Daniel parece querer contar cosas ¿lo hará? Esto puede ser el inicio de algo interesante.
Lestat de Lioncourt
Siempre me enfrentaba al mismo dilema.
El papel en blanco para cualquier escritor, sea del tipo que sea, se
convierte en una pesadilla que te persigue allá donde vayas. Cuando
tienes una gran historia, pero no sabes por donde empezar, se
convierte en una tortura. El humo del cigarrillo me ayudaba a pensar,
aunque estuviese más tiempo en el cenicero que en mis labios, y la
botella de whisky quedaba prácticamente vacía. En otras ocasiones,
las escasas, la verborrea es tan intensa que no puedes detenerte.
Extraño pasar las noches en vela
recostado en una silla incómoda, frente a una máquina de escribir
con las teclas desdibujadas y envases de take away por el escritorio.
Los hoteles de mala muerte quedaron atrás, igual el ruido del motor
y el equipaje liviano. Todo quedó suspendido en un sueño que no
logro retener. Es como si fuese la vida de otro.
Durante años he permanecido en
silencio observando todo a mi alrededor, escuchando montones de
historias y esperando poder contar la mía. Porque yo conté la vida
de otros, narré una epopeya casi milagrosa de sangre, destrucción,
lágrimas, fuego y cenizas. Ayudé a un vampiro a sollozar en mitad
de una larga noche. Sin embargo, de mí se sabe poco. Tan sólo soy
un borrón en la historia de un creador que se cansó de esperar, un
amor fugaz y un montón de maquetas amontonadas en diversos lugares
del mundo.
Hoy, como en las últimas noches, me
encuentro rodeado de cientos de lienzos pintados con pasión. Esa
entrega apasionada, legendaria y única es de Marius. Él es mi
compañero. Observo como deja su alma en cada pincelada y me pregunto
cuando fue la última vez que yo mostré la mía. Por eso hoy he
buscado una libreta, un bolígrafo con algo de tinta y un hueco en la
habitación donde sentarme y escribir. Sólo quería demostrarme que
aún es posible que exista algo en mí. No lo sé. Un poco del hombre
que fui. Ese hombre que parece perdido entre el humo, el sabor del
whisky barato y las luces de hoteles donde se convive con cucarachas.
Nací en una familia convencional, fui
a un instituto cualquiera, viví una vida digna hasta llegar a la
universidad donde los sueños me consumieron. Me convertí en un
periodista nato. Quería saber, sólo eso. Siempre perseguía
historias. No me importaba sacrificar mis horas de sueño, comida o
simplemente un breve descanso. Caminaba entre hombres sintiéndome
inmortal porque sentía que algún día mis escritos sobrevivirían.
Pero fue la inmortalidad la que me hizo un trato de favor auténtico.
Aún recuerdo sus labios pegados a mi
cuello, succionando mi sangre como una sanguijuela, mientras mis
manos se aferraban a su chaqueta. Un ángel de cabellos rojizos y
ojos castaños. Era hermoso, condenadamente hermoso, pero ambos nos
dividimos como si fuéramos dos extraños. Toda esa complicidad, las
viejas discusiones, las miradas intensas y las conversaciones
trascendentales dieron paso al silencio y el dolor.
No sé como llegué a este punto. Ahora
estoy aquí, contemplando a Marius pintar ese ángel que tanto ama y
rechaza. Armand aparece en cada cuadro. Parece que él no puede
olvidarse de ese maldito querubín. Pero también hay otros rostros.
Rostros que me recuerdan a la diosa que es Pandora, pues es una mujer
con una fuerza terrible y un dominio de la palabra imposible de
controlar.
—Daniel, deberías salir a buscar
alguna víctima—me dijo hace rato, pero no me he movido.
No puedo dejar de mirar como las
pinceladas dejan surcos únicos. ¿No son los mismos surcos que ahora
dejo sobre el papel? Ya era hora que volviese a mirar cada folio como
un lienzo. Sí, ya era hora. Quizás debería escribir mis
testimonios, pero por el momento me reservo el derecho de narrar este
pequeño brote de pasión entre mis dedos.
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