja esa actitud, Louis. La niña es feliz, ¿qué más quieres que haga? Ella es feliz, tú eres feliz amándola del mismo modo que yo lo soy. Aquí todos ganamos—afirmó tajantemente antes de empezar a tocar. Sus dedos eran hábiles y su actitud muy apasionada.

La noche siguió siendo lluviosa. Ella salió en su compañía y ambos regresaron empapados, aunque con las mejillas sonrosadas y una sonrisa cómplice. En cambio, yo había salido solo. Prefería la intimidad en ese trance tan doloroso y salvaje. Cuando fue terminando las horas, marchitándose como una flor en un jarrón, llegó el momento del descanso. Como siempre, aunque prefería a Lestat mientras estaba despierta, vino a mí rodeándome con sus pequeños brazos mientras pedía que cantara una última canción de cuna.


En días como hoy, con la lluvia acariciando cada recoveco de la ciudad, los recuerdo unidos. A ambos ante mí, con esa actitud resuelta, e intento imaginar que siempre será así. Creo, que son estos los únicos momentos en los cuales mi humanidad regresa y el cinismo, el toque de bestia y ogro, se apacigua.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt