Una de las páginas de su diario, sólo eso. Sí, sólo eso... Claudia confesaba su dolor y yo no me percaté de ello.
Lestat de Lioncourt
Las muñecas siempre son atractivas
para todo aquel que las contemplan. Sus mejillas llenas pintadas de
un sutil color rojizo, unos labios carnosos y pequeños que parecen
pétalos de rosas silvestres, y un cabello sedoso y espeso cayendo
ocasionalmente sobre sus hombros. Pequeñas, perfectas, eternas y
siempre niñas. Muñecas que enamoran a la vista. Te hacen pensar
cuál es su pasado y cuál será su presente. Se inventan historias,
les dan nombres y se convierten en algo especial con un alma distinta
a la de un humano convencional. ¿No fui eso yo? Yo fui una muñeca.
Una muñeca que caminaba por las noches
con el aspecto de una huérfana. Una niña que arrancaron de las
huesudas manos de la muerte, le dieron una historia y un nuevo
nombre. Me convirtieron en vampiro, me ofrecieron un hogar y, por lo
tanto, un nuevo apellido. Ellos me usaban como se usa una muñeca.
Jugaron a tener una familia. Durante un tiempo fui feliz, ajena a mi
tragedia. No sabía que jamás me convertiría en todo lo que quiere
ser una niña, lo que aspira desde que comprende el significado de
coquetería, amor o pasión.
Mientras leía poemas de amor me
percaté que deseaba sentir la calidez de un beso apasionado, las
manos de un hombre abrazándome de forma menos paternal y comprendí
que con mi cuerpo jamás lo tendría. Siempre sería una niña. Una
pequeña muñeca. Me verían igual que las hermosas muñecas de las
estanterías de los jugueteros. Mi cabello jamás sería más corto o
más largo, mis ropas no dejarían de ser encantadores trajes que
cualquier niña desearía, y mis zapatos, con hebilla y escaso tacón,
eran perfectos para ser una muñeca.
El odio germinó dentro de mí. La
desesperación envenenó mi alma. La rabia jamás dejó de
susurrarme. Nunca pude cumplir mis sueños, por simples que fuesen.
No recordaba que era el sol, el calor que desprende y los colores
iluminado por sus rayos. Siempre en tinieblas. Por siempre engañando,
mintiendo, llorando y bebiendo sangre. Hubiese preferido morir antes
que ser lo que fui, en lo que me convirtieron.
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