Marius desesperado por los sentimientos. ¿No quería sentir amor? Pues toma...
Lestat de Lioncourt
Cada trazo debe ser perfecto. Línea a
línea. El pulso debe mantenerse mientras tu alma se agita con
recuerdos cada vez más dolorosos, pesados y terribles. La eternidad
no es una virtud, sino una carga. Puedes ver el dolor a través de
otros, atravesándolos como si fuera una espada afilada, mientras tú
permaneces en las sombras alimentándote de sus almas como un buitre.
Tomas los despojos que te ofrece el mundo y lo haces añicos, para
luego asimilarlos y aceptarlos como propios. Las heridas no se
cierran con el tiempo, tampoco se olvidan. Las heridas simplemente
quedan abiertas esperando la sal justa.
En esta noche intempestiva donde
Venecia queda demasiado lejos, la nieve cubre todo y la jungla es
sólo un recuerdo, viene a mí todo lo que he visto y vivido. Los
altos árboles de aquel pueblo celta, las viejas calles del Imperio
tan gloriosas como el propio sol que las bañaba, el canto de las
olas golpeando los cascos de los barcos en los que he viajado, el
murmullo de las ratas moviéndose por las calles de las ciudades
infectadas por la peste, el olor de los canales mientras la góndola
se mueve, las estrellas del desierto cubriendo la inmensa oscuridad,
el zumbido de los mosquitos en las selvas de Brasil, el olor a tierra
mojada de tantos caminos y el frío del hielo que una vez me sepultó.
Recuerdo cada momento como si fuese una gigantesca obra de arte y se
interpretara frente a mí, como si lo hubiese vivido otro.
No puedo pintar. Mi mano tiembla
constantemente. Las líneas son difusas. Las caras de los ángeles
tienen su nombre. Las musas poseen los ojos de una mujer que ya no me
mira. Dolor, silencio y amargura. Eso es todo lo que queda. Tantos
han muerto, amigos y conocidos, que quiero arrodillarme a implorar a
un Dios que siempre he negado. Soy el Hijo de los Milenios que
siempre dio la espalda a la religión, así como a cualquier
creencia, aunque no me siento dichoso ni único por ello.
Esa voz hablaba incesantemente.
Parloteaba. Aún la siento. Sé que aún está ahí. En mi sangre
está él, el demonio que soy, y me impulsa a recordar todo ese
sufrimiento como si fuera un castigo eterno. A mis espaldas está
Daniel, en silencio, acariciando un viejo manuscrito que le he
permitido tener en su poder. Son unas viejas memorias, de hace más
de un siglo, donde relato mis desafortunados pasos por este mundo. Si
le abro mi corazón es porque mi alma está rota, como las almas de
aquellos que caen en mis manos. Sin embargo, me muestro sereno con
los ojos fríos y el semblante serio.
Busco una excusa. Necesito escuchar mi
nombre. Quiero voltearme para verlo, dejar mi pincel y atacar sus
labios durante unos minutos. Necesito olvidar el amor que he dado y
no he permitido que me ofrezcan.
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