Arion dejó algo para Petronia. Creo que hacía mucho que no lo hacía. En fin, aquí está.
Lestat de Lioncourt
Hemos existido milenios. Las vidas de
cientos han desfilado como pequeñas hormigas frente a nosotros. He
contemplado la vida ante mis ojos oscuros, pero los suyos también.
Un derroche eléctrico de sueños, virtudes, desafíos, tinieblas,
sangre, sudor, dolor y miseria. No hemos tenido misericordia cuando
hemos deseado la sangre, aunque siempre han sido villanos retorcidos
sin destino fijo en este mundo. Se han cavado miles de tumbas
mientras sus espíritus al final eran libres. Ahora, cuando ya somos
tan viejos como las ruinas del mundo, hemos sabido concentrar nuestra
ansiedad y nuestra eterna vida en pequeños sorbos. No despreciamos
la muerte, pero ya no somos parte de su proceso.
Cuando la encontré estaba desecha en
pesadillas. No quedaba mucho de la mujer que alguna vez fue. Criada
como un monstruo, con las tinieblas alrededor y la suciedad en su
piel pegada. Mató a cientos para sobrevivir en un circo romano lleno
de bestias, pero no la arena sino en los palcos. Tan hermosa, con los
ojos enormes y amargos, decidí protegerla.
En estos momentos la veo firme, con un
rostro frío y unos ojos apasionados. Me mira desde el balcón,
apoyada ligeramente en la barandilla, mientras el aire de Nápoles
acaricia sus largos cabellos negros. Parece un hombre, en ocasiones
aparenta ser lo que realmente es. Camina entre la verdad y la
mentira, la furia desmedida y el amor compasivo. Es un ángel. Los
ángeles no tienen sexo, ¿no es así? Eso debería ser ella.
Convertí a un ángel en un vampiro. Sí, eso hice.
Ella crea camafeos para recordar su
oficio, engrandecerse con esas hermosas obras de arte y conseguir
venderlas en el mundo entero. Se fascina ante la belleza de los
materiales y saca de ellos auténticas tragedias griegas. He podido
ver incluso salmos de la Biblia representados con gran precisión,
pero lo que más ama son las viejas historias y leyendas que nos
rodeaban. Grecia y Roma se rindieron a su ingenio. Yo, como cualquier
hombre, también lo hice. Fue tachada de monstruo, pero finalmente el
monstruo conquistó todos los corazones debido a la belleza de sus
obras.
—Petronia, ¿qué ocurre?—he dicho
guardando el tablero de ajedrez.
—Nada que no pueda solucionar creando
una nueva obra. Esta vez será una de mis pesadillas...
Un volcán. Sé que es un volcán.
Desde aquel fatídico agosto los volcanes son sus pesadillas. La lava
consumiendo todo. El dolor generándose como si fuera un oasis
terrible. El infierno desbordando Pompeya y llevándosela lejos de la
realidad para convertirla en mito.
Ella es Petronia. Ella es mi hija, mi
amante, mi amiga, mi compañera y también el ser más cautivador que
conozco. No puedo atarla, pues es libre, pero sí abrazarla a pesar
que lo evite.
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