Muchos no habrán leído Prince Lestat, pero estos dos hacen un dueto musical extraño. Antoine, el pianista que rescaté de la muerte y su propia desesperación, y Sybelle, la pianista que salvó Armand de su hermano maltratador, se unen en una amistad firme e intensa.
Lestat de Lioncourt
Me he alimentado de sueños creados con
pequeñas notas musicales tomadas al vuelo. He comprendido el mundo a
mi modo, pero no disfruté jamás de una total autonomía hasta que
estos puntiagudos colmillos asomaros de mis pequeños y carnosos
labios. Puedo parecer una muñeca cándida sentada en un sofá, con
un elegante conjunto a juego con los zapatos de tacón corto y un
ramillete de rosas entre mis angelicales manos. Sí, puedo parecer
una fantasía extraída de un cuento infantil. Un ser extraño
extraído de un sueño. Pero mi espíritu es rebelde, poderoso y
desborda música. Me siento poseída por ángeles y demonios cuando
mis dedos rozan el piano. Cada tecla toca cada fibra de mi alma.
Él lo sabe.
He encontrado un compañero que
comprende mi gran pasión, mi estigma, mi dolor, las cadenas y
liberación. Sigo amando a mi ángel de cabellos de fuego, mi joven y
eterno amante, que me rodea con sus brazos y besa mis cándidas
mejillas que toman calor gracias a la muerte de otros. Sí, aún él
es mi paraíso. Sin embargo, he encontrado a alguien que me comprende
de una forma distinta.
Su apariencia es frágil, con un rostro
delicado y anguloso. Posee una sonrisa similar a la de un felino, un
tacto suave y elegante, con unos dedos largos que se mueven como si
fueran copos de nieve cálida. Tiene una elegancia inusual. Aún
huele a París. Puedo ver Francia en sus ojos, escuchar el latido de
las campanas de Notre Dame en su timbre de voz y sentir la libertad
revolucionaria que lo expulsó lejos del mundo que tanto amaba. Él,
un pianista inmortal como yo, sabe comprender la música del mismo
modo que yo lo hago. Respiramos música, pero bebemos sangre.
Puedo parecer una muñeca perfecta,
pintada en un cuadro al óleo, pero en realidad soy una criatura que
palpita y enloquece por unas gotas de sangre. Salgo cada noche a
caminar colgada del brazo de los hombres más maravillosos que he
conocido. Incluso Louis parecía encantador con sus enormes ojos
verdes, su educada conversación y su controvertida sonrisa. Pero no
dejo de ser cruel. Tan cruel como ellos. Arranco vidas para poder
seguir subsistiendo. Sin embargo, sigo tocando música para alejar
los demonios, otros que son peores que yo, y enloquecer de placer a
quien me escucha derribando muros inconcebibles e imposibles de
comprender.
—Sybelle—llevo escuchando mi nombre
durante varios minutos mientras toco el piano. Un piano nuevo y
hermoso. Es negro como la noche, posee una belleza pétrea
penetrante, y yo estoy frente a él vestida con un simple camisón de
algodón mientras la chimenea chisporrotea y fuera nieva. Nieva en
New York—. Sybelle...
Su voz es seductora y varonil pese a
sus años. Tenía diecinueve. Tan sólo un niño. Vivo rodeada de
niños perdidos. Benji, Armand y él. Niños. Pequeños hombrecitos
que se quedaron para siempre estancados en una fotografía
encantadora, seductora inclusive, con una maravillosa inteligencia
que puede llegar a ser retorcida o extremadamente generosa. Fuertes y
vivaces. ¿Yo que soy? ¿Wendy? ¿Soy la Wendy de un puñado de niños
en una ciudad de náufragos sin alma? No lo sé. Desconozco la
verdad. Sólo quiero que se siente a mi lado y toque conmigo. Sin
embargo, cuando lo haga sé que acabaré arrojándome a sus brazos,
besando sus labios y oprimiendo mi frente en su pecho. Deliro como
cada noche. Siento la necesidad de sentirme viva en esta jaula de
muerte. Una jaula perfecta que me ha dado alas. ¡Es duro explicarse!
Duro sentirlo. Duro, pero maravilloso y fascinante.
—Ven aquí y toca para mí. Toca
conmigo, Antoine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario