Louis y su ¿melancolía? Más bien una descripción de sí mismo.
Lestat de Lioncourt
La oscuridad puede ser agradable, e
incluso tentadora, tanto que los sueños navegan en medio de la noche
como si fueran auténticos peregrinos. Pero somos nosotros, los
monstruos, quienes nos encargamos de elaborar las pesadillas que
llevan al mundo al borde de la locura. Es un precipicio alto,
escabroso y lleno de detalles inhóspitos que al mirar hacia el
fondo, donde discurren los escasos pensamientos agradables, sientes
que pierdes el alma y la razón.
En cada paso que doy pierdo un poco de
mi humanidad. Si bien, ¿aún queda? Lo dudo. Ya no queda más que
cenizas del hombre que fui una vez. Las mismas cenizas que se
perdieron hace siglos al ser arrastradas por el aire. Estoy
diseminado, como la maldad, y espero germinar en el corazón de cada
una de mis víctimas. Dicen que tengo misericordia, pero en realidad
sólo hago un viejo pacto con un imperecedero demonio.
La calle Bourbon me conoce como si
fuera parte de su asfalto. Soy la sombra que se pierde entre su ritmo
cotidiano. Mis pasos quedan lejanos y se convierten en el bombeo de
un corazón. La luna yace oculta entre terribles nubarrones, los
cuales anuncian una lluvia terrible como las lágrimas que desbordan
mi alma. Parezco un cordero inocente, pero en realidad soy el lobo
que capturará a una oveja del ganado. La sangre manchará mi lengua
y la bestia sacrificará de nuevo un trozo de sí mismo. Es el precio
de la eternidad.
Recorro esta ciudad cada día. Siempre
lo he hecho. Durante algún tiempo estuve fuera. Conozco otros
lugares del mundo, pero ninguno como este. El aire cargado del aroma
de los pantanos, jazmín y dondiegos me hacen añorar su perfil
decadente en los barrios más bohemios. Sobre todo extrañaba caminar
por esta calle en especial, la calle Bourbon, donde miles de veces he
quedado enamorado de su vida cotidiana.
He regresado a New Orleans. El monstruo
de ojos verdes ha vuelto. El ángel de la misericordia.
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