David nos trae la última discusión con Merrick. Creo que todos sabemos que pasó después... ¡En fin! No podemos hacer mucho por él, pero sus recuerdos son sus recuerdos.
Lestat de Lioncourt
—Deberías escucharme—dijo.
Había entrado en la habitación
cerrando tras de sí la puerta. Aún no había soltado siquiera el
pomo cuando lo dijo. Tenía sus ojos pardos clavados en aquellos
deslumbrantes ojos verdes. No estaba dispuesto a ver como se iba para
ayudar a un muchacho perdido en un pantano de New Orleans. Un mal
presentimiento se apoderaba de él. Deseaba retenerla. Sus
sentimientos le impedían que ella hiciera lo que quisiera.
—¿Por qué?—preguntó girándose
hacia él.
La maleta a medio hacer. Tan sólo un
par de vestidos, unos libros y la fotografía de su hermana. Nada
más.
—Por tu bien—expresó.
—No te pongas paternalista conmigo,
por favor—dijo con media sonrisa.
—Antes no te importaba escuchar mis
consejos—contestó acercándose a ella, pero una mirada fría le
retuvo en mitad de la habitación.
—Antes era una estúpida jovencita
enamorada de ti—lanzó entonces el primer reproche justo a su
corazón—. Estaba eclipsada—prosiguió—. Ahora soy una adulta
con los ojos bien abiertos, David. No tengo que hacer caso a un
hombre que ya me la jugó una vez.
—Merrick, lo hice por tu bien—apeló.
Quería hablar de forma adulta, pero ella no estaba dispuesta. No
quería escucharle.
—No—dijo tajantemente—. Lo
hiciste porque eres un cobarde y no puedes evitar serlo.
La conversación se elevaría de tono,
como siempre. Discutirían una vez más. Quizás la última vez.
David no quería eso, pero es a lo que estaba encaminada esa
discusión.
—¡No soy un cobarde!—gritó.
—¿No? ¿Has reflexionado sobre
nuestra historia?—su sonrisa suave, que sólo alzaba ligeramente la
comisura de sus labios, le demostraba que ella opinaba lo contrario y
que nadie, ni mucho menos él, le haría pensar distinto—. Echa la
vista atrás, David, quizás te sorprenda.
—¿Por qué hay que vivir en el
pasado?—preguntó dando un paso al frente. Quería abrazarla,
reteniéndola de algún modo.
—Porque cuando me miras con ese nuevo
rostro veo tus viejos ojos—susurró con la voz quebrada, aunque se
mantuvo firme—. Sigues siendo el mismo, aunque ahora tu envoltura
sea distinta. No has cambiado ni un ápice.
—Sí he cambiado—apretó las manos
dejándolas cerradas en dos inútiles puños. Puños que querían
golpear el aire para aligerar su dolor e impotencia—. Ahora sé
cuanto me importas.
—David, ¿acaso crees que no sé que
tenías cientos de amantes? ¿Me crees tan estúpida para no saber
que jugabas a ser el rey de corazones?—no le sorprendió que
supiera eso, pero aquel tono despectivo y brusco le sacó una
carcajada llena de rabia—. Incluso Lestat es más honesto con sus
sentimientos que tú.
—¡No vuelvas a hablarme en ese tono
y de esa forma!—gritó exasperado.
—David, lo haré cuantas veces
desee—dijo girándose para cerrar la maleta, tomarla y dirigirse a
la puerta—. Sobre todo si vienes aquí de salvador. Olvídate de
mí, pues yo lo estoy haciendo de ti.
Días más tarde se esfumó. Terminó
convertida en cenizas y humo. Todo lo que una vez fue se convirtió
en nada. Sólo quedaron recuerdos en su corazón. Su alma quedó
torturada, esas últimas palabras le cortaron el aliento. Merrick ya
no volvería a discutir con él. Ella no regresaría jamás.
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