Akasha y sus pensamientos. Realmente nadie se detuvo a preguntarse cuales eran.
Lestat de Lioncourt
Vine de lejanas tierras, crucé un
desierto, me asenté en un país hostil con creencias terribles para
mí, acepté ser la madre de un hijo para sentirme orgullosa, deseé
ser fiel del mismo modo que eran fieles conmigo mis vasallos y me
convertí en algo que no era por ambición. Pero sobre todo lo hice
porque me sentía sola. Aunque estaba rodeada de cientos de personas
en palacio... Nadie fijaba realmente en la tristeza de mis ojos, en
la preocupación de mi corazón y en la debilidad de mi alma. Me
convertí en un ser proscrito y busqué, con ahínco, una solución
para el vacío que se generó en mí. Pero me convertí en mármol.
Una pieza de mármol a la cual adorar y usar como fuente de poder.
Sentada durante años frente a un
monitor, viendo la vida pasar frente a mis ojos como si fuera el ojo
de oráculo, sintiendo que el mundo cambiaba demasiado rápido y que
no había tiempo. En mi cabeza escuchaba el murmullo consolador de su
voz. Nadie se preocupaba por mis sentimientos. Marius me adoraba como
una diosa, no como a una mujer. Aquel joven vampiro, de ojos
soñadores y peligrosos actos, desapareció de la nada dejándome
atada a un terrible silencio. Enkil parecía sumido en su tempestad y
locura, luchando contra sí mismo y contra la verdad. Jamás lo amé
de forma sincera. Amaba el poder que ostentaba, el guerrero que era,
el hombre que soñaba con dirigir una nación y hacerla grande. Sin
embargo, el hombre en las sombras, el muchacho pausado y solemne,
siempre me pareció terriblemente banal.
Amor. ¿Cuántas religiones hablan de
amor mientras derraman sangre? ¿Era yo tan distinta? ¿Estaba yo tan
equivocada? ¿Por qué no aprendemos a distinguir el amor del
fanatismo? ¿Por qué no acepté la mano que me tendían? ¿Qué era
lo que debía hacer? Esa voz me persuadía, controlaba y obligaba a
creer que el amor era doloroso y debía ser impuesto. Jamás debí
escucharlo, pero él me hablaba cuando las luces se apagaban y el
mundo parecía frío.
Necesitaba salir. Quería soñar con
algo más que una voz surgiendo de la nada, alimentándose de mis
miedos y emociones. Deseaba amor, sentir el calor de las alabanzas de
aquellos que decían querer amar sin medidas. Y cuando me levanté
perdí el control de mí misma. Me convertí en un monstruo. Asolé
el mundo igual que los seres fantásticos de las películas de terror
que tanto me atemorizaban. En mis últimos segundos comprendí que
estaba equivocada. Tan equivocada como perdida. No hubo tiempo de
lágrimas. Ni siquiera entoné una salve a mi alma. Sólo acepté el
destino mientras me desvanecía en el tiempo y en el espacio.
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