Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 14 de diciembre de 2014

Seducción, sueños, placer, deseos y mil emociones.

Había olvidado por completo todo lo que era estar atado a un lugar. Durante años me dediqué en cuerpo y alma a recorrer el mundo. Caminé por las selvas aún vírgenes, allí donde el hombre común no se atreve a pernoctar, descubrí viejas civilizaciones perdidas en terribles ruinas, hundí mis dedos en el lodo de mundos que ya no existen, corrí sobre las arenas de los desiertos y vi de nuevo las profundas y oscuras aguas de los mares. Quería sentirme libre. Deseaba abandonar la ciudad que tanto amaba. Me olvidé de todo y de todos. Necesitaba hacerlo para comprender a mi madre y a tantos otros. ¿Cuántas veces habían hecho cosas así antes? Muchos viajaban constantemente y yo me había quedado cómodamente en una ciudad. Eso no era propio de mí. Cuando joven, recién creado, recorrí prácticamente el mundo conocido hasta ese momento. ¿Por qué no lo iba a hacer en esta era donde la vida parece brotar como cientos de llamaradas?

Esta noche ha sido distinta. He recorrido de nuevo las viejas calles que tanto conozco. Podría caminarlas con los ojos cerrados. Es divertido ver como hay cosas que no cambian. Pasen los años que pasen, ocurran los desastres que ocurran, siempre hay una verdad que se esconde y un detalle que no muta. Me he puesto mi vieja levita de camafeos y al meter la mano, en el bolsillo izquierdo, he hallado algo que creía que había regresado a su joven amo. Era el camafeo predilecto de Quinn, mi hermanito, que quiso regalarme en señal de afecto entregándose a mí de un modo íntimo y torpe.

Contuve las lágrimas y mi corazón. Quise echar a correr hasta sus propiedades y asegurarme que estaba allí una vez más, pero eso ya lo había hecho de forma furtiva y nadie lo había visto. Hacía años que él no había regresado. No era una buena señal. Más bien era la señal de la catástrofe. Tantos habían muerto, otros resultaron terriblemente heridos y muchos huyeron para ocultarse bajo tierra en un terrible descanso. Quería pensar que como mucho estaba aún herido, pero vivo. Vivo como ella. Vivos los dos. El apasionado Abelardo y la eterna Ophelia.

Cerré los ojos un instante y vino a mí el aroma de los dondiegos de First Street. Pude ver las ramas meciéndose suavemente. Creo que incluso sentí bajo mis zapatos la hierba crecer. Al abrirlos me di cuenta que había dado la vuelta adentrándome en una pequeña calle, la cual daba a la Avenida donde me había instalado de nuevo. Uno de mis pisos allí. Mi pequeña guarida.

Pasé la punta de mis dedos por el muro de una de las viviendas, hundiendo las yemas en las grietas, y recordé que así es mi alma. Mi alma está llena de cicatrices y vivencias. Somos como viejas mansiones con encanto. Ocultamos muchos secretos. Somos lo que somos por el paso del tiempo. Un tiempo que pasa desafortunadamente demasiado rápido.

Al llegar al interior de la vivienda, donde el fuego estaba ya caldeando la habitación principal desde hacía horas, decidí que debía volver a mi castillo. Allí los recuerdos no eran tan intensos. Claudia no me asaltaba como un encantador y peligroso fantasma; las dudas sobre las diversas amistades que perdí, y sobre si hice bien abandonando a Louis, tampoco estarían.

Mi encantador sofá corbeille tapizado en un encantador tono borgoña estaba allí, llamándome como una sirena varada en mitad de una paradisíaca isla. Decidí tomar asiento, recostar mi cuerpo y permitir que mis rizos dorados cayeran por el cómodo cojín de delicados bordados de rosas con hilo de plata. Cerré los ojos y me abandoné al mundo onírico.

Cuando desperté ellos estaban en mitad del salón. Él estaba apoyado sobre la chimenea, contemplando el fuego y avivando las ascuas, ella caminaba de un lado a otro haciendo sonar sus finísimos tacones rojos. Tan atractivos. Él con su elegante traje negro, su camisa de algodón blanco y una bonita corbata carmín con un broche dorado. Ella, sin embargo, llevaba un minúsculo vestido rojo y un abrigo de imitación a piel sobre sus hombros menudos. Parecían dos aristócratas. ¿Y no éramos eso los vampiros? La aristocracia de la noche.

El cabello de Mona estaba recogido dándole un aspecto más maduro, pero su pequeña boca tenía la mueca de una niña impaciente. Esos enormes ojos verdes brillaban como los de un animal salvaje que está a punto de lanzar su ataque. Cuando se percató que estaba despierto se aproximó a mí y me abofeteó.

—¡Quinn!—exclamé como respuesta esperando que él intercediera.

—¿Dónde has estado? Te hemos necesitado, jefe. Pero tú preferías estar viajando conociendo furcias, ¿verdad? Furcias como esa Rose. Esa niña malcriada, esa golfa sin remedio... ¿qué tiene ella que no tenga yo? ¡Y no me digas que una carrera universitaria!—celosa, terriblemente celosa. Sus celos siempre me parecieron terribles y divertidos a la vez. Tan voluble, tan atractiva y tan desesperada por ser amada a pesar de todo. Era una niña. Una niña de dieciocho eternos y magníficos años.

—¿Estás escuchando? Yo no he empezado. Ha sido ella, hermanito, y si digo algo que no te gusta vas a tener que aceptar que no inicié esta pelea—dije incorporándome.

Era bajita, pero tenía el típico cuerpo de guitarra. Sus caderas eran algo anchas, su busto estaba deliciosamente desarrollado, y su cintura era estrecha. Muy atractiva. Ante mis ojos tenía una pequeña dama de sociedad que se comportaba como una arrabalera. La tomé de las muñecas y la sostuve de ese modo en silencio. Quería golpearme, pero no podría. Era una buena técnica.

—Khayman se volvió loco—susurró al fin Quinn. Al girarse pude ver cierto cansancio en sus ojos azules, tan hermosos como tristes, y eso me emocionó. Creí que no volvería a escuchar su voz ni a ver esa mirada tan enigmática—. Nos salvamos, pero fue horrible.

—Lo supuse. Creí que...—murmuré.

—No te librarás tan fácil de mí—sentenció Mona.

Ella logró zafarse de mis manos, que eran como garras, para darme otra bofetada. Sin embargo, acabó abrazada a mí llorando. No pude contenerme. Jamás pude. La abracé contra mí, besé su frente y sus mejillas, acaricié sus cabellos como si fueran de seda y miré a Quinn esperando que él también se aproximara. Mis amigos, mis compañeros, mi otra familia... mis pupilos. Mi hermanito vino, me abrazó y dejó a Mona entre ambos. Los besos comenzaron. Labios contra mejillas húmedas por lágrimas teñidas de rojo, frentes despejadas, cuellos fríos con un leve murmullo de un corazón que aún late pese a la muerte del cuerpo y miradas cómplices.

Ellos habían sido mi último intento de bondad. Quise ser un buen tutor. Deseaba que me quisieran. Las peleas fueron numerosas, pero esos días de complicidad se quedaron por siempre unidos a mí. No podía olvidarlos. Aunque estuve lejos de la ciudad algo en mí me pedía recordarlos. Quizás porque ambos me necesitaban. Desconozco si era así o no. Esos besos, tan intensos y sinceros, confirmaban que yo aún les amaba y que era un amor correspondido.

Sentí la mano pequeña y firme de Mona sobre mi bragueta, bajando el cierre e introduciendo sus dedos dentro del pantalón. Su zurda estaba sobre mi torso, acariciando los botones de mi levita, mientras que las mías sostenían el rostro de ambos. La derecha tocaba los gruesos rizos negros de Quinn mientras le acariciaba el rostro. Con la izquierda palpaba la nuca despejada de Mona. Él se inclinó hacia delante y me besó en la boca. Sus cálidos labios, tan suaves y similares a los pétalos de las rosas, me hicieron sucumbir. Los brazos largos de mi hermanito nos rodeaba como sus amantes. Un abrazo intenso que aclaraba demasiadas dudas.

Los sutiles dedos de mi brujita se movían sobre la tela de mis calzoncillos. Tela pegada que ocultaba mi erección. Mis labios seguían devorados habilidosamente por Quinn. Las yemas de mis dedos apretaron sus tiernas carnes, pues aún la inmortalidad no los había convertido en monstruos de mármol. Sentí los femeninos labios de Mona bajo mi mentón, rozando la nuez, mientras intentaba pensar con claridad en medio de esa jauría de sensaciones.

Fui yo quien los separó de mí. Estaba tan excitado que no sabía como expresarme. Ellos me miraban confusos y sutilmente hundidos en la lujuria. Me abracé a mí mismo intentando manejar la situación, pero era imposible. Quería tenerlos a ambos y ellos me querían tener a mí. De nuevo unidos los tres.

Acabé deshaciéndome de la levita, así como de la camisa de chorreras que tenía bajo esta, dejando a la vista mi torso desnudo. Siempre he sido algo delgado, pero tengo musculatura algo marcada. El trabajo físico, los días de caza, el correr por todo el bosque buscando entrenamiento y las peleas me habían dado un aspecto soberbio. Él era más delgado. Tras esa ropa elegante se descubría un chico delgaducho con cierta cintura y una piel sedosa. Un chico que llegaba a la veintena cuando fue transformado. Parecía un niño, uno aún más pequeño que yo.

Ambos nos miramos. Fue como un hechizo. Después la miramos a ella. Sus pechos se movían ritmicamente con su respiración entrecortada. Los pezones se marcaban bajo la fina tela. Él quedó tras su espalda, deshaciéndose del abrigo que cargaba, para yo quedar de frente deslizando las finas tiras de tela que eran sus tirantes. El vestido cedió rápido. Bajo este sólo tenía un liguero que sostenían unas finas medias y una minúscula braguita de encantadora lencería.

Mona no sintió pudor en absoluto. Si bien, tomó su revancha. Se giró rápidamente hacia su eterno compañero para deshacerse de la corbata, la chaqueta y la camisa. Su torso delgado apareció con aquellos pezones tentadores de color café y nulo vello.

Di un par de pasos hacia atrás tomando asiento en el sofá, con los brazos abiertos sobre el respaldo. Abrí mis piernas invitándolos sutilmente a que siguieran los juegos. Mis ojos estaban fijos en ambos. Quinn terminó quitándose los zapatos, calcetines y cualquier prenda que impidiera que pudiera saborear su cuerpo. Su pene estaba erecto y coronado por un escaso vello público, muy rizado espeso.

Quinn se arrodilló desabrochando el botón del pantalón, así como lo que quedaba de cierre, bajando este hacia los tobillos junto a mis calzoncillos. Su lengua, rápida y certera, dejó un lametón desde la base de mi sexo hasta el glande. Mona acariciaba la espalda de su amante y me miraba penetrante. Perdía el juicio con ambos. Mis manos se aferraban al respaldo, aunque rápidamente fueron a los hombros de mi hermanito mientras ella hundía su rostro entre mis piernas. Sin embargo, no era lo que yo deseaba. Mi mayor deseo era sentirla a ella.

Él se apartó riendo bajo, como si fuera tan sólo una travesura de un niño pequeño, para luego ayudarla a subirse sobre mis piernas. Las nalgas, redondas y duras, de Mona rozaron mi miembro y comenzó un baile erótico muy provocador. La boca de Quinn viajaba por su torso mordisqueando y succionando sus pezones, aunque a ratos sólo lamía su torso. Las manos de ambos recorrían la menuda y curvilínea figura de nuestra brujita.

En cierto momento ella se soltó el recogido, provocando que el cabello cayera, y ambos quedamos absortos por los hilos sanguinolentos que rozaban su maravillosa piel moteada por las pecas. Empecé a sentir calor y mi pelo se pegaba a la frente, igual que le ocurría a ambos. Ella gemía bajo porque los dedos de la mano diestra de mi hermanito, esa mano tan libertina, estimulaba a su pareja hasta hacerla temblequear. Las mías hacían diversos recorridos sobre sus muslos, sus pechos y costados.

Finalmente ambos la penetramos. Él lo hizo hundiéndose en su cálida y húmeda vagina. Por mi lado lo hice entre aquellas estrechas nalgas, lo cual fue algo difícil. Ella gemía y aullaba de dolor. Era una mezcla deliciosa de sentimientos. Una pequeña tortura para una liberación extremadamente erótica y placentera. La azul mirada de mi hermanito formulaba miles de preguntas, pero en esos momentos yo sólo tenía una respuesta. Mi mano derecha se colocó en su nuca y tiré de él, para besarlo, mientras la zurda masturbaba el clítoris húmedo y dilatado de Mona. Ella mordisqueaba el lóbulo derecho de Quinn, deslizando a ratos su lengua por el cuello hasta su hombro. Los tres gemíamos ahogados sintiendo nuestros cuerpos convertidos en un volcán.

La pelvis de mi hermanito se desenfrenaba, sus labios se liberaron de los míos y pronunció el nombre de su amada Ophelia. La mía seguía el ritmo mientras mi boca iba a la nuca de Mona, sus hombros y finalmente su cuello donde di un pequeño trago. Ella era como una serpiente moviéndose al ritmo de una música tocada por el mismísimo diablo. Los te amo iban de una boca a otra, nuestros nombres se pronunciaban en todas las direcciones posibles, el sudor sanguinolento era tan pegajoso que a veces costaba tocar. El sofá parecía ceder, pero a la vez nos sostenía a los tres como si fuera Atlas.

Él acabó apartándose, para luego ayudarla a cambiar de posición. Permitió que fuese sólo para mí. Aquella vagina fue un regalo, un logro, un premio y también un delirio. La humedad envolvió mi pene en cada milímetro. El pequeño camino pelirrojo de su vello era tan tentador que lo acaricié. Ella me besó ofreciéndome un trago más de su sangre y yo hice lo mismo. Después, como si fuera una amazonas, me cabalgó mientras él la rodeaba por detrás, pellizcándole los pezones con sus delgados dedos.

Me sentía extasiado, pero deseaba más. Los aparté dejando a Mona arrodillada frente a él y levanté sus caderas. Ella adoptó el estilo perrito, un clásico de las posiciones sexuales, y Quinn se arrodilló para que pudiese chupar y succionar su miembro. Volvimos a esa complicidad. Ese momento de éxtasis a punto de derramarse. Ella alcanzó el cielo al notar el semen cálido y espeso del sexo de su amado Abelardo. Por mi parte no llegué al orgasmo final, pero ambos sí lo hicieron.

Al incorporarme tomé a Quinn de la nuca, le miré a los ojos y sonreí ofreciéndole mi glande. Él lamió la punta como si fuese una perra entrenada en un burdel de los barrios bajos. Después, como si se tratara de una película pornográfica, le golpeé las mejillas jugando con mi duro sexo. Por último, sin que él lo esperara, lo arrojé al suelo, le hice quedar contra el sofá y lo penetré fuerte, sin miramientos, arrancándole un gemido tan hondo que sonó a un grito desgarrador en mitad de la noche. Tras un par de estocadas me derramé dentro de él y Mona gateó para lamer el esperma que había marcado a su eterno compañero.

No hubo celos. Creo que no existían porque los tres nos habíamos pertenecido en un lazo de placer intenso. Nos extrañábamos. La complicidad superó a la rabia, los desacuerdos y reproches. Pero sobre todo fue un delicioso sueño. Minutos después, cuando me encontraba en mitad del salón, sobre la alfombra persa junto a ambos, realmente desperté.


Allí no estaba Mona, ni Quinn y tampoco había rastros de algo más que un perfecto sueño erótico. La casa seguía silenciosa, la chimenea encendida y la mañana estaba a punto de llegar. Fue un sueño extraño. Un sopor que vino quizás por la necesidad de creer. Quería creer que seguían vivos. Tal vez lo sigo necesitando. No hay pruebas que confirmen que esos dos muchachos que mató Khayman, en un momento de locura, sean ellos. Nadie me lo ha confirmado. Aún hay esperanza.

Lestat de Lioncourt   

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Lestat de Lioncourt