Un pequeño texto donde Quinn demuestra de nuevo su romanticismo y, al resto de hombres, nos deja tirados en la cuneta.
Lestat de Lioncourt
He aceptado la verdad de tus ojos como
el único camino hacia tu alma. Ten rebelde, tan libre y a la vez tan
atada a los sentimientos que nacen de la tristeza, la amargura y los
ingratos recuerdos de una infancia tortuosa. Comprendí que tú y yo
somos seres que nos comunicamos por el dolor. Las lágrimas las
convertimos en risa, los silencios en sonrisas y las manos en un
vínculo más eterno que la sangre. Tomé la decisión de amarte por
encima de cualquier cosa, sin impedimentos ni miedo.
Tu cabello de fuego, que cae como
vigorosa sangre sobre tus hombros, tienen la forma de miles de
enredaderas con la fragancia de mil flores. He decorado tu pelo con
pétalos de mil flores silvestres, igual que si fueras Ophelia y
decidieras encaminarte a la muerte. Tus manos de nieve parecen de
porcelana fina, como si fueras una muñeca inanimada, cuando las
alzas hacia el cielo esperando que caiga la lluvia. Tu cuerpo es el
de una niña que apenas lograba ser mujer. Tan joven, tan delicada y
a la vez tan firme y llena. Estabas en la plenitud de la vida cuando
la muerte te llamaba, y yo decidí que debía salvarte como si fuera
un príncipe azul en pleno cuento de hadas.
Caer enamorado frente a ti es fácil,
mantener el juramento pese a las dificultades y amarte sin remedio es
lo complejo. Yo jamás he podido dejar de amarte. Nunca he podido
olvidarte. Me convertido en un ser completamente hundido en tu
belleza, fuerza y rebeldía hasta límites que no sospechas. Te amo
tal cual eres, pues sé que eres como una amapola salvaje que nace
donde desea y con la fuerza de mil demonios.
No, Mona. No puedo dejar de amarte. No
puedo olvidarte. No puedo dejar de desearte. No. Estoy condenado y la
condena no es cruel, sino apetecible.
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