Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 7 de noviembre de 2014

Tus ojos grises

Michael Curry deja esto para Rowan. Es un recordatorio de quien es y será su esposa. Yo también la adoro. 

Lestat de Lioncourt


Recuerdo el tiempo parado en la esquina de tus ojos. Esa sonrisa fría, casi congelada, porque en tu infancia no hubo muchos momentos felices. No fuiste una niña que jugó en las aceras, tampoco acunaste una muñeca, y ni mucho menos te sentiste distinta al resto. Siempre fuiste la extraña. Te acusaron con el dedo índice muchas veces, te dieron la espalda y tú caminaste desgarbada hasta un lado del jardín. Allí, con esos ojos enormes y grises, mirabas las nubes pasar tan esponjosas, hermosas y radiantes que querías ser como ellas. Deseabas ser vapor de agua, concentrándote a millones de pies de la Tierra, para caer precipitadamente contra el duro asfalto en forma de gota de lluvia. Deseabas llorar. Muchas veces lo deseabas. Tus pequeñas piernas temblaban, tus bracitos se aferraban con determinación a tu mochila y esperabas que algún día esa soledad, ese hueco, se llenara.

Sí, eras así. Por eso te hiciste fuerte. No tuviste otra alternativa. Era ser fuerte o dejar que todos te mataran. Buscaste la forma de levantarte de tu rincón, dar un par de pasos y tomar las riendas. Te dijiste a ti misma que nadie te haría daño. Aceptaste tus dotes, esos que tanto temían y envidiaban otros, como algo imaginario y te transformaste en una mujer decidida. Eras una excelente alumna, una gran hija que apoyó hasta el último aliento de su madre y a la vez, sin pretenderlo, la asesina de varias personas que intentaron atentar contra tu vida y salud. Te convertiste en tu heroína. Tú, tan salvaje y fría, eras la mujer distinta que esperó un hombre durante más de cuarenta años.

Sólo querías salvar una vida. Ese era tu vida. Salvar las vidas de otros. Intentar mejorar el mundo que no te quiso. Sabías que algo faltaba, pero no escuchabas. Al tenerlo a él, empapado y medio muerto, viste una conexión terrible. Cuando sus ojos se clavaron en los tuyos tu corazón latió. Parecía que siempre estuvo parado. El tiempo comenzó. Las agujas iniciaron su trayecto. Te convertiste en una mujer viva llena de deseos y ambiciones carnales. Y cuando lo tuviste a tu lado, frente a frente, semanas después viste en él lo que buscaba. Tenía unos brazos fuertes para abrazarte, unas manos ásperas deseando dar suaves caricias y unos ojos azules intensos, tan intensos como el mar que tanto amabas. La lluvia cayó, pero en forma de amor. Y eso que tú, mi querida heroína, sólo querías salvar una vida.


De su mano aprendiste a desvelar misterios. Supiste la verdad que atormentó a la mujer que llamaste madre. Apreciaste al fin el cálido aroma de New Orleans. Te fuiste en la oscuridad y saliste viva, aunque casi termina contigo. El sonido de un disparo y de una pala cavando fue el final de tu historia. La historia de una mujer luchadora. Enterrados en el jardín están los dos monstruos, uno cargado de ambición y otro de bondad, que tú misma amantaste. Dos monstruos que caminaron pocas horas después de nacer, que contaron su historia y cantaron para ti la canción perdida en un valle irlandés.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt