Louis ha vuelto a dejar constancia de su amor por Claudia. Ahora comprendo porque la rememora... si no se acuerda de ella se volverá aún peor.
Lestat de Lioncourt
Yo, un monstruo como cualquier otro,
soy tachado de humano. Mis ojos verdes poseen un encanto especial.
Puede que la escasa empatía que aún guardan brillen en medio de la
oscuridad, igual que los de un gato pardo en medio de un callejón en
plena noche. No lo sé. Desconozco como me observan otros ojos, pues
hace mucho tiempo que no reparo en sus miradas frívolas o cálidas.
He dejado de mirar a mis víctimas, pues sólo ofrezco muerte como si
fuera un ángel cuya empresa es únicamente matar.
Ella se llevó todos mis pecados.
Arrastró consigo cada trozo de mí. Lo que murió en París no fue
ella, sino yo. Mi alma murió con sus rizos dorados, sus pequeños
labios y sus manitas que jamás volvería a sentir entre mis
cabellos. Todo ocurrió tan rápido como un suspiro de amor, pero
esto fue un encantamiento peligroso donde mi alma se arrastró al
averno.
Mantuve cerca de mi pecho, en bolsillos
ocultos de mi ropa, una fotografía que ella logró, casi como un
pequeño prodigio de la naturaleza, hacerse. Aún en blanco y negro
ella parecía cobrar vida. Era como si su alma, tan retorcida y
terrible, mostrase la escasa inocencia y amor que tenía. Sus
ilusiones, sueños y esperanzas quedaron cubiertos con una pátina de
duelo y dolor. Acepto que fue mi culpa, mi maldita culpa. No sólo
Lestat cometió grandes pecados, pues los míos fueron igual de
terribles.
Aún recuerdo sus temores cuando tan
sólo era una recién nacida. La acunaba entre mis brazos, despejaba
su frente de esos rizos tan hermosos, y cantaba nanas como si fuera
un padre común. Era una imagen quizás terrible, pero para mí era
parte de mi felicidad. El padre vampiro cantando dulces canciones a
su hija vampiro. Canciones sobre estrellas fugaces, princesas,
misterios cargados de magia y milagros.
No hubo milagros para ella. No hubo
misterio en su muerte. Tan sólo se fue. Soltó una noche mi mano y
esa misma mañana era una estatua dantesca de cenizas.
Amar es terrible cuando no sabes medir.
Quizás esa es mi condena. Debo cargar la cruz de su muerte, como
cargué por siempre la de mi hermano. Es por eso quizás porque ya no
me importa matar. Ahora sé que ella me odia. No hay consuelo para
este padre. Nunca lo habrá. No sé como Lestat es capaz de aceptar
esta condena. Desconozco cual es el truco y quizás, sólo quizás,
no quiero saberlo.
Ella ahora se reduce a las
transcripciones de un diario, un traje amarillo y una fotografía. Es
sólo eso. Un fantasma que se aparece cargado de rencor. Un alma en
pena. Mi niña, mi damita, mi pequeña... es un alma en pena que nos
odia y nos arrastraría a su infierno si pudiera. Y tal vez ahí es
donde debemos estar. Pues un infierno junto a ella no debe ser tan
malo.
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