Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 4 de octubre de 2014

Au revoir

Tantas noches lejos, tantas historias vividas, tanto dolor clavado en nuestras almas creando profundas heridas y demasiadas decepciones. Un muro invisible nos dividía y, a pesar de querer superarlo, no podíamos evitar el sentirnos aislados el uno del otro. El amor se convirtió en un calvario. Las rosas ya no tenían espinas y mi esperanza se quebraba.

Decidí buscarla. Tenía que hacerlo.

Si bien, fue ella quien me encontró a mí. Me hallaba en mi departamento del centro de New Orleans, justo donde la muchedumbre se arremolina como abejas en un panal. Puedes escuchar miles de conversaciones distintas, con unos acentos encantadores de todo el mundo, y la suave caricia del jazz y el blues mezclado con ritmos más explosivos como el rock. Un lugar maravilloso para perderse, pero ella llegó pulsando el interfono.

Me encontraba de pie, cerca de la ventana, escuchando la noche llamarme desde hacía algunas horas. Sólo tenía los jeans desgastados del día anterior. Mi camisa había desaparecido, igual que mis zapatos. Ni siquiera recordaba por un momento donde los había dejado. Mi mente volaba hacia ella, como si la atrajera, y de la nada pulsó insistentemente aquel pequeño botón que derribaba momentáneamente la frontera entre los dos.

Me precipité hacia la salida, olvidándome por completo de mi escasa ropa y bajé por la escalera hacia el piso inferior. Allí estaba ella, tras la puerta, observando con curiosidad la pequeña vidriera que poseía aquella puerta robusta y de aspecto delicado. Al abrir deseé abrazarla, pero me contuve. Algo en mí pedía calma. Sabía que iba a ocurrir alguna tragedia.

—No sabía que conocías mi dirección—dije apoyado en el marco de la puerta.

Estaba realmente hermosa. Tenía un aspecto saludable pese a todo. Sus mejillas se veían llenas, su cabello caía con gracia sobre sus hombros y sus ojos transmitían una luz que hacía mucho tiempo que no poseía. En su interior había miedo, lo notaba, pero a la vez estaba fascinada. La vida la estaba tratando bien. Había escuchado sus progresos, así como su nueva fortaleza. Michael me informaba todos los días por petición mía, aunque supongo que lo haría aunque yo no lo pidiera.

—Soy Mayfair, puedo conseguir cualquier cosa que me proponga—respondió con elegancia. Tenía la voz algo ronca, pero era por la emoción. Se contenía. Yo también lo hacía.

Quería estrecharla contra mí, besar su boca y acariciar su piel durante horas. Sin embargo, no era lícito. Había venido a buscarme por algo. Sabía que ese encuentro podía ser el último. Tenía que aprovecharlo. Ni siquiera sabía si ella conocía mis planes, o más bien mi dolor. Me había percatado que era imposible ser el príncipe que ella quería. Sólo podía ser príncipe entre los míos, fascinándolos con mi poder, pero entre los Mayfair siempre sería un ser que debían eliminar cuanto antes.

—Pasa, por favor—dije abriendo mejor la puerta, para que viese el hall mientras la invitaba con mi brazo izquierdo extendido—. Tu casa es mi casa—añadí.

—Preferiría hablar en el jardín—contestó—. La noche aún es agradable.

—Como desees—nuestras miradas se cruzaron y sentí como me punzaban los colmillos. Quería beber de ella. Deseaba saborear la sangre que bombeaba su corazón.

—Aunque deberías vestirte primero—murmuró con rotunda seriedad. Sus ojos no dejaban los míos y me sentí aún más desnudo. Ella estaba leyendo mi alma, aunque no podía leer mi mente. Podía ver la tristeza en mis ojos y posiblemente mi dolor. No quería que viese mi dolor. Me negaba a que encontrara dolor en mis ojos.

—Sí, por eso es mejor dentro—expliqué alejándome de la puerta para que ella pasara.

—Tienes razón—un mechón rebelde cayó sobre el lado derecho de su rostro. Rápidamente lo echó tras su oreja. Miró hacia el interior, de muebles de época y escalera de caracol, quizás sintiendo que estaba invadiendo un lugar sagrado—. No debería tener miedo entrar en tu casa.

Subió el pequeño peldaño de la entrada, traspasó la puerta, la cerró con cuidado y quedó ahí. La puerta estaba cerca, la sala era pequeña pero parecía inmensa y yo me sentía en el otro extremo del mundo. Había mucha distancia. El muro invisible regresaba. Quería golpear el aire, patalear y jurarme que todo lo que había pensado era absurdo. Sin embargo, era lo mejor.

—Nunca estuviste aquí—dije dando un paso hacia delante—. Nunca has estado en mis propiedades—finalmente puse mis manos en sus frágiles hombros, tan estrechos, que creí que la desmoronaba con el sólo peso de mis dedos. No parecía frágil, pero yo me sentía un monstruo cruel. Había destrozado su vida.

—Por eso esa sensación me aterra—tragó saliva colocando sus manos sobre mi torso, para luego subirlas hasta mi cuello. Sus dedos pulgares rozaban mi mentón y los restantes jugaban con mis largos cabellos dorados—. Supongo.

—¿Por qué estás aquí?—pregunté abiertamente, aunque con cierto miedo—. Había decidido alejarme unos días. Necesitaba pensar.

—¿En qué pensabas? ¿Hice algo mal?—frunció ligeramente su ceño intentando apartarse, pero yo la rodeé por la cintura. Tenerla así, pegada a mí, me alivió por un momento. Mis más terribles pensamientos echaron a volar, pero sabía que regresarían.

Apreté mi boca contra su frente, acariciando con mis labios su suave y cálida piel, mientras ella cerraba los ojos como si fuera un beso de buenas noches. Creo que pudo percibir mis colmillos, como siempre lo ha hecho, pero esta vez intentaba ocultarlos. Quería hablar el hombre que estaba tras la máscara del demonio, no el demonio en sí. El vampiro podía irse a librar grandes aventuras, pues de momento deseaba desnudar mi alma inmortal para que viese lentamente mis pensamientos. No deseaba que viese mi dolor, pero sí mi tristeza.

—No debí hacerte esa promesa—dije apartándome de ella—. Soy un hombre que no sabe cumplirlas.

—Pero la cumpliste—explicó.

—Ya ves lo que hice—dije con tono apagado, pues la pesadumbre y la culpabilidad pendían como la espada de Damocles sobre mi cabeza—. Puse patas arriba tu vida, destrocé tu tranquilidad, he creado prácticamente un monstruo y no puedo asumir que te arriesgues más por mí—expliqué.

—¿Qué?—preguntó confusa.

—Rowan—la nombré como si su sólo nombre pudiese hechizar al tiempo y cambiarlo todo. Lo hice con fe.—Julien ahora tiene aliados poderosos, seres de otros mundos, y tú estás en medio. Si sigo así morirás—sentencié con un quiebro en mi voz—. Prefiero retirarme, aceptar mi derrota y amarte a mi modo.

—¿Y cuál es tu modo?—dijo abrazándose a sí misma.

Estaba despampanante. La tenue luz de la sala no le hacía justicia. El vestido que llevaba la envolvía como seda, pero era un corte muy simple y sin escote prominente. Siempre iba sensual, pero no erótica. Toda una dama. El cuello de barco que llevaba no mataba su hermoso cuello largo, sus largas piernas estaban ligeramente tapadas por la falda del vestido. No era de tubo, pero sí se estrechaba hacia el término de la misma. Estaba hermosa. Hermosa y preocupada por mi discurso.

—Dándote una oportunidad de ser feliz en los brazos de alguien mejor que yo—solté sin remedio.

—Michael—dijo.

—Correcto—contesté asintiendo suavemente con la cabeza.

—¿Por qué? ¿Por qué después de todo? Lestat... —quería respuestas. Las mismas respuestas que yo me había dado durante días.

—Porque te amo, pero no puedo ser caprichoso—expuse con dolor—. No quiero ser egoísta. Soy malo, ¿no lo ves?—una lágrima se deslizó por mi mejilla derecha hacia el mentón—. No soy bueno. Soy malo. Tú crees que soy bueno, pero no es así.

—Sé que eres bueno—me dijo caminando hacia mí, para tomarme de los brazos con ambas manos.

—Pamplinas—susurré apartándola con cuidado.

—Soy yo quien prefiere que encuentres algo mejor—aquellas palabras me sobrecogieron dejándome sin saber como encajarlas—. He temido desde el primer momento que lo hicieras.

—En tus brazos me he sentido un niño—respondí con sinceridad—. Creo que no hay nada mejor que sentirse seguro y amado.

—Creo que hemos llegado a un acuerdo sin saberlo—su sonrisa amarga se contagió a mis labios.

La tomé entre mis brazos, por última vez, rodeándola como si fuera un preciado tesoro. Nada ni nadie me quitaría ese momento. Esos últimos segundos. La fe se desvanecía. Mi optimismo no valía para nada en ese momento. No había batalla que librar. Debía permitir que fuese feliz con Michael, como dije la primera vez, y no inmiscuirme en su vida.

—Me conformo con ir a verte, de vez en cuando, para saber como va todo y poder aprovechar...

—Si es por esa niña no te preocupes, puedo hacer que la traigan a tu encuentro, pero no me verás—dijo deteniéndome—. No puedo verte—susurró apartándose de mí—. No, Lestat—rompió a llorar y me sentí tan culpable. Cada lágrima era una navaja afilada clavándose en mi pecho—. Si te veo querré besarte y eso no está bien.

Se soltó por completo de mí y se marchó hacia la puerta, dándome la espalda.

—Espera... —dije deteniéndola provocando que se girara suavemente.

—¿Qué?—preguntó.

—Te amo—susurré con el corazón en mi mano. Juro por Dios que era un amor puro, el amor más puro que he sentido. Creo que es el único amor con el cual no he sido egoísta.

—Yo también, Lestat—respondió con una última sonrisa—. Ahora eres libre de rehacer tu corazón y vivir nuevas aventuras.

Tomó la puerta con decisión, la abrió y se marchó a través del jardín cubierto de plataneras. Quise seguirla y jurarle que estábamos equivocados. Pero no podía permitir que alguien, o algo, le hiciese daño. Ella sí que era libre. Libre para soñar con un futuro mejor que el que yo podía ofrecerle. La necesitaban más que nunca. Todos en la familia precisaban de ella. No podía arrebatarla de nuevo y llevármela a Dios sabe donde sólo porque yo así sería feliz, pero sabía que ella no podría serlo.


El teléfono sonó, pero no contesté. Sabía que podía ser David, Quinn o quizás Marius. No iba a contestar. Cerré la puerta, pegué mi espalda a ella y me deslicé hasta el suelo quedando sentado. Allí me eché a llorar. Podía notar como ella se alejaba en una limusina dejando atrás todo lo que habíamos construido. Sin embargo, yo sabía que no me olvidaría y ella tampoco lo haría. Esa era mi única esperanza. Mi consuelo.

Lestat de Lioncourt  

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Lestat de Lioncourt