Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 5 de octubre de 2014

Discusiones acaloradas

Había decidido pasar página merodeando los viejos locales que tan bien conocía. Eran tugurios oscuros, de luces tenues, buen ambiente distendido, donde la música rock y el blues se fundían en una melodía candente que te invitaba a dejar atrás todo. Mi viejo mundo. El submundo de los desheredados. Sin embargo, nada ni nadie me puede arrebatar el optimismo. Siempre he pensado que ante el mal tiempo hay que poner la mejor de las sonrisas, tu mejor yo, porque de no ser así te arrastra la corriente y te conviertes en la sombra de lo que has sido. Persigo sueños, igual que villanos para saciar mi sed. No soy mejor que ellos, no me considero bondadoso, sólo soy un vampiro poco común con gustos refinados y extraños.

Sentarme en aquel viejo bar, al fondo donde nadie me molestara demasiado, era buena idea. Pedí un ponche de huevo, para tener algo caliente entre mis manos, mientras ojeaba a todos los que salían y entraban. Eran chicos comunes, de diversos barrios de la ciudad y muchachos venidos de la vieja Europa en busca de sueños. Los soñadores siempre terminan encontrándose, tal vez. Mi mundo era un sueño muy agradable, aunque en esos momentos podía tacharlo de pesadilla. Había renunciado a la mujer que amaba, a un imposible en potencia con hermosos ojos grises y boca carnosa, mientras mi corazón me decía que podía sanar las heridas sin olvidar, pues nunca olvido a quien amo. Siempre llevo conmigo el recuerdo, los buenos momentos, que he vivido como si fueran ayer mismo.

Allí sentado, con mi chupa de cuero y mi camiseta de rock star, podía sentirme uno más. Mis pantalones tejanos eran los mismos que había llevado la noche anterior. Las botas, estilo militar, eran algo pesadas pero me gustaban. Tenía incluso mis viejas gafas de sol violetas colocadas en la punta de mi nariz. Miraba por el borde plateado a todo el mundo, incluso les devolvía las sonrisas si llegaban a cruzarse nuestros ojos. No. No parecía un desahuciado en el amor. Sólo parecía lo que todos querían ver, un chico algo pálido con un toque rebelde como todo el mundo allí.

Entonces lo sentí. Era como si me hubiesen abofeteado con fuerza. Cuando se abrió la puerta y él entró, con ese elegante traje de sastre negro y su cabello bien peinado, pensé que era un fantasma. Pero era él. Estaba en uno de mis locales favoritos. No había llegado allí por casualidad. Su chaleco verde botella y su corbata a juego destacaba. Muchos se quedaron con los ojos clavados en su figura menuda, sofisticado y pulcro. No era el vampiro que solía salir a veces con las botas sucias y una vieja gabardina, que a veces lo hacía. Esta vez no iba como el Louis que perdía la orientación, sino como el caballero que siempre sería. Refinado, culto, con gestos comedidos y una misión.

—¿Puedo sentarme?—dijo cuando llegó hasta donde estaba.

—No veo impedimento alguno—respondí recostándome en el sofá donde me encontraba.

—Gracias—sonrió encantador. Había olvidado esa sonrisa. Supongo que las últimas veces, en las que habíamos discutido hasta hacernos daño, habían borrado sutilmente esas líneas de expresión que tan maravillosamente encajaban en su rostro. Supongo.

—¿Qué te trae por aquí? Y no me digas que has salido a que te de el aire—comenté girándome hacia él.

Se había sentado a pocos centímetros, con el rostro girado hacia mí y una pose demasiado estirada. Siempre parecía un estirado. Tal vez porque yo me había criado en un castillo donde compartía comida y modales con los perros. Sí, eso sería. Él tenía los modales de un verdadero burgués que buscaba codearse con la nobleza, o mejor dicho, ser parte de ella.

—Es mi cumpleaños y no deseaba pasarlo solo—dijo.

Ni siquiera recordaba que ya era octubre, aunque a veces se me olvida el día en el cual vivo. Aún así, yo no solía recordar esas fechas. Para mí eran números en el calendario. Cifras sin importancia. Algo que no tenía porque prestar atención más de unos segundos. ¿Qué importaba una fecha cuando vives eternamente? Nada.

—¡Qué halagador!—comenté acomodándome mejor en aquel asiento. Me sentía incómodo. ¿Quería pasar esa fecha conmigo? ¿Por qué? A mí no me interesaba en absoluto. Era absurdo.

—Escuché tu desgracia, pensé que necesitarías compañía del mismo modo que yo la precisaba—frunció ligeramente el ceño y puso esos labios, esa maldita expresión de cachorro perdido que tan bien se le daba, para luego incorporarse ofendido—. Me equivoqué, como siempre. Contigo nunca acierto.

—Espera, no seas estúpido—dije agarrándolo del brazo, justo por debajo del codo.

Muchos nos miraban, pero me traía sin cuidado. ¿Qué podían pensar de nosotros? ¿Pelea de amantes? ¿Viejos amigos? ¿Un hermano riñendo al menor por su mala vida y sus pésimas decisiones? ¿Dos hombres de negocios sucios? ¿Importaba? Creo que no.

—David ama sus libros, no a mí—murmuró casi en un susurro, como si tuviese miedo a darle relevancia a un hecho que todos sabíamos bien—. Me tiene lástima, se siente responsable y me cuida. Sin embargo, no me ama. Aún siente algo por Merrick, aunque hace más de una década que desapareció de este mundo, y esa pelirroja tuya, esa bruja que creaste para ser la perfección sobre tacones, le machaca el corazón con sólo nombrarla.

No creo que fuesen reproches, pues no tenía nada que lanzarme. No era mi culpa. Yo no gobernaba en los corazones ajenos. Ni siquiera podía pedirle al mío que dejara de sentirse tan confuso. Los viejos recuerdos afloraban. La necesidad de sostenerlo para calmarlo se acrecentaba, pero luego estaban los ojos de Rowan clavados en mi alma.

—¿Y? ¿Ahora tengo yo la culpa de los amoríos de David?—dije alzando una de mis finas cejas doradas—. Que yo sepa ya es grandecito.

—No es eso—meneó suave la cabeza y me miró dolido.

—¿Y qué es?—solté exasperado.

—Que mi amor por ti es demasiado grande comparado con el odio—aquello no me sorprendió demasiado, aunque acepto que me causó cierto efecto—. Te odio por muchas cosas, Lestat—guardó silencio moviéndose inquieto. Vi sus intenciones de tomarme del rostro, pero me aparté—. Debería arrojarte a una fogata y deshacerme de ti, como si fueras un virus que intoxica todo lo que tocas. Pero no puedo—balbuceó—. Sólo pienso en los buenos momentos y eso me ahoga.

—¿Y?—intenté parecer frío, casi despectivo con todo lo que me decía, porque no estaba dispuesto a tomar una mala decisión sólo porque nos sentíamos vacíos.

—Te busqué porque me entiendes—susurró en tono quedo, estirando su mano hacia las mías. Las tenía sobre mis piernas, ligeramente flexionadas. Mis manos estaban juntas, con los dedos entrelazados, y él decidió acariciarlas inmiscuyendo sus dedos finos entre los míos—. Eres el único que me ha comprendido.

—Eso fue hace tiempo—fruncí el ceño y le miré a los ojos, sin ternura ni compasión. Quería hablarle libremente, como él parecía hacer—. Cambiaste demasiado.

—Es cierto que el dolor por Claudia, y sus palabras, me transforman en un monstruo lleno de dolor y rabia. Si bien, sigo siendo el hombre que conociste. El tiempo nos hace ser aún más nosotros mismos—dijo.

Yo sólo podía pensar en lo cínico que era. Su sarcasmo hiriente y sus palabras proféticas. Siempre tenía razón en todo, me reprochaba cada cosa que hacía y caía sobre mí como si fuera parte de mi conciencia. Ya tenía suficiente con la mía. No quería una segunda voz secundando mis peores presagios. Detestaba que me mirara de esa forma, que me hablara como si quisiera consolarme cuando era él quien necesitaba consuelo. Yo estaba bien allí tirado, con mi ponche de huevo que no bebería y las mujeres pasando a mi lado. Estaba bien, o eso creía. Yo estaba en perfectas condiciones.

—Repites frases muy viejas—dije soltándome.

—Pero ciertas—se inclinó hacia mí buscando mis labios. Creo que quería convencerme como siempre lo hacía. No iba a aceptar aquello.

—No puedo consolarte, ni tú puedes consolarme—notaba cierta esperanza en sus ojos. Unos ojos que siempre me habían parecido tentadores. Él era mi condena por no hacer bien mis funciones de amante, amigo y compañero con Nicolas. Pero sobre todo, él era mi condena porque aún le quería. No iba a poner en juego lo poco que quedaba de mi corazón por consolar a sus demonios—. Busca mejores cosas que hacer que esperar algo bueno de mí. No soy bueno, ¿recuerdas?—reí bajo mientras él se apartaba, incorporándose, para tomar una decisión acorde a mis palabras—. Soy el demonio—solté tras varias carcajadas.

—Un imbécil, eso es lo que eres—dijo notablemente molesto—. Buenas noches—añadió.

Se movió rápido hacia la puerta, pero a velocidad humana. Muchos comenzaron a cuchichear, sobre todo cuando me levanté precipitadamente dejando un par de billetes; pagaría de sobra la copa, que ni había tocado salvo para tenerla entre mis manos, con ellos. Después, salí por la misma puerta que él lo había hecho, la única que tenía aquel tugurio, y me tropecé con varios chicos que intentaban acceder al local.

—¡Espera!—grité ya fuera, pues quería detenerlo.

Él no me hacía caso. Sólo apretaba el paso para perderse entre la multitud.

—¡Espera, Louis!—dije cuando pude zafarme de la marea de muchachos de todas las edades, gente que iba y venía, buscando algo de diversión.

Cuando llegué a su altura lo tomé del brazo derecho, por encima del codo, para girarlo de un tirón. Él me miró furioso, con el pelo algo revuelto y profundas ganas de llorar. Me sentía culpable. Hizo que me sintiera mal. Otra vez me sentía mal. Era por todo. No sólo era por él. Yo deseaba llorar tanto como él.

—¡Olvídalo!—gritó intentando apartarme—. No necesito tus migajas—murmuró rabioso cuando se soltó—. Sólo pensé que podía tener una noche agradable a tu lado, conversando como en los viejos tiempos. Hace poco fue su cumpleaños, Lestat—dio un par de pasos de espaldas, imponiendo cierta distancia entre ambos—. Para ti las fechas no importan, pero para mí sí.

—Es la única fecha que recuerdo bien.

La fecha del cumpleaños de Claudia. Podría decirse que fue un error y una bendición. Tuvimos años dulces, entregados a la felicidad más gratificante, pero también se convirtió en oscuridad y perdición. No podía dejar de pensar en mi hija. Desde hacía semanas imaginaba su rostro de mejillas llenas y labios rosados. Esos ojos tan profundos que herían por su belleza. ¡Sus rizos de oro! No, no podía. Tan sólo hacía unas semanas.

—Ella se llevó parte de nosotros—murmuró.

—No, ya la habíamos perdido pero ella suplió con el amor que le ofrecíamos—respondí.

Me acerqué a él, tomándolo por su estrecha cintura, esperando que aceptara un abrazo de mi parte. En esa noche, su noche, en la cual había decidido buscar consuelo, de algún modo, en mis brazos. Sus manos se colocaron sobre mis hombros e intentó apartarme, pero yo tengo la fuerza de un coloso. No le permití huir.

—Aléjate, ahora ya no quiero nada—dijo bajando la cabeza, rehuyendo mi mirada.

—Louis... —susurré acercando mi boca a su frente.

Oprimí mis labios sobre su sien, rocé mis labios por sus mejillas que comenzaban a arrobarse y busqué su cuello para depositar un último beso. Quería hablarle calmado, de la forma que merecía, aunque fuese en mitad de una calle abarrotada donde muchos pasaban por alto ese hecho insólito. Pero, otros mucho más despiertos, nos observaban con curiosidad. ¿Qué parecíamos? Tal vez lo que éramos, viejos amantes intentando apaciguar el dolor que ambos sentíamos.

—No quiero nada—su voz era a penas audible. Sus reproches empezaban a ser nada.

—Louis, por favor—dije cerca de su oreja derecha, dejándole un beso en la mejilla.

Pero algo en él, no sé que, se rompió apartándome con un empellón lleno de fuerza. Me miró furioso y empezó a decir todo lo que no había dicho en meses.

—Vuelve con ella—dijo con rabia—. Sé feliz—apretaba los puños y se veía encantador. Quería que fuese feliz, pero yo no estaba hecho para estar con Rowan. No podía arrancarla de su vida, llevármela lejos y afrontar las funestas consecuencias—. Busca como derribar todos los impedimentos. ¡Piénsalo!—estalló.

—No puedo—respondí calmado—. Hay cosas que no se pueden romper.

—Yo así lo creía hasta que hiciste añicos mi corazón—empezó a llorar. Al fin rompió a llorar. Aquellas lágrimas color rubí mancharon sus mejillas. El labio inferior le temblaba, igual que sus manos.

No era el momento. No era el lugar.

—Lo siento.

Me sentía derrotado. No podía decir otra cosa que lo lamentaba profundamente. Sabía que un “Lo siento.” no arreglaba nada. Yo lo sabía. Pero se escapó de mis labios igual que muchas otras cosas, ocasionalmente hirientes, que le había dicho esa misma noche.

—Yo te amo, Lestat—se secaba las lágrimas con el puño de la camisa. Deseaba detenerlo, pero dejarle con esas lágrimas manchando su cara era alarmante para cualquier mortal—. Te odio profundamente, pero ese odio no vale nada. Ese odio sólo es humo ocultando la verdad.

Noté un par de gotas en mi rostro, miré hacia arriba y después en varias direcciones. Empezaba a llover. Habían alertado de fuertes lluvias para los próximos días, pues era temporada de lluvias y vientos fuertes. Muchos empezaron a correr, algunos incluso nos golpeaban intentando encontrar refugio, pero nosotros nos quedamos allí empapándonos.

—Genial, ahora empieza a llover—me eché a reír por la ironía del momento. Ambos queríamos llorar, pero el cielo lloraba por nosotros.

Entonces, sin esperarlo, se abalanzó sobre mí comenzando a besarme. Sus labios eran cálidos a pesar de la ligera frialdad de sus manos. Me tomaba del rostro y yo lo terminé rodeando con mis brazos. Corté mi lengua ofreciéndole un poco de sangre, provocando en él una reacción más desatada. Sólo quería calmar su llanto, aunque nos empapáramos. Deseaba detener el dolor. Quizás incluso quise para el tiempo.

El tráfico se acumulaba a nuestro alrededor, los cláxones sonaban enérgicamente junto a palabras furiosas de unos y otros, los muchachos de los bares cercanos parecían estar ajenos a todos, varias chicas resbalaban con sus elegantes tacones mientras se lamentaban por sus peinados, un par de ancianos se asomaban por la ventana para ver el milagro de la lluvia y nosotros seguíamos besándonos. Su lengua se colaba desesperada entre mis labios, regalándome caricias de serpiente. Podía notar su entusiasmo y mis bajos instintos se despertaron.

—Louis... —jadeé tomándolo del rostro para que me mirara. Quería y no quería parar aquello—. No vivo lejos.

Su respuesta fue rápida. Noté como bajaba su mano derecha de mi rostro, la pasaba por encima de mi chaqueta de cuero y la colocaba sobre mi bragueta. Pude sentir sus dedos presionando ligeramente mientras me miraba a los ojos. Me quería. Deseaba tenerme de nuevo entre sus piernas y gemir para mí. A eso había ido al local. Necesitaba tenerme otra vez, y, posiblemente retenerme.

—¿Y David?—no podía dejar de pensar que posiblemente se molestaría.

—Tiene sus libros y el corazón ocupado—dijo apretando suavemente mi erección. Molestarme con él, peleándome de esa forma, me excitaba tanto como besarlo—. Y yo mi mano derecha.

—Todos salimos ganando—sonreí inclinándome para besarlo de nuevo. No podía contenerme las ganas. Deseaba olvidar, sentir algo que no fuera un vacío terrible y él me lo ofrecía. Era irresistible.

Sentía un agradable masaje en mi bragueta, de modo que me sentía incitado a continuar. Mis hábiles dedos desabotonaron su chaqueta, para acariciar su cintura bajo ésta. Su cintura estrecha y sus nalgas redondas bajo el pantalón, que eran rozadas por esa americana echada a perder, me incitaban. Acabé con ambas manos pellizcando sus glúteos por encima de su pantalón. Él jadeaba con sus labios pegados a los míos, pero en algún momento nos separamos y sentí como tiraba de mí hacia un portal.

Era una casa bastante antigua, con portales formidables y altos. La pesada puerta se abrió gracias a su fuerza y osadía. Dentro no había luz, salvo una muy tenue de emergencia, pero a nosotros no nos hacía falta. La escalera era de caracol, subía los tres pisos, y el suelo era de baldosas de mármol gris. Una casa señorial, antigua, que ya conocíamos. Muchos edificios eran restaurados las veces que hiciesen falta, pues sus estructuras era firmes y hermosas.

Cuando estuvimos dentro me empujó hasta uno de los laterales, justo al lado de los buzones metálicos que habían colocado los inquilinos. Nos miramos en la oscuridad, sintiendo como todo estaba marchando demasiado rápido, y aún así no nos detuvimos. Acaricié su rostro, deslizando mis dedos por cada una de sus facciones, mientras notaba como me bajaba la cremallera y sacaba mi miembro para poder sostenerlo con maestría.

—Lestat... extrañé esto—dijo apretando ligeramente mi glande.

—Y yo—me lancé a sus labios intentando detener cualquier pensamiento sobre Rowan, pero mi mente realmente estaba en blanco. Sólo deseaba sentir.

Sus dedos tiraban de mi miembro, dejando que estos rozaran y apretaran cada milímetro de carne. Eché mi cabeza hacia atrás pegando mi espalda a la pared, con las piernas ligeramente abiertas. Sabía que venía después de esa revelación. Conocía todos los secretos de Louis. Para mí no era un misterio esa forma de actuar que en esos momentos me mostraba. Se arrodilló lamiendo sus labios, para humedecerlos, y acto seguido se llevó el glande a la boca. No pude evitar dejar escapar un gruñido de placer. Mis manos fueron a sus cabellos, que ya estaban empapados igual que los míos, para recogerlos enredando mis dedos. Ofrecí entonces un ligero movimiento de mi cadera, pues me estaba inquietando. Su lengua jugaba con el pellejo que aún se retiraba, mientras mi sexo crecía aún más, humedeciéndolo y saboreándolo. Tenía clavados su ojos en mí, con una insistencia brutal, calentándome de tal forma que me inclinaba hacia delante con deseos de hacerle sentir todo lo que deseaba, de una vez por todas, sin que pudiera detenerme.

Dejaba lenguetazos en todo el pene, pero sobre todo en los testículos con los que acabó jugando. Chupaba la piel de los escrotos como un profesional, y, mientras lo hacía me masturbaba con ritmo. Mis gemidos no se podían contener. Del mismo modo que mis manos no podían resistirse a pegar su cabeza a mi entrepierna. Cuando los soltó rió bajo y engulló mi miembro agarrándose a mis caderas.

Tenía el pantalón por los tobillos, igual que la ropa interior, pero él no se había quitado ni la chaqueta. Si bien, acabé notando como acabó acariciándose con su diestra, sacando su miembro por la bragueta del pantalón y permitiendo que éste se liberara de una prisión tan apretada.

El chupeteo sonaba delicioso y se sentía aún más placentero. Aquella boca carnosa apretaba con desesperación mi miembro, envolviéndolo con su lengua y la humedad de ésta. Louis sabía como enloquecerme. Mis caderas se dejaron de sutilezas y empecé a moverme rápido, algo violento, entre sus labios. Él ahogaba sus gemidos y dejaba que sus ojos se entrecerraran. No sería la primera ni última vez que me venía gracias a su habilidad, pero era la primera después de tanto tiempo que lo había olvidado.

Llegué al orgasmo enterrando mi sexo hasta los testículos. Él me miró con los ojos como platos y su miembro hinchado, en todo su esplendor, entre sus dedos. Cuando recuperó, por así decirlo, el aliento comenzó a masturbarse rápidamente, llegando en cuestión de segundos. Después, con rapidez asombrosa, se colocó bien la ropa y me ayudó a colocar bien la mía.

No dudé en besarlo. Fue un beso delicioso porque compartíamos aquel momento.

Al salir del portal la lluvia continuaba. Aquella tormenta azotaba los edificios sin permitir tregua. Los vehículos estaban casi detenidos en la carretera y las aceras aglomeradas estaban desérticas. Él me tomó de la mano, pero acabó pasando su brazo por mi cintura apoyando su cabeza en mi hombro. Caminábamos de ese modo sin importar que el frío calaba ya nuestros huesos, que la ropa pesaba o que muchos nos miraban como dos auténticos locos. Habría sido impensable para mí tener ese comportamiento con él noches atrás.

—Quiero seguir con todo esto en tu apartamento, sé que tienes uno a dos calles—dijo Louis.

No me parecía mal seguir con nuestros juegos, sobre todo porque él no había quedado satisfecho. Sabía sus debilidades, como he dicho, y su forma de actuar. Él quería algo más que unas caricias indecentes en mitad de un portal. Necesitaba tener sexo conmigo, y estaba seguro que no se quedaría con algo rápido.

—Sí, te dije que vivo cerca—respondí sin apartar la vista del camino, aunque sabía que él me observaba.

—Lestat, dime que no juegas—me agarró el cuello de la chupa con su diestra, mientras su zurda se enganchaba mejor a mi cadera.

—No, no lo hago—añadí a mis palabras un ligero meneo de cabeza—. Eso que ha ocurrido en el portal ha sido totalmente sincero por mi parte, no hay trucos.

—Sin trucos—repitió.

—Así es—dije.

Apretamos el paso y en cuestión de minutos estábamos entrando en aquella vivienda, una vivienda maldita por la última conversación mantenida con Rowan. Las plataneras se agitaban, el dondiego parecía arrancarse de la verja, varias macetas se habían caído al jardín y el césped se empantanaba. Pero nosotros ya estábamos refugiados bajo techo, devorándonos la boca mientras subíamos hasta el dormitorio.

La ropa salía despedida, empapando el suelo y quedando amontonada por doquier. Los zapatos se perdieron antes de entrar en la habitación. Cuando llegamos a la cama estábamos completamente desnudos, no quedaban ni los calcetines. Allí arrojados nos acariciábamos como dos adolescentes. Él tiritaba como si fuera la primera vez y las gotas de agua, esas que se deslizaban sobre su rostro y salpicaban desde su ondulado cabello negro, le daban un toque erótico muy atractivo.

Recosté su delgada figura sobre las sábanas de seda roja, quedándome obnubilado por sus ojos verdes y el contraste con su piel. Sus labios estaban algo rojos y parecían demandantes. Me apoyé en la cama con mi zurda, acabando por apoyar también el codo, mientras que la diestra acariciaba su torso pellizcando sus pezones. Sus facciones nunca estaban en calma. Me miraba desesperado. Abría sus piernas provocando a mis instintos primarios. No pude contener una ligera risilla baja mientras me preguntaba mentalmente cuan falto de mí estaba.

Había vuelto con la bestia, para que lo despedazara.

Mi mano se deslizó de sus pezones hasta su vientre y desde allí hasta sus muslos. Las ingles estaban ligeramente cálidas y sus nalgas se levantaron del colchón, quizás para dar mayor acceso a la entrada. Dejé que mi lengua rodara sobre sus pezones cafés, pequeños y algo gruesos, tan sensibles como el resto de su cuerpo. Louis gimió. Sus gemidos siempre eran agudos, asemejándose a los gemidos de una mujer. Detuve mis dedos cerca de su entrada, acariciándola, para notar su nerviosismo y ansiedad. Sus manos estaban aferradas a la ropa de cama, arrugándolas con fuerza. Era una imagen sobrecogedora.

Comencé a morder cada tozo de su piel, a hundir mi dedo índice y corazón en su interior, y a mirarle tan ansioso como él. Era puro deseo. Pero en él veía algo más. Estaba arriesgando lo poco que tenía de alma, su escasa cordura, en cada caricia. El amor que aún le profesaba, aunque estaba cubierto de polvo, comenzó a materializarse y acabé besándolo completamente encendido.

Acabé bajando hasta sus piernas, abriéndolas con mis manos como si fueran tenazas, y dejando al fin besos y lamidas sobre su sexo, entre sus muslos y rozando la entrada de sus prietas nalgas. Él jadeaba y tiritaba. Parecía un ángel al que le habían arrancado la calma, las alas y toda la bondad pero aún tenía pureza. Podría decirse que debía ser piadoso con él, pero me incitaba a ser cruel.

Finalmente lo giré, levantando sus caderas. Abrí sus glúteos y comencé a lamer entre ellos. Mi lengua se hundía por su esfinter, humedeciéndolo y estimulándolo, mientras él gemía aferrado a las almohadas, clavando sus uñas, mientras su espalda se arqueaba. Sus cabellos empapados rozaban sus hombros, cayendo hacia la almohada y pegándose a su rostro. Intentaba mirarme por encima de su hombro, con el rostro girado hacia la derecha, pero era imposible. El cabello lo tenía pegado a la cara y el placer le nublaba la vista. Ofrecí un par de nalgadas antes de retirarme del todo para penetrarle con fuerza.

De una única vez lo penetré, hundiéndome con un deseo insaciable. El sonido de mis testículos contra su cuerpo era una tortura. Los gemidos se multiplicaban con los míos, uniéndonos en un desenfrenado canto al sexo.

—No, deseo verte—dijo con sus brazos temblorosos, a punto de caer de bruces, mientras recibía otra de mis estocadas.

La cama se movía como si estuviéramos en la bodega de un barco en plena tormenta, además la lluvia ayudaba a esa impresión. Él, como podía, intentaba agarrarse al cabezal sin destrozarlo. Era imposible. La cama parecía moverse drásticamente contra la pared. El dosel se movía como el mástil de la vela mayor en plena racha de viento huracanado. Toda la habitación parecía derrumbarse. Él suplicaba gemidos cada vez más incitantes. Acabé separándome para recostarme en la cama, pegando la espalda al colchón, esperando que él se subiera sobre mis caderas.

Louis se quedó mirándome con una ligera sonrisa. Sus manos se pasaron por mi torso, algo más ancho que el suyo, y acabaron en mis caderas. Casi sin necesidad de ayuda se penetró mientras yo lo sostenía por la cintura. Amaba verlo cabalgar. Sus caderas eran inquietas, aunque el ritmo era suave. Parecía una serpiente saliendo de la cesta de paja, una de esas que los faquires usan en sus shows con música. Sus ojos eran dos esmeraldas que brillaban en medio de nuestro lujurioso ritual. Sus labios se abrían, sin timidez alguna, dejando que se escaparan los largos gemidos que él se provocaba.

El ritmo aumentó. Acabó pegando ciertos botes en la cama y yo me incorporé. Acabé sentado con él aferrado a mí, rodeándome con sus piernas y brazos, mientras gemía bajo su nombre permitiendo que besara mi rostro. Podía sentir sus uñas clavándose en mis omóplatos, sus piernas cruzadas y la cadera desenfrenada. Finalmente llegamos ambos al final. Ésta vez fue él quien llegó primero. Echó su cabeza hacia atrás, dejando ver su largo cuello, para luego gritar mi nombre en un profundo orgasmo. Después, debido a como apretaban sus nalgas, acabé haciendo lo mismo. Me derramé dentro de él, dejando que sus pierna tiritaran mientras sus brazos aún estaban algo tensos.

Cayó al colchón cansado, algo aturdido, pero cuando me recosté decidió tumbarse sobre mí. Sus dedos jugaban con mi torso y mis músculos marcados. Tenía una tímida sonrisa que conocía muy bien, pues era la sonrisa de un glorioso festín de sexo. Un festín que nos había enloquecido a ambos.

—Habrá que decírselo a David—dijo algo adormilado.

—¿Qué?—no estaba por la labor de ser quien le dijera a David que estaba con Louis nuevamente, no después de haberlo dejado a su cuidado y después permitido que fueran pareja. Ninguno de los dos se amaban, sólo se usaban para no sentirse perdidos.

—Lestat, dijiste sin juegos. No quiero ser tu amante, deseo ser el único. Ésta vez quiero ser el único—susurró cada vez más somnoliento, hasta que prácticamente no pudo hacer más que un ligero pestañeo antes de quedar inconsciente en los sueños diurnos.


Sin decir mucho me había comprometido a estar con él, sólo porque me encantaba tenerlo de ese modo. Sin embargo, sabía que iba a ser insufrible. Veía en un futuro a corto plazo mucho rencor y rabia. Tenía miedo. Pero entonces lo miré, recostado sobre mi torso, y recordé que debía cuidarlo. Él era mi responsabilidad. No apartaría jamás a Rowan de mi corazón, y por lo tanto de mi alma, pero siempre podía volver a ser el canalla de siempre con él entre mis brazos.

Lestat de Lioncourt   

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