A lo largo de la vida tenemos muchas
oportunidades para ser felices, pero pocas son las que tomamos entre
nuestros dedos. Dejamos pasar de largo tenes cargados de cartas
bañadas en amor, frases que nunca hemos dicho y siempre hemos
querido decir, poemas tatuados en el alma y besos que no hemos
entregado jamás. Olvidamos con título de frágil nuestros sueños,
para que tomen polvo y hueco en lugares donde nadie pueda tocarlos.
Contemplamos las rosas marchitarse sin permitirnos oler su aroma.
Caminamos por este jardín salvaje lleno de oportunidades convertidas
en manzanas de Adán y Eva sin querer siquiera saber cual es su
misterio. Nos perdemos tantas cosas por ser racionales y tercos.
Tantas...
Yo jamás he querido tener contigo un
amor civilizado, de esos que te dicen te amo en una noche romántica.
Nuestras discusiones se convierten en eternas y olvidamos el inicio,
tan estúpido y extraño, de cada una de ellas. Nos guardamos el amor
para destrozarnos con odio entre sábanas de sexo bañado con sangre,
lágrimas y palabras bruscas. Hemos recurrido al romántico roce de
un sexo desenfrenado, único, extraño, melancólico y envenenado con
el ritmo candente de dos bestias furibundas. Me guardas tanto rencor
como amor. Sé que lo haces. Quieres permanecer a mi lado, pero huyes
como si fueras una damisela en peligro. Te has convertido en una musa
constante en mis noches más frías, en el recuerdo más cálido en
medio de la nieve que hoy cae a mi alrededor.
He decidido salir a caminar por los
alrededores de mi hogar. ¿Puedo llamar a este lugar hogar? Nací
aquí. Sí, aquí. Me preguntaste mil veces de dónde era, pero nunca
te contesté con seguridad. Siemrpe oculté mi pasado como si fuera
el agujero de una polilla en un mueble caro. Quería alejarme de ese
dolor. Olvidar esa muesca en mi corazón. Habían pasado décadas
desde la última vez que afronté cada uno de mis errores convertidos
en lobos hambrientos. Lobos que terminaron convirtiéndose en un
apodo, un par de botas y un abrigo. Con sinceridad, ¿puedo llamarlo
hogar? ¿Puedo invitarte a pasear conmigo por aquí? La nieve cae
lentamente y cubre los caminos, como antaño, pero no siento el peso
de los años sino el peso de la eternidad, lo cual es peor. ¿No es
peor? Creo que sí.
Me pesa no estar contigo. Me duele
haberte dejado atrás como si fueras una piedra en el camino. Pero no
eres piedra, sin embargo te siento como una lápida cayendo sobre mi
corazón. Porque tú, amor mío, eres parte de mí y dejar parte de
mí atrás fue un castigo injusto, desmedido y aterrador. Cuando
duermo mi corazón palpita, pero al despertar me siento en mitad de
un funeral. Después de todo lo que hemos vivido, o mejor dicho
sobrevivido, ¿por qué no darnos la paz que deseamos? Una paz que es
guerra, si bien prefiero la guerra a vivir en este silencio.
Nunca pensé que echaría de menos tus
quejas, las miradas aviesas, el deseo de abofetearme hasta que te
duelan las manos o mis ganas de besarte cuando quedas en silencio, a
punto de llorar. Jamás creí que extrañaría tu perfume bañando
mis sábanas, arrancándome los sueños más preciados para dejar
otros más comunes.
No somos civilizados, pues jamás
fuimos gente de razón. Somos apasionados. Sí, somos apasionados. Tú
siempre lo has sido. Te has conmovido por todo y nada. Eres parte de
mí, cada vez eres más yo que yo mismo. Lo salvaje te acaricia,
aparta los mechones de tu frente y deja en tus ojos verdes la rabia
que no conocías. ¿Aún mueres en tus verdes mares de rencor o ya ha
pasado la tormenta? Me pregunto si un beso tuyo podrá darle a éste
príncipe un poco de libertad en mitad de su jaula.
Jamás te pediré que viajes conmigo al
pasado o nos mudemos al dolor. Sólo quiero sentirte bajo mi cuerpo,
entrelazar mis dedos con los tuyos y morir en mitad de besos
desenfrenados. Ya sabes, el amor mata lentamente y da vid a la vez.
Ven, sé que quieres venir. Te ofrezco mis brazos.
Lestat de Lioncourt
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