Me he sentado mil veces a tu lado
contemplando tu perfil. He observado como me mirabas con los ojos
cansados, casi ciegos por el dolor, y he querido estrecharte entre
mis brazos como si fueras un ángel misericordioso que pierde la fe
en Dios. Puedo escuchar tu voz sin que pronuncies palabra alguna. Es
un canto al dolor, pero también una canción a la vida. A veces la
tristeza te inunda, como si diluviara sobre tu pecho, pero luego me
doy cuenta que sólo te conmueve que me percate de tus pequeños
cambios de humor.
Es delicioso tener mis manos entre las
tuyas. Sentir el calor tibio que estas poseen después de
alimentarte. Aprecio cada pequeña arruga que ya no está, como si el
tiempo la hubiese borrado lentamente a causa de tus lágrimas, y que
a su vez, como si fuera un milagro, iluminara más tus pupilas
dándote un aspecto de muñeca de porcelana. Tus labios carnosos,
sensuales, con un toque de pétalos de rosa se curvan con una sonrisa
sincera, aunque a veces siento que me ocultas miles de cosas que ni
siquiera sospecho.
No sé de quién te has alimentado hoy.
Quizás de un pobre idiota que se cruzó en mal momento, tal vez de
un desarrapado por la vida, puede que de un iluso como lo eras tú o
es posible, remotamente posible, que sea un canalla como lo soy yo.
Si bien, lo importante es el rubor que le ha dado a tus mejillas y la
animosidad que parece emitir cada rasgo de tu rostro. Tienes el
cabello húmedo por la lluvia, las ondas oscuras de tus mechones caen
graciosamente rozando tus pómulos y quedando pegadas a tu chaqueta.
Deseo abrazarte, pero no lo hago. Sólo te contemplo. No puedo dejar
de mirarte. Quiero contarte cosas que me he callado durante siglos,
pero luego recuerdo que las hemos vivido juntos.
Sé que muchas veces sólo soy capaz de
besar cómplice tus labios, en un gesto simple y breve, como si
fueras un santo. Tú me miras con esa torva mirada, intentando
descifrar que ocurre bajo esa maraña de rizos dorados, y luego me
preguntas de forma gentil si he cometido algún pecado. Los demonios
siempre cometemos pecados, el mayor de todo es convertir por amor.
Pues tú eres mi debilidad, mi talón de Aquiles, y siempre estoy
alerta por si algo malo sucede. He amado y amo a muchos, pero tú
eres mi condenación. Me condenas como me condenó aquel violinista,
ese hombre cuya lengua era afilada y sus manos cálidas. Tú eres
igual en muchos aspectos, pero tan distinto que pareces hecho de
materiales que no existen.
No soy romántico. No sé ser
romántico. Sin embargo, deja que hoy lo sea. Deja que grite: Je t'aime.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario