Claudia me enternece el corazón, pero a la vez me hace huir despavorido.
Lestat de Lioncourt
Pequeña y odiosa. Es así como me
definen cientos. Muchos me odian sin conocer siquiera un ápice de mi
alma. Es fácil juzgar cuando no se vive el calvario. Por siempre
jamás una muñeca, como si estuviese condenada a vivir una vida
miserable. Miles se hubiesen cambiado por mí. Vivir eternamente en
un receptáculo encantador, de hermosas mejillas llenas y enormes
ojos azules. La perfecta niña que todo padre quiere, pero
terriblemente desobediente y con un temperamento propio de una mujer
adulta. Deseaba ser tratada como una dama, ir a bailes, beber vino,
saborear los labios de los hombres que me miraban con ternura y
conocer el verdadero significado del amor. Me privaron de la vida.
Hubo un tiempo que el odio no vivía en
mi corazón. Un tiempo donde las canciones eran agradables, el sol
acariciaba mi piel y tenía una madre. No recuerdo nada de esos días.
Es como si alguien los hubiese arrancado de mí, hecho trizas y
esparcido sus cenizas al aire. No recuerdo como era ser inocente.
Aunque creo que muchos olvidan esos pequeños momentos que vivieron
con dulzura.
Aún me siento en el apartamento muy
cerca del piano. Los muebles son encantadores. Lestat reconstruyó
ese lugar para Louis, mi Louis y su Louis. Todo parece sacado del
pasado, pero no tiene el aroma de nuestro dolor impreso. Mis pies no
llegan al suelo envueltos en pequeñas botas negras y leotardos
blancos, mis brazos quedan sobre mi falda celeste y mis cabellos caen
sobre el cuello de tan elegante vestido. Parezco Alicia en el País
de las Maravillas. Tal vez estoy esperando a mi conejo blanco, pero
en realidad rezo por mi alma. Hace años que ellos se marcharon. Es
como si temieran volver a verme. Sin embargo, yo daría cualquier
cosa porque me contemplaran ambos.
Estuve a punto de conseguir mi
propósito. Quería asesinar a Louis porque él simbolizaba el amor,
una pizca de bondad y la belleza eterna que tanto desea Lestat. Louis
es su predilecto. Ama a ese cínico tanto como me amó a mí. No
deja de verlo como el perfecto compañero, pues es su dualidad. Louis
siempre fue el opuesto de mi orgulloso y terco Príncipe. Si
derrumbaba su alma y conseguía que abandonara su lugar, como si de
la pieza más importante del ajedrez se tratara, el rey caería y yo
ganaría. Pero lo que ha unido la sangre, la terquedad y el amor no
lo separa con facilidad un fantasma.
¿Puedo considerarme la villana?
¿Pueden decir de mí que soy la culpable de todo? ¿Soy pecado? Sólo
quiero justicia. Ellos me condenaron.
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