Michael Curry deja esto para Rowan. Es un recordatorio de quien es y será su esposa. Yo también la adoro.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo el tiempo parado en la esquina
de tus ojos. Esa sonrisa fría, casi congelada, porque en tu infancia
no hubo muchos momentos felices. No fuiste una niña que jugó en las
aceras, tampoco acunaste una muñeca, y ni mucho menos te sentiste
distinta al resto. Siempre fuiste la extraña. Te acusaron con el
dedo índice muchas veces, te dieron la espalda y tú caminaste
desgarbada hasta un lado del jardín. Allí, con esos ojos enormes y
grises, mirabas las nubes pasar tan esponjosas, hermosas y radiantes
que querías ser como ellas. Deseabas ser vapor de agua,
concentrándote a millones de pies de la Tierra, para caer
precipitadamente contra el duro asfalto en forma de gota de lluvia.
Deseabas llorar. Muchas veces lo deseabas. Tus pequeñas piernas
temblaban, tus bracitos se aferraban con determinación a tu mochila
y esperabas que algún día esa soledad, ese hueco, se llenara.
Sí, eras así. Por eso te hiciste
fuerte. No tuviste otra alternativa. Era ser fuerte o dejar que todos
te mataran. Buscaste la forma de levantarte de tu rincón, dar un par
de pasos y tomar las riendas. Te dijiste a ti misma que nadie te
haría daño. Aceptaste tus dotes, esos que tanto temían y
envidiaban otros, como algo imaginario y te transformaste en una
mujer decidida. Eras una excelente alumna, una gran hija que apoyó
hasta el último aliento de su madre y a la vez, sin pretenderlo, la
asesina de varias personas que intentaron atentar contra tu vida y
salud. Te convertiste en tu heroína. Tú, tan salvaje y fría, eras
la mujer distinta que esperó un hombre durante más de cuarenta
años.
Sólo querías salvar una vida. Ese era
tu vida. Salvar las vidas de otros. Intentar mejorar el mundo que no
te quiso. Sabías que algo faltaba, pero no escuchabas. Al tenerlo a
él, empapado y medio muerto, viste una conexión terrible. Cuando
sus ojos se clavaron en los tuyos tu corazón latió. Parecía que
siempre estuvo parado. El tiempo comenzó. Las agujas iniciaron su
trayecto. Te convertiste en una mujer viva llena de deseos y
ambiciones carnales. Y cuando lo tuviste a tu lado, frente a frente,
semanas después viste en él lo que buscaba. Tenía unos brazos
fuertes para abrazarte, unas manos ásperas deseando dar suaves
caricias y unos ojos azules intensos, tan intensos como el mar que
tanto amabas. La lluvia cayó, pero en forma de amor. Y eso que tú,
mi querida heroína, sólo querías salvar una vida.
De su mano aprendiste a desvelar
misterios. Supiste la verdad que atormentó a la mujer que llamaste
madre. Apreciaste al fin el cálido aroma de New Orleans. Te fuiste
en la oscuridad y saliste viva, aunque casi termina contigo. El
sonido de un disparo y de una pala cavando fue el final de tu
historia. La historia de una mujer luchadora. Enterrados en el jardín
están los dos monstruos, uno cargado de ambición y otro de bondad,
que tú misma amantaste. Dos monstruos que caminaron pocas horas
después de nacer, que contaron su historia y cantaron para ti la
canción perdida en un valle irlandés.
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