Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 4 de enero de 2015

Aparta

Mi madre es así, tal cual. 

Lestat de Lioncourt 


La nieve crujía bajo sus botas. Hacía años que no asistía a reuniones tan importantes como las que habían acontecido hacía unos meses. Pudo ver con sus propios ojos el fin de una era. Todo lo que se tenía por asegurado había terminado siendo cenizas, sangre y lamentos. Se levantó el cuello de su chaqueta, acomodó su clásico sombrero de ala ancha negro y miró hacia el cielo. Caería una tormenta, pero era imprevisible decir el momento exacto. Simplemente sería otra noche fría, desapacible y complicada para encontrar alimento alguno por las calles desiertas de una ciudad como aquella.

Muchos se habían refugiado alrededor de las estufas, calefacción o chimenea. Otros estaban sobre las barras del bar con el hígado destrozado. Las luces navideñas aún parpadeaban. Los negocios más respetables habían echado el cierre. Eran casi las tres de la mañana y noche cerrada. No había estrellas que se pudiesen ver, tan sólo luces por doquier. Las farolas tintineaban en alguna que otra ocasión, los escasos automóviles parecían reptar como serpientes de cascabel y las escasas almas que hallaba no eran lo suficientemente suculentas para ella. El último aliento de un desesperado no era lo que quería. Odiaba tener que matar a gente que desea la muerte, pues la diversión de la caza desaparecía.

Frotó sus delicadas manos y las guardó en su chaqueta. Por su figura, algo desgarbada a propósito, parecía un hombre. Sus zancadas no eran para nada femeninas, pero sí firmes. Tenía un brillo mágico en sus ojos y parecía un gato salvaje.

Nueva York era un lugar vacío tras las fiestas. Muchos empezaban a descansar de las fiestas que habían traído a miles a los barrios más opulentos, pero en los barrios bajos las ratas seguían correteando. Las bandas eran una buena opción. Beber de los rudos del barrio era divertido. Enfrentarse a hombres fornidos que llorarían como niños asustados, eso sí le complacía. Hacía mucho que no era mujer ni hombre, sino algo que se movía con destreza y atacaba sin más. Era como una bala en mitad de la noche.

—No deberías estar aquí—escuchó.

—Y tú menos—replicó girándose para ver aquella figura menuda, de cabellos castaño rojizos y ojos oscuros. Tenía el rostro de un ángel, pero ella lo detestaba como si fuera un demonio. En realidad detestaba a todos salvo a su hijo, pues era su sangre y siempre lo protegería.

—Es mi territorio, Gabrielle—dijo.

—Perdone usted, Armand, desconocía que fueses como los perros marcando con orina todo lo que ve—sonrió de lado, pero él no se movió—. Dime, ¿ya orinaste la farola aquella? Ve, creo que se te adelantó ese chucho de allí.

—Tan irreverente como tu hijo—masculló casi apretando los dientes. Se acomodó la bufanda y apretó sus brazos contra el cuerpo. Sentía frío. Era hora que regresara a su apartamento en una de las zonas más lujosas. Uno de esos que parecía ser también una oficina, pero era más bien un palacio de espejos y mentiras.

—Gracias, salió a mí—susurró con cierto orgullo.

—Buenas noches—dijo alejándose.

—Te desearía lo mismo, pero no soy hipócrita.


Ella se alejó rápidamente. En una de las numerosas esquinas se encontró con un muchacho. Uno de esos que no temen a la muerte y tampoco a las armas. Disparó contra ella, ya que comprendió que no era humana. Sin embargo, no tuvo suerte. Él era Mike, era parte de una de esas mafias instaladas en la zona desde hacía años. Vendía droga y su alma si hacía falta. Ella lo apretó contra sí, bebió de él hasta saciarse y luego tiró su cuerpo sin vida contra el asfalto. Después, como si hubiese sido un sueño, desapareció.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt